jueves, 24 de noviembre de 2011

Relatos rurales para dormir con un ojo abierto .Publicado en bubok.es

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RELATOS RURALES PARA
DORMIR CON UN OJO
ABIERTO
Juan Carlos Santa Cruz C.
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© 2011 Bubok Publishing S.L.
2ª edición
ISBN:
DL:
Impreso en España / Printed in Spain
Impreso por Bubok
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Dedicatoria
A mis hijos Tania María y Juan Carlos
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Índice
Introducción ............................................................................... 8
LAS RAZONES POR LAS QUE ERNESTO DEJÓ DE VIVIR EN PAZ 11
POR ACLARACIÓN, CULPABLE SI, ARREPENTIDO NO ............... 27
DON DIÓGENES FABRA Y EL PERRO QUE PERDIÓ LOS DIENTES
EN EXTRAÑA PELEA .................................................................. 51
EL FUTURO DE DOÑA DULCE MARÍA LO ADIVINÓ UNA GITANA
.................................................................................................. 65
LA SOLEDAD DE LOS GALLOS DE DOÑA ADELA ........................ 89
EL CALOR DE LOS LADRILLOS DE DIEGO DEL PEÑÓN ............. 118
AMORES DE PERROS PARA UNA PERRA VIDA ........................ 137
LOS MUROS DE PIEDRA NO SON BUENOS PARA ESTRELLAR LA
CABEZA ................................................................................... 156
LAS CHATARRAS QUE EL VIENTO SE LLEVÓ REGRESAN CON
SORPRESAS ............................................................................. 180
EN LA MONTAÑA SOMOS ASÍ, FAVOR QUE NOS HACEN, FAVOR
QUE REGRESAMOS ................................................................. 199
LAS LUCES DE LA COHETERÍA ILUMINARON UN ATERRADOR
POLVORÍN DE RECUERDOS ..................................................... 216
EN BOCA CERRADA, A VECES, ENTRAN MOSCAS ................... 235
EL EXTRAÑO REGRESO DE DON ANTONIO TEODORO ............ 249
Breve perfil de los principales personajes, según capítulo .... 265
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Introducción
Relatos rurales para dormir con un ojo abierto expuesto
en trece capítulos, se sitúa en el medio rural de América
Latina, en los límites fronterizos de varios países, en donde
las selváticas montañas son una constante.
La pobreza es un tema central en la que interactúan
familias rurales, finqueros con poder político y económico, la
iglesia, grupos empresariales ligados al gran capital y
elementos de la mafia maderera.
El relato cubre el ámbito de acción de la vida cotidiana en
donde se involucran actores, cuyas rivalidades y ambiciones
les hacen desembocar en un final casi siempre traumático,
con predominio de lo trágico. Esta dinámica de rivalidades
expresada a nivel económico, político y hasta religioso entre
familias y vecinos, incluye las desavenencias entre las parejas.
Los límites fronterizos entre los países y la profundidad
de la montaña aparecen constantemente mencionados en
varios capítulos de los relatos. En ambos escenarios la
presencia de la ley y de las instituciones que regulan la vida
social son casi inexistentes dando lugar al ejercicio
discrecional del poder por los más acaudalados o los
elementos que cuentan con mayores recursos, casi siempre
en detrimento de la inmensa mayoría de pobres que es lo
que más abunda en este medio.
El contenido de cada uno de los capítulos guarda
independencia con los demás, no obstante, las temáticas son
reincidentes. Cuatro capítulos tienen como escenario las
fronteras de Uruguay, Brasil y Argentina. En tanto que ocho
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de ellos están vinculados a América Central, particularmente
a los límites y área montañosa entre Nicaragua, Honduras y
Costa Rica.
En el relato, la mujer juega el rol que por años se le ha
impuesto en este medio, y en toda América Latina, como es
el de ama de casa y esposa, aunque también aparecerá
teniendo un papel destacado en alguno de los capítulos. Tal
es el caso de una mujer empresaria, próspera y con gran
capacidad para el ejercicio del poder en un entorno hostil.
Destaca la beligerancia de una investigadora social, que
supera la técnica policial para el esclarecimiento de un doble
crimen con sede en tres países. No menos importante
constituye su presencia en confrontaciones religiosas entre
evangélicos y católicos, así como haciendo denuncias sobre
actos de corrupción, e involucrándose en ellos, en otros
casos. Mención especial merece una madre que se enfrenta a
tiros con bandoleros rurales recuperando a su hija de catorce
años que en ese momento era secuestrada.
La exposición de manera articulada de la pobreza con la
codicia, la envidia, la intolerancia política religiosa, así como
el desprecio por la dignidad humana, constituyen puntos
medulares del relato, que inmerso en la descripción de un
entorno selvático y fronterizo, expuesto con fluidez, le da al
texto un perfil por demás fascinante.
En esencia, relatos rurales para dormir con un ojo
abierto, siempre plantea de manera latente y a veces directa,
el lado oscuro del personaje central y de otros actores
involucrados en rivalidades y disputas por el poder.
He tratado de seguir a pie juntillas lo aconsejado por mi
compatriota el gran maestro uruguayo Horacio Quiroga
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cuando decía: “Toma a los personajes de la mano y llévalos
firmemente hasta el final, sin ver otra cosa que el camino que
le trazaste. No te distraigas viendo tú lo que ellos no pueden
o no les importa ver”.
