martes, 16 de agosto de 2011

Las luces de la cohetería ilumimaron un aterrador polvorín de recuerdos


Relatos rurales para dormir con un ojo abierto
Capítulo XI. Las luces de la cohetería iluminaron un  aterrador polvorín  de recuerdos
Juan Carlos Santa Cruz C.
Nindirí, agosto 2011
Relatar asuntos relacionados con la guerra, siempre es triste y algo estresante, particularmente si esta guerra se da entre compatriotas, como es caso al que nos referimos.
El principal actor de este relato es un hombre del pueblo, nacido en el occidente de Nicaragua, pero que luego migraría a la capital. Su nombre José María. Desde muy pequeño se ganó la vida vendiendo caramelos, periódicos, agua helada, entre otras múltiples ocupaciones. Creció prácticamente sólo, porque su mamá falleció cuando tenía nueve años, y no conoció a su papá.
Con gran esfuerzo asistió a la escuela primaria. Fue ahí que se enteró que no tenía ningún apellido, dado que no lo habían inscrito en el registro civil de las personas. Acompañado de dos testigos, ambos maestros de la escuelita pública donde estudiaba le registraron con un apellido singular dado que no recordaba el apellido de su progenitora. El color de la casa en donde hicieron el registro era blanco, asi que a partir de ese momento pasó a ser José María Casablanca.
De todos modos  sus amigos lo identificaban desde pequeño como “riel” porque le encantaba caminar sobre los rieles del ferrocarril. El siempre prefirió el seudónimo de “Carriles” y ese fue el que usó el resto de su vida, incluso a manera de apellido.
Cuando tenía 15 años viajó a la capital y consiguió un trabajo permanente, que le permitió hacer la secundaria durante la noche. A los 19 años se había bachillerado.
En la secundaria conoció a muchos jóvenes inquietos, preocupados por la represión de la dictadura somocista. A los 17 años establece sus primeros vínculos con células del movimiento estudiantil que estaban dispuestos a enfrentar la dictadura. A los 19 años, poco después de bachillerarse se integra a tiempo completo en una célula guerrillera del barrio en donde vivía.
Le correspondió el trabajo de hormiga de organizar a la gente para protegerse de los bombardeos de la guardia nacional que en esos días atacaba sin piedad a los pobladores de los barrios orientales de Managua. En esa actividad estaba cuando pasó un avión conocido como push and pull el que dejó caer sobre una modesta vivienda una bomba. José María se lanzó sobre dos niños pequeños para protegerlos, pero un charnel se le incrustó en la cabeza.
Perdió bastante sangre, y también el conocimiento. Cuando despertó estaba en un hospital de campaña del movimiento insurgente, atendido por jóvenes médicos, pero con carencias de material y medicamentos. Fue así que le quitaron el resto de charnel que aún le quedaba. Le hicieron doce puntadas. En una semana la herida cicatrizó y aparentemente todo estaba bien.
Los médicos le hicieron varias advertencias, porque se trataba de una herida en un lugar sensible. No debía hacer esfuerzos, como levantar peso, ni correr, y en general no agitarse, ni exponerse a las inclemencias del sol.
El temperamento de José María no calzaba con estas recomendaciones. Necesitaba movilizarse, no podía quedar inactivo en una situación revolucionaria. Guardó por un mes las recomendaciones de los médicos. Pronto se le vería igual que antes y hasta parecía que lo hacía con más energía. Esa energía desgastada en momentos claves de su recuperación le traería consecuencias  serias para su salud.
La dinámica de la lucha contra la dictadura somocista le llevaría a José María a asumir diversas acciones de riesgo de las que siempre salió airoso, aunque la migraña cada vez se hacía más intensa.
La caída de la dictadura lo encontró en las inmediaciones del municipio de Condega dirigiendo una columna guerrillera que bajaba de las montañas del norte.
La revolución había triunfado y José María quería integrarse de lleno a la reconstrucción del país. No tenía ninguna especialización, excepto en el área militar. Fue así que se incorporó a las tareas de inteligencia y también de contrainteligencia, ligado al naciente Ministerio del Interior.
En realidad, tuvo poco tiempo laborando, y dado su estado de salud,  fue remitido a un centro  especializado  fuera de Nicaragua en donde le trataron contra la migraña por el lapso de seis meses . Todo indicaba que el charnel le había afectado partes sensibles del  cerebro.
En ese lapso, José María tuvo tiempo para reflexionar tratando de encontrar un norte claro para su vida. Sentía que no se adaptaba a la dinámica de la instancia de operaciones especiales en la que estaba asignado, dado que la guardia somocista aún andaba dispersa por el país, y si se resistían los aniquilaban. Eso no le agradaba para nada a José María que más bien creía en una amnistía general.
Al regresar a su centro de operaciones comenzó a hacer ciertos planteamientos que si bien eran bien intencionados molestaban bastante a los mandos.
Las tensiones prosiguieron y estallaron  por el lenguaje agresivo de José María hacia los mandos superiores, particularmente cuando bebía no tenía control de si mismo. Le habían prohibido el licor, pero era más fuerte que él.
Por decisión propia se retiró de los aparatos de inteligencia del Gobierno y se fue a una finca en la montaña cuyo dueño era un viejo conocido de la época de la guerrilla, además que tenía cierta atracción por su única hija.
Ahí permaneció por cierto tiempo, incluso se integró a las jornadas de alfabetización, correspondiéndole la tarea de alfabetizar en el valle en donde estaba enclavada la finca de su amigo.  Ahí pudo conocer la opinión de muchos campesinos que resentían la represión en el campo por parte de las autoridades.
José María trataba nuevamente de buscar un norte para su vida, pero, cada vez veía más lejanas la relación con los dirigentes del proceso revolucionario.
Una tarde lo visitaron en la finca de su amigo un grupo de gente armada, que resultaron ser viejos amigos de la guerrilla. Todos ellos eran desertores del ejército y de otras responsabilidades de la revolución y habían decidido levantarse en armas. Para ello estaban dando los primeros pasos para la organización de un movimiento contrarrevolucionario que ayudara a encaminar a la revolución por el sendero que ellos consideraban  debía transitar. Todos rechazaban a la cooperación soviética y cubana.
José María les solicitó un plazo de una semana y al finalizar la misma ya era parte de la naciente estructura militar con operaciones en el área rural. Se le asignó la tarea de reclutamiento de combatientes a nivel del campesinado. Esta tarea le gustaba a José María, porque le evitaba enfrentarse con  antiguos compañeros del ejército que andaban en persecución de la misma.
Fueron días agotadores en donde José María seguía sufriendo de cansancio y de fuerte migraña. A veces bromeaba diciendo que  creía que lo que tenía era una migraña que se había enamorado de él y era bien celosa, porque no le perdía pisada.
El tiempo fue transcurriendo y comenzaron a darse ciertas fricciones en la agrupación en que andaba. En primer término porque había nuevos mandos, más jóvenes y sumamente sanguinarios. Las matanzas a gente desarmada y las violaciones a  mujeres estaban a la orden del día.
José María padecía de la enfermedad de alcoholismo, de manera que bebía casi a diario y en especial los fines de semana.
En reiteradas oportunidades bebiendo con los nuevos mandos, a quienes conocía poco, José María haciendo gala de un estilo franco y abierto mencionó reiteradamente la diferencia entre la conducta, disciplina y estado moral del la contrarevolución y las fuerzas regulares del Gobierno. Lo repitió por quinta vez en una sola noche destacando los méritos de las fuerzas regulares.
Al siguiente día fue llamado por el mando superior, hacia donde se trasladó por dos horas en mula. Allí se le solicitó que explicara en detalle lo que había expresado reiteradamente en la noche anterior, mientras bebía con los mandos de su agrupación.
Se le oyó con atención, y en parte se compartió sus inquietudes. Le orientaron que esperara la decisión del mando,  y así lo hizo José María. En dos horas estaba la decisión, en donde se ordenaba retractarse en público ante los nuevos mandos y disculparse de manera individual con cada uno de ellos, por haber afectado su estado moral y por ende de toda la agrupación.
José María lo tomó como una ofensa, y solicitó 24 horas para ejecutar la orden. Era una situación difícil y trascendental, máxime que estaba enterado que la votación había sido reñida de cuatro votos contra tres.
Para el alto mando también era una situación riesgosa porque José María no tenía una mancha en su accionar e incluso la estructura de la nueva organización era obra casi exclusiva de José María, con el agregado que no quería pertenecer al mando superior, por su debilidad con el licor.
Finalmente, trascurridas las 24 horas ,José María había tomado la decisión de separarse de la agrupación contrarevolucionaria. De nada valieron las súplicas de tres de los siete jefes del alto mando y de muchísimos cuadros intermedios que incluso llegaron a rodearlo para impedir que los abandonara. En privado las cosas estaban muy tensas porque atribuían la deserción de José María a majaderías urbanas de los nuevos mandos, que no coincidían con el estilo de ser del campesinado de la tropa irregular. Era evidente que se notaba un nuevo estilo en la tropa, fruto de la asesoría extranjera en donde lo sanguinario formaba parte de la rutina.
José María regresó a la vida civil, pero se quedó en la montaña en la finca en donde lo habían contactado sus antiguos amigos de la contrarevolución.
Fue allí también que lo visitaron también otros antiguos compañeros de la guerrilla, casi todos campesinos. Querían que volviera a la lucha junto a ellos para enfrentar a la contrarevolución. José María estaba claro que no regresaría a las fuerzas regulares, como personal permanente, pero sus amigos le traían una propuesta. Estaban organizando milicias populares y necesitaban de gente con experiencia militar y que conociera la región.
A la semana estaba enrolado en las fuerzas de reserva, atendiendo milicias, es decir era un civil con experiencia que gozaba del aprecio de muchos de los mandos.
Durante tres años cumplió diversas tareas dentro de las milicias y estuvo movilizado en cuatro  batallones de reserva, llegando a recorrer gran parte del norte, y la costa Caribe.
Estando en el triángulo minero, un guía divisó a unos cinco uniformados que transitaban por un desfiladero de la montaña. De inmediato se le ordenó a José María que operara por sorpresa y apresara a aquellos sujetos. Que evitara en lo posible enfrentamientos por ser un lugar con presencia enemiga.
En realidad había un error de información, los cinco camuflados eran una avanzadilla de casi un batallón que estaba agazapado en la maleza. José María fue rodeado y sus compañeros masacrados. Fue obligado a presenciar todo tipo de torturas a sus compañeros. Luego a punta de bayoneta le obligaron a cavar una zanja en donde posteriormente debió empujar uno a uno a sus compañeros amarrados y aún vivos. Luego los contrarevolucionarios asumieron el relleno de la zanja en medio de los gritos desesperados de los nueve compañeros de José María. Todo ello festejado por carcajadas de los contrarevolucionarios. Luego amarraron a José María y cuando iban a fusilarlo surgió una voz del mando superior que ordenó que no lo hicieran. Era nada menos que uno de los del alto mando que avisado de la situación  había llegado para evitar que lo fueran a matar.
Cuando los miembros de la unidad militar en la que andaba movilizado dieron con José María, éste trató de explicar lo sucedido.  Su relato no fue creído por nadie, particularmente porque no tenía ni un rasguño, excepto las chimaduras propias del alambre con que lo habían amarrado. Había coincidencia que estaban ante un traidor, pero no había pruebas contundentes.
El mando superior no tenía pruebas fehacientes, pero, la decisión era que abandonara de inmediato el campamento y que se reservaban el derecho de investigarlo cuando lo consideraran conveniente. Fue el prestigio de José María que evitó otro desenlace fatal.
Abandonó la unidad militar, en medio del repudio generalizado de sus camaradas de armas. Se sentía desmoralizado por todo lo ocurrido y por la humillación a que había sido sometido por sus compañeros.
Nuevamente regresó a la casa de su amigo en la montaña. Quería hacer un alto en el camino y organizar su vida familiar. El año siguiente fue de trabajo duro en la finca. Ese mismo año uniría su  vida con Patricia la hija de su amigo. Tres meses después un infarto terminó con la vida de su suegro.
Le correspondió a José María asumir todas las responsabilidades al frente de la finca.
Ambos se fueron a vivir a la ciudad y José María atendía la finca a la que viajaba una vez a la semana.
El tiempo fue transcurriendo y José María y Patricia habían consolidado su relación de pareja. No tenían hijos así que vivían un apasionado romance matrimonial.
José María evitaba mencionar los desesperados dolores de cabeza que lo afectaban, pero Patricia los conocía perfectamente. No soportaba tocarse en el lugar en donde estaba la cicatriz del charnel.
Cuando estaba muy afectado argumentaba que se encontraba algo deprimido y se encerraba, aunque solía salir del encierro con ciertos niveles de agresividad preocupantes. Patricia consciente de esta situación había obtenido con médicos amigos unos sedantes muy fuertes que lo hacían dormir mucho y le ayudaban a descansar. Una semana después José María había recuperado su vida normal.
Patricia estaba muy preocupada porque en momentos de ira, José María repetía una y otra vez que quería irse al monte para hacer picadillos a sus enemigos que habían asesinado  a sus compañeros milicianos. Su preocupación aumentaba porque la finca quedaba ubicada a escasos dos kilómetros del lugar en donde habían sido emboscados.
Patricia evitaba comentar acerca de la salud mental de José María, de manera que lo manejaban como un secreto familiar.
Los cohetes de las fiestas de fin de año destrozaban los nervios de José María y cuando se trataba de cargas cerradas escapaba de enloquecer, porque el dolor de cabeza se le multiplicaba.
Una noche hubo una balacera entre policías y delincuentes. José María quedó sumamente alterado al extremo que intentó romper la cerradura de una caja fuerte en donde Patricia le había guardado las armas, precisamente porque no confiaba en su ponderación.
La vida en pareja como mencionaba antes, transcurría con bastante pasión. Casi siempre se quitaban parte de la ropa, ella se quedaba en calzones y él en calzoncillos. Les encantaba los juegos previos al acto sexual, y mucho disfrutaban haciéndose cosquillas mutuamente.
Ese día luego de la balacera, aún alterado como estaba José María quería tener sexo, y aunque al principio Patricia respondió con evasivas, finalmente accedió. Así que ambos se fueron a la cama temprano.
A ella le llamó la atención que José se quedó en calzoncillos, pero la miraba de una manera algo extraña. Tenía el ceño fruncido. Sus ojos parecían expresar algo así como si hubieran identificado algo nuevo en su cuerpo semi desnudo.
Ella no atinaba a desnudarse totalmente. Sentía como si algo helado corriera por su piel. Finalmente José María habló señalándola con el dedo índice. “Vos a mi no me engañás. Vos sos informante del enemigo. Es más, creo que siempre perteneciste al enemigo, desde que estabas en la finca, y te uniste a mi para pasarles información”. Prosiguió José María con tres palabras que la aterrorizaron. “Mirá Patricia, esto no se queda así, porque quien las hace las paga, y eso es todo lo que tenía que decir, atenete a las consecuencias”.
Ella quedó atónita. No sabía si gritar pidiendo auxilio o responderle en el mismo tono. Finalmente optó por  procurar calmar a José María que por primera vez estaba siendo afectado por el avance de su enfermedad como consecuencia de la afectación en el cerebro. Logró hacerlo beber agua, que según ella mismo se lo dijo a José María le ayudaba a tranquilizarse. Efectivamente lo tranquilizó porque logró agregarle un sedante al vaso de agua.
Patricia estaba convencida que a partir de la fecha formaba parte de los “enemigos” de José María y que por tanto debía ser muy cautelosa en el trato.
Ya más tranquilos pudieron hablar, e incluso José María se disculpó  y entendió que la enfermedad estaba avanzando. Finalmente acordaron que José María cuando se sintiera nervioso o alterado se iría para la finca para evitar confrontaciones. También  lo haría para las fiestas de fin de año cuando arreciaban las cargas cerradas y resto de cohetería. Así ocurrió durante un año.
Patricia, no obstante, notaba que al menos 20 días al mes José María tenía que irse para la finca por su estado de ira, lo que indicaba que su afección avanzaba. Fue por eso que decidió abordar a José María para que le dijera que era lo que le estaba ocurriendo.
José María fue directamente al grano y le confesó lo siguiente a Patricia:
Que cada vez soñaba más que los charneles le recorrían todo el cerebro y que estaba muy cerca de tener un derrame cerebral.
Tenía constantes pesadillas en donde oía los gritos de los compañeros que fueron enterrados vivos por él mismo, obligado por los contrarrevolucionarios.
Los gritos de casi 800 milicianos que al unísono le decían traidor, traidor, acusándolo de haber entregado a los  compañeros milicianos a los contrarrevolucionarios.
Los gritos desesperados de una joven campesina violada masivamente por orientación de los nuevos mandos sanguinarios de la contrarrevolución. Su impotencia por no poder auxiliarla al estar tan ebrio que no podía ponerse de pie. Los gritos desesperados que más calaron en él fue cuando la lanzaron hacia arriba y luego le incrustaron en el ano una bayoneta encajada en un fusil. Esos gritos son los que escuchaba en sueños.
Con esta confesión Patricia estaba segura que la vida de José María corría peligro y su nivel de peligrosidad demencial era preocupante. Eso fue lo que la motivó a contactarse con dos  siquiatras conocidos para que lo atendieran, en el hospital siquiátrico o en una clínica privada.  Mientras hacía los arreglos pertinentes procuró estimular a José María para que estuviera el máximo de tiempo en la finca para que no fuera a obstaculizar sus propósitos.

