lunes, 14 de febrero de 2011

RELATOS RURALES......:CULPABLE SI, ARREPENTIDO NO

VIERNES 11 DE FEBRERO DE 2011


RELATOS RURALES PARA DORMIR CON UN OJO ABIERTO: Culpable si, arrepentido no.

 

POR ACLARACIÓN, CULPABLE  SI, ARREPENTIDO NO.

Juan Carlos Santa Cruz . 2005.

Tuvimos mucho tiempo para hablar en las largas noches del norte en donde visité en varias oportunidades allá en las ciudades de Artigas y Rivera , en Uruguay y posteriormente en la ciudad de Pelotas en Brasil, a este singular personaje al que bien le cabe la identificación de “culpable pero sonriente”. Nos referimos a  Rui Mauro Pereira Das Neves Mota, conocido por todos como Seu Rui Mauro. El es uno de los personajes centrales de este relato, pero sólo adquirirá notoriedad en la fase final.
Después de  estar años preso en las cárceles de Uruguay y luego en Brasil,  haber reivindicado su arrepentimiento y ganado el reconocimiento público de todos los sectores sociales encabezados por la iglesia quería dejar clara su versión de los hechos. Poco le interesaba a Seu Rui Mauro lo que pudiera decir la gente, pero en tal caso estaba convencido de que lo dicho de él después de muerto y sin ningún documento ni testigos no iba a hacer cambiar de parecer a los que se lucraron con sus “bondades”. Seu Rui Mauro era víctima de una enfermedad terminal y cansado de su sepulcral silencio accedió a hablar y develar un misterio del que se tenía pistas, pero que nunca pudo comprobársele.
Recuerdo que uno de los periodistas que estaban en esta entrevista le preguntó, y para que dice todo esto Seu Rui Mauro, si era mejor tener la versión de santo varón que todos tienen de usted. Muy sencillo, quisiera dejarlo de herencia para las nuevas generaciones, porque ésta no entendió nada, que cuando “ la limosna es grande hasta el santo desconfía”. Es decir, hay que desarrollar la inteligencia y no dejarse llenar de regalías, adulaciones, arrepentimientos exagerados, y  hacer coro para que los otros crean porque de esa manera todos nos seguimos beneficiando con el rico arrepentido de haber sido malo, pero que ahora ya no lo es. Por supuesto que hay arrepentidos de verdad, pero yo quiero dejar bien claro, al pie de mi tumba, y por aclaración culpable si, arrepentido no. Y finalizó con otro dicho, de los acostumbraba a acompañar en sus relatos “cuando el río suena, piedras trae”.
Podría  decirse que este relato no se aleja de la vida típica del mundo rural ganadero, ubicado concretamente en  varios parajes de los Departamentos  de Treinta  y tres , Cerro Largo y Rocha , todos en Uruguay y  Rio Grande del Sur en Brasil.
La dispersión se debe a que Don Teótimo Secundino Pereira Das Neves Silveira era un hacendado de origen brasileño que poseía alrededor de 25 mil hectáreas de tierra, más o menos la misma cantidad de vacas y alrededor de 40 mil ovejas. También poseía varias canteras de piedras de cal y cuatro grandes arroceras. Como es de  imaginar, su palabra era casi siempre una especie de ordeno para los habitantes de los alrededores de sus estancias. Don Secundino era el padre de Rui Mauro,  éste era su hijo mayor. Acerca de Don Secundino  hablaremos en nuestra primera parte del relato y de Rui Mauro en la segunda.
Don Secundino tenía tres estancias grandes, una en Cerro Largo dedicada plenamente a la ganadería, otra en Treinta y Tres con ganadería y minas (canteras) de cal, y otra en Rocha con ganadería  y arroceras. En cada una de ellas tenía su casa con todas las comodidades.  Las casonas eran similares, hechas todas de piedra, de tipo colonial, con sus habitaciones dispuestas en forma de cuadro. Diez dormitorios,   cinco baños, despensa, una gran sala con retratos familiares de 30 centímetros cuadrados,   tres salas con relojes de pared que sonaban sus campanas cada hora y daban doce campanadas al medio día. También había cuatro pasillos de diez metros cada uno. El patio totalmente cubierto por parrales (vid), con uvas rojas y blancas y que proporcionaban frondosa sombra.
Es innecesario detenerse en tantos detalles ya que el relato del estilo de vida en las estancias es muy antiguo, y tampoco es el propósito .
Don Secundino era gordito, de baja estatura. Vestía siempre de la misma forma, camisa cuadrada de manga larga, pañuelo al cuello, bombacha café (pantalón de montar), sombrero gris de paño, bota alta color café con espuelas medianas, cinturón ancho con un espacio para guardar el dinero, otro para llevar su revólver, 38, calibre largo,  Smith Weson, especial. Asimismo  llevaba seis tiros de repuesto, y un puñal de unos 30 centímetrosde hoja, con su mango de plata y oro. También cargaba un larga vista para dominar los confines de sus fincas.
Asumía personalmente parte de las actividades ganaderas y siempre se le veía parando rodeo (recogiendo el hato) y contando con infinita paciencia vaca por vaca, y oveja por oveja.
La vida de Don Secundino está allí entre sus animales, y sus preceptos básicos consistían en acumular, acumular y acumular dinero, sin ningún gesto con los vecinos, primero el dinero, y luego nada.
El tener tanto capital generalmente conlleva actos autoritarios, fue así que un día  trató mal a un peón y éste desenfundó su revólver calibre 22 y le hizo tres disparos , uno de ellos le dio a la altura de la tetilla, justo en el lugar que llevaba tres monedas de a peso, de manera que Don Secundino salió apenas con un rasguño. Y el peón ganó los montes, se asoció a los contrabandistas de caña (licor) y se internó en Brasil, para nunca más volver.
Como todos los estancieros tenía su hombre de confianza, una especie de mayordomo, capataz general, Don Adhemar De Freitas.  Le decían Toto, otros le decían Bayano, porque era de origen brasileño (por aquello de originario de Bahía).
Toto, era un personaje bastante chistoso, y a veces hasta que molestaba a Don Secundino. Tal es el caso de Dilifonso, un joven de unos 26 años, una especie de criado, como decía Don Secundino. Se le notaba que tenía cierto retardo y eso era motivo de risa de Don Toto.
Dilifonso era temeroso de lo que el llamaba almas en pena, luces malas, aparecidos, etc, y eso era motivo de mofa de todos los peones.
Una noche venía Dilifonso de visitar a su novia, que quedaba en uno de los confines de los potreros de Don Secundino. Al pasar por el río oyó un ruido algo extraño, como una especie de lamento, y su caballo resopló varias veces. Automáticamente se llevó la mano a su revolver colt 38, y desmontó . Con sorpresa observó una luz al pie de una acacia donde había una gran cruz como recuerdo al asesinato de don Patricio Rocha de la Rúa, a manos de su propio hijo.
Era una luz de esas que no le gustaban a Dilifonso. Dejó el caballo amarrado y buscó otro camino en el río para no pasar por el lugar. Ya más tranquilo regresó por su caballo y al encontrarlo los pelos se le pusieron de punta, porque su caballo se había movido del lugar y estaba amarrado por el pescuezo del tronco de la acacia que mencioné antes, con una gran cadena con candado similar al de las porteras  de los potreros. En el lugar ya no estaba la luz , pero en cambio el olor a azufre era insoportable. Esto no es más que obra del diablo, es obra del diablo, repetía Dilifonso. Pobre Dilifonso, caminó casi 20 kilómetros para llegar a la estancia, la ropa la llevaba destrozada y tenía cuatro versiones del mismo acontecimiento.
El capataz, don Toto, que supuestamente era la persona de más autoridad fue el paño de lágrimas de Dilifonso. En realidad detrás de todo estaba el propio don Toto. Muchacho le dijo, no andes comentando esto con nadie, porque es cosa delicada. Hay que resolver esto rápidamente porque no cabe dudas que se trata de un alma en pena. Mi muchacho, vaya a la venta de don Eustaquio y compre más  o menos las siguientes cosas, que aguanten para alimentar una persona unas tres semanas. A continuación anotó en un papel: arroz, frijoles, azúcar, tabaco, sal, fideos, harina de trigo, licor, etc.
Te voy a prestar mi caballo y  a pagar tu mensualidad porque a don Eustaquio no le gusta fiar. Para ir más cómodo le pedís que te empaque todo en una caja y te la amarre bien.
Te acercas con respeto al lugar, y como a unos cien metros antes de llegar te quitas el sombrero. Depositas la caja al pie de la cruz,  y le enciendes una docena de velas. Luego el candado con que el alma en pena  amarró tu caballo lo rompes con uno o dos balazos. Y recuerda no vuelvas a mirar para atrás. Vas a ver que esa pobre alma se tranquiliza, porque aunque te parezca mentira, las almas también necesitan comer.
Dilifonso  cumplió al pie de la letra lo acordado. De regreso entró por el lado de atrás de la estancia para que los demás peones no lo vieran. Esa misma noche hubo reparto entre los peones, y don Toto sólo se quedó con el tabaco y el agua ardiente.
Enterado de todo Don Secundino, se disgustó mucho, pero, era evidente que le aceptaba esto y mucho más a don Toto.
