juan carlos santa cruz
El autor: Juan Carlos Santa Cruz Clavijo Nicaragüense- Uruguayo. Licenciado en Sociología en Universidad de la República, Uruguay. Máster en Sociología Rural, Universidad de Costa Rica y Consejo Latinoamericano de ciencias sociales. Posgrado en Globalización y Desarrollo, en Universidad Autónoma de Barcelona y Universidad Centroamericana de Nicaragua. ·Ha publicado Metodología de investigación en ciencias sociales. (2003). Editorial xerox digital, 187 páginas. Managua, Nicaragua.
miércoles, 4 de julio de 2012
REGALANDO HIJOS Y COBIJANDO NIETOS EN LOS CONFINES
DE UN PUERTO DE MONTAÑA
Juan Carlos Santa Cruz Clavijo
En mis prácticas de extensión rural, para cumplir con los
requisitos de la Universidad Nacional Agraria, para graduarme como ingeniero
agrónomo me correspondió convivir por el lapso de seis meses con campesinos y
finqueros del norte de Nicaragua.
Los primeros cinco meses transcurrieron sin sobresaltos.
Se puede decir que allí pasé por todos los filtros de las exigencias académicas
y del entorno rural, pasando por alto los muchos escollos en donde la
desconfianza siempre estaba presente hacia las personas ajenas a la región y al
medio.
Siempre se recomienda en las prácticas académicas que
seamos cautelosos al emitir juicios, y en el relacionamiento con las personas.
Eso procuré hacer en mi estadía.
Fue en las fiestas de San Juan allá por fines de junio
que conocí a Gabriela, una muchacha que iniciaba sus estudios en la universidad de
la que yo estaba egresando. Ella vivía con su familia en una de sus haciendas,
la que después supe que era una de las más importantes de todo el norte del
país.
Gabriela
era una joven del norte de Nicaragua, del departamento de Matagalpa, de piel
canela y ojos azules intensos. Era además de guapísima, jovial y de expresión
chispeante, y esto último me cautivó.
Había cometido el primer error al relacionarme con
alguien relativamente desconocida y sin conocer su tradición familiar, entre
otras cosas. Siguiendo las prácticas urbanas procedí a citarla para el día
siguiente. Ella me indicó que le parecía bien y que el encuentro sería en el
parque central, que era un sitio utilizado por sus hermanos para reclutar
trabajadores jóvenes para recoger café.
A las diez de la mañana uno de los hermanos de Gabriela
había llenado un camión con muchachos y se los llevó inmediato para la finca.
Ahí quedaron a la espera de otra oportunidad unos ochos
señores de entre cincuenta y sesenta años, que por su edad no fueron
reclutados, pero que siempre aparecía alguien que los contratara para otros
menesteres menores.
Apenas nos habíamos saludado con un abrazo y un beso en
la mejilla, cuando oímos alguien que hablaba dando gritos, y profería palabras insultantes. Era uno de los Castellón
Montenegro, hermano de Gabriela. El
joven Castellón Montenegro amenazaba con
cortarme la cabeza con un machete por haber cometido la osadía de abordar y ahora besar a su hermana sin su
consentimiento ni el de su familia.
Aprendiz de toro de lidia
Los señores mayores estaban tratando de calmarlo, pero
aquello parecía labor imposible. Uno de los mismos que estaba sentado en una banca, al que todos conocían
como don Alcides le dijo de manera muy pausada, pero señor Castellón Montenegro, si el caballero le dio el beso y ella aceptó es que
está de acuerdo. ¿No le parece?
El joven
Castellón Montenegro dio un gran brinco hacia
adelante y blandiendo el machete de manera amenazante increpó a don Alcides.
Mirá viejo descocido, hijo de la gran puta, vos quien sos para opinar sobre la
conducta de un Castellón Montenegro. Es que acaso no sabés que en esta región los Castellón
Montenegro son la única gente que existe, y el
resto son peones o cerotes mal cagados como vos?.
Mirá lengua de chancho eléctrico, hoy saliste premiado
porque en lugar de una cabeza voy a cortar dos. A vos te voy a cortar, además,
tu cochina lengua, para que tu maldita familia la guarde como trofeo de
charlatán de zanjones.
Se hizo un silencio, y Gabriela aprovechó para decirme
que saliéramos rápido de ese lugar porque en ese pueblo lo que sus hermanos
dicen se hace. Después de dudar un instante le solicité a Gabriela que se
retirara que yo me quedaría en el mismo lugar, a menos de diez metros.
Todos los señores pedían clemencia para don Alcides, pero
la decisión estaba tomada, así que su cabeza y su lengua no tardarían en caer
bajo el filoso machete manejado diestramente por un Castellón
Montenegro, que en aquel pueblo era sinónimo de
matar en defensa propia.
Era una relación desigual, el joven Castellón
Montenegro con un metro noventa, fornido,
musculoso, de unos veinticinco años, y en posesión de un gran machete afilado.
El adversario era un señor de casi sesenta años, extremadamente delgado, algo
jorobado, con un machete pequeño, aunque afilado y con mucha punta.
Salgan de adelante, no estorben, viejos de mierda, que le
voy a dar una lección bien merecida a este rotoso, muerto de hambre, cara cagada. Don Alcides se puso de pie, y esperó impávido que su
cabeza volara por los aires.
Antes que el joven Castellón Montenegro le diera el primer machetazo don Alcides logró tirarle
una piedra con gran fuerza directa a los anteojos de aumento, que volaron
hechos trizas. Sin sus anteojos el joven Castellón Montenegro casi no veía. Entonces, cual fiera enjaulada comenzó a
lanzar machetazos muy peligrosos pero que no alcanzaban a don Alcides.
Finalmente logró arrinconar a don Alcides junto a su
camioneta, y así poder asestarle el machetazo de gracia. Se lo lanzó directo al
brazo derecho para cortárselo en dos, pero se encontró con una sorpresa. Don
Alcides, que era un maestro en el manejo
del machete, había puesto la punta del machete hacia el codo, a lo largo del
antebrazo, y lo agarraba firme del mango. El violento machetazo del joven
Castellón Montenegro se fue a estrellar con la hoja
del machete que cubría el antebrazo de don Alcides. El machete del joven
Castellón Montenegro voló por los aires. Don Alcides
al verlo desorientado, con agilidad felina procedió a cortarle de cuajo una de
las orejas y mientras el joven Castellón Montenegro procuraba parar la sangre con una mano y con la otra
buscaba su pistola, don Alcides le cortó la otra oreja. Acto seguido le clavó
con mucha presión el machete a la altura de la clavícula tal como si fuera un
toro de lidia. Luego recogió las sangrantes orejas así como el machete del joven
Castellón Montenegro y desapareció con paso sereno.
Días después le enviaría al joven Castellón Montenegro el
mensaje siguiente:”lanzar machetazos es
una cosa, y manejar el machete es otra, además, le regreso las orejas porque
dice mi familia que no las aceptan porque están sucias por falta de jabón”.
Conociendo nuevos horizontes en puertos de montaña
En lo personal permanecí resguardado en la estación de
policía durante una semana en que llegaron las autoridades de la Universidad a
rescatarme.
Me asignaron a otra región, con puerto de montaña, y
cerca del mar Caribe.
Tenía claro que después de la experiencia anterior debía que ser cauteloso, muy cauteloso.
Solicité a las autoridades de la Universidad se me
autorizara incluir entre las actividades académicas la descripción del
funcionamiento del llamado puerto de montaña, que no es más que un mercado
rural en la montaña, y ellos
aceptaron.
Un
mercado de montaña como el de referencia, es un centro de comercialización en
medio de la montaña, en los confines de la frontera agrícola. Prácticamente no hay
carreteras, sino caminos en regular y mal estado.
