El CNU y la
mediocridad universitaria en Nicaragua
25 octubre de 2016
Juan Carlos Santa Cruz
Clavijo*
Uno de los grandes aportes que históricamente han
hecho las universidades es enseñarnos a ordenar las ideas, pensar, acumular conocimientos
y confrontar la teoría con la práctica. Las carreras universitarias generan
niveles de especialidad al grado de formar profesionales en las más diversas
disciplinas.
Quienes egresan de las universidades tienen casi
siempre la intención de ejercer la profesión, de contribuir con sus
conocimientos al desarrollo de la sociedad. Si lo anterior es cierto debería
corresponderse con la calidad del producto de estas universidades, es decir de
la calidad de los egresados de las universidades de Nicaragua.
Existen ciertas dudas al respecto, porque el CNU ha
aprobado universidades como quien autoriza la existencia de pulperías. El
procedimiento para con conformar una universidad a grandes rasgos consiste en
reunir cierto capital para local, la mínima infraestructura, resto de
mobiliario y equipo. Luego se gestiona el visto bueno del CNU, que exige
ciertos requisitos como misión, visión, objetivos, pensum de cada carrera, y
otros elementos afines.
Como es sabido, la inmensa mayoría de las más de 40
universidades aprobadas, funcionan con mano alzada, es decir, que sólo
requieren de pizarra y marcador. No necesitan laboratorios y demás áreas
especializadas de la investigación científica. Y cuando existen dejan mucho que
desear.
Hay ciertas opiniones académicas que sostienen que el
CNU ha contribuido a abrir una gran puerta a una especie de sector informal de
la enseñanza superior, en el sentido de devaluar sensiblemente la calidad del
producto. Por supuesto que no me refiero al 100% de esas universidades, porque
las hay quienes hacen buenos esfuerzos.
Se ha creado una especie de maquinaria para generar
egresados. A lo anterior hay que agregar la falta de oportunidades para el
ejercicio profesional. Hay un verdadero círculo vicioso al estudiar una carrera
y luego no poderla ejercer.
Es de imaginar el estado de ánimo, el nivel de
frustración de estos egresados que no han podido coronar su sueño profesional,
agregando a ello que luego tienen que trabajar en cualquier cosa, incluso a
veces soportar serias dificultades para insertarse en el mercado laboral.
Entonces, las más de 40 universidades privadas, y
parte de las públicas, que debieran tener una visión de futuro, están haciendo
lo contrario. Continúan formando profesionales a sabiendas que no tienen
posibilidades de ejercer.
Parecería que funcionaran como una gran fábrica textil
que produce y produce. Con la diferencia que la industria textil no opera si el
mercado no tiene capacidad de absorber su producción. En cambio, las
universidades siguen produciendo egresados porque cada familia es un centro de
ilusiones y expectativas.
Los egresados no se presentan en el mercado como lo
hace la producción textil con miles y miles de toneladas. Ellos operan de
manera individual, casi desapercibidos, y muchos de ellos ocultando su
frustración en el seno de su familia.
Cabe entonces una opción (además de las consabidas del
subempleo), es la migración. Su categoría de migrante será similar a la de
miles de jóvenes que trabajarán en lo que venga.
En cada egresado universitario que migra el país
pierde una considerable inversión de unos 25 a 30 mil dólares que costó la
educación de ese egresado. De manera que hablamos de una triple sangría al
país, la del profesional como tal, la inversión que hizo su familia, y la
pérdida de un cuadro joven con todas las energías y potencialidad para
insertarse en el mercado laboral.
Habría que preguntarse por la capacidad que ha tenido
el Estado y el CNU en la formulación de políticas realistas acerca del quehacer
profesional. Habría que preguntarse en dónde están los esfuerzos por adaptar
nuestros recursos humanos calificados a la realidad del país.
También habría que preguntarse de quién es la
responsabilidad, mayúscula, de aprobar en cada universidad que se oficializa,
ciertas carreras que están absolutamente saturadas de sus profesionales en el
mercado, tal es el caso de administración de empresas y derecho. No hay que
hacer mayor esfuerzo para ver a estos licenciados en administración de empresas
en los servicios de atención al cliente en los bancos, empresas telefónicas,
call center, etc, cuando se sabe que para el correcto desempeño de esas tareas
se requiere un bachiller con ciertos conocimientos en computación e inglés. Por
ahí andan egresados de administración turística y hotelera sin saber una gota
de inglés, y ni soñar de mandarín.
Es cierto que hay dificultades para la formulación de
estrategias de desarrollo agropecuario, para absorber profesionales de ese
ramo, aunque es sabido que estas carreras no tienen tanta demanda.
Nos encontramos por un lado, con la debilidad de las
políticas públicas, y por otro la cultura histórica arraigada en las familias
de que para triunfar en la vida hay que ser licenciado. Es casi una ofensa
hablar de desarrollo tecnológico, y más problemático aún abrir un frente de
especialistas en torno, mecánica automotriz, electrónica, maestro de obras y
las demás especialidades desarrolladas por los Tecnológicos, que son las
carreras técnicas que siempre se involucran de lleno en el desarrollo de los
países.
La reflexión es que no tenemos derecho a seguir
frustrando a la juventud a cambio de ganar cierto dinero inaugurando
universidades de garaje las que luego de sacar egresados de regular calidad,
les siguen "instruyendo" bajo el rótulo del negocio de los pos
grados, cuyo nivel se parece al contenido de una licenciatura de una
universidad de buena calidad.
Para muestra un botón. La Universidad de León tiene un
sillón para cada estudiante de odontología, la pregunta es cuál es esa relación
en una universidad privada. Lo mismo que estudiantes de medicina que quieren
hacer prácticas profesionales en el Minsa y carecen de los conocimientos
básicos. Lo mismo que ingenieros contratados en empresas de construcción y para
su vergüenza les ponen como tarea el trabajar con los albañiles para saber de
que se trata el asunto.
Hace un par de meses hablaba un señor del Consejo de
Universidades privadas y decía con total autosuficiencia que en sus
universidades mandan ellos y que ningún loco de la Contraloría General de la República
les iba a decir lo que tenían que cobrar para otorgar un título. Es cierto
ellos son expertos mercaderes de la enseñanza, aunque no todos.
En suma, en toda esta crisis de la enseñanza superior
el CNU tiene una inmensa cuota, y las cosas no cambiarán mientras siga
engavetada la ley que está en la Asamblea Nacional, pero lamentablemente
influye un Diputado dueño de Universidad privada.
Creo que es tiempo que el CNU haga un alto en su
somnolencia y asuma una actitud menos cómplice con la mediocridad. También el
Ejecutivo aprovechando el nuevo periodo de Gobierno debería poner más atención
en los miles y miles de dólares que se están botando al producir profesionales
para que migren, o vendan agua helada.
*Catedrático universitario