A Don Toto también le pasaron vainas que lo marcaron para siempre. Tenía una mujer joven, bonita, con una mirada pícara, y con unas caderas que cuando caminaba daba ganas de invitarla a bailar.
Don Toto fue siempre un gran exhibicionista y andaba siempre mostrando su pene erecto en todos lados. El asunto era que tenía un pene extremadamente grande.
Un día la mujercita levantó vuelo y Toto estaba desconsolado.  Unos comentan que le dolía mucho la penetración del pene de Don Toto. En realidad puede haber algo de cierto porque un día como a la una y media de la tarde que estábamos comiendo uvas se oyeron dos gritos de la esposa de Don Toto que le decía, ay, ay, no seas bruto, que me duele demasiado....... Otros decían que en realidad eso era cuento y que ella le ponía los cuernos con Don Secundino.
Cualquiera sea la situación la tierra y las vacas de Toto y su esposa en un enredo todo raro pasaron en su totalidad a manos de Don Secundino.
Seis meses más tarde supimos que Don Secundino, a pesar de sus 75 años, con quien tenía intensas relaciones sexuales hasta quedar exhausto era con Amelia, la hija de Don Toto, de 17 años recién cumplidos.
Las cosas trascendieron porque Don Secundino tuvo un infarto mortal en pleno ajetreo sexual, y hasta foto le sacaron porque la chavala daba gritos y no se  podía quitar al señor  regordete de encima. Lo que más llamó la atención y sirvió para las más variadas conjeturas fue que Don Secundino estaba haciendo el acto sexual sin quitarse el sombrero gris,  ni sus botas largas con espuelas. Precisamente una de estas espuelas se había enredado en la sábana y es por eso lo de la complicación con cariz de escándalo, y como en la acera de enfrente había una piñata con fotógrafo, ahí mismo tomaron la foto del recuerdo.
Así finalizó la vida de Don Secundino ofreciendo un espectáculo singular. Algunos comentaban que murió gozando, otros que sólo sufriendo y otros más eclécticos afirmaban en medio de risas que gozando , sufriendo, y montando con espuelas.
Hubo que llamar al orden en plena vela porque hasta llegaron a comentar que  parecería que Don Secundino sabía que el más allá estaba lleno de espinas y había mucho sol......seguido el comentario por estruendosas carcajadas. Parece que aquí el efecto fue contrario, al viejo dicho de “cayendo el muerto y soltando el llanto”. Por algo sería, verdad?.
Demasiado capital en juego para estar llorando tanto, diría Doña Simona, una cocinera del lado del Departamento de Cerro Largo que más tarde me enteré  era la madre de Dilifonso.
Antes de continuar con el relato de la sucesión de don Secundino, quisiera sólo comentar, el perfil del hermano mayor, de Don Secundino. Mientras Don Secundino murió casi en el anonimato y en medio corrillos llenos de picardía, su hermano mayor, Don Antonio Teodoro murió en medio de llantos de verdad y lo enterraron en un panteón comprado por sus amistades. Veamos el caso rápidamente.
El caso de Don Antonio Teodoro es muy especial. Tenía una especie de diligencia (de aquellas del lejano oeste), la que era tirada por cuatro caballos, y él al volante con un gran sombrero de paja, que parecía paracaída. Cuando le comentaban el por qué tan grande su sombrero Don Antonio Teodoro ,si en su diligencia no le entra sol. El respondía con humor vos sabés que los caballos de ahora no son como los de antes y si se les ocurre desbocarse, pues yo me lanzo al vacío y caigo de pie con este sombrero, es por eso que lo llevo amarrado por debajo de las mandíbulas y luego lanzaba una estrepitosa carcajada de esas que da gusto oir. Ese era Don Antonio Teodoro. Toda su vida había sido pobre y no le gustaba que lo compararan con  don Secundino, porque el recordaba cuando iban en la camioneta de Secundino para alguna de sus entancias, y al pasar por campos que sirven de caminos vecinales, al menos cargaba siempre cuatro o cinco terneritos de pocos días de nacidos y luego los llevaba para la estancia para que la cocineras  Doña Simona y Doña  Orlandina les suministraran leche en mamaderas, como a niños. Sólo piense amigo, decía Don Antonio Teodoro cuantos novillos habrá vendido mi hermano, de esos que bebían leche en mamadera. Soy pobre y honrado, y también hay ricos y honrados, pero también los hay como mi querido hermano. Un momento, yo sólo dije lo que dije, lo de ladrón se lo agregaste vos y volvía de reir.  Lo extraordinario, que esto mismo lo decía delante de Don Secundino, y éste lo único que hacía era  taparse los oidos con sus grandes manos, y le daba la espalda y lo dejaba hablando.

Don Antonio Teodoro llenaba hasta arriba su diligencia de tal manera que no cabía un alfiler. Primero los granos basicos, jabón, aceite de latas o botellas, enlatados  de todos los tipos, arriba ponía sal, harina, café, etc,  es decir los productos más sensibles al peso. Podría decirse que en la diligencia cargaba más o menos unos mil kilogramos.
Cada seis meses, desde que enviudó, emprendía un viaje de 150 kilómetros, hasta llegar a una de las estancias de Don Secundino.
En la parte de arriba de la diligencia llevaba una campana cuyo sonido alegraba a todo el mundo. Ahí viene Don Antonio Teodoro decían los niños, y detrás de ellos todo el resto de la gente se alegraba. A veces tocaba la campana, los niños y los adultos salían y el apenas saludaba y continuaba arre, arre,  hasta que se perdía en alguna curva.
La gente y en general todos sus  amigos se alegraban de verlo, pero, más se hubieran alegrado si les hubiera dejado algo y estado al menos hablando con ellos. Como a los 45 minutos se oía de nuevo la campana, y es que Don Antonio Teodoro era como una especie de cómico aficionado. Había tomado un camino por detrás del poblado y desembocó en el mismo lugar donde había aparecido la primera vez.
Cuando le preguntaban, y por qué nos dejó burlados y se fue y ahora aparece por el mismo lugar que entró la primer vez.  
Don Antonio Teodoro buscaba automáticamente el auditorio de los niños. Es que vean, ese hombre desde hace tiempo que me comentan que aparece cuando yo aparezco. No se si es bueno o malo, pero no deja de darme miedito.  Ustedes saben, mis muchachitos, que esto de los dobles no solo se da en el cine, sino en la vida real. Para que quedemos claros vengo entrando por primera vez y el otro hombre que ustedes dicen que vieron para mí es todo un misterio. Los adultos, siempre entendían la seña y se iban retirando para no reirse delante de los niños, cuyos corazoncitos, sobre todo los más pequeños latían intensamente.
En cada casa, que llegaba, y que eran sus amigos, dejaba al menos el equivalente a una canasta básica, del tipo de las que hablan las Oficinas de Estadísticas del Gobierno. Cuando la familia era muy grande dejaba el equivalente a dos canastas básicas.  Sus argumentos para el obsequio eran un reflejo de su personalidad. No crean muchachos que  yo traigo esto porque soy muy bondadoso, es que con lo que como ( y en realidad era tremendo a comer)  termino la provisión en dos días. Y los niños reían al verlo tan grandote y  gordote y con aquel sombrero gigantesco..
Ya lo tenía todo empacado, de manera que las cosas se facilitaban. Generalmente quedaba un día en cada casa. Cierta vez pasó un mes para recorrer cinco kilómetros porque había fiestas.
En la parte de adelante,  en el asiento de su izquierda llevaba Don Antonio Teodoro un recipiente de plástico similar a los que se almacena agua con una capacidad para unos 120 litros. Ese recipiente lo llevaba lleno de caramelos, los lanzaba a diestra y siniestra a todos los niños que salían a despedirlo. A veces aquello parecía una romería de niños corriendo detrás de la diligencia. De pronto se detenía, se ponía de pie en el pescante de la diligencia y con voz serena y aguda se dirigía a los niños. Bueno mis muchachitos, ya es tiempo que regresen porque estos caballos, que no son como los de antes, también corren caminando para atrás y como van de espalda les pueden pasar por encima.  Finalizaba la arenga con otro puñado de caramelos y luego se perdía en el confín del camino polvoriento.
Cuando finalizaba la provisión era que había llegado a destino. Regresaba pronto y se detenía muy poco, lo suficiente para que los amigos le fueran regalando pollos, gallinas, gallos, huevos, corderos, terneros, chanchitos, queso, pan casero, frutas varias, ayotes, papas, zanahorias, etc, en fin todo lo que tuvieran a mano y pudieran poner a la fuerza en la diligencia.  Era una discusión de esas que más bien parecía diálogo de sordos . Don Antonio Teodoro diciendo que no le regalaran nada que iba de prisa y ellos que si, y el que no y ellos a coro que si, y si no acepta no lo queremos más en nuestras casas terciaban las señoras. Y entre gritos y risas, arre, arre se iba de regreso Don Antonio Teodoro Pereira Das Neves  Silveira, hermano de padre y madre de don Teótimo Secundino. Los comentarios sobran al comparar ambas personalidades.