En la finca permanecía con un mandador que era testigo de la conducta extraña de José María. Le comentaba a su mandador, que el enemigo no dormía, que quizás estaban  emboscados a la entrada de la finca y no los vimos, agregando que tal vez estaban esperando la noche para atacar.
Luego agregaba algo que preocupaba al mandador, porque José María le decía que había que estar atentos ante movimientos sospechosos en la noche, que había que pedirles la contraseña y si no respondían correctamente había que proceder abriendo fuego. El mandador estaba muy preocupado y en esos días quería ir a la ciudad y localizar a Patricia porque no le agradaba el rumbo de los acontecimientos.
Una noche, como a las siete, una familia vecina a su finca  quedó sin diesel en su camión así que decidieron acercarse a la casa de José María que siempre tenía reservas de tal combustible. Eran unas 12 personas entre familiares y empleados.
Buenas noches Don José María dijo una voz de un señor mayor, al llegar al portón de ingreso al patio de la casa. José María tomó su fusil AK 47, y preguntó a todo pulmón, parapetándose detrás de una columna: Quién viviveee?. Somos sus vecinos de aquí al lado Don José María. He dicho quién vive?. Creyendo que se trataba de una broma uno de los integrantes del grupo respondió:”todos vivimos, gracias a Dios “.
José María no se hizo esperar, y les respondió que para que no vivieran más , ni el diablo los iba a salvar con los caramelos que les enviaba. Acto seguido puso el fusil en ráfaga y cinco miembros de la indefensa familia cayeron acribillados por las balas. También hubo siete heridos, dos de los cuales estaban graves.
Dado que el mandador estaba protestando fue el primero en ser amarrado. Luego amarró a los heridos.
Con un gran foco se dirigió al pie de la montaña, y entre cuatro grandes rocas hizo una zanja que le llevó gran parte de la noche. Al finalizar la tumba procedió a enterrar los cadáveres, a quienes les dio un tiro de gracia. Luego se retiró a su casa.
Aún se oían  los gritos de los heridos solicitando ayuda . Para calmarse un poco José María de una sóla vez bebió una media botella de ron.
Encendió más luces y procedió a redactar un informe, que le llamó parte de guerra #1.