Si bien el relato recoge elementos de la realidad de un
mundo rural que he tenido la oportunidad de conocer y en
algunos casos convivir, la mayoría de los nombres de
personajes y localidades los he cambiado expresamente.
Juan Carlos Santa Cruz C.
Managua, Nicaragua
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LAS RAZONES POR LAS QUE ERNESTO DEJÓ
DE VIVIR EN PAZ
Ernesto (Ernesto José Ibarra Gaitán) había nacido en el
medio rural, en el límite fronterizo de Argentina y Uruguay,
y su vida había transcurrido en él. Casi todo lo que poseía lo
había recibido por herencia de un tío abuelo, el extinto
coronel de origen salvadoreño apellidado Menjívar. Podría
considerarse un productor con las limitaciones propias de la
tecnología atrasada, pero que vivía en forma desahogada.
Manejaba una finca de unas quinientas hectáreas las que
explotaba exclusivamente en actividades relacionadas con la
ganadería de leche. La finca tenía excelente abastecimiento
de agua para el ganado ya que estaba atravesada por un río
de unas dos cuadras de ancho.
A los veinticinco años se le veía como un hombre de más
edad. Moreno, fornido, con una cicatriz muy marcada en la
sien, producto de una patada que le había dado un caballo
cuando aún era niño.
El trabajo en la finca siempre era duro, como el
levantarse a las tres de la mañana para ordeñar alrededor de
cuarenta vacas, y otras veinte por la tarde. Todas las
mañanas Ernesto procedía a distribuir la leche casa por casa
en el centro poblado cercano. Montado en su carretón tirado
por un caballo iba todos los días forjando su futuro.
El tiempo fue transcurriendo, y con él fue en aumento el
capital en la finca lechera, llegando a tener hasta sesenta
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vacas en ordeñe, dos carretones de distribución de leche, y
tres trabajadores asalariados, permanentes.
Fue en la ruta de distribución de leche que conoció a
Luisa la que luego sería su esposa. Ella era una joven muy
agraciada, de penetrantes ojos negros. Con ella procrearon
tres hijos.
Las labores del hogar y el cuidado de los hijos la
ocuparon durante los primeros años. Ernesto jamás permitió
que ella participara en las tareas relacionadas con la
extracción y distribución de leche. Era un hombre de vida
sencilla, con pocas luces respecto a su formación educativa.
Apenas había llegado hasta tercer grado de enseñanza
primaria. No concebía otra vida que la que conocía, y ahí
terminaba su perspectiva.
Luisa Poveda provenía del seno de una familia humilde
de extracción campesina, que luego se trasladaron a la ciudad
y se habían ligado a un ambiente menos rudo que el rural.
Había que ver aquella pareja para reafirmar el dicho de
que “sobre gustos no hay nada escrito”. Ella era ambiciosa,
quería salir de aquel medio con olor a vaca y estiércol, olor
que parecía haber impregnado todo, incluyendo la ropa y la
piel de su propio marido.
No deseaba tener más hijos, y así se lo planteó a Ernesto,
el que aceptó la decisión aunque notoriamente contrariado.
Ella quería vivir más plenamente y con más
esparcimiento. Él casi entendía la idea, pero le era difícil
romper escollos de esta naturaleza, y era evidente que no
estaba preparado para hacerlo. Vivían a unos quince km. de
la ciudad, no tenían luz eléctrica ni agua corriente. Nunca
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salían en la noche porque había que madrugar. Vivían
aislados sin estarlo.
Todo indicaba que Luisa cada día estaba más contrariada,
aunque ello no se reflejaba en las relaciones con Ernesto, y
más bien éste estaba convencido que vivían profundamente
felices, además que su capital había aumentado, no tanto en
número de vacas sino en cantidad de leche comercializada.
La disciplina laboral llevó a que los servicios de Ernesto
fueran contratados por el dueño la finca más fuerte del lugar
para la distribución de su producción de leche con un
porcentaje sobre venta.
El dueño de la finca era un empresario, ingeniero
agrónomo con una maestría en Estados Unidos.
Al cumplir el primer año del negocio entre el empresario,
Don Luciano Jiménez Poveda, aunque sin relación familiar
con Luisa, invitó a almorzar a Ernesto junto a Luisa.
A Ernesto, a veces le costaba ubicarse y esta oportunidad
se le vio más desorientado que nunca, respecto a las
relaciones sociales. La esposa de Don Luciano y éste
platicaban animadamente con otro empresario, Don Danilo,
que era vecino del lugar, y que también había sido invitado al
almuerzo.
Luisa se integró fácilmente al grupo, pero Ernesto se
estaba aburriendo, de manera que le pareció oportuno ir a
platicar un momento con un peón que había trabajado en su
finca y que ahora era capataz de Don Luciano.
En este almuerzo y esta conversación de sobremesa se
había sellado el futuro de Ernesto y el de su familia.
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La esposa de Don Luciano quedaría sola en las
vacaciones de sus hijos, los que partirían de viaje a los
Estados Unidos durante un mes, motivo por el cual solicitó
autorización a Ernesto para que Luisa le hiciera compañía
durante el mencionado mes. Efectivamente, la respuesta de
Ernesto no se hizo esperar, y sin siquiera consultar a Luisa le
respondió que en el transcurso de esa misma semana tendría
junto a ella a Luisa y sus tres hijos.
Luisa aceptó la invitación, y todos se trasladaron en el
automóvil de la esposa de Don Luciano, hacia la casa de éste
y por el tiempo convenido.