Se trata
de un entorno con escasa seguridad ciudadana, en donde la ley y el orden muchas
veces pasan por lo que se conoce como “justicia por la propia mano”. No es el
propósito del relato el profundizar en estos aspectos, pero, basta un ejemplo
en el que fui testigo. Un campesino del lugar cambió a su hija de 16 años por
tres sacos de frijoles y una yegua, y yo los encontré brindando muy contentos
ambas parte por el negocio. Ese es el entorno de un mercado de montaña.
Para
evitar incidentes y muertes en el mercado de montaña estaban prohibidas las
armas, las que se depositaban en el portón de entrada del mismo. También había
un galerón especialmente preparado para los que se pasaban de tragos y cometían
insolencias. Ahí se les recluía hasta que estuvieran frescos.
El funcionamiento de este mercado estaba bajo la
supervisión de su dueño, un señor de unos 60 años, llamado Alcides, que me recordaba a los tantos trabajadores de la finca
de mi padre, de ahí que su rostro me parecía familiar, y eso me daba ánimo ya
que no conocía a nadie en esa región. La parte operativa estaba bajo la
responsabilidad de cuatro de sus hijos y treinta nietos.
Ricardo, su hijo mayor era el encargado de los préstamos
de dinero, es decir, era el prestamista del puerto de montaña. Tarea que
compartía con Don Alcides.
Alfonso era el responsable de las bodegas con techo y sin
techo, incluyendo corrales, jaulas y un cuarto especial repleto de hielo para carnes y quesos.
Rodrigo era el propietario de las bestias de carga que se
alquilaban, tales como mulas, caballos y bueyes. También alquilaba motos,
camionetas y camiones.
Asdrúbal controlaba auxiliado por treinta de los nietos
de don Alcides, los hospedajes, comedores, bares, cantinas, salas de juego y
los tres prostíbulos del lugar.
Don Alcides (el abuelo como se le conocía) era el jefe de
todo, y dedicaba gran parte del tiempo a la compra de productos en la montaña,
como cerdos, vacas, aves, huevos, granos, y desde siempre ejercía la función de
prestamista en la profundidad de la montaña.
Don Alcides vestía de manera muy sencilla y bastante
descuidada, de manera que aquellos que no lo conocían le confundían, a veces,
con un pordiosero rural.
Por suerte estábamos a unos 300 km. del lugar del
incidente, pero no era extraño que hasta allí llegara la familia Castellón
Montenegro a hacer justicia por su propia mano, y
de paso se encargaran de mi cabeza, que era un asunto pendiente, de manera, que jamás
dejé de andar armado, aunque con mucha discreción.
A este puerto de montaña se le conoce como “mercado Los Descalzos”,
porque al principio, ni don Alcides ni sus hijos usaban zapatos, hasta que una
culebra le mordió un dedo del pie derecho a don Alcides y hubo que cortárselo. Esa es
la razón por la que Don Alcides cojeaba al caminar.
El puerto de montaña en acción
El mercado funcionaba cada quince días durante dos días,
que casi siempre llegaba al tercer día. La mercancía ingresaba desde la montaña
y la capital departamental.
La mercancía de la montaña consistía en animales como
cerdos, vacas, caballos, gallinas, y los conocidos como animales de monte o sus
pieles. También granos, frutas y quesos. De la capital departamental llegaban
artículos de origen industrial como aceite, sal, jabón, azúcar, café, arroz,
entre otros, incluyendo licor.
La mercancía de la capital departamental se despachaba
desde los propios camiones.
El primer día, desde la madrugada comenzaban a llegar
desde la montaña largas filas de mulas y caballos, que traían de todo. La
mayoría de los campesinos venían caminando. Cerraban la fila cuatro o cinco
montados portando armas largas, dado que el territorio se presta para el
bandolerismo rural. Hay que tomar en cuenta que regresaban con otro tipo de
mercadería escasa en la montaña.
El primer contacto de la gente de la montaña era con
Alfonso que garantizaba bodegas con techo y sin techos, corrales y cuartos con
hielo para quesos y carnes.
El segundo contacto era con Rodrigo que garantizaba el
alojamiento y alimentación para las bestias, y les vendía más bestias si las
necesitaban. También Rodrigo tenía bajo su responsabilidad el alquiler de
camionetas y camiones hacia la capital departamental.
El tercer contacto lo hacían con Asdrúbal que garantizaba
alojamiento, alimentación y esparcimiento para las personas. Específicamente se
trataba de recepción de los viajeros en hospedajes de diferente calidad,
comedores, bares y cantinas.
Había todo un sistema de estímulos para el cliente. Para
los que se alojaban en cualquiera de los hospedajes, la primer comida en
cualquiera de los cinco comedores era gratis. Con un consumo superior a los
cinco dólares en cualquiera de los dos bares tenía derecho a dos tragos gratis
en cualquiera de las cinco cantinas. Finalmente, si gastaba en fichas de juego,
más de cincuenta dólares tenía derecho a un servicio sexual con cualquier mujer
de los dos prostíbulos existentes.
Había bastante trueque entre los campesinos, pero lo más
usual era la venta al contado. Los compradores venían de los departamentos
cercanos y eran trasladados a mitad de precio por camiones de “Los Descalzos” debidamente
acondicionados para pasajeros y carga.
Entre compradores y vendedores se reunían en estos dos
días unas mil personas.
Las esposas de Rodrigo y Alfonso eran las encargadas de
alimentar los cerdos y otros animales que no habían sido vendidos y que eran
comprados a precios irrisorios por Rodrigo, el que también oficiaba de
prestamista.
Finalicé mi pasantía en un año completo. Debo confesar
que quedé maravillado con la unidad familiar de hijos y nietos de Don Alcides.
Unido a ello admiré la habilidad para organizar este tipo de negocios, con
formalidad y eficiencia.
A veces me preguntaba cómo habría hecho Don Alcides para
financiar los inicios de este mercado de montaña. El siempre respondía que todo se había hecho con sacrificio y disciplina.
De sorpresa en sorpresa
Regresé a la capital y seguí viéndome con Gabriela de
manera discreta. Me comentaba que su hermano había quedado muy afectado y con
depresión profunda. Que no volvió a cruzar los límites de su finca, y eludía
ser visto por extraños.
Un día que estaba en la barbería cortándome el cabello
recibo una llamada urgente de Gabriela que me decía que fuera de inmediato a su
casa. Parecía muy agitada.
En unos quince minutos estuve en su casa. Antes de
descender del carro, guardé discretamente mi pistola debajo de la camisa,
porque no sabía lo que me esperaba. Mi sorpresa fue mayúscula, ahí estaban dos
de los hermanos Castellón Montenegro, a los que no conocía. Lucían nerviosos y con gran ansiedad.
Gabriela nos presentó y les solicitó que ofrecieran su
relato.
Dijeron que llegaron a la hacienda de los Castellón
Montenegro, dos oficiales de policía, con un
mensaje judicial dirigido a Marlon Antonio Castellón
Montenegro, es decir, al hermano mayor de
Gabriela, a quien le habían cortado las dos orejas.
“Señor Marlon Antonio Castellón
Montenegro favor presentarse a este despacho por
asunto herencia de un millón de dólares que le ha dejado al fallecer el señor Alcides Aguinaga Ballesteros, dueño del puerto de
montaña “Los Descalzos”,
ubicado en este municipio. Se le recuerda, que la citatoria tiene carácter
obligatorio bajo apercibimiento de ley”.
El juez agregaba de manera manuscrita que Don Alcides le
dejaba esa herencia en compensación por haberle cortado las orejas.