Cuando falleció el tío Antonio Teodoro, que así era como le conocían hubo que preparar el cuerpo para velarlo una semana para dar tiempo para que se enteraran y llegaran todos los amigos de sierras y quebradas allá a la ciudad, en una de las casonas de Don Secundino. Si se hubiera recogido el agua de las lágrimas de la gente, quizás se hubiera llenado el recipiente de los caramelos que ahí estaba encima de diligencia como esperando el siguiente recorrido, esta vez hacia el campo santo . En la diligencia no cabía una aguja de flores  naturales y muchas de ellas del campo que los niños quisieron  traer en un vasito con agua para que no se marchitaran.
Cuatro meses después moriría don Secundino, y lo velarían en la misma casa. A su vela sólo llegó gente en carro, la mayoría de saco y corbata y por supuesto la televisión recogiendo las opiniones  a cual más generosa acerca de vida y obra de don Secundino. Detrás del carro fúnebre iban cuatro camionetas con coronas con flores artificiales y los ramos, generalmente de rosas rojas eran bellos . Esos ramos son vacíos diría por lo bajo la empleada de toda la vida de Don Antonio Teodoro, que también estaba ahí observando con las miradas que le había enseñado su patrón de toda la vida, que por cierto era muy boca sucia: recordá  Milagrosa (que así la llamaba) “ que cuanto más brillan los regalos más mierda tienen por dentro”.
Una semana después de fallecido Don Secundino estarían sus tres hijos en el juzgado tratando de dirimir la ubicación de la finca de cada uno.  Todos muy serios y con sus respectivos abogados.  Una escena muy parecida a aquel tango de Gardel de “que no se ha enfriado tu cuerpo cuando ya se están midiendo tus ropas”.
El juez entregó todo según testamento. Para el hijo mayor  Rui Mauro la finca más grande, un poco más alejada de las otras. A Antonio Silvino el del medio, la finca más cercana a la frontera de Brasil, porque se quedaría con su madre que ya estaba algo enferma. A Darcy el hijo menor otra finca cercana a la de Antonio Silvino, llena de lagunas y arroceras.
El testamento de don Secundino fue el principio del fin de Antonio Silvino y Darcy. Es que a  Rui Mauro no le pasaba que le hubieran dejado una finca tan alejada de la frontera. En que estaría pensando este viejo jodido decía cada vez que se acordaba del testamento de su padre.
Ahí mismo delante del juez solicitó cambiar la finca con Antonio Silvino y ante su negativa, lo intentó con Darcy, pero ambos dijeron no se podía porque eso decía el testamento, y sus abogados los acuerpaban y el juez dio por finalizada la sesión.
Rui Mauro necesitaba una ruta de traslado de cueros, lanas y vacunos hacia Brasil, por supuesto de manera clandestina, y desde Brasil a Uruguay, Licor y tabaco. Este testamento lo tenía molesto, podría decirse molestísimo, y la actitud de sus hermanos ni que hablar.
Sólo estaba esperando la muerte de don Secundino para hacer dinero a lo grande, sin pagar impuestos, ni preocupase demasiado por la procedencia de la mercancía, es decir la procedencia de vacas, cueros y lana que trasladaría  a Brasil .
Ninguno de los dos hermanos restantes se prestaba para este tipo de negocios oscuros y Rui Mauro lo sabía. El estaba hecho de otra manera y las energías le sobraban. Ya tenía su negocio de motocros en un potrero que le arrendaba a Don Secundino y ahora le debía arrendar a Antonio Silvino.
Fue en ese mismo potrero que lo detuvieron y posteriormente condenaron a  nueve años de cárcel por tenencia y distribución de drogas. En nueve de las quince motos disponibles para el motocros encontraron entre los tubos instalados especialmente para reforzar el cuadro de la moto una cantidad considerable de cocaína capaz de envenenar a mucha gente.
Esos nueve años de cárcel le hicieron pensar mejor las cosas.  Saliendo de la cárcel organizó su propia Fundación “Vida sana, hombre nuevo”.
Hizo una buena campaña en los colegios y con el tiempo ganó el aprecio de muchos padres de familia a quienes ayudó de las más diversas formas, incluso con dinero para contratar sicólogos para arrancar a sus hijos de las drogas. A cada rato le solicitaban que fuera padrino de niños y en  de bodas religiosas. El mismo Rui Mauro tenía el perfil de un hombre nuevo, que no perdía oportunidad de rendir testimonio de su vida pasada.
En general tenía gran acogida a su comportamiento. Había gente que no le creía, tal el caso de Don Dirceu, a quien le decían el brasilero viejo, el que levantaba sus cejas blancas, después de algún traguito y decía “que dios me perdone, pero gallina que come huevos ni que le quemen el pico...” De inmediato lo interrumpían diciéndole, no sea así don Dirceu no se da cuenta que es un hombre que encontró el camino del señor y que el señor tiene siempre el corazón abierto para los arrepentidos. También es cierto que era un secreto a voces que las tres cuartas partes de la nueva iglesia y toda la guardería infantil era el resultado de generosas contribuciones de Rui Mauro.
Como una forma de enfrentar la realidad sin  perder su propia identidad Rui Mauro montó su propio  centro recreativo en el mismo sitio en donde antes estuvo parte del circuito de motocros. Con ayuda de vecinos  lograron desviar parte del agua de un rio cercano y llenaron una antigua cantera de piedras de las trabajadas por años por personal de don Secundino.  Un pequeño lago de 200 metros cuadrados. Allí instalaron botes para niños, botes para adultos en pareja y botes familiares.
El lago tenía una parte de acceso normal, en donde incluso el agua daba por la rodilla. La otra parte más peligrosa estaba cercada con una malla de cuatro metros de alto..
En la parte de atrás de la laguna, había un camino exclusivamente para ganado. Es decir, el camino pasaba por el borde del acantilado. Del lado del acantilado no había malla, pero si había cuatro metros  más allá después del camino del ganado. Es que enfrente había una granja porcina y la malla los detenía.  Hubiera sido ideal poner malla de ambos lados pero el dinero ya no dio comentaría en algún momento Rui Mauro. En realidad era un acantilado muy peligroso, porque tenía unos treinta metros, y finalizaba en una base de grandes piedras filosas, en donde no había agua. Habían hablado con Don Helio Clodomir Da Silva también de origen brasileño, que era el dueño de la granja porcina para ver que posibilidad tenía de poner los300 metros de malla pero aseguró no tener recursos.
Todo estaba funcionando bien, para Rui Mauro, incluso se iba siempre cada dos meses a estar en su estancia la que era regenteada desde la época de Don Secundino por don Paulo Oliveira , un negro de esos color azabache, con unos dientes blancos, blancos, para envidiar. Don Paulo hacía funcionar la estancia con sólo su mirada. Tenía 18 hijos y todos trabajaban en la estancia, así que todo quedaba en casa, y Rui Mauro le daba lo que pidiera.
Dos de las 10 hijas tuvieron hijos con Rui Mauro, y tres de ellos salieron con una combinación especial, negros, negros, de ojos azules intensos.
Cambiemos de finca y te pago la diferencia le diría en reiteradas oportunidades Rui Mauro a Antonio Silvino. La respuesta siempre era negativa con el argumento que el tenía a su madre a cargo y que a cada rato había que llevarla al médico.  Además recalcaba, yo soy solo, no tengo esposa, ni hijos, no me gusta atender el ganado  y  entonces para que voy a ir más lejos. Mas bien mi contraoferta es que te la arriendo, recordó que en poco tiempo seré Pastor evangélico y así podré ayudar a mucha gente que necesita  a nuestro señor jesucristo. A Rui Mauro le molestaba la contraoferta,  haber si estaba loco teniendo tanta tierra y estar pagando alquiler. Mirando para otro lado le respondía  a Antonio Silvino. Dejame hacer cuentas, y si decido, ahí nomás hacemos negocio. Luego, casi siempre se producía un silencio, que si se pudiera leer en el pensamiento de Rui Mauro se podría completar ......un machiavélico silencio. A este come biblia ya le voy a dar su merecido murmuraba Rui Mauro.
Antonio Silvino, en lo personal hasta le desagradaban los novillos ariscos y prefería tenerlos de larguito. Sólo tenía novillos para crianza y engorde. Incluso los vendía en la propia finca y  se dedicaba a tiempo completo a la reflexión en una entrega profunda a Cristo.
Todos los días como a las seis de la tarde cuando el sol bajaba caminaba pausadamente y se iba a sentar en el borde del acantilado. Ahí reflexionaba, a veces, con la cabeza entre las manos y en otras leía la biblia, particularmente le apasionaban los Salmos. Para Antonio Silvino, primero Dios, después el mundo.
Tenía un carácter afable, algo melancólico, y por sobre las cosas era muy humano.
Rui Mauro reconocía esas cualidades, pero también estaba consciente que así como para Antonio Silvino lo más importante era Cristo, para él lo más importante era su proyecto económico. Quería ser rico, y rico de verdad. Su proyecto o el mío, y yo me inclino por el mío razonaba Rui Mauro.
Quiero contarles, estimados amigos, puntualizó Rui Mauro lo que sucedió con mis hermanos Antonio Silvino y Darcy. No los he citado para primeras planas de periódicos. No quiero fotos. Las grabaciones son suyas y las pasarán recogiendo cuando mi abogado abra la caja fuerte después de mi muerte. Esta es mi versión sobre los hechos. No es mi versión ante la policía, ni el juez, y mucho menos ante el sacerdote que me atiende. Es mi versión de despedida.  Estoy al borde de la muerte, mi diabetes se ha acelerado, ya me cortaron las dos piernas, y el cáncer terminal de próstata me tiene como loco.