Fue un mes inolvidable para Luisa y sus hijos pues
gozaron de las comodidades que le son objetivamente
negadas a los sectores medios y bajos. No olvidaría ella y los
niños los continuos viajes en avioneta para visitar varias
fincas de Don Luciano que estaban esparcidas en la región, o
las veces que fueron a pasear en yate, o las cenas en la ciudad
mientras Ernesto dormía. Fue como conocer un mundo que
ni siquiera imaginaban que existiera.
En este mes Luisa no respiró el olor a estiércol y a vaca
que tanto le contrariaba. La esposa de Don Luciano les
compró ropa a ella y a sus hijos. Fue en este mes que el
amigo de Don Luciano, Don Danilo Valenzuela Valenzuela,
un distinguido empresario nacido según dicen en Europa,
con fuertes inversiones en el país y en el exterior la llenó de
halagos, ponderando su belleza, primero por teléfono y
luego personalmente. Fue en ese mes que entablaría
relaciones con consecuencias fatales para el vínculo de ella
con Ernesto.
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Regresaron a la casa, y pese a la diferencia a la vida
diferente y los halagos de ese mes Luisa permaneció muy
discreta. El germen de la discordia estaba engendrado, pero
ella no lograba darle una forma acabada.
Desde ese momento el ritmo de Luisa cambió, porque
prácticamente todos los días se montaba por las mañanas en
el carretón con Ernesto y se quedaba en la casa de Don
Luciano y regresaba por las tardes con Ernesto, y a veces la
traía la esposa de Don Luciano.
Su mundo social se había transformado. Seis meses
después de aquel almuerzo Ernesto y Don Luciano tuvieron
la oportunidad de sentarse nuevamente frente a frente con
Don Danilo, el amigo y socio de Don Luciano, que a la
postre quedaría al frente del negocio, porque Don Luciano
había sido electo Diputado.
Don Danilo fue muy amable, y así lo percibió Ernesto al
comentárselo a Luisa. No había ninguna razón para que nada
cambiara. Eso parecía, sin embargo días después los hechos
se dieron de una manera desagradable y grosera.
Una mañana después de finalizar la distribución de leche,
regresaba Ernesto hacia su casa. Al pasar por el puesto de
policía ubicado a la salida de la ciudad, dos policías portando
armas largas le ordenaron que detuviera el carretón y que
descendiera. Se le ordenó que ingresara al recinto policial, ya
que el oficial de turno tenía que hacerle algunas preguntas.
En la Estación de Policía se había registrado una
denuncia contra Ernesto relacionada con mal trato
desmedido contra los animales, especialmente contra vacas y
terneros a quienes según la denuncia castigaba con tanta saña
que provocaba el llanto desesperado de los niños, quienes
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estaban sumamente afectados por estos actos vandálicos. La
denuncia estaba firmada por su propia esposa, Luisa Poveda
de Ibarra. No había dudas que era ella.
Ernesto se preguntaba la razón de la denuncia, pero no
lograba una respuesta satisfactoria. A Luisa la habían
asesorado, que lo primero era lograr desestabilizar
emocionalmente a Ernesto, y esto sin duda apuntaba en esa
dirección.
La respuesta de Ernesto fue tajante, esto es Sr. Oficial,
una equivocación o una patraña, que cuando llegue a mi casa
aclararé. Luisa con sus veintiún años y deseosa de romper
con ese círculo que la ahogaba ya había accedido a la primera
relación con Don Danilo y estaba ilusionada y en espera de
lo prometido por éste audaz Don Juan, que a sus cincuenta y
cinco años no perdía oportunidad de aventurarse por
senderos poco claros.
La policía al registrar la primer denuncia había procedido
a advertir sobre lo negativo que para la imagen de Ernesto
eran estos hechos, que acababan de denunciarse.
Al día siguiente muy temprano se hizo otra denuncia
contra Ernesto, pero esta vez las cosas se habían complicado
porque la esposa argumentaba que se procediera a detener a
Ernesto para que se le analizara síquicamente porque estaba
convencida que se encontraba frente a un enfermo mental.
Afirmaba que en un ataque de histeria Ernesto sólo atinaba a
tomarse la cabeza con las dos manos y se quejaba de un
tremendo dolor que tenía en el lado que le había pateado un
caballo cuando pequeño.
A partir de este momento entran a jugar otros elementos
que jamás pasarían por la mente de Ernesto.
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Los trámites de detención preventiva de Ernesto fueron
iniciados y ejecutados el mismo día por solicitud de Luisa, su
esposa. Lo detuvieron llegando a su casa y en la presencia de
los niños.
Ese mismo día se formó una Junta de tres médicos que
dictaminó el internamiento de Ernesto en un hospital
siquiátrico. Habían analizado el caso y no había vuelta de
hoja, según decían.
Dos policías llevaron a Ernesto hasta la capital y allí
procedieron a internarlo en un hospital para alienados
mentales. Uno de los policías comentaba que tuvo incidentes
constantes en el viaje porque Ernesto afirmaba a gritos que
no estaba loco, que todo era fruto de una lamentable
equivocación y que se lo permitieran probárselo quitándole
las esposas que le amarraban las manos.
En el hospital comenzó una etapa de la vida de Ernesto
que nunca olvidaría.
Le amarraron y le dieron varios choques eléctricos, decían
que para tranquilizarlo, pero según se sabe esto les afecta
bastante a quienes lo reciben.