Allí estaban los dos hermanos y su misión era llevarme a
ese puerto de montaña, ya que Gabriela sabía que yo había estado ahí. Una vez
allí debía reconocer al señor Alcides para ver si era la persona que le había
cortado las orejas a su hermano, y si no se trataba de una trampa . En el
momento recordé que yo había tomado fotos con el celular en el incidente y
luego guardé las fotos en la computadora, que por suerte la andaba en el carro
así que ahí mismo identificamos a Don Alcides en el incidente y el que yo
conocí como dueño del puerto de montaña y no cabía la menor duda que era la
misma persona.
Desde ese momento noté a Gabriela algo contrariada,
porque insinuaba que si tenía capacidad para identificarlo en la foto, como fue
no lo identifiqué durante el año que permanecí en su casa. Incluso, medio en
broma, y medio en serio me preguntó si él era el que me había invitado a hacer
mi práctica en su puerto de montaña. Preferí no responderle, pero la noté
tensa.
La cabeza me daba vueltas y recordaba que Don Alcides me
decía que tuviera calma que un día cualquiera me contaría en detalle como hizo
su riqueza y luego irrumpía en risas, lo que me desconcertaba.
Ahí nomás a unos cincuenta metros estaba el helicóptero
de los Castellón Montenegro, así que fui rapidito hasta mi casa, aseguré las puertas, le di alimentación y agua a Cleo, mi perra pastor
alemán, que me había regalado Gabriela. Por cierto que también me había llegado una citatoria para presentarme ante el
mismo juez y causa.
Regresé para cumplir la misión y en dos horas estuvimos
en el puerto de montaña. Allí esperaba un mandador que nos indicó el nombre del hotel al que debíamos
dirigirnos en la capital departamental.
Estaban esperándonos el Comisionado de Policía y cuatro
oficiales, el juez único, dos abogados y los cuatro hijos de don Alcides.
Nos presentamos y el juez dio lectura primero a un acta
resolutiva firmada por él y de ineludible cumplimiento.
El acta era escueta, y se complementaba con el otro
escrito: A continuación lo medular:
Acta: “Testamento. Yo Alcides Aguinaga Ballesteros, mayor
de edad y de este domicilio, en plenas condiciones para testar digo: 1. Dejo un
millón de dólares para mis hijos Ricardo, Asdrúbal, Alfonso y Rodrigo, todos de apellido Aguinaga Sandoval.
2. Ochocientos mil dólares al señor Marlon Antonio Castellón Montenegro en
compensación por lesiones causadas en un incidente que tuvo con mi persona en
el que perdió sus dos orejas. 3. A Rigoberto Larthegui Figueroa, mi nieto,
quinientos mil dólares y todas las acciones en sociedades de caballos de raza
que están a mi nombre en Honduras , Guatemala y Nicaragua, y que están
debidamente legalizadas en Nicaragua”.
Luego el Secretario procedió a leer una extensa carta de puño y letra de don
Alcides escrita seis meses antes de morir. Ahí se explicaba con lujo de
detalles el origen del capital de don Alcides. Dado que me entregaron una copia
cito textual algunos de los párrafos más sustantivos.
Un manuscrito para recortar y encuadrar
“Allá por mediados de 1975 me encontraba de cacería con
un amigo de la niñez que vivía refugiado en la montaña huyendo de las
autoridades por un hecho de sangre de que se le acusaba.
Ese día no habíamos cazado nada, y comenzaba una gran
tormenta, cosa bastante desagradable en aquella montaña con vista al mar.
De pronto aquel temblor y aquel montón de piedras de
todos los tamaños que venían desde la cúspide a una velocidad tremenda.
Demetrio, mi amigo quiso resguardarse en una barranca con tal mala suerte que
ahí mismo se desprendió una gran roca que le aplastó la cabeza.
Ahí estuve llorando con tristeza y desesperación. De
pronto miro hacia donde se desprendió la roca y veo una especie de caldero con
tapa de hierro, es decir era una inmensa olla de hierro fundido. Me acerqué y cuál fue mi sorpresa al levantar aquella
pesada tapa del caldero u olla
que estaba repleto de lingotes de oro puro.
Dos veces me lavé la cara, para convencerme que no estaba
soñando. Yo mismo me pedí calma. Tomé el cuerpo de mi amigo, lo doblé a como
pude y le di sepultura en el hueco que había dejado la roca que lo mató. Luego
rellené el hueco con arena, tierra y piedras.
Según pude saber en toda la costa Caribe hubo incursiones de piratas, que cometían delitos de diverso tipo. No
puedo asegurar que fueran piratas, solo comento que hacía bastante tiempo que
la habían enterrado. Olvidaba decir que cuando quise profundizar el hueco para sepultar a mi
amigo encontré un cráneo humano y otros huesos lo que me hizo suponer que eran
restos de alguien que fue asesinado para no revelar el secreto.
Realicé cinco viajes a mi ranchito para cargar los
lingotes de oro.
Hice un pozo cuadrado de un metro y medio de profundidad.
Lo revestí de piedras. Luego con mucha paciencia forré el pozo con madera de caoba totalmente seca. En el piso
puse una losa de piedra de aproximadamente un metro cuadrado. En el centro
ubiqué el famoso caldero u olla con los lingotes de oro.
Encima le puse otra losa de piedra y luego todo lo rellené con tierra, bien
apisonada. Al poco tiempo estaba
cubierto con maleza, porque aquí la tierra es muy fértil.
Tardé un año reflexionando acerca de la manera de
convertir aquel oro en moneda comercial del país, aunque sabía
que lo más práctico era transformarla en dólares.
Una mañana casi al amanecer los perros ladraron con mucha
insistencia, y luego llegó una voz pidiendo auxilio. Era un hombre
relativamente joven con el pie derecho quebrado y con un balazo en el antebrazo
derecho.
Me pidió auxilio y me prometió que me pagaría lo que le
pidiera. Efectivamente tenía buenos recursos porque cargaba consigo un saco de
lona casi lleno de fajos de billetes de cien dólares.
Haciendo uso de toda mi experiencia acumulada en mi vida
de montaña extraje la bala y con hierbas de todo tipo logramos que el hueso se
soldara. Uno de los primeros días le entró una fuerte calentura y
perdió el conocimiento. Le di licor y volvió en sí. Entonces me dijo, amigo, no
sé si salgo de ésta, así que por favor escúcheme. Si me muero avise a mi
familia al teléfono que quiero anote. Sepa que no soy contrabandista, ni narco,
soy minero esmeraldero, es decir me ocupo de la producción y venta de esmeraldas
en las selvas de Colombia. Puede decirse que soy un esmeraldero bastante fuerte.
Al
principio quedé preocupado, pero luego el hombre se recuperó. Al mes ya podía
caminar. Había sido militar de caballería y era especialista en el manejo de
sable. Fue mi maestro en el uso del machete, al extremo que me enseñó a usarlo
de manera magistral con ambas manos.
Sus
consejos siempre los he tenido en cuenta, como el no usar un machete grande
porque se me puede escapar de la mano. Uno pequeño, decía, con mucho filo y
buena punta, y siempre mantener las piernas bien abiertas y el cuerpo de
perfil.
Yo había encontrado la solución para más o menos la
tercera parte de los lingotes de oro. Los desenterré y las empaqué. Le expliqué
con mucha calma lo que había ocurrido y luego le ofrecí esa parte de los
lingotes por el saco de dólares. Le
presenté un trozo de lingote, y él de sólo tocarlo dijo que era oro puro. No
hay que olvidar que era un minero de piedras preciosas. El sujeto no dudó y
cerró trato, porque decía que yo le había
salvado la vida y eso no tenía precio.