Parte de Guerra número uno:
“Meseta de los sinsabores, 15 de enero 1986
Señores del Alto Mando
A eso de las 19 horas del 14 de enero de 1986, esta unidad de combate, de la cual soy el Responsable, sorprendió en las inmediaciones de nuestro campamento a un grupo de forajidos vistiendo uniformes camuflados que sin lugar a dudas intentaban atacarnos por sorpresa, cobijados por la oscuridad de la noche.
Se les dio la voz de alto correspondiente y respondieron con vulgaridades, por lo que se procedió a activar la defensa circular del campamento quienes abrieron fuego contra el enemigo. Intentaron replegarse, pero varios de ellos perecieron en la refriega.
Hay algunos heridos que quedan debidamente amarrados con alambre, así como un alto oficial (el mandador) que intentó confraternizar con el enemigo. Todos ellos quedan a disposición del alto mando.
Esta Jefatura, acompañada de su estado mayor y resto de combatientes hemos procedido a internarnos en la profundidad de la montaña antes que lleguen las tropas de refuerzo del enemigo.
Finalmente he procedido a la comprobación fehaciente que cuatro de los forajidos sepultados por  esta Jefatura (los inocentes vecinos), eran responsables directos de la masacre de nuestros compañeros milicianos precisamente aquí en la comunidad de la meseta de sinsabores norte.
Con esta acción hemos cumplido con el sagrado deber de vengar a nuestros hermanos asesinados, al tiempo que hemos demostrado la alta moral y disposición combativa de nuestras tropas al resultar ilesas en el combate “.Firmado José María Carriles, Jefe .
Al amanecer José María procedió a pintar con inmensas letras rojas una inscripción en las rocas que rodeaba la tumba de los vecinos, y que José María los confundiera con sus enemigos.
La escritura recogía una histórica frase que José María en estas circunstancias asumía como consigna de lucha:  ” en la montaña enterraremos el corazón del enemigo”.
José María asumió lo que decía en el parte de guerra y se internó en lo más espeso de la montaña, precisamente un área selvática llena de alimañas.
El mandador suponía que José  María había ido para la ciudad a la casa de su esposa. Fueron los zopilotes quienes lo alertaron de muy otra realidad. Donde ellos sobrevolaban, el mandador encontró el cuerpo sin vida de José María. Estaba boca arriba, en su mano derecha conservaba su pistola calibre nueve milímetros. Como a unos cinco metros había otro cadáver, era el de una gigantesca serpiente de cascabel que acabó con la vida de José María y éste con ella.
La lesión del charnel en la cabeza de José María había profundizado su crisis al extremo de generar estas poderosas alucinaciones que acabaron con su vida y con la de inocentes vecinos.
Patricia horrorizada jamás volvió a poner un pie en la finca y la vendió en un precio irrisorio, porque sólo de oir el nombre de la comunidad “meseta de los sinsabores” la hacía temblar de pie a cabeza.