Es como les digo, mi versión antes de irme a la tumba. No faltarán los tergiversadores y los mal agradecidos, en tal caso es una lección para que cuando analicen un hecho lo hagan con más criterio, con más inteligencia y con menos servilismo.
Era un dos de noviembre, el día de los difuntos. El centro de botes estaba cerrado, guardando el debido respeto a los seres queridos fallecidos.
Antonio Silvino se había ido a sentar al borde del acantilado desde las cuatro de la tarde. Era un día especial de reflexión  y a le encantaba leer y meditar sobre algunos salmos, y para este día le gustaba el Salmo 91.
Hacía ya dos meses que Rui Mauro había hecho su pacto de sangre con su compadre Helio Clodomir Da Silva, el dueño de la granja porcina ubicada frente al acantilado. Su compadre estaba bastante endeudado y en dos oportunidades había tenido que negociar el embargo de su granja de parte de un par de prestamistas particulares de los que resuelven por las buenas o por las malas.
Si usted me presta una pequeña ayuda, y logramos hacer el trabajito que tengo previsto, seguro que lo compensaré compadre Clodomir insistía Rui Mauro.
Vamos a la concreta, tenemos 300 novillos en juego, y yo le aseguro compadre que en menos de seis meses usted tiene el dinero de su venta en la mano. Está seguro compadre Rui Mauro apuntaba Helio Clodomir. Así es compadre, tan seguro, como este sol que nos alumbra. Entonces, cuente conmigo compadre Rui Mauro, y usted pone día, hora y lugar.  Es el dos de noviembre a las seis de la tarde, es decir, exactamente dentro de dos meses.

Ahora organicemos el plan. Usted compadre Clodomir maneja esa moto roja y yo la negra que es un poco más grande.
Dos días antes  llevamos las dos motos para su casa, para que estén cerca del lugar de los hechos. Luego arreamos muy al suave unos 200 novillos, hasta esas acacias que están ahí nomás antes de la entrada a la laguna. Los dejamos pastando y luego nos vamos a traer las motos apagadas.
Eran más o menos las 6 y 10 del día dos de noviembre cuando encendieron las motos, la roja se apagó, pero Rui Mauro que la conocía bien la encendió rapidito.  Se dirigieron hacia los 200 novillos que no estaban acostumbrados a esos ruidos. Rui Mauro en la moto más grande los impulsaba con ágiles zigzag que los asustaba y Clodomir controlaba que no retrocedieran. En segundos los novillos iniciaron la estampida por el camino del acantilado.
Antonio Silvino se sobresaltó porque venían como un bólido hacia él, y en la desesperación quiso ponerse de pie pero el tropel de novillos lo golpeó, despeñándose en el abismo de 30 metros. Su cuerpo quedó entero, pero su cabeza prácticamente se partió en dos.
A la altura en que estaba sentado Antonio Silvino, los dos motociclistas dieron media vuelta y regresaron a su punto inicial, en tanto que los novillos seguían en veloz carrera.
La misión estaba cumplida, en su primera parte. Habría que esperar seis meses para ver cumplida la segunda parte del trato.
La vela de Antonio Silvino transcurrió normal. La gente ni siquiera hablaba de la estampida de los novillos y mucho menos de los motociclistas. Mas bien todo el mundo estaba convencido que en un momento de depresión Antonio Silvino había acabado con su vida.
En realidad que en medio de la muerte había otros comentarios más fundamentalistas como el de las hermanas María Camila, María del Cármen y María Antonieta, tres católicas fervientes, de esas que no querían ni siquiera oir hablar de los evangélicos.  Ellas comentaban que si Antonio Silvino hubiera seguido los pasos tan devotos y tan piadosos de su hermano  Rui Mauro no se habría suicidado.
Había otros comentarios, que no gustaron, tal es el caso de Don Dirceu que con sus traguitos encima sentado a la cabecera del muerto contaba una y otra vez:” Recuerden donde se los digo, gallina que come huevo aunque le corten el pico, y ustedes saben a que gallina me refiero”. Para suerte de Rui Mauro este comentario fue interpretado como palabrería de borracho.
El segundo comentario desagradable fue el de Darcy el hermano menor de Rui Mauro. Cuando iban para el cementerio, Darcy abordó a Rui Mauro de manera abrupta. Decime, júrame que vos no tuviste nada  que ver con la muerte de Antonio Silvino. Por supuesto que no, es que crees que estoy loco, y no se por qué me preguntás esto de esa manera, respondió bastante alterado Rui Mauro. Es que mi corazón me dice que algo anda mal. Perdóname hermano no me hagas caso, es que tengo los nervios destrozados.
A Rui Mauro esa pregunta no le gustó nada, y menos aún cuando se enteró que Darcy  anduvo haciendo preguntas si Rui Mauro había vuelto a las drogas y cosas por el estilo.
A este mano caída le voy a dar su respuesta, como ya se la di a este otro come biblia que sólo sabía decir que pronto venía Cristo y que había que arrepentirse.
No era ajeno para nadie que Darcy era homosexual, es por eso que Rui Mauro le decía mano caída. A Darcy tampoco le gustaba la vida de campo y mas bien había ido vendiendo todo para darse la buena vida viajando y pagando todos los gastos suyos y de sus acompañantes. Fue así que viajó por Estados Unidos, por Francia, Italia y Alemania, y tres meses enteros enla India.
Mientras se tiene dinero disponible este tipo de amistades sobran y ese era el caso de Darcy.
Era una persona sumamente generosa. Después de haber gastado un montón de dinero en sus viajes, había decidido instalar un salón de belleza en el centro de la ciudad, el que atendía personalmente auxiliado por tres empleados, todos homosexuales.
Había momentos que el salón era subsidiado por la estancia, siempre en manos de su eterno mandador Alpes Etcheverría, un vasco honrado y trabajador como no había otro . También él ya era mandador en la época de Don Sedundino, así que todo lo manejaba de la misma manera que antes.
Darcy era tan humano que no le gustaba ver a la gente triste.
Les propongo una idea y si les parece la hacemos realidad cuanto antes, decía Darcy hablando con sus empleados.
Ustedes saben que no hay nada más desagradable que estar enfermo en el hospital, y mucho más triste no poder pintarse, peinarse, hacerse las manos. Pensemos en nuestras hermanas, pensemos en nuestras madres, muchachos insistía Darcy.
Si están de acuerdo les propongo un pago a parte los domingos de 9 a 12 . Nos vamos los cuatro al hospital y ponemos a las mujeres bien bonitas y van  a ver el susto y la alegría que le van a dar a sus familiares que las van a ver a partir de las dos de la tarde.
Comenzaron aquella tarea que más bien era una gran dosis de alegría. Desde el Director del hospital hasta el más modesto trabajador veía con mucho respeto y hasta se agarraban a gritos con atrevidos que querían ofenderlo. Hasta se dio un caso desagradable que después se arregló con disculpas y todo por parte de los ofensores.
Resulta que estaba Darcy sacándole un uñero a una señora, que por cierto se le veía de un estrato superior.  Precisamente por tratarse de gente con influencia su marido ingresó al hospital a las 10 de la mañana. Era evidente que iba bastante tomado. Cuando entró a la sala y vio a Darcy con la pierna derecha de la señora en sus manos, el señor marido le dio un tremendo empujón que lo tiró al suelo y como a los dos minutos caía él también al suelo porque la jefa de Enfermería que acertaba a pasar por allí le gritó  vos a Darcy no lo tocás, desgraciado y acto seguido le quebró un taburete en la cabeza. Se armó el gran escándalo y hasta la  esposa atestiguó en contra del marido y a favor de Darcy.  Días después ese mismo señor rojo como tomate de vergüenza fue a pedirle disculpas a Darcy, y éste para calmarlo, le dijo, yo hubiera hecho lo mismo, si encuentro a mi mujer en esa situación, pero felizmente como a mi lo que me gustan son los hombres eso no me va ocurrir y acto seguido le dio un abrazo al señor que sudaba, y sudaba. En realidad Darcy no había visto que a la entrada del salón estaba la señora comprobando si su marido iba a cumplir lo prometido.
La señora lo saludó con un gran beso, luego le entregó un sobre y le dijo que no era dinero, pero que lo abriera cuando ellos se hubieran ido. Nuevamente lo besó con aquel cariño que se nota de verdad que es cariño y se fueron ambos en un mercedes negro del año.
En el sobre estaba la carta de propiedad de una moto suzuki a nombre de Darcy Pereira Das Neves. Le vino fabuloso ya que su moto destartalada se la habían robado hacía unos días en el estadio. Mas tarde comentaría con la jefa de Enfermería, en la próxima le tomo las dos piernas a ver si me regalan un carro, y los dos reían estrepitosamente.
Los familiares de las enfermas le llevaban regalos y Darcy no sabía que hacer, porque cuando alguien te lleva una manzana y se le desprecia es horrible así que todo lo que le regalaban lo tomaba y luego lo regalaba fuera del hospital.
Las noticias se regaron y a los dos meses de sus visitas domingueras al hospital tuvo que ampliar su salón de belleza y contratar tres empleados más. Ya eran siete con él.