A los
dos meses le estaba dando de alta al famoso colombiano. En dos mulas lo
trasladé con sus lingotes hasta la costa
Caribe en donde le esperaban en una lancha.
A los tres meses regresaría con dos millones de dólares y
se llevaría el resto de los lingotes. Esta vez llegó en helicóptero, y le acompañaban dos sujetos armados
hasta los dientes.
Ese hombre me tenía tal estima que durante casi una hora
no hubo promesa que no me hiciera para que me fuera con él a las selvas de
Colombia y ahí me nombraría gerente de una de las principales minas de
esmeralda. Ante mi negativa se despidió
con un prolongado y fuerte abrazo al tiempo que me entregaba el famoso número
de teléfono de su familia para que le llamara en cualquier emergencia”.
“En
relación a los dólares, algo más de dos millones lo encontrarán en el lugar que les indico en el mapa de abajo, en donde
fue mi antiguo ranchito en la montaña. Como comprenderán nunca arriesgué más de
la cuenta para que nadie desconfiara, es por eso que siempre vestí
sencillamente y ni siquiera nunca tuve un vehículo.
De esta suma, un millón es para mis cuatro hijos Ricardo,
Rodrigo, Alfonso y Asdrúbal todos ellos Aguinaga Sandoval. Otros
ochocientos mil dólares para el señor Marlon Antonio Castellón Montenegro a quien le corté sus dos orejas en un confuso incidente
cuando hacía gestiones de prestamista en las proximidades de su finca. De esto
es testigo de cargo el Ingeniero Agrónomo Rigoberto Larthegui Figueroa.
He sabido del estado de ánimo del señor Castellón
Montenegro al sentirse sin orejas, así que con
este millón de dólares quisiera compensar el acto cometido aunque no me siento
culpable en absoluto porque actué en legítima defensa de mi nieto.
Gran
parte del restante millón de dólares lo invertí en el puerto de montaña y en
varias fincas distribuidas en toda la región, dedicadas exclusivamente a la
cría de caballos de raza que comparto en sociedad con empresarios hondureños y
guatemaltecos. Todas estas sociedades están debidamente legalizadas y mis
acciones pasarán enteramente a mi nieto Rigoberto. Mi nieto es Rigoberto
Larthegui Figueroa, hijo de Camila Figueroa y de un Hondureño de origen vasco,
socio mío en la crianza de caballos de raza.
También
a Rigoberto le dejo quinientos mil dólares en compensación por el daño causado a
su abuela Raquel Figueroa y a su mamá Camila Figueroa al abandonarlas a su
suerte en territorio hondureño. Camila lleva el apellido de su mamá a la que
embaracé y luego en una historia que no quiero mencionar la encomendé a unos
finqueros hondureños”.
Acto seguido el Juez selló el acta firmada y el mandato
de cumplir lo estipulado ahí.
Los hermanos Castellón Montenegro estaban atónitos y radiantes al mismo tiempo.
Me quedé en el hotel acompañando a los hijos de don
Alcides, es decir, a mis noveles tíos, para explicar en detalle todo lo ocurrido en el incidente de don Alcides
con Marlon Castellón Montenegro.
De ahí me fui a la finca de mi padre, para aclarar
la relación de mi madre con mi
abuelo. Para eso le solicité a Gabriela que
atendiera a mi perra Cleo.
Mi madre
envuelta en llantos me confesó que
habían hecho un acuerdo con mi abuelo, que por el pecado cometido por él de
haber regalado a su madre y a ella, no tenía derecho a reconocerme públicamente
como nieto. Don Alcides (mi abuelo) respetó el acuerdo y esa es la razón por la
que nunca me enteré que era mi abuelo, además que jamás llegó a mi casa.
Ella me
entregó una carta de mi abuelo en donde explicaba la razón por la que estaba sentado
en la banca del parque. El mandador de los Castellón Montenegro le había
informado a mi madre de lo que estaba dispuesto a hacer su patrón, cosa que ya
había expresado en las fiestas de San Juan. Mi madre localizó a mi abuelo y lo
alertó. Esa es la razón por la que estaba en el lugar indicado en el momento
indicado.
También
en el final de la carta, a manera de aclaración, me abuelo comenta que no
regaló a mi abuela embarazada, sino que la llevó a una finca de unos amigos en
Honduras y se las encomendó. Regresó a los treinta años, cuando mi abuela
agonizaba de una enfermedad terminal. Su última voluntad fue que mi abuelo se
llevara a mi mamá que a la postre era su hija. Fue mi abuelo quien le compró a
mi mamá las varias fincas dedicadas a la crianza de caballos de raza que tiene
actualmente.
El
diálogo con mi madre me dejó agotado, con más interrogantes que respuestas, de manera
que decidí dormir un poco.
En lo
mejor del sueño me llamó telefónicamente Gabriela. Con voz entrecortada me comunicó que su hermano Marlon Antonio se había suicidado. Desde
que recibió la información de la herencia de los
ochocientos mil dólares había entrado en una
depresión profunda de la que se recuperó solamente para dispararse con su
pistola calibre 45 en el oído derecho.
De los
ochocientos mil dólares ya no tengo deseos de
hablar, pero lo que puedo asegurar es que el pleito ha pasado por diez
juzgados, ya que en una parte del testamento decía que si el señor Marlon Antonio Castellón Montenegro no los aceptaba como compensación o los rechazaba,
automáticamente ese dinero pasaba a sus hijos Rodrigo, Asdrúbal, Alfonso
y Ricardo.
En
realidad, ni siquiera desempacó los ochocientos mil dólares, así que los hermanos
Aguinaga emprendieron batalla legal de la cual prefiero no informarme.
Gabriela tuvo una reacción retardada y llegó a la
conclusión que yo también era culpable de la muerte de su hermano Marlon
Antonio. Rompió definitivamente su relación conmigo y se fue para España y
según me han comentado vive allí con su madre, que es española.
Un año
después me enteré que Gabriela había
obtenido información fidedigna, de parte de mi tutor de tesis, que
efectivamente mi abuelo había solicitado que se me asignara para la realización
de mi práctica en su mercado de montaña, pagando por adelantado todos los
gastos de mi estadía, cosa que por otra parte yo creía que se le había pasado
por alto a la administración de la universidad que nunca notificó de la deuda a
mis padres.
De
Gabriela lo que puedo decir es que tuvimos una relación intensa en el año y
medio que nos conocimos. Por suerte ya logré sacar su foto de mi mesa de noche,
porque sus ojos azules y su mirada intensa me dejaban deprimido. Los sicólogos
ya me recomendaron la lectura de varios libros, pero la pregunta me sigue
asaltando y es, ¿cómo lograré quitármela de mi corazón, de mi piel y de mi
respiración? .
Juan Carlos
Santa Cruz Clavijo
Nindirí, junio
25 de 2012
Breve perfil
de los personajes del relato
Regalando hijos
y cobijando nietos en los confines de un puerto de montaña
ü Alcides
Aguinaga Ballesteros. Dueño de un puerto
de montaña. Millonario con aspectos de pordiosero rural. Personaje central del
relato.
ü Rigoberto Larthegui
Figueroa. Nieto de Alcides Aguinaga y uno de los personajes centrales.
ü Camila
Figueroa. Hija abandonada por Don Alcides Aguinaga. Madre de Rigoberto
Larthegui.
ü Raquel
Figueroa. Madre de Camila Figueroa y antigua esposa de Don Alcides.
ü Rodrigo, Ricardo,
Asdrúbal y Alfonso Aguinaga Sandoval, hijos de Don Alcides Aguinaga.
ü Gabriela
Castellón Montenegro. Novia de Rigoberto Larthegui .