Transcurrió un mes para que la familia de Ernesto hiciera
los primeros contactos en la capital. Después de una serie de
diligencias realizadas por un sobrino de Ernesto, llamado
Esteban, estudiante avanzado de leyes, se comenzó a
descubrir algunos de los hilos de la gran trama que envolvían
el complejo asunto.
En primer lugar quien llevó a adelante el trámite de la
prisión preventiva de Ernesto y su envío al hospital
siquiátrico fue el empresario Don Danilo que lo había
tramado todo con Luisa. Este señor utilizó toda su influencia
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local para que los médicos decidieran el internamiento de
Ernesto.
También impulsó el segundo paso que consistía en buscar
apoyo en el hospital siquiátrico para confirmar el dictamen
realizado por médicos generales, esto es, que no eran
siquiatras. El segundo paso fue más difícil para Don Danilo
que no vivía en la capital, en tanto que Esteban ya se había
apersonado al Jefe de Sala que era un siquiatra muy afamado
y le había comentado el caso paso a paso.
Comentaba Esteban que llegó al hospital y solicitó el
expediente de Ernesto para consultarlo y no se lo
entregaron. Esteban quedó un tanto preocupado y le solicitó
una sugerencia a Ernesto quien le dijo que hablara con el
Diputado Don Luciano, que parecería que había mantenido
prudente distancia en el incidente.
Esteban estuvo una semana esperando que Don Luciano
lo atendiera pero por diversos motivos no logró hablar con
él, pero logró un buen acercamiento con su hermano que era
el secretario personal de Don Luciano. Ambos se dirigieron
al hospital y el hermano de Don Luciano hizo valer su
responsabilidad administrativa, y ahí pudieron confirmar la
acción criminal del empresario Don Danilo.
Los trámites se fueron haciendo lentamente. Mientras
tanto, las vacas de Ernesto se esfumaron de la noche a la
mañana. Todas fueron “compradas” por Don Danilo. Doña
Luisa, lo primero que hizo fue comprarse un carro, y ese
mismo día se tiñó el pelo de rubio, como le gustaba a Don
Danilo.
Según se pudo averiguar, el resto del dinero pasó a manos
de Don Danilo, que entregó una parte a los médicos que se
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prestaron para el sucio juego de la “demencia" de Ernesto.
De la finca sólo pudieron vender trescientos veinte
hectáreas, pues las restantes les correspondían a los hijos. El
ganado siguió un trámite distinto pues había una carta de
“deuda” de Luisa con Don Danilo, la que fue pagada
íntegramente.
Mientras tanto en el hospital le ocurrían los percances
más lamentables al pobre Ernesto, que sin ser enfermo
mental era tratado como tal, y debía convivir con quiénes si
lo eran. Pronto sobresalió como trabajador cuerdo y
respetuoso, así que le asignaron tareas externas de albañilería
y pintura en los demás centros médicos y en algunas casas de
personal del hospital.
Seis largos meses transcurrieron para que el caso pudiera
ser analizado a conciencia por el Jefe de Sala, y una Junta de
Especialistas. El resultado fue unánime, favorable a Ernesto.
De inmediato procedieron a otorgarle el alta, dado que su
salud mental era normal.
Regresó Ernesto con la preocupación del estado de su
familia y el de su finca. Venía acompañado por su sobrino
Esteban, pero éste solamente lo dejó en el portón de la finca
porque tenía un examen de graduación de abogado en esos
días.
Nadie lo recibió. La casa estaba cerrada. Le llamó la
atención no ver al ganado lechero pastando en los
alrededores, pero, eran muchas las cosas que tenía en mente
para hacer demasiado énfasis en una de ellas.
Abrió la puerta, la que no tenía llave. Esta fue su primera
gran sorpresa, la casa sólo tenía las paredes y el techo,
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puertas y ventanas. Había un insoportable olor a encierro, y
varios hormigueros en su interior.
Aún estaba anonadado, es decir, no atinaba a hacer nada,
cuando sintió que se acercaban unos pasos, y hasta medio se
alegró. Era su vecino Don Fermín Escobar que le puso al
tanto de los desbarajustes de su esposa.
De sobresalto en sobresalto lo agarró la visita del
responsable policial del lugar, el que se hacía acompañar por
dos escoltas con armas de guerra.
Posteriormente, Esteban se enteraría que este era parte de
un plan bien articulado de provocación para hacer perder la
calma y el equilibrio a Ernesto. El delegado policial habló en
un tono altanero, sin bajar de su caballo. “Vea, señor.
Ernesto Gaitán... disculpe soy Ibarra Gaitán, dijo Ernesto, a
lo que el policía respondió con voz severa ¡No me
interrumpa! Señor he venido a notificarle que aquí todos
vivimos tranquilos, nos llevamos bien, y respetamos la ley. A
nosotros como autoridad policial nos corresponde velar por
la tranquilidad pública, y cuando la gente está enferma, son
los médicos los encargados de su atención.
Con todo respeto le digo que en los casos de los
enfermos que han tenido problemas mentales, como usted,
la atención se da en la capital, porque aquí no hay
especialistas. Y a los locos bravos los reventamos a palos,
terció un policía raso, de los que traía arma de guerra.
Su intervención desentonó y era evidente que no estaba
programada, porque bastó con una mirada del jefe para que
no volviera a hablar.