Había que ver a las ricas con sus carrasos flanqueadas por sus empleadas y sus choferes parqueadas en el salón.
Algunos de los amigos más íntimos bromeaban con Darcy y le decían que si se candidateaba para Diputado ganaría por amplia mayoría. Darcy respondía, ustedes saben que lo que yo quiero no es eso, lo que quiero es tener senos como todas las mujeres.
Rui Mauro estaba enterado de esta inquietud de Darcy y le daba vueltas y vueltas a una vieja idea que se la había comentado un argentino del bajo mundo que conoció la última vez que tuvo preso.
A los cuatro meses los novillos que habían sido de Antonio Silvino ya estaban listos para la venta. Bastó que Rui Mauro se lo pidiera para que su mamá firmara la venta de 300 novilllos.
La mamá después de la muerte de Antonio Silvino casi no se levantaba y estaba muy triste. Sufría en silencio. Rui Mauro era muy atento con ella y eso medio la motivaba.
Darcy se había alejado bastante y  se notaba que estaba contrariado con Rui Mauro, y eso afectaba a su madre que hacía tiempo que no lo veía.
Aquí tiene el dinerito de los 300 novillos compadre Helio Clodomir. Choque esa mano compadre Rui Mauro. Yo sabía que usted era hombre de palabra. Asi es compadre, soy hombre de palabra con los hombres como usted, pero con las mujeres, jamás de los jamases. Es que Rui Mauro tenía hijos por todos lados, y la actual era la quinta esposa formal que le acompañaba. Era una machista radical de ahí que veía con desconfianza a Darcy. De estos maricas no hay que fiarse refunfuñaba cuando veía a Darcy.
El proyecto de Rui Mauro se había concretado y ya tenía vínculos con todos los contrabandistas de la región . Tenía el potrero el límite con Brasil, el que llenaba de reses en la tarde y en la noche lo trasladaba.
Tenía un cuerpo armado como de 50 personas, que se encargaban de trasladar ganado y a veces hacer otros trabajitos de verdaderos asaltantes de caminos, como comentaré seguidamente.
Rui Mauro no era tonto, y mientras jefeaba este verdadero grupo de maleantes de frontera, seguía con su dinámica cotidiana de los botes, su cooperación con la iglesia, con la guardería infantil y con la Fundación  Vidasana, hombre nuevo. Cuando Rui Mauro no estaba en el negocio quedaba al frente su compadre Helio Clodomir.
La granja de Helio había quebrado, pero ahora era ganadero y ocupaba dos de los potreros de Rui Mauro, que habían pertenecido a Antonio Silvino.
En cuestión de un año Rui Mauro sería un hombre muy rico. Su proyecto intermedio era el de ser Diputado y como Helio Clodomir también era brasileño no dudaron en lanzarse a la campaña política, conscientes que no saldrían electos, pero se vinculaban con los políticos grandes financiando campañas, porque dinero abundaba.
En esto estaba Rui Mauro, cuando recibió la visita de Darcy que le comentó muy preocupado que hasta su salón había llegado la esposa de Helio Clodomir buscando apoyo para una versión          que si era cierta el primero que la apoyaba era él.
Resulta que Helio, viéndose con dinero fácil comenzó una vida desarreglada, con orgías con chavalitas de catorce y quince años, todas ellas en prostíbulos de la frontera por el lado de Yaguarón.
Bastó un reclamo para que  abandonara a su esposa doña Teodora, y también la agredió quebrándole un brazo con un bate.
Luego de casi diez años  empezaron a salir a luz ciertas cosas desagradables. Doña Teodora, era una mulata de armas tomar, y aún con su brazo enyesado se enfrentó a Helio Clodomir. En su mano izquierda tenía una pistola  marca Parabellum calibre 45 mm, bala en boca y que Helio sabía que ella manejaba a la perfección, y ya se lo había demostrado cuando mató   aquellos tres salteadores cuando le llevaban secuestrada su hija menor de 14 años, y ella les dio alcance diez kilómetros más adelante  montada en su caballo sin montura. Les salió por un atajo, y se parapetó en una roca, mató a dos, en tanto que el tercero dejó la mitad de su cabeza en una rama seca por ir viendo para atrás porque era el que llevaba la chavala. Esa era Doña Teodora, así que Helio Clodomir guardó silencio y escuchó atentamente.
Clodomir, parece que a vos se te olvidan muy pronto las cosas. Ya se te olvidó cuando me consultaste sobre el negocio contra Antonio Silvino, y yo te dije que no tenías necesidad de ensuciarte así. Parece que se te olvidó que en mi dormitorio estuvieron las motos los dos días anteriores al dos de noviembre. Y se te olvidó que yo Dora Queiroz de Da Silva  fui la única testigo presencial cuando ustedes aceleraban las motos y asustaban a los novillos, y que yo fui la única que vi a Antonio Silvino cuando intentó ponerse de pie, porque ustedes venían detrás de los novillos. Y finalmente, ya pensaste que diría la policía si declaro todo esto?.
Helio trató de calmarla y le pidió un tiempo para hablar con Rui Mauro. A las dos horas Helio Clodomir traía la pregunta que la había dicho Rui Mauro que le hiciera. Entonces Doña Teodora, que es lo que usted pide para mantenerse callada?. Lo mismo que pediste vos, gran canalla, 300 novillos y nada menos. Muy bien dijo Helios, mañana mismo te informo la respuesta.
Rui Mauro lo envió a hablar con el mandador de Darcy, don Alpes Etcheverría, que a su vez conocía a Clodomir desde pequeño y le tenía gran aprecio.
Le ofreció comprar 300 novilllos, con el compromiso de que  se los pusiera en su casa porque no tenía personal para llevarlos y pagaría al contado contra entrega. Trato hecho dijo Don Alpes, en dos días los tendrá y para evitar cualquier problema yo iré al frente del grupo y al regreso traigo el dinero. Usted es único Don Alpes, dijo antes de despedirse con un gran abrazo.
Salieron de madrugada don Alpes y tres peones. Viajaron todo el día. Al llegar la noche acamparon y metieron el ganado en una cantera vacía de las famosas canteras de piedra que había hecho don Secundino. Ahí los novillos estaban seguros. Ellos se acostaron cerca de sus caballos, y dado que los novillos estaban seguros no dejaron a nadie en vigilancia. A eso de las once de la noche aparecieron unos 12 a 15 bandidos lanzando balas a diestra y siniestra y en la gran confusión se llevaron los 300 novillos y todos los  caballos menos el Don Alpes que lo tenía bien amarrado.
Don Alpes regresó muy triste y días después hubo que llevarlo de urgencia al hospital a causa de un infarto, que por suerte no pasó a más.
Los 300 novillos llegaron al potrero de Rui Mauro a eso de las 4 de la mañana, y al amanecer ya tenían dueño dinero en mano.
A la semana, Helios sacó de su maleta el dinero y se lo entregó en su totalidad a doña Teodora. No pude conseguir los 300 novillos, ,pero hipotequé algunos bienes que tengo en Brasil y te entrego el equivalente en dinero. Ahora estamos en paz Doña Teodora?. Por ahora si, respondió, eso dependerá de vos como te comportes más adelante.
Helio Clodomir sintió la sensación que el filo de una navaja estaba rozando su cuello, era la navaja del chantaje.
Darcy estaba que echaba chispas y hasta medio quería culpar por el asunto de los 300 novillos a Rui Mauro, por ser amigo de Helios Clodomir.
Mirá hermano, dijo Rui Mauro, yo vengo a hablarte como hermano. Vos bien sabés que los maricas no me gustan. Pero yo vine a hablar con mi hermano. Nuestra madre me ha dicho que te ayude, y yo he venido a ayudarte, porque ella es nuestra madre y me lo está pidiendo.
Darcy tenía los ojos muy grandes y estaba algo intranquilo por la forma que le estaba hablando alguien a quien él prácticamente estaba agrediendo.
Vos sabés que yo conozco mucha gente y ahora que ando en la política uno se contacta con profesionales de todos lados. Así es señorita Darcy, dijo riendo Rui Mauro. Así es Darcy, ya tengo el nombre del especialista que te puede poner la inyección de silicona para que tengás senos o tetas como le querás llamar, igual a las mujeres.
El hombre cobra por adelantado porque es un trabajo delicado y garantizado. Yo ya le pagué y no me preguntés cuanto, porque las cosas que me encomienda mi madre no tienen precio. Vos sólo tenés que viajar a Buenos Aires a la dirección  que está aquí en este papel. Tengo entendido que el puede viajar a Montevideo, pero claro, no tiene la misma comodidad que en Buenos Aires. Imagino que preferís Montevideo, pero vos decidís. Hasta ahí llega mi misión, lo restante está en tus manos.
Darcy lloró casi dos horas, y tuvo que tomarse un anti ansiolítico para terminar la conversación. Luego abrazó fuertemente a Rui Mauro y le pidió mil disculpas por haber dudado de sus buenos sentimientos y andar poniendo oidos a chismes de gente envidiosa.