ü Marlon Antonio
Castellón Montenegro. Hermano de Gabriela.
ü Demetrio. Amigo
de cacería de Don Alcides.
ü Hombre
Colombiano. Sospechoso personaje, dueño de minas de esmeraldas en Colombia.
ü Cleo. Perra
pastor alemán propiedad de Rigoberto.
REGALANDO HIJOS Y COBIJANDO NIETOS EN LOS CONFINES
DE UN PUERTO DE MONTAÑA
Juan Carlos Santa Cruz Clavijo
En mis prácticas de extensión rural, para cumplir con los
requisitos de la Universidad Nacional Agraria, para graduarme como ingeniero
agrónomo me correspondió convivir por el lapso de seis meses con campesinos y
finqueros del norte de Nicaragua.
Los primeros cinco meses transcurrieron sin sobresaltos.
Se puede decir que allí pasé por todos los filtros de las exigencias académicas
y del entorno rural, pasando por alto los muchos escollos en donde la
desconfianza siempre estaba presente hacia las personas ajenas a la región y al
medio.
Siempre se recomienda en las prácticas académicas que
seamos cautelosos al emitir juicios, y en el relacionamiento con las personas.
Eso procuré hacer en mi estadía.
Fue en las fiestas de San Juan allá por fines de junio
que conocí a Gabriela, una muchacha que iniciaba sus estudios en la universidad de
la que yo estaba egresando. Ella vivía con su familia en una de sus haciendas,
la que después supe que era una de las más importantes de todo el norte del
país.
Gabriela
era una joven del norte de Nicaragua, del departamento de Matagalpa, de piel
canela y ojos azules intensos. Era además de guapísima, jovial y de expresión
chispeante, y esto último me cautivó.
Había cometido el primer error al relacionarme con
alguien relativamente desconocida y sin conocer su tradición familiar, entre
otras cosas. Siguiendo las prácticas urbanas procedí a citarla para el día
siguiente. Ella me indicó que le parecía bien y que el encuentro sería en el
parque central, que era un sitio utilizado por sus hermanos para reclutar
trabajadores jóvenes para recoger café.
A las diez de la mañana uno de los hermanos de Gabriela
había llenado un camión con muchachos y se los llevó inmediato para la finca.
Ahí quedaron a la espera de otra oportunidad unos ochos
señores de entre cincuenta y sesenta años, que por su edad no fueron
reclutados, pero que siempre aparecía alguien que los contratara para otros
menesteres menores.
Apenas nos habíamos saludado con un abrazo y un beso en
la mejilla, cuando oímos alguien que hablaba dando gritos, y profería palabras insultantes. Era uno de los Castellón
Montenegro, hermano de Gabriela. El
joven Castellón Montenegro amenazaba con
cortarme la cabeza con un machete por haber cometido la osadía de abordar y ahora besar a su hermana sin su
consentimiento ni el de su familia.
Aprendiz de toro de lidia
Los señores mayores estaban tratando de calmarlo, pero
aquello parecía labor imposible. Uno de los mismos que estaba sentado en una banca, al que todos conocían
como don Alcides le dijo de manera muy pausada, pero señor Castellón Montenegro, si el caballero le dio el beso y ella aceptó es que
está de acuerdo. ¿No le parece?
El joven
Castellón Montenegro dio un gran brinco hacia
adelante y blandiendo el machete de manera amenazante increpó a don Alcides.
Mirá viejo descocido, hijo de la gran puta, vos quien sos para opinar sobre la
conducta de un Castellón Montenegro. Es que acaso no sabés que en esta región los Castellón
Montenegro son la única gente que existe, y el
resto son peones o cerotes mal cagados como vos?.
Mirá lengua de chancho eléctrico, hoy saliste premiado
porque en lugar de una cabeza voy a cortar dos. A vos te voy a cortar, además,
tu cochina lengua, para que tu maldita familia la guarde como trofeo de
charlatán de zanjones.
Se hizo un silencio, y Gabriela aprovechó para decirme
que saliéramos rápido de ese lugar porque en ese pueblo lo que sus hermanos
dicen se hace. Después de dudar un instante le solicité a Gabriela que se
retirara que yo me quedaría en el mismo lugar, a menos de diez metros.
Todos los señores pedían clemencia para don Alcides, pero
la decisión estaba tomada, así que su cabeza y su lengua no tardarían en caer
bajo el filoso machete manejado diestramente por un Castellón
Montenegro, que en aquel pueblo era sinónimo de
matar en defensa propia.
Era una relación desigual, el joven Castellón
Montenegro con un metro noventa, fornido,
musculoso, de unos veinticinco años, y en posesión de un gran machete afilado.
El adversario era un señor de casi sesenta años, extremadamente delgado, algo
jorobado, con un machete pequeño, aunque afilado y con mucha punta.
Salgan de adelante, no estorben, viejos de mierda, que le
voy a dar una lección bien merecida a este rotoso, muerto de hambre, cara cagada. Don Alcides se puso de pie, y esperó impávido que su
cabeza volara por los aires.
Antes que el joven Castellón Montenegro le diera el primer machetazo don Alcides logró tirarle
una piedra con gran fuerza directa a los anteojos de aumento, que volaron
hechos trizas. Sin sus anteojos el joven Castellón Montenegro casi no veía. Entonces, cual fiera enjaulada comenzó a
lanzar machetazos muy peligrosos pero que no alcanzaban a don Alcides.
Finalmente logró arrinconar a don Alcides junto a su
camioneta, y así poder asestarle el machetazo de gracia. Se lo lanzó directo al
brazo derecho para cortárselo en dos, pero se encontró con una sorpresa. Don
Alcides, que era un maestro en el manejo
del machete, había puesto la punta del machete hacia el codo, a lo largo del
antebrazo, y lo agarraba firme del mango. El violento machetazo del joven
Castellón Montenegro se fue a estrellar con la hoja
del machete que cubría el antebrazo de don Alcides. El machete del joven
Castellón Montenegro voló por los aires. Don Alcides
al verlo desorientado, con agilidad felina procedió a cortarle de cuajo una de
las orejas y mientras el joven Castellón Montenegro procuraba parar la sangre con una mano y con la otra
buscaba su pistola, don Alcides le cortó la otra oreja. Acto seguido le clavó
con mucha presión el machete a la altura de la clavícula tal como si fuera un
toro de lidia. Luego recogió las sangrantes orejas así como el machete del joven
Castellón Montenegro y desapareció con paso sereno.
Días después le enviaría al joven Castellón Montenegro el
mensaje siguiente:”lanzar machetazos es
una cosa, y manejar el machete es otra, además, le regreso las orejas porque
dice mi familia que no las aceptan porque están sucias por falta de jabón”.
Conociendo nuevos horizontes en puertos de montaña
En lo personal permanecí resguardado en la estación de
policía durante una semana en que llegaron las autoridades de la Universidad a
rescatarme.
Me asignaron a otra región, con puerto de montaña, y
cerca del mar Caribe.
Tenía claro que después de la experiencia anterior debía que ser cauteloso, muy cauteloso.
Solicité a las autoridades de la Universidad se me
autorizara incluir entre las actividades académicas la descripción del
funcionamiento del llamado puerto de montaña, que no es más que un mercado
rural en la montaña, y ellos
aceptaron.
Un
mercado de montaña como el de referencia, es un centro de comercialización en
medio de la montaña, en los confines de la frontera agrícola. Prácticamente no hay
carreteras, sino caminos en regular y mal estado.