Tomó la palabra nuevamente el delegado policial, para
despedirse: “Don Ernesto, recuerde que somos los
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responsables de resguardar el orden público y que no
permitiremos ninguna alteración del mismo, porque para eso
nos pagan”.
Dicho esto dio media vuelta a su cabalgadura y partió al
galope, seguido por sus escoltas. Ernesto no tuvo
oportunidad de hablar, sólo escuchó la arenga policial.
Esta vez le dolía la cabeza de verdad, como secuela de
una impotencia sin límites, frente a una dramática realidad.
Don Fermín le ayudó en todo lo que pudo y días después
comenzó las gestiones para localizar a sus hijos y permitirles
que lo vieran. La entrevista se fijó en una casa elegante de las
tantas que tenía Don Danilo. Los niños estaban
acompañados por una persona con uniforme de esos que
tienen los conductores de vehículos particulares de ciertas
familias importantes.
Hable con ellos señor, intervino el guardia. Fueron
momentos desesperantes ya que ninguno quiso darle un
beso, y se mantuvieron como a dos metros muy juntos uno a
otro, y por momentos tomados de la mano. Ahí estaban
viéndolo fijo de pies a cabeza, y Ernesto sin saber qué hacer.
Los ojos se le llenaron de lágrimas y rompió en llantos, y los
niños retrocedieron un paso más.
Ernesto estaba desesperado, su esposa en otras manos,
sus hijos en otras manos, su capital en otras manos, su
felicidad esfumada y sus nervios por colapsar.
Llévelos señor, logró decir Ernesto, a lo que el chofer le
respondió que aún le quedaban diez minutos. No tuvo
respuesta de Ernesto, el que estaba al borde de una crisis
nerviosa.
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Regresó a su casa, y a partir de ese día su vida fue
adquiriendo un perfil preocupante. No podía conciliar el
sueño, no quería hablar con nadie, y hasta a veces rechazada
a su vecino Don Fermín, a pesar que la leche que vendía
nuevamente pertenecía a las vacas de Don Fermín.
Una discusión menor con un cliente, que alegaba que ésta
contenía agua finalizó con Ernesto en la cárcel, ya que la
advertencia del delegado policial había sido bien clara. Tuvo
que viajar su sobrino Esteban de urgencia para pagar una
fianza y lograr la libertad provisional de Ernesto. Días
después un sujeto ebrio le gritó en la vía pública “Ernesto te
pareces al caracol, por los grandes cuernos que llevas en la
cabeza”. Ernesto bajó del carretón, furioso y apaleó al
borracho.
Los hechos se desencadenaron de manera sorprendente,
estuvo Ernesto tres días en la cárcel y luego directo al
hospital siquiátrico, como reincidente.
Don Fermín indagó posteriormente (porque las vacas le
pertenecían), que el cliente que acusaba a Ernesto de vender
leche con agua, y el supuesto borracho eran la misma
persona y que ambas acciones habían sido encomendadas
por Luisa, la que había pagado por adelantado la cruel
acción.
Las cosas en el hospital se habían complicado porque el
Jefe de la Sala que había llevado el caso de Ernesto había
fallecido recientemente. Pasaron dos años en los que
Ernesto siguió siendo tratado como enfermo mental.
Un día de tantos le dieron el alta, ya podía regresar. Con
algún dinerito que había ahorrado se fue a un baño sauna y
salió como nuevo. Ese día invitó a Esteban a almorzar y
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comieron su plato favorito pollo asado y ensalada de frutas
como postre. Se despidieron porque Esteban tenía un caso
de litigio de propiedad. Acordaron verse a las seis de la tarde
para arreglar su viaje de regreso.
Ernesto aparentaba estar bien, con equilibrio mental,
pero las crisis de depresión lo perseguían hacía mucho
tiempo. Compró un galón de gasolina y en un baño público
se roció y luego la encendió. Ahí finalizó su dramática vida
que al fin y al cabo alcanzó la luz pública porque también
quedó hecho cenizas el edificio en donde estaba el baño
público.
De Luisa no hay mucho para comentar ya que después
que la esposa de Don Danilo encomendó a tres matones
darle aquella brutal paliza y quemarle el carro, no tuvo más
remedio que volver a sus orígenes, quizás con la lección
aprendida, que no está mal tener aspiraciones a un mundo
mejor, pero que sí es malo, muy malo sustentarlo en la
traición y en la destrucción de un ser humano que aunque
tenía limitaciones era noble y honrado.
Esteban no dejó las cosas así. Aprovechando el interés de
los periódicos por la muerte de Ernesto, hizo su primer
denuncia pública, en la que incluso se mencionaba con
responsabilidad indirecta a Don Luciano. Don Luciano leyó
atentamente la entrevista y localizó a Esteban y le ofreció
todos los recursos que necesitara para el esclarecimiento de
la muerte de Ernesto.
Una vez que Esteban reconstruye toda la ruta de los
acontecimientos se citan a los testigos y comienzan a
aparecer más evidencias.
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Don Danilo, desesperado, fue en realidad quien planificó
el atentado contra Luisa, utilizando a su propia esposa. Lo
que no sabía la esposa que si se eliminaba a Luisa, el resto de
las tierras pasarían automáticamente a manos de Don
Danilo, ya que los niños (a los que pertenecía la tierra)
actualmente llevaban su apellido.