Darcy en la emoción, le dijo a Rui Mauro que se hiciera cargo de la estancia que ya lo tenía harto. Rui Mauro no quería aparecer como interesado por las tierras de Darcy, y efectivamente no le interesaban porque no tenían contacto directo con Brasil. Por ahora Darcy no puedo porque estoy muy ocupado en la política, quizás más adelante, de todos modos muy agradecido por confiar en mi y reconocer que la gente se puede arrepentir.
Si Darcy hubiera tenido la cualidad de leer el pensamiento de Rui Mauro sería otra la conclusión. Rui Mauro lo único que le interesaba era que Darcy cerrara la boca, y él era de la idea que debería cerrarla para siempre.
Lleno de ilusiones y después de doce fiestas de despedida partió a Montevideo en busca del famoso médico Dr. Castiglioni Real de Azúa. Era un médico, según parecía que tenía como ocho especialidades.
Desde la primer conversación el Dr. dejó claro que las condiciones en Montevideo eran inferiores porque sólo tenía autorización para ejercer en Buenos Aires, pero tratándose de un pedido de Seu Rui Mauro no podía negarse bajo ningún aspecto.
Dos horas después estaba inyectando a Darcy. Dice Eurípedes que era el novio de Darcy que después de inyectarlo el Dr. dijo, ya vengo, voy a hacer una llamada a mi consultorio porque estoy con la agenda super  apretada.
Cuando Darcy despertó comenzó a hacer convulsiones. Eurípedes entró en crisis sin saber que hacer porque el Dr.  Castiglioni jamás regresó.
Llamó al servicio de emergencia y en 48 horas Darcy había muerto.
Las primeras pruebas descartaron que fuera Sida,. Querían contactar al Dr. Castiglioni y el teléfono al que había llamado Darcy era un talller de desarme de vehículos usados.
Intentaron localizarlo en los registros por especialidades pero ese apellido con esas especialidades no existía.
Cómo iban a encontrar un médico tan especializado si ese era el apellido que usaba para hacer los asaltos el mono Requiterena, un porteño ladrón de bancos y violador de mujeres que estuvo preso conmigo  diría Rui Mauro perfilando una sonrisa enfermiza, que superaba a su enfermedad de próstata y diabetes.
No se lo perdonaré porque le dije que lo tratara bien, y mirá lo que le fue a inyectar, nada menos que silicona para avión, ahí nomás lo reventó.
Todo el pueblo se organizó y pagó los gastos del sepelio incluyendo los del hospital, y fue la propia ambulancia del hospital donde tantas veces peinó a mujeres tristes Darcy que lo fue a buscar a Montevideo.
El Director del Hospital y el presidente de la asociación de Gay que vino expresamente desde Montevideo fueron los primeros en hacer guardia de honor.
Un día entero permaneció en el hospital. Frente al féretro desfilaron llorando a moco tendido ricas de verdad y mujeres pobres de verdad,  que le adoraban porque les había peinado, o pistoleado o simplemente le había puesto un poquito de colonia detrás de la oreja.
Un Sr. de aspecto  distinguido hizo uso de la palabra en nombre de los esposos de las pacientes del hospital. Su discurso fue encendido con una dura crítica al machismo, a la incomprensión, al irrespeto del que son víctimas los gay. Se veía un hombre instruído y ofreció todos los recursos a su alcance para que la  asociación de gay del pueblo se fortaleciera y ahí mismo entregó un cheque para que remodelaran la vieja casa que les servía de sede. Hablaba con propiedad y seguridad, con la convicción de los que tienen recursos.
A su lado un sra. elegante lloraba desconsolada. Cuando finalizó todos los gay que estaban ahí aplaudieron, gritaron, lloraron , se abrazaron.
Eurípides era el único que sabía  quien era tan elegante señor. Lo recuerda Licenciada le pregunta Eurípides a la Jefa de Enfermería, no para nada responde ella. Debería recordarle porque fue a quien usted le quebró el taburete en la cabeza. Lo recuerda ahora. Clarooo. Y rompiendo el protocolo ella corrió lo abrazó y le dio un gran beso, y luego le recordó yo soy.........la recuerdo perfectamente Licenciada dijo el señor elegante y se fundieron nuevamente en un abrazo solidario frente a quien hizo de su corta vida, apenas tenía 27 años, un acto de solidaridad y caridad que a mi que no me arrepiento de nada se me hace un nudo en la garganta  al contarlo finalizó Rui Mauro.
Pocos días después de la muerte de Darcy , nuevamente Doña Teodora andaba quereriendo hacer escándolo, sobre las dudas que tenía acerca de la muerte de Darcy y otras cosas relacionadas con Antonio Silvino. Cuando regresaba de hablar con Alpes Etcheverría, se bajó  del caballo orinar con tal mala suerte que  puso el pie encima a una víbora de cascabel y el veneno fue tan potente que ni siquiera pudo llegar a su casa, murió en el camino  entre unos árboles y la encontraron un día después.
Para finalizar, quería preguntarle Seu Rui Mauro, si no ha sentido remordimiento por los asesinatos cometidos contra sus propios hermanos.
Mi estimado, yo no hice lo que hice para luego andar sintiendo remordimientos. Yo tuve que ejecutar ese servicio de liquidar a uno y mandar a liquidar el otro, porque quería ser rico, un rico de verdad y ellos eran un obstáculo. Recordá que para andar recomendando arrepentimientos ya hay bastantes curas y pastores en el mundo.
Otra pregunta por favor. Entonces usted Seu Rui Mauro confiesa que es culpable?.  Y usted que opina estimado, respondió Rui Mauro, con cara de aburrido.
A las tres de la mañana finalizó esta extensa entrevista en la que participamos, al principio seis personas y finalmente quedamos dos, porque los de la televisión se retiraron molestos porque querían trasmitir directamente desde el lugar de los hechos
Un mes después aparece la noticia en los periódicos que no asistieron a la conferencia de prensa porque andaban ocupados en la campaña electoral.
A continuación parte de la noticia:
Muere conocido empresario, se trata de Seu Rui Mauro Pereira Das Neves Mota. Hombre de honor. Dedicó toda su vida a hacer el bien y ayudar a la gente pobre. Existe particular consternación entre todos los sectores sociales y especialmente entre los sectores de la santa madre iglesia donde Seu Rui Mauro Pereira Das Neves Mota gozaba de gran simpatía y respeto. Hoy junto a la parte sana de la sociedad lloran los miembros de la Fundación vida sana , hombre nuevo. Creemos que hay coincidencia generalizada que el hizo homenaje a ese nombre vida sana, hombre nuevo, porque eso es lo que era un hombre nuevo en medio  de tanta descomposición moral.....Honor a quien honor merece, que descanse en la paz del señor confortado por los santos sacramentos y la bendición papal.......
Quizás nosotros hubiésemos dicho lo  mismo si no hubiéramos oído a
Seu Rui Mauro Pereira Das Neves Mota decirnos totalmente calmo y hasta con una sonrisa en los labios en relación a su responsabilidad por el horrible  crimen cometido contra sus hermanos Antonio Silvino y Darcy : poraclaración culpable si, arrepentido no.

RELATOS RURALES ....: Diógenes Fabra y el perro que perdió los dientes en extraña pelea

DON DIÓGENES FABRA Y EL PERRO QUE PERDIÓ LOS DIENTES EN EXTRAÑA PELEA.
Juan Carlos Santa Cruz. 2005.

A continuación le cedo la palabra a cinco pobladores, que siempre han vivido en el área limítrofe entre Costa Rica y Nicaragua. Ellos relatan con la mayor precisión posible el caso de un personaje de origen Español- Alemán, de la década de los cincuenta y que nunca fue aclarado según comentan, de acuerdo a la versión oral existente. Su nombre era Diógenes Fabra y su segundo apellido nunca se pusieron de acuerdo como se escribía.
Comenta don Nepomuceno, el más anciano de los pobladores  que no olvida la tarde en que llegó porque llovía torrencialmente. El sr Fabra, estaba empapado, así como todo su equipaje, pero, primeramente, encendió y fumó gran parte de un puro, casi sin decir palabra, luego se quitó la ropa húmeda. Era como si hubiera meditando acerca de sus pasos futuros, sin importarle demasiado los presentes.
Fabra era mecánico, especialista en maquinaria pesada, y llegaba a incorporarse como tal en una empresa dedicada a la construcción de carreteras.
Los primeros días los pasó en nuestra casa, comenta don Nepomuceno, mientras le ayudábamos con la cooperación de varios vecinos a la construcción de su propia casita, toda de zinc. Le acompañaba un perro, llamado lobo. Fabra y su perro eran personajes algo extraños, o al menos así lo percibíamos nosotros. El perro era del tipo pastor alemán, aunque mezclado, fornido y taciturno.
Fabra hablaba muy poco, y a su perro con costo le oímos ladrar alguna vez. Era como que si querían pasar desapercibidos, sin ruidos, sin mucha comunicación con los que le rodeaban.
Transcurrieron los días, y también las lluvias. Los encierros de Fabra eran menores. A menudo se le podía observar, sentado, a la orilla del río, como si estuviera pescando, sin hacer movimiento alguno. El mismo Fabra había insistido en construir su casa a unos cincuenta metros de ese lugar.
Nunca quiso decir su edad, pero nosotros estimábamos que tenía entre 58 y 60 años cuando llegó al lugar.