Se trata
de un entorno con escasa seguridad ciudadana, en donde la ley y el orden muchas
veces pasan por lo que se conoce como “justicia por la propia mano”. No es el
propósito del relato el profundizar en estos aspectos, pero, basta un ejemplo
en el que fui testigo. Un campesino del lugar cambió a su hija de 16 años por
tres sacos de frijoles y una yegua, y yo los encontré brindando muy contentos
ambas parte por el negocio. Ese es el entorno de un mercado de montaña.
Para
evitar incidentes y muertes en el mercado de montaña estaban prohibidas las
armas, las que se depositaban en el portón de entrada del mismo. También había
un galerón especialmente preparado para los que se pasaban de tragos y cometían
insolencias. Ahí se les recluía hasta que estuvieran frescos.
El funcionamiento de este mercado estaba bajo la
supervisión de su dueño, un señor de unos 60 años, llamado Alcides, que me recordaba a los tantos trabajadores de la finca
de mi padre, de ahí que su rostro me parecía familiar, y eso me daba ánimo ya
que no conocía a nadie en esa región. La parte operativa estaba bajo la
responsabilidad de cuatro de sus hijos y treinta nietos.
Ricardo, su hijo mayor era el encargado de los préstamos
de dinero, es decir, era el prestamista del puerto de montaña. Tarea que
compartía con Don Alcides.
Alfonso era el responsable de las bodegas con techo y sin
techo, incluyendo corrales, jaulas y un cuarto especial repleto de hielo para carnes y quesos.
Rodrigo era el propietario de las bestias de carga que se
alquilaban, tales como mulas, caballos y bueyes. También alquilaba motos,
camionetas y camiones.
Asdrúbal controlaba auxiliado por treinta de los nietos
de don Alcides, los hospedajes, comedores, bares, cantinas, salas de juego y
los tres prostíbulos del lugar.
Don Alcides (el abuelo como se le conocía) era el jefe de
todo, y dedicaba gran parte del tiempo a la compra de productos en la montaña,
como cerdos, vacas, aves, huevos, granos, y desde siempre ejercía la función de
prestamista en la profundidad de la montaña.
Don Alcides vestía de manera muy sencilla y bastante
descuidada, de manera que aquellos que no lo conocían le confundían, a veces,
con un pordiosero rural.
Por suerte estábamos a unos 300 km. del lugar del
incidente, pero no era extraño que hasta allí llegara la familia Castellón
Montenegro a hacer justicia por su propia mano, y
de paso se encargaran de mi cabeza, que era un asunto pendiente, de manera, que jamás
dejé de andar armado, aunque con mucha discreción.
A este puerto de montaña se le conoce como “mercado Los Descalzos”,
porque al principio, ni don Alcides ni sus hijos usaban zapatos, hasta que una
culebra le mordió un dedo del pie derecho a don Alcides y hubo que cortárselo. Esa es
la razón por la que Don Alcides cojeaba al caminar.
El puerto de montaña en acción
El mercado funcionaba cada quince días durante dos días,
que casi siempre llegaba al tercer día. La mercancía ingresaba desde la montaña
y la capital departamental.
La mercancía de la montaña consistía en animales como
cerdos, vacas, caballos, gallinas, y los conocidos como animales de monte o sus
pieles. También granos, frutas y quesos. De la capital departamental llegaban
artículos de origen industrial como aceite, sal, jabón, azúcar, café, arroz,
entre otros, incluyendo licor.
La mercancía de la capital departamental se despachaba
desde los propios camiones.
El primer día, desde la madrugada comenzaban a llegar
desde la montaña largas filas de mulas y caballos, que traían de todo. La
mayoría de los campesinos venían caminando. Cerraban la fila cuatro o cinco
montados portando armas largas, dado que el territorio se presta para el
bandolerismo rural. Hay que tomar en cuenta que regresaban con otro tipo de
mercadería escasa en la montaña.
El primer contacto de la gente de la montaña era con
Alfonso que garantizaba bodegas con techo y sin techos, corrales y cuartos con
hielo para quesos y carnes.
El segundo contacto era con Rodrigo que garantizaba el
alojamiento y alimentación para las bestias, y les vendía más bestias si las
necesitaban. También Rodrigo tenía bajo su responsabilidad el alquiler de
camionetas y camiones hacia la capital departamental.
El tercer contacto lo hacían con Asdrúbal que garantizaba
alojamiento, alimentación y esparcimiento para las personas. Específicamente se
trataba de recepción de los viajeros en hospedajes de diferente calidad,
comedores, bares y cantinas.
Había todo un sistema de estímulos para el cliente. Para
los que se alojaban en cualquiera de los hospedajes, la primer comida en
cualquiera de los cinco comedores era gratis. Con un consumo superior a los
cinco dólares en cualquiera de los dos bares tenía derecho a dos tragos gratis
en cualquiera de las cinco cantinas. Finalmente, si gastaba en fichas de juego,
más de cincuenta dólares tenía derecho a un servicio sexual con cualquier mujer
de los dos prostíbulos existentes.
Había bastante trueque entre los campesinos, pero lo más
usual era la venta al contado. Los compradores venían de los departamentos
cercanos y eran trasladados a mitad de precio por camiones de “Los Descalzos” debidamente
acondicionados para pasajeros y carga.
Entre compradores y vendedores se reunían en estos dos
días unas mil personas.
Las esposas de Rodrigo y Alfonso eran las encargadas de
alimentar los cerdos y otros animales que no habían sido vendidos y que eran
comprados a precios irrisorios por Rodrigo, el que también oficiaba de
prestamista.
Finalicé mi pasantía en un año completo. Debo confesar
que quedé maravillado con la unidad familiar de hijos y nietos de Don Alcides.
Unido a ello admiré la habilidad para organizar este tipo de negocios, con
formalidad y eficiencia.
A veces me preguntaba cómo habría hecho Don Alcides para
financiar los inicios de este mercado de montaña. El siempre respondía que todo se había hecho con sacrificio y disciplina.
De sorpresa en sorpresa
Regresé a la capital y seguí viéndome con Gabriela de
manera discreta. Me comentaba que su hermano había quedado muy afectado y con
depresión profunda. Que no volvió a cruzar los límites de su finca, y eludía
ser visto por extraños.
Un día que estaba en la barbería cortándome el cabello
recibo una llamada urgente de Gabriela que me decía que fuera de inmediato a su
casa. Parecía muy agitada.
En unos quince minutos estuve en su casa. Antes de
descender del carro, guardé discretamente mi pistola debajo de la camisa,
porque no sabía lo que me esperaba. Mi sorpresa fue mayúscula, ahí estaban dos
de los hermanos Castellón Montenegro, a los que no conocía. Lucían nerviosos y con gran ansiedad.
Gabriela nos presentó y les solicitó que ofrecieran su
relato.
Dijeron que llegaron a la hacienda de los Castellón
Montenegro, dos oficiales de policía, con un
mensaje judicial dirigido a Marlon Antonio Castellón
Montenegro, es decir, al hermano mayor de
Gabriela, a quien le habían cortado las dos orejas.
“Señor Marlon Antonio Castellón
Montenegro favor presentarse a este despacho por
asunto herencia de un millón de dólares que le ha dejado al fallecer el señor Alcides Aguinaga Ballesteros, dueño del puerto de
montaña “Los Descalzos”,
ubicado en este municipio. Se le recuerda, que la citatoria tiene carácter
obligatorio bajo apercibimiento de ley”.
El juez agregaba de manera manuscrita que Don Alcides le
dejaba esa herencia en compensación por haberle cortado las orejas.
Allí estaban los dos hermanos y su misión era llevarme a
ese puerto de montaña, ya que Gabriela sabía que yo había estado ahí. Una vez
allí debía reconocer al señor Alcides para ver si era la persona que le había
cortado las orejas a su hermano, y si no se trataba de una trampa . En el
momento recordé que yo había tomado fotos con el celular en el incidente y
luego guardé las fotos en la computadora, que por suerte la andaba en el carro
así que ahí mismo identificamos a Don Alcides en el incidente y el que yo
conocí como dueño del puerto de montaña y no cabía la menor duda que era la
misma persona.