sábado, 6 de agosto de 2011

Aqui en la montaña somos así, favor que nos hacen, favor que regresamos

X. En la montaña somos así, favor que nos hacen, favor que regresamos
Juan Carlos Santa Cruz C.
Nindirí , 5 de agosto, 2011
La vida en las montañas de Centroamérica transcurre casi siempre entre las limitaciones económicas y la inseguridad ciudadana. El presente relato  es apenas un modesto ejemplo en el que se entrelazan la pobreza, las migraciones y la violencia como un mecanismo nefasto de resolver conflictos.
Nos ubicamos en el norte de Nicaragua,  específicamente en las montañas de Zinica, por el lado del municipio de Waslala. En las inmediaciones de esa montaña , Ramón y Eva,  dos campesinos casi adolescentes se unieron en pareja, y como carecían de vivienda se quedaron a vivir en la casa de los padres de Ramón.
Los padres de Eva vivían aún más modestamente que los papás de Ramón, así que aceptaron la invitación y se quedaron a vivir mientras conseguían una vivienda.
El tiempo transcurrió, los hijos vinieron y finalmente cumplieron diez años viviendo con los padres de Ramón.
La vida era dura, Ramón como machetero recorría a pie grandes distancias haciendo trabajitos pequeños de uno o dos días. Cuando lo entrevisté me comentaba que en los últimos tres meses había hecho trabajos en las comunidades de Yaró Central, la Pozolera, en el Naranjo, los potrerillos, el Corozal y hasta en Caño los Martinez. Lo más dramático era que apenas le daba para medio comer.
En el hogar las cosas no funcionaban bien por las constantes discusiones entre Eva y la mamá de Ramón. Esas discusiones casi siempre tenían que ver con la conducta de los niños y la forma en que la mamá de Ramón reaccionaba. Eran dos varones y dos niñas de tres, cuatro y seis años. Las niñas eran gemelas, y eran las de seis años.
Cuando la situación estaba más tensa en las relaciones familiares, Ramón trajo la noticia de que cuatro amigos de Yaró Central habían hecho contacto con otro amigo que antiguamente vivió en la región, que estaba dispuesto a buscarles una vida nueva. Eva le preguntó a Ramón en que consistía ese ofrecimiento, por lo que Ramón le respondía que no sabía exactamente, sólo que había que viajar, quizás podría ser un trabajo en barco, pero hay que esperar decía Ramón.
Al día siguiente todo quedó claro, la persona del mensaje de la vida nueva se dedicaba a trasladar gente indocumentada hacia los Estados Unidos, es lo que se conoce como Coyotes.  En otras palabras viajar a Estados unidos de manera ilegal como “mojados” que le dicen.
La noticia los estremeció a todos, pero en realidad no tenían otras opciones y la miseria cada vez era mayor.
El Coyote cobraba cinco mil dólares y había que pagarle por adelantado. En realidad eran dos mil quinientos, pero Eva también viajaría. El problema era que no tenían el dinero, así que le solicitaron un crédito al coyote, y éste accedió, recordando que el mismo había viajado hasta México, escondido en medio de cientos de sacos de café. El acuerdo es que se lo pagarían en Estados Unidos, en cuanto tuvieran trabajo.
Ramón y Eva estaban preocupados por los niños, sobre todo Eva que no confiaba en la madre de Ramón, porque muchas veces, no les quería dar comida. Los padres de Eva vivían en humildes chozas en el interior de la montaña, un lugar que solo se podía llegar a pie, y con riesgos múltiples que iban desde serpientes hasta bandoleros rurales. Finalmente decidieron que se quedaran con los padres de Ramón.
Decían que en cuanto comenzaran a trabajar les enviarían dinero, pero no valoraban la forma en que lo harían  con unos padres ancianos, analfabetos en medio de la montaña.
Ramón y Eva tenían planeado trabajar un tiempo, recoger cierto dinero y regresar por los hijos. También tenían presente el pago al Coyote de los cinco mil dólares.
Finalmente llegó el día y Ramón y Eva partieron  en busca de un nuevo futuro, con iguales expectativas de los miles y miles de migrantes de nuestra América. No sabían cual era su destino final, sólo que se dirigían hacia los Estados Unidos.
Después de mil peripecias lograron ingresar clandestinamente   a los Estados Unidos. El ser indocumentado en los Estados Unidos es bastante grave, así que Ramón estaba consciente de ese riesgo.
A los dos meses a Eva la contrataron para trabajar de cocinera en una empresa de construcción por el lapso de dos meses. Al tercer mes vino otro contingente de trabajadores y Eva fue trasladada a otro campamento un poco más aislado.
No había transcurrido una semana de trabajo cuando entre otro cocinero y un capataz la violaron toda una noche, y le daban de beber a la fuerza por si los querían acusar ellos tendrían su favor su estado de ebriedad.
En la mañana el capataz se lo advirtió, poniéndole un cuchillo en la mejilla, que si decía algo, la denunciaría a la migra de inmediato.  Eva lloraba en silencio y estaba convencida que la denunciarían a la migra. A cambio de su silencio el capataz siguió violándola por casi una semana.  Las cosas tocaron fin por disputas con el otro cocinero que le dijo al capataz que no quería problemas con la migra porque el también podría tener problemas, pero dada la intransigencia del capataz el cocinero se lo informó al gerente.
El Gerente de la Empresa, de nacionalidad norteamericana, trató el asunto con toda discreción,  le dio seguridad a Eva que no haría la denuncia para que no la perjudicara como indocumentada, le dio mil dólares y la sacó también discretamente del campamento.
Eva regresó a la habitación que compartía con Ramón y se lo contó todo, en el entendido que su esposo la apoyaría. Todo lo contrario, Ramón se puso como una fiera acusándola de haberse entregado en orgía con dos hombres por el miserable pago de mil dólares.
La situación entre ambos se volvió intolerable. El se negaba a tener relaciones sexuales con ella y en sus palabras “cuidado me pasa una enfermedad y termino pagando los platos rotos”.
Esos mil dólares Eva decía que se lo entregaran al coyote, pero Ramón se negaba tajantemente, porque era inmoral entregarle ese dinero sucio a alguien que había sido tan buena gente con ellos.
Eva lloraba desesperada y en medio del sufrimiento recordaba a sus pequeños niños, en manos de una señora mezquina como la madre de Ramón.
Ramón se sentía resentido con Eva y no compartía con ella nada del dinero que ganaba . Incluso en su misma casa, un sábado mientras compartía tragos con sus amigos tuvo la maldad de afirmar en no creía en eso de las violaciones a las mujeres en los trabajos,  y que más bien eran las mujeres que por conseguir un trabajo mejor o ganar más que se prestaban al juego y luego se hacían las santas.
Las afirmaciones de Ramón eran temerarias y tuvo que intervenir el pastor para que Eva no abandonara la casa. Días después sería la policía quien le salvaría cuando estaba a punto de ser violado. Ramón había sido detenido por estar cortejando a una obrera agrícola. Eso fue visto por el supervisor y lo reportó como asedio sexual , fue detenido  de inmediato y puesto en una celda con grupos delincuenciales tipo maras los que después de golpearlo brutalmente  lo hubieran violado si no hubiese intervenido la policía.
Dado que la agresión sufrida era superior a la importancia de la denuncia por la que estaba detenido, le dieron la libertad, no sin antes advertirlo de las consecuencias de cualquier reincidencia.
Eva estaba enterada de todo y fue ella quien pagó la fianza. Ramón no dijo nada, sólo se abrazó muy fuerte con Eva y lloró desconsoladamente. Hasta que  al final dijo, perdón, perdón, mil veces perdón por no haberte comprendido y haberte ofendido.
La  relación entre la pareja, se había estabilizado y tuvieron que mudarse para evitar la segura visita de la migra. Alquilaron un espacio un poco más pequeño, más caro, pero, según decían algo más seguro.
Ya había transcurrido un año de su partida y prácticamente no tenían información de sus hijos, y mucho menos que hubieran podido buscar el mecanismo de enviar dinero.
Aún seguían con  casi la totalidad de la deuda con el coyote, ya que el único abono fueron los mil dólares que hizo Eva.
Transcurrió un año más y la relación con el coyote se volvió insoportable. No encontraban la forma como pagarle y él no estaba dispuesto a esperarlos.  Ellos temían que los fuera a denunciar a la migra.
Las relaciones entre la pareja mejoraron sensiblemente  y a través de la iglesia evangélica que visitaban lograron obtener la residencia y poder trabajar con mayor libertad.
Una noche el coyote perdió la calma, les hizo un gran escándalo al extremo que tuvieron que intervenir unos amigos de Ramón porque el coyote estaba a punto de agredirlo físicamente. Finalizó diciendo que fuera como fuera le iban a tener que pagar hasta el último centavo, y que no se les olvidara que ya iban a tener noticias cuando y donde pagarlos. Ellos quedaron con la inquietud acerca de la amenaza.
Recogieron los cuatro mil dólares pero no lo pudieron entregar porque el coyote hacía más de seis meses que había desaparecido. Dado que tenían ese dinero ahorrado y el coyote no volvió, había otra prioridad que era establecer contacto con los hijos.
No había suficiente dinero para que viajaran los dos, así que se decidió que fuera Ramón ya que los papeles de Eva aun le faltaban un par de procedimientos para entregárselos.
Llegó el día de la partida, los dos se abrazaron con mucha emoción y entre llantos Ramón inició viaje de retorno.
En varios días Ramón llegó a su comunidad en el corazón de la montaña. Estaba desesperado por ver a sus hijos y sólo se imaginaba del tamaño que estarían, y todas esas cosas que forman parte de las ilusiones. Les llevaba regalos para cada uno, ropas, zapatos y hasta caramelos
Al llegar a la casa le llamó la atención que la puerta de enfrente estuviera cerrada. Solo estaba semi abierta la puerta de la cocina. Ahí encontró un remedo de lo que había sido su madre. Muy envejecida, muy pálida, delgadísima y con una tristeza inconmensurable.
La ancianita al ver a Ramón  estalló de alegría y llantos al mismo tiempo.  Tu papá falleció hace seis meses, Ramón, le dijo. Esa información paralizó a Ramón, por un momento, luego reaccionó, su madre le agregó un poco más de información sobre el deceso y de inmediato Ramón quiso saber dónde estaban sus hijos que nos los veía.
Aquí no viven desde hace cinco meses, desde que vino el sr. coyote con una carta tuya, que me la leyó en donde me pedías que los alistara que el señor coyote los trasladaría de Estados Unidos, tal como había hecho con Ramón y Eva.
A Ramón se le pasaron mil cosas por la cabeza. Recordó la deuda, recordó el incidente con el coyote y la advertencia de que ese dinero se lo iban a pagar hasta el último centavo.
Llantos de la madre y llantos y desesperación de parte de Ramón. Era una escena  dramática similar a la que viven diariamente los migrantes en toda América.
Ramón bebió agua y trató de saber lo que había ocurrido. Su mamá se lo relató con calma, diciendo que el señor coyote pasó por su casa el día de la vela del papá de Ramón y que muy gentilmente los ayudó con todos los gastos del sepelio.
Días después regresó con una carta en la que pedía –Ramón- que les alistara a los cuatro niños para viajar a los Estados Unidos, que el sr coyote se encargaría de todo, y que era una persona de total confianza, y que se había portado muy bien con ellos.
Al finalizar el relato de su madre, Ramón tenía claro que los niños habían sido secuestrados por el coyote, para saldar la deuda. Una información adicional de su mamá lo preocupó aún más, dado que le dijo que un matrimonio de gente rubia  y muy elegante le acompañaba al coyote cuando se vino a llevar a los niños, que por cierto viajaron en la camioneta de ellos.
Poco hacía Ramón dando parte a la policía. Lo único que atinó a hacer fue buscar a los familiares de sus amigos para confirmar la forma de localizar al coyote y saber si tenían algún mecanismo de comunicación con él.