Luego de acusaciones y contra acusaciones, alguien se
hizo la pregunta ¿cuál podría ser el verdadero interés de Don
Danilo de apoderarse de manera fraudulenta de quinientas
hectáreas cuando el poseía varios miles en distintas regiones
del país? Era una excelente pregunta. Don Fermín, que había
permanecido callado hasta el momento, llama a Esteban para
decirle que a él le parecía haber oído a uno de los capataces
de Don Danilo que por ahí pasarían tres carreteras nuevas.
Esteban se comunicó de inmediato con Don Luciano y
efectivamente eso era cierto. Don Luciano como ex
diputado había estado siempre en la comisión de
infraestructura y toda la documentación la llevaba para la
finca para estudiarla con calma. Esa es la razón por la que
Don Danilo se enteró de los planes de infraestructura del
futuro. Lo demás lo hizo por medio de tráfico de influencias
en otras instancias.
Poco a poco se armó el rompecabezas, con la ausencia de
Don Danilo que había abandonado el país por una supuesta
dolencia cardíaca. Fue así que se supo que por las tierras de
Don Danilo pasarían más de veinte kilómetros de una de las
carreteras, y que en la finca de Ernesto habría un troncal de
las tres nuevas carreteras que sustituirían a las antiguas que
bordeaban los cerros y éstas los atravesarían. El puente para
dar continuidad a la carretera del troncal se levantaría
precisamente en el río de la finca de Ernesto.
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No eran entonces los ojos negros de mirada chispeante
de Luisa, ni su pelo suelto, ni sus exuberantes caderas, era el
señor dinero.
Todos los bienes regresaron a los niños y se les nombró
como albacea a Esteban por considerar que Luisa no estaba
en condiciones de asumir tal responsabilidad.
Pasados los años y mientras hablaba con Esteban éste me
miró con una especie de complicidad, quiero, dijo, mostrarle
algo que ni mi esposa sabe que está en mi poder.
Esteban recordó que Ernesto siempre desclavaba el taco
del zapato y ponía dinero u otras cosas en ellos, por temor a
que se los robaran en el hospital. Decidió entonces algún
tiempo después de la muerte de Ernesto proceder a su
búsqueda. En uno de ellos, que por cierto los dejó en su casa
el último día que se vieron, encontró casi sellada en la suela
del zapato del pié derecho una foto que le había tomado,
justamente Esteban a sus hijos. Detrás de la foto en letra de
imprenta decía, casi a manera de epitafio: “Queridos hijos,
ustedes son inocentes, pero un día sabrán la verdad, porque
Diosito todo lo puede, y aquí en la tierra Esteban también lo
puede, pero no tiene poder ni dinero para descubrir a los
culpables”. Los quiero mucho hijitos. Un beso Papá.
Mientras contemplábamos la foto, sonó el timbre del
teléfono celular de Esteban, era su esposa, para comunicarle
que la televisión estaba anunciando que Don Danilo había
tenido un fatal accidente automovilístico y su cuerpo había
sido calcinado por el fuego del vehículo.
Esteban encendió el televisor y ya estaban siendo
entrevistados miembros de las llamadas fuerzas vivas de la
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sociedad los que vertían expresiones de misericordia para un
personaje tan humano, tan caritativo, tan honrado….
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POR ACLARACIÓN, CULPABLE SI,
ARREPENTIDO NO
El personaje central de este relato es un ex convicto de
las cárceles de Brasil y Uruguay. Estuvo preso por tenencia y
comercialización de cocaína.
Al salir de la cárcel asumió una actitud positiva ante la
sociedad rural en donde vivía y tenía sus propiedades. Se
sentía o parecía sentirse arrepentido y lo trataba de
demostrar diariamente, con sus dadivosas contribuciones a la
iglesia católica, y otros actores de la esfera pública.
Amparado en esa imagen de “hombre nuevo” este
siniestro personaje asesinaría a sus dos hermanos para
quedarse con las propiedades que les había heredado su
padre al fallecer.
El relato se desarrolla en el límite fronterizo entre Brasil y
Uruguay, en una zona eminentemente ganadera, en donde
los finqueros asumen muchas veces el rol de la policía y de la
justicia.
Rui Mauro es una persona que impresiona por su
cinismo, y su frialdad. Su nombre completo, Rui Mauro
Pereira Das Neves Mota, conocido por todos como Seu Rui
Mauro.
Seu Rui Mauro era víctima de una enfermedad terminal y
cansado de su sepulcral silencio, accedió a hablar y develar
un misterio del que se tenía pistas, pero que nunca pudo
comprobársele. Quería dejar clara su versión de los hechos.
Poco le interesaba a Seu Rui Mauro lo que pudiera decir la
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gente, pero en tal caso estaba convencido de que lo dicho
aquí, después de muerto y sin ningún documento ni testigos,
no iba a hacer cambiar de parecer a los que se lucraron con
sus “bondades”, comenzando por la iglesia católica.
Para expresar su punto de vista llamó (y pagó) a los
principales medios de comunicación para exponer a manera
de conferencia de prensa su testimonio. Al iniciar la
conferencia, un periodista joven le interrumpió para
preguntarle: “¿Y para qué va a hacer una exposición
contraria a la versión pública, Seu Rui Mauro, si es mejor
tener la versión de santo varón que todos tienen de usted? ”
“Muy sencillo -respondió Rui Mauro- quisiera dejarlo de
herencia para las nuevas generaciones, porque ésta no
entendió nada, que cuando la limosna es grande hasta el
santo desconfía. Es decir, hay que desarrollar la inteligencia y
no dejarse llenar de regalías, adulaciones, arrepentimientos
exagerados, y hacer coro para que los otros crean. Porque de
esa manera todos nos seguimos beneficiando con el rico
arrepentido de haber sido malo, pero que ahora ya no lo es”.