Desde ese momento noté a Gabriela algo contrariada,
porque insinuaba que si tenía capacidad para identificarlo en la foto, como fue
no lo identifiqué durante el año que permanecí en su casa. Incluso, medio en
broma, y medio en serio me preguntó si él era el que me había invitado a hacer
mi práctica en su puerto de montaña. Preferí no responderle, pero la noté
tensa.
La cabeza me daba vueltas y recordaba que Don Alcides me
decía que tuviera calma que un día cualquiera me contaría en detalle como hizo
su riqueza y luego irrumpía en risas, lo que me desconcertaba.
Ahí nomás a unos cincuenta metros estaba el helicóptero
de los Castellón Montenegro, así que fui rapidito hasta mi casa, aseguré las puertas, le di alimentación y agua a Cleo, mi perra pastor
alemán, que me había regalado Gabriela. Por cierto que también me había llegado una citatoria para presentarme ante el
mismo juez y causa.
Regresé para cumplir la misión y en dos horas estuvimos
en el puerto de montaña. Allí esperaba un mandador que nos indicó el nombre del hotel al que debíamos
dirigirnos en la capital departamental.
Estaban esperándonos el Comisionado de Policía y cuatro
oficiales, el juez único, dos abogados y los cuatro hijos de don Alcides.
Nos presentamos y el juez dio lectura primero a un acta
resolutiva firmada por él y de ineludible cumplimiento.
El acta era escueta, y se complementaba con el otro
escrito: A continuación lo medular:
Acta: “Testamento. Yo Alcides Aguinaga Ballesteros, mayor
de edad y de este domicilio, en plenas condiciones para testar digo: 1. Dejo un
millón de dólares para mis hijos Ricardo, Asdrúbal, Alfonso y Rodrigo, todos de apellido Aguinaga Sandoval.
2. Ochocientos mil dólares al señor Marlon Antonio Castellón Montenegro en
compensación por lesiones causadas en un incidente que tuvo con mi persona en
el que perdió sus dos orejas. 3. A Rigoberto Larthegui Figueroa, mi nieto,
quinientos mil dólares y todas las acciones en sociedades de caballos de raza
que están a mi nombre en Honduras , Guatemala y Nicaragua, y que están
debidamente legalizadas en Nicaragua”.
Luego el Secretario procedió a leer una extensa carta de puño y letra de don
Alcides escrita seis meses antes de morir. Ahí se explicaba con lujo de
detalles el origen del capital de don Alcides. Dado que me entregaron una copia
cito textual algunos de los párrafos más sustantivos.
Un manuscrito para recortar y encuadrar
“Allá por mediados de 1975 me encontraba de cacería con
un amigo de la niñez que vivía refugiado en la montaña huyendo de las
autoridades por un hecho de sangre de que se le acusaba.
Ese día no habíamos cazado nada, y comenzaba una gran
tormenta, cosa bastante desagradable en aquella montaña con vista al mar.
De pronto aquel temblor y aquel montón de piedras de
todos los tamaños que venían desde la cúspide a una velocidad tremenda.
Demetrio, mi amigo quiso resguardarse en una barranca con tal mala suerte que
ahí mismo se desprendió una gran roca que le aplastó la cabeza.
Ahí estuve llorando con tristeza y desesperación. De
pronto miro hacia donde se desprendió la roca y veo una especie de caldero con
tapa de hierro, es decir era una inmensa olla de hierro fundido. Me acerqué y cuál fue mi sorpresa al levantar aquella
pesada tapa del caldero u olla
que estaba repleto de lingotes de oro puro.
Dos veces me lavé la cara, para convencerme que no estaba
soñando. Yo mismo me pedí calma. Tomé el cuerpo de mi amigo, lo doblé a como
pude y le di sepultura en el hueco que había dejado la roca que lo mató. Luego
rellené el hueco con arena, tierra y piedras.
Según pude saber en toda la costa Caribe hubo incursiones de piratas, que cometían delitos de diverso tipo. No
puedo asegurar que fueran piratas, solo comento que hacía bastante tiempo que
la habían enterrado. Olvidaba decir que cuando quise profundizar el hueco para sepultar a mi
amigo encontré un cráneo humano y otros huesos lo que me hizo suponer que eran
restos de alguien que fue asesinado para no revelar el secreto.
Realicé cinco viajes a mi ranchito para cargar los
lingotes de oro.
Hice un pozo cuadrado de un metro y medio de profundidad.
Lo revestí de piedras. Luego con mucha paciencia forré el pozo con madera de caoba totalmente seca. En el piso
puse una losa de piedra de aproximadamente un metro cuadrado. En el centro
ubiqué el famoso caldero u olla con los lingotes de oro.
Encima le puse otra losa de piedra y luego todo lo rellené con tierra, bien
apisonada. Al poco tiempo estaba
cubierto con maleza, porque aquí la tierra es muy fértil.
Tardé un año reflexionando acerca de la manera de
convertir aquel oro en moneda comercial del país, aunque sabía
que lo más práctico era transformarla en dólares.
Una mañana casi al amanecer los perros ladraron con mucha
insistencia, y luego llegó una voz pidiendo auxilio. Era un hombre
relativamente joven con el pie derecho quebrado y con un balazo en el antebrazo
derecho.
Me pidió auxilio y me prometió que me pagaría lo que le
pidiera. Efectivamente tenía buenos recursos porque cargaba consigo un saco de
lona casi lleno de fajos de billetes de cien dólares.
Haciendo uso de toda mi experiencia acumulada en mi vida
de montaña extraje la bala y con hierbas de todo tipo logramos que el hueso se
soldara. Uno de los primeros días le entró una fuerte calentura y
perdió el conocimiento. Le di licor y volvió en sí. Entonces me dijo, amigo, no
sé si salgo de ésta, así que por favor escúcheme. Si me muero avise a mi
familia al teléfono que quiero anote. Sepa que no soy contrabandista, ni narco,
soy minero esmeraldero, es decir me ocupo de la producción y venta de esmeraldas
en las selvas de Colombia. Puede decirse que soy un esmeraldero bastante fuerte.
Al
principio quedé preocupado, pero luego el hombre se recuperó. Al mes ya podía
caminar. Había sido militar de caballería y era especialista en el manejo de
sable. Fue mi maestro en el uso del machete, al extremo que me enseñó a usarlo
de manera magistral con ambas manos.
Sus
consejos siempre los he tenido en cuenta, como el no usar un machete grande
porque se me puede escapar de la mano. Uno pequeño, decía, con mucho filo y
buena punta, y siempre mantener las piernas bien abiertas y el cuerpo de
perfil.
Yo había encontrado la solución para más o menos la
tercera parte de los lingotes de oro. Los desenterré y las empaqué. Le expliqué
con mucha calma lo que había ocurrido y luego le ofrecí esa parte de los
lingotes por el saco de dólares. Le
presenté un trozo de lingote, y él de sólo tocarlo dijo que era oro puro. No
hay que olvidar que era un minero de piedras preciosas. El sujeto no dudó y
cerró trato, porque decía que yo le había
salvado la vida y eso no tenía precio.
A los
dos meses le estaba dando de alta al famoso colombiano. En dos mulas lo
trasladé con sus lingotes hasta la costa
Caribe en donde le esperaban en una lancha.
A los tres meses regresaría con dos millones de dólares y
se llevaría el resto de los lingotes. Esta vez llegó en helicóptero, y le acompañaban dos sujetos armados
hasta los dientes.