Al menos logró la dirección en Estados Unidos de sus amigos y de inmediato emprendió el retorno.
Fueron momentos de gran tensión cuando confió la información a Eva. De inmediato comenzaron la búsqueda, pero en Estados Unidos no es fácil encontrar gente ,  particularmente ellos que no hablaban una gota de inglés, y con costo lograban escribir castellano.
Fue Eva que en esos primeros días de búsqueda le encontró de manera fortuita en su supermercado. Al principio quiso esquivarla, pero ella le advirtió que lo denunciaría a la seguridad interna. A los minutos se apareció Ramón, advertido por Eva.
El coyote tenía una versión diferente a la de la madre de Ramón. El decía que se comprometió al pago de los gastos del sepelio del papa de Ramón y que a cambio la mamá de Ramón le entregaba los niños para que los llevara a un internado porque ella no los podía mantener.
El coyote consideró que podían estar mejor en manos de gente que pudiera adoptarlos, darles un apellido, y educarlos, ya que de hecho eran niños desprotegidos. Eva creía más en la versión del coyote que en la mamá de Ramón lo que provocó un cierto disgusto entre ambos.
El coyote continuó con aspectos más referidos a la deuda. Recordarles-decía- que tienen una deuda sin saldar pero que ahora ha aumentado. El gasto del traslado de sus hijos a Estados Unidos es de cinco mil dólares, más los cuatro mil que me debían con los respectivos intereses son más o menos unos diez mil dólares. No quería tocar el tema pero del gasto del sepelio, que su madre me dijo que me arreglara con ustedes son unos 2 mil dólares, totalizando la deuda de ustedes doce mil dólares.
Una vez pagado los  doce mil dólares los puedo contactar con la familia que los adoptó que por cierto viven en el otro extremo de los Estados Unidos.
El coyote concluyó diciéndoles que como tenía varios casos pendientes de pago que había contratado una oficina especializada en cobros sería con ellos que se tendrían que entender en el futuro, porque él tenía su rutina por la via de México y había mucha gente que necesitaba sus servicios. De inmediato les entregó una tarjeta con los teléfonos de la oficina de cobros, y también  su nombre, que Ramón ni siquiera estaba seguro que fuera ese su verdadero apellido.
El coyote se retiró y dejó más dudas que al inicio. La más grande es que los señores norteamericanos ya habían adoptado a los niños y le habían puesto sus propios apellidos, en cambio ellos ni siquiera los habían registrado cuando nacieron, así que no tenían ningún documento de ellos, y mucho menos un papel que probara que fueran sus padres.
Ramón y Eva estaban entre la espada y la pared porque no tenían la más mínima posibilidad de recoger 12 mil dólares para pagarle al famoso coyote.
Denunciar el hecho en la policía complicaría las cosas en primer lugar porque no tenían el nombre de los señores que habrían adoptado a sus hijos, y segundo que ellos no tenían ningún papel que los acreditara como padres.
Ramón y Eva llevaron su problema ante el pastor y este los remitió a una oficina de apoyo  a migrantes ligada a la iglesia.
Cuando esta organización trató de verificar la autenticidad de los nombres que el coyote les entregó en su tarjeta descubrieron que ese nombre no aparecía en los registros de residentes ni nacionalizados norteamericanos.
No se contaba con el nombre y apellido de los niños ni de sus supuestos nuevos padres adoptivos.
Eva  decepcionada abandonó el trámite de las residencia y lo que menos estaba pensando era en seguir viviendo.
Cuando todo parecía perdido,  se encendió una luz de esperanza por el lado de la iglesia. La organización humanitaria había obtenido un video  en la oficina de cobros, del perfil del coyote.
De inmediato circularon esa información, ya transformada en fotografía por varias iglesias y en las iglesias de sus hermanos en Cristo en la frontera de México.  Ramón recordó que tenía un amigo que trabajaba en la policía de fronteras en México. Le llamó por teléfono y le envió la información con ayuda de la gente de la iglesia vía correo electrónico.
Su amigo le contestó, de inmediato. Mi querido Ramón ese sujeto es super conocido, aquí en la frontera se identifica como “el gato cojo”, porque como vos sabés tiene los ojos claros y cojea del pie derecho.
Una semana después su amigo le llamaba para decirle que ya lo tenía capturado y que urgía que viniera alguien a reconocerlo y formularle cargos porque de lo contrario tendría que liberarlo.
El propio Ramón y un abogado de la organización de apoyo a migrantes se trasladó a México.
Ramón sólo confirmó la identificación, no habló con él para no entorpecer el trámite. El amigo de Ramón le sugirió que no regresara a Estados Unidos, porque los coyotes tienen muchos contactos y están asociados a redes de mafiosos, y lo podrían asesinar si se trataba de un caso importante. Mejor le dijo te vas a Nicaragua que yo te tendré informado y si el caso amerita se lo informamos a interpol.
Ramón no confiaba en la efectividad de la policía, porque casi no tenían información y el coyote tenía mucha experiencia en este ramo.
En camino a Nicaragua recordó a su compadre Rodrigo, con quien lo ataba una antigua amistad. Rodrigo a la fecha era un bandolero que operaba en el corazón de las montañas de Zinica, y eran bastante temido por sus acciones.
Ya no regresó a su comunidad y se fue directo a buscar a Rodrigo. Ramón conocía los senderos de la montaña como la palma de su mano. En dos días llegó al campamento de Rodrigo, es decir a las inmediaciones donde fue capturado por tres jóvenes armados con fusiles ak y con el rostro cubierto con pasa montañas. Le amarraron las manos y lo llevaron ante el jefe.
A este espía lo encontramos caminando de forma sospechosa  en las inmediaciones del campamento, está desarmado y no opuso resistencia informó el jefe del grupo.
Para sorpresa de los nerviosos jóvenes bandoleros a Rodrigo le vino un ataque de risa que hasta llegaron a sospechar que estaba totalmente borracho porque así se ponía cuando bebía mucho. Por las dudas ellos le seguían apuntando con sus armas de guerra y con bala en boca.
Compadre Ramón, mi querido compadre Ramón, y no era que estaba en Estados Unidos?.  Rodrigo mismo lo desamarró y se fundieron en un abrazo de amistad entrañable desde que eran niños.
Era tanto el tiempo que no se veían que casi se desvían de la razón de la visita a su campamento. Ramón le explicó en detalle el problema y Rodrigo le escuchó atentamente.
Luego habló Rodrigo, mire compadre ese es un servicio muy delicado el que está pidiendo, y sobre todo muy, muy caro, porque es de riesgo porque se trata de traer a los secuestrados vivos y sanos. Los asistentes de Rodrigo confirmaron que era muy caro ese servicio.
Compadre Rodrigo, yo no tengo dinero. Quien ha dicho  compadre Ramón que tiene que tener dinero. El dinero lo tenemos nosotros. Los vigilantes como que se les veía confundidos.
Es que usted cree compadre que  se  me fue la memoria porque ando de bandolero. Usted cree que yo me olvidé de aquel favor que usted me hizo cuando llevó en hombros por entre la montaña a mi fallecido padre cuando estaba grave, y  que gracias a este servicio mi padre se salvó de la famosa peritonitis.
Cuánto me cobró usted compadre Ramón por ese favor?. Dígaselos a estos muchachitos que sólo creen que todo se resuelve a tiros. Yo no le cobré nada compadre Rodrigo, porque a los amigos lo que se hacen son favores.
Eso es lo que va a salir este servicio, compadre Ramón, es decir nada.
Al día siguiente estaban amarrados con cadenas en lo espeso  de la montaña el padre, la madre y dos hermanos del coyote, a las órdenes de Rodrigo.
Ahí mismo quedó claro que el nombre del coyote no era José Luis como decía sino Asdrúbal Rocafuerte  .
Ahora compadre hágame un favor lleve esta nota a ese tal Asdrúbal. El me conoce muy bien y sabe que en la próxima en lugar de esta nota le envío las orejas de sus padres y en la tercera sus cabezas.
La nota tenía un poco más de cuatro líneas que decían más  o menos así:”Te quiero aquí en la montaña dentro de cuatro días para que le des agua a tus padres. Después tenemos que hablar de negocios. Firmado Rodrigo de la Montaña”.
El emisario era Ramón que en un día y medio se puso en México, porque ahora tenía recursos que le había regalado Rodrigo.
Buscó a su amigo en la policía y luego entregó la nota a Asdrúbal. Este cuando la leyó quedó pálido y furioso. Luego llamó al vigilante de la celda.
Ramón llevaba instrucciones precisas, y el dinero para la fianza, así que ese mismo día salía Asdrúbal, esta vez acompañado por tres amigos de Rodrigo que lo entregarían en Nicaragua, allá en el mercado Guanuca en Matagalpa. Asi ocurrió a los tres días siguientes estaba Asdrúbal en el campamento de Rodrigo.
La violencia de los bandoleros rurales es cosa seria, y quien caiga en sus manos corre mucho riesgo. El recibimiento fue cruel. Uno de los lugartenientes de Rodrigo, por órdenes de éste  de un solo machetazo  cortó todos los dedos de la mano derecha, excepto el índice que era importante para señalar –según decían- a los niños secuestrados.
Asdrúbal sangró bastante pero los bandoleros tienen gran experiencia en curas de este tipo así que le vendaron y quemaron la herida con creolina o algo parecido  y la sangre se detuvo.
La orden de Rodrigo era clara, en el sentido de no suministrarle agua ni comida hasta que hablara. Dado que se negaba a decir donde estaban los secuestrados Rodrigo se lo dijo personalmente, que era mejor que hablara para no sufrir.
El coyote en un acto de desafío, le dijo si quiero hablo, pero antes te advierto que mi gente te va a caer un día de éstos, y vos ya sabés que tengo contacto con la policía, porque vos tenés secuestrados a mi familia y a mi y no saben siquiera de lo que nos acusan.
Proceda Martín dijo Rodrigo y dio media vuelta. De inmediato con el mismo machete le cortaron los dedos de la mano izquierda excepto el índice. Ahora Asdrúbal tenía dos manos con dos índices. Nuevamente le pararon la hemorragia, y le dieron agua.
Asdrúbal sabía que Rodrigo no jugaba, así que decidió hablar. Hablá aquí bien claro y decíselo a la policía y acto seguido le acercó a su teléfono satelital. En realidad no se lo estaba informando a la policía sino a Ramón que ya había regresado a México con los amigos de Rodrigo.
Ramón buscó a su amigo y una brigada especial hizo el operativo. No hubo resistencia, todos los niños que eran unos 60 estaban ahí muy tranquilos en una inmensa mansión.
La policía tenía dudas si había un secuestro de niños o era toda una mampara. Lamentablemente los medios hicieron el gran escándalo y los responsables de ese  centro huyeron hacia los Estados Unidos.
La presión de las organizaciones de migrantes y de derechos humanos lograron que los hijos de Ramón y Eva ingresaran sin problemas a los Estados  Unidos.
Asdrúbal fue dejado libre con su familia. Se fue directo a poner la denuncia en la policía, pero ahí mismo por solicitud de interpol lo detuvieron.
Seis meses después quedó clara la trama. Se trataba de una red internacional de tráfico de órganos, en donde Asdrúbal era el jefe de operaciones especiales, léase secuestros.
Los niños no habían podido ser sacrificados porque se habían cometido algunos errores y la policía había hecho algunas detenciones que podrían afectar toda la operación. Esa es la razón de tenerlos tanto tiempo recluidos sin finalizar la misión.
Con el tiempo Ramón se hizo pastor, por considerar que ese era un favor recibido que había que pagar con creces. Cuando le tocaban el tema Ramón siempre decía “nosotros en la montaña somos así, favor que nos hacen favor que regresamos”.
Allá en Jinotega, ahora Rodrigo es un productor  dedicado a la plantación de café, dado que se acogió a una amnistía, entregó las armas y vive en paz con su familia.