Comentan algunos vecinos que estuvo casado y que enviudó trágicamente. Un día pasó por el lugar un hombre que se identificó como ex cuñado de Fabra, y nos comentó que estaba pagando una promesa, pero, en ningún momento aceptó ver a Fabra. Con mucha emoción nos relató que su hermana había muerto hacía un tiempo víctima de trastornos mentales. Que había quedado así, desesperada al perder todos los embarazos como consecuencia del mal trato de su marido. El último lo perdió cuando tenía cinco meses, a raíz de una brutal paliza que le propinó Fabra, luego de una borrachera continuada de cinco y cinco noches.
Días después, aparecería el cuerpo sin vida de la pobre mujer, ahogada, en el pozo de donde extraían el agua para beber. Abandonó la vida dejando aquel mensaje escrito, que más bien parecía sentencia:” Tal vez, el alcohol que te embriaga, te brinde la felicidad y la paz que yo no he podido darte. Me voy, pero recuerda, que seguiré tus pasos, porque quiero algún día pidiéndome perdón por el crimen cometido”.
Dicen los que le conocieron antes, que este mensaje trastornó totalmente a Don Diógenes, de tal manera que jamás se le volvió a ver bebiendo. Se convirtió en un hombre taciturno, rudo, parco, con la mirada llena de sangre, y un odio en sus ojos, que curiosamente, jamás expresaba en palabras.

Se trataba de un hombre recto, disciplinado. Nunca faltaba a su trabajo, y mucho menos que llegara tarde. Siempre decía que su mamá le había inculcado el sentido de la responsabilidad. Así no son acaso todos los alemanes?, comentaban los vecinos.
La gente de los poblados pequeños que acostumbra a conocer cada uno de los pormenores de la vida de los integrantes del mismo, sentían profunda curiosidad por las interioridades de la vida de Don Diógenes. Sabido es que cuando no logran averiguar lo que desean adoptan comportamientos muchas veces crueles,  transformando suposiciones en hechos verdaderos. Tal es el caso de Fabra, en donde aparecerán mezcladas la realidad y la inventiva popular.
Eso es cierto asevera doña María Camila, nacida , criada y envejecida en la comunidad. Fíjese doncito que muchos de los vecinos afirmaban que lo vieron convertido en gallina, que corría con las alas abiertas hacia el monte, y al llegar a éste volvía a la normalidad, permaneciendo horas y horas contemplando el agua del río en un lugar donde ésta era mansa, y donde casi siempre aparecían objetos flotando, tales como troncos de árboles, envases vacíos, animales muertos, etc,  que eran arrojados por las corrientes arremolinadas que dominaban la mayor parte del río. Para serle franca doncito periodista, yo lo ví muchísimas veces en ese lugar, y también lo vi corriendo con los brazos abiertos hacia el río. A lo mejor esa era una forma de gimnasia o algo por el estilo.
Nunca se supo si los comentarios de los vecinos llegaron a los oídos del Sr. Fabra, aunque probablemente no, por su notorio aislamiento. Lo cierto es que odiaba desmesuradamente a las gallinas.
Dice  Don Ulises que la casa de Fabra, estaba como se dijo antes a unos  cincuenta metros del monte; de este último solían venir gallinas que habían pertenecido a campesinos que ya no vivían en el lugar o que trabajaban por largas temporadas en otros lados. Se alimentaban en el monte y allí mismo empollaban sus huevos. Un buen día aparecían escoltadas por sus pollitos. Eran algo así como una especie de gallinas salvajes.
Una tarde de verano, prosigue Don Ulises, cuando ya estaba ocultándose el sol, regresábamos de una agotadora jornada de trabajo en varias fincas vecinas, unos cortando caña y otros trabajando en arroceras, pudimos presenciar un espectáculo de características desacostumbradas en el lugar. Al parecer, Don Diógenes había planificado el exterminio de las mencionadas gallinas, de manera increíble  por su grado de crueldad.
Había colocado en anzuelos pequeños, un grano de maíz, así como otros granos esparcidos en su alrededor. Las gallinas tragaban el maíz y con el grano también tragaban el anzuelo, que a su vez estaba unido a un hilo de nylon, del que usan los pescadores, de un color verde muy claro. El grado de desesperación de las pobres gallinas al sentirse con un anzuelo en la garganta es de difícil descripción, y más difícil resulta cuando se está ante diez gallinas en la misma situación, con los picos abiertos y sus alas extendidas.
Al acercarnos al lugar nos encontramos ante la figura grave de Don Diógenes que parecía estar frente al mismo demonio. Llegó desde el río, venía agitado, tenía el cabello blanco totalmente revuelto y en su ojos había más sangre de lo acostumbrado. Todas las gallinas murieron en el acto como consecuencia de los tremendos puntapiés que les propinó Fabra. Acto seguido diez cabezas de gallinas  volaron por los aires como consecuencia de certeros golpes de machete de Fabra.  Fueron minutos que parecieron siglos. La saña de Diógenes parecía no tener límites, cuando procedió a amontonar todas las gallinas sin cabezas, las empapó con keroseno y aceite quemado y procedió a quemarlas. No se me puede olvidar que se desprendía un olor sumamente fuerte de carne quemada, plumas , aceite y queroseno.
Primero contemplamos atónitos el espectáculo sin decir palabra, luego mi hermano Felipe, quiso intervenir, continúa Don Ulises, pero, nos detuvo Don Chico Mora, que en paz descanse.  Cuando nos recuperamos de esa fea impresión seguimos nuestro camino, caminando rápido y sin pronunciar palabra. Al llegar a la casa de Felipe mi hermano, que era la más cercana, Don Chico Mora, que siempre había sido una persona mesurada, nos dijo que no comentáramos nada, por unos cuantos días, haber si don Diógenes daba una explicación de lo sucedido.
Dos cosas nos llamaron la atención, y nos comenzaron a preocupar. La primera se relaciona con el perro que acompañaba a su amo en todos los momentos, pero en esta oportunidad se presentó aterrorizado, con todos los pelos lomo erizados, el rabo entre las patas y casi agazapado. El segundo hecho novedoso radica en que Fabra jamás hizo comentario alguno acerca de las gallinas muertas y sus causas.
El tiempo fue transcurriendo y con él Diógenes ganó algunas amistades, entre ellas doña Juana de las Mercedes.
Había en el lugar una mujer de oficio lavandera, de nombre Juana de las Mercedes, cuyo apellido no preciso. Esta señora tenía la fea costumbre de asustar a los niños, y  lo hacía de una forma, que hasta hacía efecto en los adultos. Cada vez que se encontraba con Robertito, el hijo menor de Don Cipriano, que aún vive detrás de aquellos chilamates que están al final de ese cerro; como le decía cada vez que se encontraba con Robertito no se cansaba de reiterar: “cuando me muera te llevaré para que me acompañes en el cementerio, y si no vienes a buenas te llevaré a rastras cuando te encuentres dormido”. Más adelante le comento que pasó con Robertito, aunque le adelanto que el probrecito tenía unas pesadillas que  daban pesar.
Como decía, hicieron amistad Don Diógenes y Doña Juana Mercedes, pero siempre se trató de una relación inmersa en una nebulosa, tal como se presentaba el pasado de ambos. De doña Juana, poco se sabía, pues era de todos conocido que había abandonado el trabajo en un circo que acertó a pasar por el lugar, porque según su relato, la maltrataban, le daban muy poco comer y dos domadores de animales abusaron de ella en una jaula, en medio de cuatro tigres, mientras viajaban en una caravana de camiones. Cuando quiso protestar ante el dueño del circo, éste casi se atraganta con un melón de tanto reírse por lo chistosa, según él, de la queja.
La recuerdo muy bien a doña Juana apunta don Aquiles. Yo fui uno de los que la encontró ahorcada en aquel galerón de zinc que tiene usted de frente. Así es, una noche de mucho viento, encontramos a Doña Juana Mercedes ahorcada.  Precisamente, fue Robertito, el niño de Don Cipriano, y que ella tanto atemorizaba, quien tuvo la desgracia de encontrarla. No estaba buscándola, sino que iba  a retirar el alimento que por la mañana le daban al ganado lechero, que estaba almacenado en el galerón de zinc que tiene de frente, a unos 100 metros de la casa de Diógenes. Pobrecito, niño, encendió un fósforo porque no había luz en el galerón y se encontró con el recio cuerpo de doña Juana Mercedes pendiendo del techo del galerón por medio de un cable doble que se había amarrado al cuello. Aquello fue fulminante para el pobre niño que sólo atinaba a decir que doña Juana tenía los ojos muy abiertos y no se los sacaba de encima (según su inocencia).
Su delirio y desesperación fue en aumento. Para que no diga que estamos inventando, mírelo, es él, ahí viene, riendo solito, ya el pobre no tiene ni cabellos, ni dientes y desde ese entonces se chupa los dedos sin cesar.
Fabra hizo muy pocos comentarios acerca de su muerte, sólo que solicitó autorización para sepultarla en su jardín y  ahí está al pie de aquella cruz negra de casi dos metros que el mismo Diógenes hizo con  los restos de una rastra.