“Por supuesto que hay arrepentidos de verdad, pero yo
quiero dejar bien claro, al pie de mi tumba, y para que sirva
de aclaración, que me identifico como culpable pero esto no
significa que me sienta arrepentido”. Y finalizó con otro
dicho, de los que acostumbraba a acompañar en sus relatos
“más vale tarde pero seguro”.
El relato comienza una semana después de fallecido el
papá de Rui Mauro, un rico finquero poseedor de miles de
cabezas de ganado y grandes extensiones de tierra.
Precisamente, ocho días después del fallecimiento, estarían
sus tres hijos en el juzgado tratando de dirimir la ubicación
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de la finca de cada uno. Todos muy serios y con sus
respectivos abogados. Una escena muy parecida a aquel
tango de Gardel de “…que no se ha enfriado tu cuerpo
cuando ya se están midiendo tus ropas”.
El juez entregó todo según testamento. Para el hijo mayor
Rui Mauro la finca más grande, un poco más alejada de las
otras. A Antonio Silvino, la del medio, la finca más cercana a
la frontera de Brasil, porque se quedaría con su madre que ya
estaba algo enferma. A Darcy, el hijo menor, otra finca
cercana a la de Antonio Silvino, llena de lagunas y arroceras.
El testamento de Don Secundino fue el principio del fin
de Antonio Silvino y Darcy. Es que a Rui Mauro no le
pasaba que le hubieran dejado una finca tan alejada de la
frontera. “En qué estaría pensando este viejo jodido” decía
cada vez que se acordaba del testamento de su padre.
Ahí mismo delante del juez solicitó cambiar la finca con
Antonio Silvino y ante su negativa, lo intentó con Darcy,
pero ambos dijeron no se podía porque eso decía el
testamento, y sus abogados los acuerpaban y el juez dio por
finalizada la sesión.
Rui Mauro necesitaba una ruta de traslado de cueros,
lanas y vacunos hacia Brasil, por supuesto de manera
clandestina, y desde Brasil a Uruguay, licor y tabaco. Este
testamento lo tenía molesto, podría decirse molestísimo, y la
actitud de sus hermanos ni que hablar.
Sólo estaba esperando la muerte de Don Secundino (su
padre) para hacer dinero a lo grande, sin pagar impuestos, ni
preocupase demasiado por la procedencia de la mercancía, es
decir la procedencia de vacas, cueros y lana de ovejas que
trasladaría a Brasil.
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Ninguno de los dos hermanos restantes se prestaba para
este tipo de negocios oscuros y Rui Mauro lo sabía. Él estaba
hecho de otra madera y las energías le sobraban. Ya tenía su
negocio de motocrós en un potrero que le arrendaba a Don
Secundino y ahora le debía arrendar a Antonio Silvino.
Fue en ese mismo potrero que lo detuvieron y
posteriormente condenaron a nueve años de cárcel por
tenencia y distribución de drogas. En nueve de las quince
motos disponibles para el motocrós encontraron entre los
tubos instalados especialmente para reforzar el cuadro de la
moto una cantidad considerable de cocaína, capaz de
envenenar a mucha gente.
Esos nueve años de cárcel le hicieron pensar mejor las
cosas. Saliendo de la cárcel organizó su propia fundación
“Vida Sana, Hombre Nuevo”.
Hizo una buena campaña en los colegios y con el tiempo
ganó el aprecio de muchos padres de familia a quienes ayudó
de las más diversas formas, incluso con dinero para contratar
sicólogos para arrancar a sus hijos de las drogas. A cada rato
le solicitaban que fuera padrino de niños y de bodas
religiosas. El mismo Rui Mauro tenía el perfil de un hombre
nuevo, que no perdía oportunidad de rendir testimonio de su
vida pasada.
En general, su comportamiento tenía gran acogida. Había
gente que no le creía, tal el caso de Don Dirceu, a quien le
decían el “Brasilero Viejo”, el que levantaba sus cejas
blancas, después de algún traguito de licor y decía “Que
Dios me perdone, pero gallina que come huevos ni que le
quemen el pico...” De inmediato le interrumpían diciéndole:
“No sea así Don Dirceu no se da cuenta que es un hombre
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que encontró el camino del Señor y que el Señor tiene
siempre el corazón abierto para los arrepentidos”.
También es cierto que era un secreto a voces que las tres
cuartas partes de la nueva iglesia y toda la guardería infantil
era el resultado de generosas contribuciones de Rui Mauro.
Como una forma de enfrentar la realidad sin perder su
propia identidad, Rui Mauro montó su propio centro
recreativo en el mismo sitio en donde antes estuvo parte del
circuito de motocrós. Con ayuda de vecinos lograron desviar
parte del agua de un rio cercano y llenaron una antigua
cantera de piedras de las trabajadas por años por personal de
Don Secundino. Un pequeño lago de doscientos metros
cuadrados. Allí instalaron botes para niños, botes para
adultos en pareja y botes familiares.
El lago tenía una parte de acceso normal, en donde
incluso el agua daba por la rodilla. La otra parte más
peligrosa estaba cercada con una malla de cuatro metros de
alto.