Las chatarras que el viento se llevó regresan con sorpresas

Las chatarras que el viento se llevó regresan con sorpresas


Juan Carlos Santa Cruz C.
Nindirí, 31 de julio 2011

La actividad de recolección y venta de chatarras es relativamente reciente en Centroamérica. A nivel público algunos gobiernos del área han adquirido notoriedad al vender los ferrocarriles y las vías férreas como provocando así posiciones encontradas.

El relato se centra precisamente en la dinámica de la recolección de chatarra, peligros y sorpresas que a veces conlleva, y se ubica en  un municipio rural cercano a las fronteras de tres países de Centroamérica.
La pobreza y extrema pobreza en los bordes fronterizos forman parte de la vulnerabilidad económica que desemboca en desocupación, trabajo infantil, contrabando, despersonalización e incluso hasta trasiego de armas, drogas e indocumentados.
Los habitantes de este borde fronterizo han encontrado en la recolección y venta de chatarra una forma de subsistencia.

En el borde fronterizo propiamente hay muy poca chatarra por lo que tienen que ir a buscarla en el área más rural, y hasta montaña adentro.
A veces compran la chatarra, en otras se las regalan o la recogen de lugares que han sido depositadas como desechos. También existen casos en donde la recolección limita con el delito como es el robo de cables de electricidad de alta tensión, o las piezas de hierros angulares de las torres de luz, y en casos extremos hasta portones de hierro de ingreso a las fincas.

Desde hace unos cinco años la comercialización de la chatarra ha sido monopolizada por un ciudadano de origen búlgaro especializado en esa rama. Aquí todos lo conocen como el Rey de la Chatarra. Es un personaje simpático, de ojos brillantes particularmente si habla de negocios. Su aspecto físico llama la atención con casi dos metros de estatura, con su cabello rubio largo, amarrado con una moña, con fuertes músculos propios del levantamiento de pesas que es su deporte favorito.

El Rey de la Chatarra es un comerciante nato y por sus iniciativas bastante respetado. No faltan los comentarios, como los que se dan en todos lados, acerca de que este señor tenía un pasado turbio, que anduvo como mercenario “en unas guerras de Europa”, como decían ellos, sin poder precisar en qué parte de Europa. No obstante lo comentarios en poco afectaron la gestión empresarial de este personaje, cuya decisión de trabajar y salir adelante fue contagiando a los pobladores que ven en él un empleador, es decir una buena fuente de trabajo.
El Rey de la Chatarra se las arregló para en menos de un año hablar de manera fluida el castellano, y adaptarse en el marco de lo posible a las costumbres locales.


Tiene cuatro centros de recepción y acopio de chatarra. Todos están ubicados en un mismo predio pero con entradas diferentes. “Chatarras del puente” está dedicado a la compra de acero. “Chatarra más chatarra” a la adquisición de hierro. “Chatarreando aluminio” a la comercialización de aluminio. “Chatarras del cobre y bronce” a la comercialización de cobre y bronce. El edificio, en donde están las oficinas y la parte logística se le conoce como “Chatarreando con el Rey”.

Ha puesto a disposición de los chatarreros el alquiler de megáfonos, bicicletas, motos, triciclos, carretones sin caballo, carretones con caballos, camionetas y camiones. Además les entrega su celular a cada uno bajo se responsabilidad por extravío o deterioro. Esto último para establecer el control de su desplazamiento. Por su parte, el Rey junto a una de sus esposas se encarga de introducir el máximo de información en la computadora, siempre separando los rubros. Lo mismo hacen de manera particular los cuatro empleados que tiene en los centros de acopio.

El Rey de la Chatarra tiene el monopolio de la recolección y venta. A través de sus propios contactos ha establecido una red de distribución de hierro, acero, cobre y aluminio en todo el país y más allá de las fronteras.

Existen otras opciones, que funcionan como alternativas de los que prefieren establecer sus propios equipos y trasladar la mercadería por puntos ciegos de la frontera, aunque como es sabido esto conlleva riesgos de índole diversa.

También hay un aspecto anecdótico de este tipo de actividad. Vamos a acompañar con el relato a uno de estos equipos de chatarreros cuando se internan en la montaña. Nos desplazamos en un cuadriciclo que nos ha proporcionado el Rey.

Entre las anécdotas más destacadas que ilustran el entorno de la comercialización de chatarra se encuentra el caso de un señor de 76 años de apariencia normal  que había llegado hasta el pueblo para hablar de negocios con el Rey de la Chatarra. Explicó en qué consistía su chatarra y solicitó que fueran por ella.
Florentino era el nombre de este señor de aspecto elegante, bien vestido, con ademanes finos. Su forma de vestir y de expresarse indicaban un perfil más de habitante de la ciudad que del campo, Se traba de un Ingeniero bastante conocido en el medio profesional, según supe.
El Rey envió un camión a la finca de Don Florentino . Al llegar a los trabajadores les llamó la atención que había  una selección previa del material y  las piezas estaban ordenadas según tamaño, en tanto que las tuercas, arandelas y tornillos habían sido empacadas en bolsas plásticas. Eran fundamentalmente piezas de maquinarias y vehículos.

Se negoció los precios y la calidad de los mismos, se pesó todo el material y luego se acordó el pago total. Una vez aceptada por ambas partes se facturó, y se le pagó al contado a Don Florentino.

Se hicieron cuatro viajes con las piezas de chatarra. Regresamos por quinta vez sólo para retirar las llantas del tractor y del camión que ocupaban bastante espacio. Al ingresar al patio encontramos que estaba la policía junto a lo que quedaba por retirar. Ahí se encontraba una señora de unos 65 años, la que elevaba sus brazos al cielo, se tomaba la cabeza con ambas manos y golpeaba y golpeaba en el suelo con su pie derecho.

Cuando descendimos del camión nos vamos enterando del conflicto que se estaba presentando. Resulta que Don Florentino estaba internado en el hospital siquiátrico, por serios problemas de disturbios, y pérdida de memoria. Dado que había unos cuantos días feriados por la Semana Santa, en el hospital procedieron a dar de alta de manera provisoria a aquellos enfermos que no fueran peligrosos para la sociedad, ni que sufrieran depresiones intensas que pudieran afectar su vida. Fue así que Don Florentino regresó a la finca. Su esposa, que estaba un poco cansada de soportarlo, decidió irse a la casa de sus ancianos padres en la profundidad de la montaña, como a seis horas en lomo de mula.

Don Florentino había organizado sus ideas de una manera práctica. Decía que si él era el que usaba el carro, un volvo casi nuevo, el tractor con 10 meses de uso, y el camión con tres años de uso, que lo mejor era que los vendiera, porque no se les estaba utilizando. Don Florentino no quería saber nada de los desarmes, porque esos según decía “son pistoleros”. De manera, que se buscó un mecánico que los desarmó pieza por pieza y los vendió como chatarra.

Si no fuera trágica y dramática esta decisión podría verse como cómica. En realidad la venta estaba en regla con la debida factura y el precio puesto por el vendedor pagado al contado. No había forma de revertir la venta, no tanto por los aspectos formales sino que piezas de gran valor habían sido partidas en dos o en tres pedazos, tal es el caso de los motores que como ocupaban mucho espacio los aplastaron con máquinas especiales, porque se pagaba igual, enteros o quebrados. Entonces, si los motores estaban destruidos ya no tenía sentido intentar una devolución.

Don florentino fue llevado de inmediato al hospital porque si bien su conducta no era agresiva se había vuelto temeraria. Mientras tanto todos corríamos pasándole agua y té de manzanilla a la señora, que estaba casi en estado de shock.