Parecería que el extraño comportamiento de Fabra se lo había trasladado a su perro. Siempre llamó la atención el comportamiento del perro Lobo ya que por las mañanitas solía vérsele olfateando de forma entusiasta hacia el monte, como si estuviera muy cercano lo que buscaba. Lo extraño es que su entusiasmo decrecía en forma abrupta, sin haber encontrado nada. Entonces, como derrotado y apesadumbrado se le veía trotando hacia su casa, mirando hacia abajo, como reconociendo su derrota. Por lo visto se le esfumaba con rapidez lo que supuestamente buscaba. Como no podía ser de otra manera, esto no hacía más que generar comentarios alusivos a la enigmática personalidad de Fabra y asociarlo al extraño comportamiento de su perro.
Como la casita de Don Diógenes Fabra quedaba al final de un callejón que nadie transitaba y que estaba separado totalmente del caserío, había veces que no se le veía por varios días.
Una noche los perros ladraron más de lo normal, y hasta que parecía que perseguían algún animal que se alejaba velozmente. Hacía como cinco días que se oían ladridos y aullidos intensos de los perros .     
Ya no habían insistido con los ladridos pero de los aullidos no nos librábamos. Se trata de alguna perra en celos decían unos, o de perros en busca de perras comentaban sonriendo otros. El asunto es que los aullidos siempre comenzaban en las inmediaciones de la casa de Don Diógenes Fabra.
Una mañana muy temprano recibimos la visita de Don Máximo, capataz de la empresa constructora de carreteras, al que le doy la palabra para mayor precisión. Así es, el supervisor general me dijo, andá a averiguar que le pasó a Don Diógenes Fabra, que  ya hace cinco días que no llega a trabajar, y eso es raro, porque nunca ha faltado. Recuerdo que me acompañaron don Nepomuceno y Don Aquiles que aquí están presentes, y nos fuimos directo a la casita de Don Diógenes Fabra.
Tocamos tres veces la puerta y nos pareció oir pasos, o al menos un cierto movimiento dentro de ella, pero, luego solo logramos escuchar pequeños ruidos como de ratones que corren sorprendidos entre los estantes . Nadie respondió. Recuerdo que le dije a Don Aquiles que consiguiera una barreta y procedimos a forzar la puerta. Fabra no estaba. El único presente era Lobo, el perro de Fabra. La pequeña casa estaba desordenada , y muchas de las cosas que normalmente están en las estanterías, podía vérseles esparcidas por el suelo. El perro estaba tendido en el piso, muy dolorido, tenía sangre en la boca y le faltaban los colmillos de arriba y otros tres dientes los tenía quebrados. Tenía como una especie de lana de cabra o algo por el estilo entre los dientes, y otro tanto de esa especie de lana estaba esparcida en el suelo, llena de sangre.
El relato se vuelve más dinámico porque intervienen interrumpiéndose uno a otro Don Nepomuceno, Don Aquiles y Don Máximo, todos testigos de los acontecimientos siguientes, aunque con versiones no siempre coincidentes.
Transcurrieron más de cinco años para que medio se aclararan las especulaciones sobre vida o muerte de Don Diógenes Fabra. Mucho se había comentado, por un lado tres versiones medio coincidentes que decían haberlo visto medio disfrazado con una especie de piel de venado, con una gran palo como de tres metros que usaba como una especie de bastón. Estaba  muy cambiado, con una larga barba y larga cabellera. Unos los vieron en ciudad Quezada, Costa Rica, otros en  las afueras de Ciudad Colón en Panamá, y no faltaron los que lo vieron en el Rama, por Nicaragua.
Otro grupo de versiones,  ciertamente más fantasiosas apuntaban a su presencia cerca del poblado. Una gente decía que lo habían visto algunas noches de luna, vagando, convertido definitivamente en gallina, y cuidándose siempre de no abandonar los límites del monte. Un señor de apellido Quintana que vivió por muchos años aquí y ahora se fue para Tegucigalpa, decía que al sumergirse en el río en busca de una pala que unos chavalos arrojaron, en el mismo lugar donde Don Diógenes Fabra permanecía por horas, creía haberlo  visto, en el fondo del río, amarrado de pies y manos, vestido con ropa de mecánico y con un extraño saco de piel de venado, o como de piel de cabra. Sin embargo, nadie pudo aportar pruebas convincentes sobre el particular.
Créame apunta Don Aquiles, parece que el tan Don Diógenes debía tener un extraño poder que atemorizaba a los perros. Así es, una noche los perros aullaron hasta el amanecer y no se supo la causal.
Esa mañana la noticia fue recibida como una bomba. Don Diógenes Fabra estaba vivo. Una mañana muy temprano, cuando recién estábamos por iniciar labores en la empresa constructora, sucedió la aparición. Los trabajadores vieron acercarse a un hombre recio, descalzo, larga cabellera y barba blanca hasta el pecho. Llevaba un vestido totalmente novedoso de piel de venado untado con aceite quemado.
Parecía tener unos 65 a 70 años. Llevaba una cruz de madera como de tres metros, la que blandía a veces y a veces la besaba. Colgaban de esa cruz cientos de crucifijos de diferentes colores y tamaños. La piel de venado, untada con aceite quemado, y el olor fétido propio de no bañarse ponían a prueba al mejor estómago.
Aquellos minutos se hicieron interminables. Se acercó y bendijo a los presentes con ademanes que parecían no coordinar con las palabras.
Como es de suponer todos tenían temor. Los trabajadores no dudaron de entregar un cigarro por trabajador que solicitaba Don Diógenes Fabra al finalizar su especie de bendición demencial.
A pesar de su estado maltrecho, lo pude identificar perfectamente agrega don Máximo, Capataz para ese entonces.  Lo identificó por sus tres dientes arreglados en oro, y  por una gran cicatriz que tenía en el brazo derecho, y porque le faltaba el dedo índice de la mano izquierda.
Don Diógenes Fabra, le dijo Máximo, y el viejo mecánico lo miró con los ojos llenos de odio, para luego echarse a llorar en los brazos del primero que encontró. En esta parte del relato hay  fuertes contradicciones entre los que relatan, pues mientras Don Máximo dice que Don Diógenes Fabra lo reconoció y  balbuceó algunas palabras y se arrodilló frente a él, los demás dicen que se arrodilló ante todos y  que todo lo que balbuceaba era en un idioma extraño.
Recuperado del impacto, Don Diógenes Fabra, retornó a sus andanzas dejando abandonados los cigarros que segundos antes le habían entregado los obreros. Tomó la cruz de madera, la besó reiteradamente, bendijo a los trabajadores, y sin saludar se alejó rápidamente hacia el monte cercano, haciendo oídos sordos a las súplicas de don Máximo para que regresara al trabajo. Como si fuera poca la sorpresa, al llegar al bosque Don Diógenes Fabra extendió violentamente los brazos, emprendió veloz carrera como si fuera a volar y se introdujo en la espesura sin volver a ver.
Luego se reinició la polémica de quiénes tenían razón si los que le vieron vagando en las noches, si los que lo vieron en  ciudad Quezada, El Rama, o Ciudad Colón, con la famosa vara de tres metros o el Sr.Quintana que lo vio en el fondo del río amarrado y vestido justamente con el tipo de ropa que apareció aquel día.
Las cosas habían transcurrido con relativa calma, hasta que una noche con algo de luna, pero no muy clara, se vio llegar al galerón, en donde fue encontrada Juana Mercedes ahorcada, a una persona aparentemente vestida de negro. Todos los que estamos aquí oímos- agrega doña María Camila los gritos reiterados de aquel hombre que decía: “Juana Mercedes, Juana Mercedes...., he regresado para llevarte conmigo”. Se supone que era Don Diógenes Fabra que venía en busca del espíritu de doña Juana Mercedes, y al mismo tiempo de destruir el galerón que habría contribuído con su muerte. En el galerón se alojaban cerdos que se protegían en la noche de otros animales.
El galerón ardió, y con él se calcinaron algunos cerdos, y a otros se les pudo ver cual antorchas vivientes lanzando gruñidos desesperados, y haciendo zigzag  hacia el río. Las grandes llamaradas alumbraron perfectamente cuando el incendiario se lanzó a las llamas en medio del galerón.
Al día siguiente, al alba, los pobladores se apresuraron para localizar los restos del aparente anciano  que gritó desesperadamente cuando las llamas lo envolvían.
Cuando los pobladores llegaron ya estaban las gallinas las que escarbaban y picoteaban en forma muy alborozada en torno al cadáver. Lo curioso del caso es que el cadáver pertenecía a un perro y por los dientes quebrados, era el de lobo, el perro de Don Diógenes Fabra. Nadie pudo saber cómo y cuándo llegó al lugar de los hechos.
A pesar de los esfuerzos no se encontró rastro alguno del anciano, excepto por los movimientos de tierra en la fosa cavada en que estaba enterrada doña Juana Mercedes . Sólo había quitado algo de tierra la que no pusieron en su lugar, y también movieron la cruz.
Algunos de los vecinos  por  años comentaron que una de las gallinas que estaban escarbando y picoteando cuando el incendio tenía un tamaño muy superior al de cualquier gallo, pero extrañamente su cuerpo era de gallina y sus alas extremadamente largas. También comentan que a esta gallina se le vio en muchas oportunidades hurgar en los restos del galerón, pero tan pronto se veía sorprendida huía extendiendo sus alas en dirección al remanso del río en extraña coincidencia con el lugar que permanecía por horas Don Diógenes Fabra