Ese hombre me tenía tal estima que durante casi una hora
no hubo promesa que no me hiciera para que me fuera con él a las selvas de
Colombia y ahí me nombraría gerente de una de las principales minas de
esmeralda. Ante mi negativa se despidió
con un prolongado y fuerte abrazo al tiempo que me entregaba el famoso número
de teléfono de su familia para que le llamara en cualquier emergencia”.
“En
relación a los dólares, algo más de dos millones lo encontrarán en el lugar que les indico en el mapa de abajo, en donde
fue mi antiguo ranchito en la montaña. Como comprenderán nunca arriesgué más de
la cuenta para que nadie desconfiara, es por eso que siempre vestí
sencillamente y ni siquiera nunca tuve un vehículo.
De esta suma, un millón es para mis cuatro hijos Ricardo,
Rodrigo, Alfonso y Asdrúbal todos ellos Aguinaga Sandoval. Otros
ochocientos mil dólares para el señor Marlon Antonio Castellón Montenegro a quien le corté sus dos orejas en un confuso incidente
cuando hacía gestiones de prestamista en las proximidades de su finca. De esto
es testigo de cargo el Ingeniero Agrónomo Rigoberto Larthegui Figueroa.
He sabido del estado de ánimo del señor Castellón
Montenegro al sentirse sin orejas, así que con
este millón de dólares quisiera compensar el acto cometido aunque no me siento
culpable en absoluto porque actué en legítima defensa de mi nieto.
Gran
parte del restante millón de dólares lo invertí en el puerto de montaña y en
varias fincas distribuidas en toda la región, dedicadas exclusivamente a la
cría de caballos de raza que comparto en sociedad con empresarios hondureños y
guatemaltecos. Todas estas sociedades están debidamente legalizadas y mis
acciones pasarán enteramente a mi nieto Rigoberto. Mi nieto es Rigoberto
Larthegui Figueroa, hijo de Camila Figueroa y de un Hondureño de origen vasco,
socio mío en la crianza de caballos de raza.
También
a Rigoberto le dejo quinientos mil dólares en compensación por el daño causado a
su abuela Raquel Figueroa y a su mamá Camila Figueroa al abandonarlas a su
suerte en territorio hondureño. Camila lleva el apellido de su mamá a la que
embaracé y luego en una historia que no quiero mencionar la encomendé a unos
finqueros hondureños”.
Acto seguido el Juez selló el acta firmada y el mandato
de cumplir lo estipulado ahí.
Los hermanos Castellón Montenegro estaban atónitos y radiantes al mismo tiempo.
Me quedé en el hotel acompañando a los hijos de don
Alcides, es decir, a mis noveles tíos, para explicar en detalle todo lo ocurrido en el incidente de don Alcides
con Marlon Castellón Montenegro.
De ahí me fui a la finca de mi padre, para aclarar
la relación de mi madre con mi
abuelo. Para eso le solicité a Gabriela que
atendiera a mi perra Cleo.
Mi madre
envuelta en llantos me confesó que
habían hecho un acuerdo con mi abuelo, que por el pecado cometido por él de
haber regalado a su madre y a ella, no tenía derecho a reconocerme públicamente
como nieto. Don Alcides (mi abuelo) respetó el acuerdo y esa es la razón por la
que nunca me enteré que era mi abuelo, además que jamás llegó a mi casa.
Ella me
entregó una carta de mi abuelo en donde explicaba la razón por la que estaba sentado
en la banca del parque. El mandador de los Castellón Montenegro le había
informado a mi madre de lo que estaba dispuesto a hacer su patrón, cosa que ya
había expresado en las fiestas de San Juan. Mi madre localizó a mi abuelo y lo
alertó. Esa es la razón por la que estaba en el lugar indicado en el momento
indicado.
También
en el final de la carta, a manera de aclaración, me abuelo comenta que no
regaló a mi abuela embarazada, sino que la llevó a una finca de unos amigos en
Honduras y se las encomendó. Regresó a los treinta años, cuando mi abuela
agonizaba de una enfermedad terminal. Su última voluntad fue que mi abuelo se
llevara a mi mamá que a la postre era su hija. Fue mi abuelo quien le compró a
mi mamá las varias fincas dedicadas a la crianza de caballos de raza que tiene
actualmente.
El
diálogo con mi madre me dejó agotado, con más interrogantes que respuestas, de manera
que decidí dormir un poco.
En lo
mejor del sueño me llamó telefónicamente Gabriela. Con voz entrecortada me comunicó que su hermano Marlon Antonio se había suicidado. Desde
que recibió la información de la herencia de los
ochocientos mil dólares había entrado en una
depresión profunda de la que se recuperó solamente para dispararse con su
pistola calibre 45 en el oído derecho.
De los
ochocientos mil dólares ya no tengo deseos de
hablar, pero lo que puedo asegurar es que el pleito ha pasado por diez
juzgados, ya que en una parte del testamento decía que si el señor Marlon Antonio Castellón Montenegro no los aceptaba como compensación o los rechazaba,
automáticamente ese dinero pasaba a sus hijos Rodrigo, Asdrúbal, Alfonso
y Ricardo.
En
realidad, ni siquiera desempacó los ochocientos mil dólares, así que los hermanos
Aguinaga emprendieron batalla legal de la cual prefiero no informarme.
Gabriela tuvo una reacción retardada y llegó a la
conclusión que yo también era culpable de la muerte de su hermano Marlon
Antonio. Rompió definitivamente su relación conmigo y se fue para España y
según me han comentado vive allí con su madre, que es española.
Un año
después me enteré que Gabriela había
obtenido información fidedigna, de parte de mi tutor de tesis, que
efectivamente mi abuelo había solicitado que se me asignara para la realización
de mi práctica en su mercado de montaña, pagando por adelantado todos los
gastos de mi estadía, cosa que por otra parte yo creía que se le había pasado
por alto a la administración de la universidad que nunca notificó de la deuda a
mis padres.
De
Gabriela lo que puedo decir es que tuvimos una relación intensa en el año y
medio que nos conocimos. Por suerte ya logré sacar su foto de mi mesa de noche,
porque sus ojos azules y su mirada intensa me dejaban deprimido. Los sicólogos
ya me recomendaron la lectura de varios libros, pero la pregunta me sigue
asaltando y es, ¿cómo lograré quitármela de mi corazón, de mi piel y de mi
respiración? .
Juan Carlos
Santa Cruz Clavijo
Nindirí, junio
25 de 2012
Breve perfil
de los personajes del relato
Regalando hijos
y cobijando nietos en los confines de un puerto de montaña
ü Alcides
Aguinaga Ballesteros. Dueño de un puerto
de montaña. Millonario con aspectos de pordiosero rural. Personaje central del
relato.
ü Rigoberto Larthegui
Figueroa. Nieto de Alcides Aguinaga y uno de los personajes centrales.
ü Camila
Figueroa. Hija abandonada por Don Alcides Aguinaga. Madre de Rigoberto
Larthegui.
ü Raquel
Figueroa. Madre de Camila Figueroa y antigua esposa de Don Alcides.
ü Rodrigo, Ricardo,
Asdrúbal y Alfonso Aguinaga Sandoval, hijos de Don Alcides Aguinaga.
ü Gabriela
Castellón Montenegro. Novia de Rigoberto Larthegui .
ü Marlon Antonio
Castellón Montenegro. Hermano de Gabriela.
ü Demetrio. Amigo
de cacería de Don Alcides.
ü Hombre
Colombiano. Sospechoso personaje, dueño de minas de esmeraldas en Colombia.
ü Cleo. Perra
pastor alemán propiedad de Rigoberto.