Aquí mismo, mientras despachaban a Don Florentino me comentaban, que se dan casos de conductas delincuenciales en esto de la recolección de chatarra. Hace un par de años, me comentaban, que tres peones de tres fincas diferentes, de manera irresponsable autorizaron a los chatarreros cortar los hierros angulares de las torres de alta tensión de electricidad. Dicen que los chatarreros les alentaban para la decisión diciéndoles que no le estaban haciendo mal a nadie porque no era el pie de la torre lo que cortaban, sino sus hierros angulares, además se podían ganar unos pesos extras, porque al fin y al cabo los salarios que recibían no les daban para nada. Los peones sin más ni más autorizaban la depredación.

Más recientemente, tuve la oportunidad de ser testigo como unos chatarreros clientes del Rey robaron el portón de hierro de un corral y se fugaron más de 50 caballos puros que luego atravesaron la frontera, con tan mala suerte que la mayoría fueron destazados por bandoleros rurales, para la venta clandestina de carne de caballo.

El año pasado hubo un gran incidente y hasta estuvo detenido el Rey porque unos sujetos que le vendían chatarra, que después resultaron ser delincuentes buscados a nivel nacional, cortaron un puente de hierro que comunicaba a una comunidad con el resto del municipio. El asunto es que jamás apareció el puente ni los sujetos que parece que atravesaron la frontera. El Rey para evitar un conflicto mayor terminó armándoles otro puente a punta de chatarra.

Los ejemplos anteriores son anécdotas del entorno de la búsqueda y venta de chatarra. Lo que se expone seguidamente forma parte del quehacer de la misma, en la que se entrelazan intereses comerciales , la codicia y el perfil delincuencial de algunos de sus participantes .
El comercio de chatarra si bien ha sido monopolizado por el rey, también existen como se decía en otro momento opciones individuales como es la que se relata a continuación. lQuisiera relatarles un dramático caso de tres amigos asociados Eran gente trabajadora y honrada, eran amigos y habían asistido a la misma escuela.

 Se trata de tres amigos que decidieron unir esfuerzos para montar una mini empresa para recoger chatarra. Tenían los recursos como camionetas, megáfonos, carretón con caballo y poseían un par de galerones para el depósito de la mercadería, por lo que procedieron a dar sus primeros pasos.

Recorrieron toda la parte de más difícil acceso del territorio, por ser una zona algo pantanosa. Precisamente en todo el sector en años anteriores existieron grandes arroceras, que pertenecían a un señor de origen alemán, ya fallecido.

Es en los restos de los edificios de una de estas arroceras que se produce parte de este relato que reviste especial interés por el tipo de chatarra existente. Prácticamente se trata de un lugar deshabitado, lleno de malezas.
A pesar del estado de abandono la gente no acostumbraba a llegar a ese lugar. Aunque han pasado varios años la gente no olvidaba la forma en que este señor llamado Klaus aterrorizada a la gente que  por lo general a pedir comida. Poseía una  jauría de furiosos perros alemanes.  Comentan que  una niña al ser agredida por los perros sufrió un ataque de epilepsia y los perros la despedazaron. El señor Klaus no estuvo preso porque llegó a un acuerdo económico con la familia de la niña muerta, además  adujo que la agresión fue dentro de su propiedad.
Comentan los pobladores que era un señor muy disciplinado, exigente y así trataba a los peones y el que no aceptaba las reglas del juego, ahí nomás lo despachaba. Todo el tiempo se hacía acompañar por un perro pastor alemán que no se le despegaba, y que no permitía que nadie se le aproximara por detrás al mencionado señor.

Durante años cosechó arroz en cuatro gigantescas arroceras.

Ya anciano, sin hijos y sin mujer conocida, murió ahí mismo en una de las arroceras, rodeado de perros y armado hasta los dientes. Era un hombre solitario y con una vida personal impenetrable. Una vez dicen que un mandador le preguntó si había tenido mujer e hijos y el señor lo quedó viendo fijo, se fue quedando rojo, rojo, y no dijo nada. Nunca más le preguntaron algo de su vida personal.

Cuando falleció ya hacía como tres años que no cosechaba arroz y toda la maquinaria se había ido destruyendo. Dicen que algunas las compraron como chatarras, antes de fallecer.

El  señor Klaus había ordenado todo ese material en una verdadera montaña de ciertas piezas viejas, engranajes, pedazos de arados, cadenas, rastras, discos de tractores y muchos rollos de alambre de púa.

Los tres amigos llegaron al lugar, ubicado al borde del camino principal, y dado que estaba en total abandono y la casa derruida, procedieron a cargar todo en su camión en un solo viaje, absolutamente abarrotado.

El otro galerón habían logrado llenarlo con alambre de cobre que pudieron obtener en una empresa de electrificación rural. Después de días de ofertas y contraofertas, y con algunos roces con la gente del Rey de la Chatarra, finalmente la empresa se las adjudicó a ellos. Luego procedieron a quemarlo y se quedaron solo con el alambre.

Prácticamente tenían un viaje completo para pasarlo por un punto ciego de la frontera. En este sentido ya tenían adelantadas las conversaciones con un gestor que habían conocido en esos días. Este gestor les solicitó la discreción correspondiente por lo delicado del movimiento de país a país y porque las autoridades estaban algo rígidas ya que entre la chatarra a veces iban piezas de vehículos robados.

Los tres amigos le garantizaron discreción y cinco días después comenzarían el incómodo traslado. El gestor les proporcionó 25 mulas debidamente equipadas las que se las alquilaba y al igual que el resto de la gestión debía ser pagada por adelantado. Era bastante caro lo que cobraba el gestor, pero en realidad estaba haciendo la gestión y proporcionando las mulas, así que los tres socios aceptaron la oferta.

Todo había que trasladarlo en una noche y así se hizo. El gestor iba delante de la comitiva y los tres socios en la parte final.

No se podía encender focos, ni hablar, ni fumar, ni oír música. Ya habían caminado unas cuatro horas, de pronto las mulas se fueron deteniendo hasta no dar un paso. Los tres socios se quedaron algo sorprendidos, y no tardó ni cinco minutos la aparición del gestor caminando casi a rastras. Amigos, amigos, hay un retén militar adelante. Tenemos que tener mucho cuidado.

Los militares no nos divisaron y parece que están bebiendo porque se pudo oír risas y vivas y hasta aplaudían. Ellos no actúan nunca así, pero cuando andan ebrios se ponen peligrosos.

Amarré bien las mulas de adelante dijo el gestor, así que no hay problemas. Lo que tenemos que hacer es alejarnos unos doscientos metros, hacia atrás, por las dudas que los militares observen algo. Los tres socios aceptaron la sugerencia, y no notaron que habían caído en una trampa. En realidad el gestor era un delincuente, y los que estaban adelante no eran militares sino otros tres delincuentes que ya se habían llevado las mulas en la oscuridad. También en un abrir y cerrar de ojos desapareció el gestor.

Eran en realidad unos tumbadores de chatarreros y contrabandistas, tal como existe la jerga en el narcotráfico.

Toda la chatarra había caído en manos de estos tumbadores de chatarreros, que ya llevaban gran distancia y habían tomado un rumbo distinto al que traían.

Los tres socios quedaron absolutamente desesperados, y nada podían hacer y mucho menos llamar a la policía porque su actividad era ilícita.

Los tres tumbadores de chatarreros llegaron esa misma noche a un campamento provisorio que tenían en medio de la selva.

Al día siguiente, ya más descansados siguieron viaje hasta llegar a dos grandes galerones que tenían en las afueras de la ciudad del otro lado de la frontera.

Los tumbadores comentaban que era un buen botín porque más de la mitad era de cobre y éste se pagaba muy bien y ya tenían el comprador.

El resto de la chatarra normal, con excepción de unas cajas fuertes, pedazos de cajas fuertes que por cierto en el viaje molestaron bastante y no las botaron para no dejar rastros.

El sujeto que hacía de gestor era también soldador, así que se abocó por orientación de los tres socios tumbadores a cortar con la soldadura estas partes de cajas fuertes.

Así se hizo y pasado el mediodía ocurrió algo increíble, increíble. Uno de los pedazos de las cajas fuertes tenía tres falsos fondos, es decir, un fondo con tres compartimentos por debajo. El segundo y el tercer fondo estaban absolutamente llenos de lingotes de oro debidamente arreglados y empacados con un papel especial, que los conservaba intactos. Según comentaban cada lingote tenía un peso aproximado de tres kilogramos.

Era indescriptible aquella situación. Los cuatro sujetos estaban paralizados y no atinaban siquiera a tocar los lingotes. Naturalmente, estaban ante varios millones de dólares.

Antes de continuar con el comportamiento de los sujetos, me permito explicar un poco el origen de los lingotes, información que obtuve en varias fuentes, todas ellas coincidentes.

El  señor Klaus del que les hablé antes había huido de  Alemania antes de ser derrotado Hitler. Su padre era un conspicuo nazi encargado entre otras cosas de administrar ciertos recursos que iban ocupando en la guerra. Aparentemente estos lingotes provenían de un banco, los que no declaró. Posteriormente los escondió y al tiempo envió a su hijo al extranjero con el pretexto de curarse una grave enfermedad. Con la derrota de Hitler  a  través de enlaces  debidamente compensados, le hizo llegar la preciosa carga a su hijo que ya radicaba en América Central.

El señor Klaus fue muy discreto en su vida y se cuidó de usar haciendo gala de mucha cautela los lingotes ya que aún estaba relativamente cerca la desaparición de Hitler, y a él mismo las autoridades locales le habían interrogado varias veces sobre las razones por las que había emigrado a América Central, y qué hacía antes de llegar a aquí, etc.

Todo indica que cuando falleció de infarto, las cajas fuertes estaban guardadas y que se deterioraron con el tiempo, seguramente fueron abiertas, saqueadas y posteriormente terminaron en la basura.

Se preguntarán acerca del destino de los nuevos millonarios. Como dice la canción “La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida”. Dicen que repetían una y otra vez “Así da gusto tumbar chatarreros, vida para que sea eterna, etc.” Luego prorrumpían en grandes risas que se escuchaban  desde varios metros.
En realidad los lingotes de oro les trajeron mala suerte a los tumbadores. Uno murió de infarto porque escondió los lingotes en el patio de la casa.

Vivía cerca, muy cerca de un rio, pero el agua, aún desbordado el rio, jamás había llegado hasta su casa. Quiso la coincidencia que una gran roca se desprendiera en momentos que llovía intensamente lo que provocó el desborde del rio. El agua se pasó llevando parte del patio de su casa incluyendo las piedras debajo de las cuales el sujeto había escondido los lingotes envueltos en papel de aluminio. También los lingotes se fueron en la feroz correntada que también se llevó dos casas vecinas.

El segundo tumbador escondió los lingotes en un cilindro de gas de cien libras que ya no servía. Tuvo una emergencia grave por un ataque de peritonitis y fue internado de urgencia en el hospital donde permaneció cinco días. Su esposa que era enemiga de los trastos viejos aprovechó su ausencia para botar el cilindro y otras cosas inútiles a la basura, cosa que se facilitó porque había una jornada de limpieza en el vecindario. El tumbador estuvo una semana detenido porque aún con su operación de apendicitis tuvo las fuerzas para darle de golpes a su mujer, aunque ésta no pudo enterarse del motivo.

El tercer tumbador tenía pésimas relaciones con su esposa. Ella era la dueña de la vivienda y cada un tiempo le expulsaba. Por razones de seguridad, entonces, le hizo un doble piso al depósito de la llanta de repuesto del carro y ahí guardó los lingotes. Llevó como siempre a guardar el carro en un garaje de alquiler, pero con tal mala suerte que después de un tiroteo durante la noche, cuatro encapuchados que huían de la policía tomaron el carro a punta de pistola, y se lo llevaron con rumbo desconocido. Nunca pudieron agarrar a los ladrones y del carro tampoco se supo, aunque se presume que lo lanzaron en una laguna de origen volcánico bastante profunda ubicada en las afueras de la ciudad.

El que hizo de gestor era un bebedor consuetudinario, y cuando estaba ebrio hablaba más de la cuenta. Primero tuvo problemas con los otros dos tumbadores al extremo que salieron a relucir pistolas ya que en reiteradas oportunidades el gestor comentaba en mesa de tragos que la misma cantidad de tres mil dólares que les había cobrado a los tumbadores se la había cobrado a otra persona.

Los ladrones se tomaron en serio la información que en reiteradas veces había manifestado el gestor tumbador en el sentido que poseía un bolso con lingotes de oro y que lo guardaba en su casa. A punta de pistola entraron en su casa y luego de interrogarlo acerca de donde escondía el bolso, procedieron a darle un mortal balazo en la cabeza con pistola con cañón con silenciador. Días después caerían también ellos en un tiroteo con la policía que los tenía totalmente identificados porque el gestor tenía cámaras de seguridad en toda su casa.

Mientras tanto, allá del otro lado de la frontera el Rey de la Chatarra seguía siendo el rey, y no dejaba de gritarlo a los cuatro vientos, aunque algunas señoras que les gustaba hacer comentarios, decían que era más bien “el rey de los viejos chanchos”, porque ya tenía tres mujeres y la más joven con 17 años, mientras él tenía 64. Agregaban a manera de sorna que el Rey se llenaba la boca diciendo que esta jovencita estaba perdidamente enamorada de él, y ellas agregaban entre risas que se emocionaban por tanta ternura juvenil.

Cuando finalizaba de escribir este relato llegó alguien en carrera y tocó apresuradamente mi puerta. Era un empleado de Rey que vivía a la par de donde estoy alojado.

Tenía los ojos muy abiertos y lucía asustado y no era para menos porque la policía acababa de llevarse al Rey de la Chatarra con un despliegue aparatoso.

Serafín, que es mi vecino, luego que le proporcioné un vaso de agua comenzó a hablar sin que yo le preguntara. Me comentó cosas para mi eran totalmente desconocidas. El famoso gestor de los tumbadores, que ofreció el servicio a los tres socios era en realidad un empleado del Rey, quien por otra parte no les perdonaba lo de la compra del alambre de cobre a la empresa de electrificación rural.

Dice Serafín que el Rey le entregó delante de él nada menos que tres mil dólares para que localizara y convenciera a los tres amigos chatarreros, y que luego buscara gente para tumbarlos.

Por su parte los tumbadores, del otro lado de la frontera, según había comentado el Rey bastante molesto, le habían pagado igual cantidad a este gestor para que hiciera lo mismo. Con el agregado que ellos le habían proporcionado las mulas.

Según me informan, una vez que los cuatro se habían convertido en millonarios de oro puro, cada quien tomó su camino. Como manifesté antes el gestor cuando se embriagaba hablaba más de la cuenta y contaba riéndose que entre el Rey y los tumbadores le habían pagado seis mil dólares para hacer el mismo trabajo. Eso los tenía furiosos a los dos sobrevivientes tumbadores al extremo que lo andaban buscando para matarlo.

El gestor que conocía bien a los demás sujetos vio que la cosa iba en serio, así que una noche lluviosa, tomó su bolso con lingotes, atravesó la frontera y buscó al Rey. Les explicó sus temores y la certeza que iba en serio. Lo que le solicitó al Rey era que le buscara donde ocultarse y de paso dónde ocultar el bolso.

El Rey sabía que el sujeto no tenía otro lugar a donde ir así que fue tajante, si compartían la mitad del contenido del bolso le buscaba de inmediato un buen refugio y le guardaba el bolso bajo siete llaves. El gestor aunque a regañadientes, tuvo que aceptar, porque tenía que regresar atravesando la frontera y temía que los tumbadores le estuvieran siguiendo.

En esos días el Rey se había negado a comprarle una casa a los humildes padres de su joven mujer, respondiéndole de malas maneras. Eso la tenía muy molesta a la joven, y juraba y re juraba que eso no se iba quedar así.

Del otro lado de la frontera los ladrones que mataron al gestor y se llevaron el bolso que en realidad no tenía los lingotes, porque éstos estaban bajo siete llaves como decía el Rey. Lo que se llevaron fueron láminas de hierro cuidadosamente envueltas y con el color del oro, todo ello fruto de las ideas del Rey.

El Rey andaba algo así como taciturno, preocupado y de mal humor. La muchacha hizo el último intento por lo de la casa para sus ancianos padres, y el Rey le dijo que no le volviera molestar por ese asunto y que si querían casa que fueran a trabajar, que él no era el padre de los pobres. Eso molestó a la muchacha al extremo que le amenazó con irse, entonces el Rey la tomó del pelo y la lanzó contra unas chatarras provocándole una fea herida a la altura de la oreja derecha.

El escándalo siguió y tuvo que intervenir la policía. La joven se sentía muy humillada, así que en la policía relató lo de la agresión y lo complementó con otra información que puso a la policía en alerta. Ella había oído toda la conversación que el Rey tuvo con el gestor, cuando buscaba como esconder el bolso con los lingotes.

La policía a través de una orden de allanamiento buscó y rebuscó entre las miles de toneladas de chatarras pero no logró encontrar nada. El Rey fue liberado y hasta le pidieron disculpas por aquello que “Estas muchachas jóvenes confunden las riñas familiares con asunto de negocios”.

Las cosas se calmaron y el Rey expulsó de su casa a su joven mujer. Una semana después el Rey de la Chatarra desaparecía sin dejar rastros. A los tres meses, apareció la noticia en internet:” la policía internacional (INTERPOL) informaba que finalmente había sido capturado peligroso mercenario búlgaro acusado por múltiples crímenes internacionales, particularmente en Serbia en donde había dirigido ejecuciones masivas”. Ahí mismo se publicaba la foto, que días después sería impresa y puesta en todas las paredes de la policía del pueblo. Del bolso con los lingotes de oro no se hacía referencia