En la parte de atrás de la laguna, había un camino
exclusivamente para ganado. Es decir, el camino pasaba por
el borde del acantilado. Del lado del acantilado no había
malla metálica, pero si cuatro metros más allá después del
camino del ganado. Es que enfrente había una granja porcina
y la malla los detenía. “Hubiera sido ideal poner malla de
ambos lados pero el dinero ya no dio” comentaría en algún
momento Rui Mauro.
En realidad era un acantilado muy peligroso, porque tenía
unos treinta metros, y finalizaba en una base de grandes
piedras filosas, en donde no había agua. Habían hablado con
Don Helio Clodomir Da Silva también de origen brasileño,
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que era el dueño de la granja porcina para ver que
posibilidad tenía de poner los trescientos metros de malla
pero aseguró no tener recursos.
Todo estaba funcionando bien, para Rui Mauro, incluso
se iba siempre cada dos meses a su estancia la que era
regenteada desde la época de Don Secundino por Don Paulo
Oliveira, un negro de esos color azabache, con unos dientes
blancos, blancos, para envidiar. Don Paulo hacía funcionar la
estancia con sólo su mirada. Tenía dieciocho hijos y en su
totalidad trabajaban en la estancia, así que todo quedaba en
casa, y Rui Mauro le daba lo que pidiera.
Dos de las diez hijas tuvieron hijos con Rui Mauro, y tres
de los niños eran de tez negra y ojos azules intensos.
“Cambiemos de finca y te pago la diferencia” le diría en
reiteradas oportunidades Rui Mauro a Antonio Silvino. La
respuesta siempre era negativa con el argumento que él tenía
a su madre a cargo y que a cada rato había que llevarla al
médico. Además recalcaba: “Yo soy solo, no tengo esposa,
ni hijos, no me gusta atender el ganado y entonces ¿para qué
voy a ir más lejos? Más bien mi contraoferta es que te la
arriendo, recordó que en poco tiempo seré Pastor evangélico
y así podré ayudar a mucha gente que necesita a nuestro
señor Jesucristo”.
A Rui Mauro le molestaba la contraoferta, haber si estaba
loco teniendo tanta tierra y estar pagando alquiler. Mirando
para otro lado le respondía a Antonio Silvino: “Déjame
hacer cuentas, y si decido, ahí nomás hacemos negocio”.
Luego, casi siempre se producía un silencio, que si se pudiera
leer en el pensamiento de Rui Mauro se podría
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completar......un maquiavélico silencio. “A este come Biblia
ya le voy a dar su merecido”, murmuraba Rui Mauro.
Antonio Silvino, en lo personal hasta le desagradaban los
novillos ariscos y prefería tenerlos de larguito. Sólo tenía
novillos para crianza y engorde. Incluso los vendía en la
propia finca y se dedicaba a tiempo completo a la reflexión
en una entrega profunda a Cristo.
Todos los días como a las seis de la tarde cuando el sol
bajaba caminaba pausadamente y se iba a sentar en el borde
del acantilado. Ahí reflexionaba, a veces, con la cabeza entre
las manos y en otras leía la Biblia, particularmente le
apasionaban los Salmos. Para Antonio Silvino, primero Dios,
después el mundo.
Tenía un carácter afable, algo melancólico, y por sobre las
cosas era muy humano.
Rui Mauro reconocía esas cualidades, pero también
estaba consciente que así como para Antonio Silvino lo más
importante era Cristo, para él lo más importante era su
proyecto económico. Quería ser rico, y rico de verdad. “Su
proyecto o el mío, y yo me inclino por el mío” razonaba Rui
Mauro.
“Quiero contarles, estimados amigos”, puntualizó Rui
Mauro “lo que sucedió con mis hermanos Antonio Silvino y
Darcy. No los he citado para primeras planas de periódicos.
No quiero fotos. Las grabaciones son suyas y las pasarán
recogiendo cuando mi abogado abra la caja fuerte después
de mi muerte. Esta es mi versión sobre los hechos. No es mi
versión ante la policía, ni el juez, y mucho menos ante el
sacerdote que me atiende. Es mi versión de despedida. Estoy
al borde de la muerte, mi diabetes se ha acelerado, ya me
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cortaron las dos piernas, y el cáncer terminal de próstata me
tiene como loco”.
“Es como les digo, mi versión antes de irme a la tumba.
No faltarán los tergiversadores y los mal agradecidos, en tal
caso es una lección para que cuando analicen un hecho lo
hagan con más criterio, con más inteligencia y con menos
servilismo”.
Era un dos de noviembre, el día de los difuntos. El centro
de botes estaba cerrado, guardando el debido respeto a los
seres queridos fallecidos.
Antonio Silvino se había ido a sentar al borde del
acantilado desde las cuatro de la tarde. Era un día especial de
reflexión y le encantaba leer y meditar sobre algunos salmos,
y para este día le gustaba el Salmo noventa y uno.
Hacía ya dos meses que Rui Mauro había hecho su pacto
de sangre con su compadre Helio Clodomir Da Silva, el
dueño de la granja porcina ubicada frente al acantilado. Su
compadre estaba bastante endeudado y en dos
oportunidades había tenido que negociar el embargo de su
granja de parte de un par de prestamistas particulares de los
que resuelven las cosas por las buenas o por las malas.
Si usted me presta una pequeña ayuda, y logramos hacer
el trabajito que tengo previsto, seguro que lo compensaré
compadre Clodomir, insistía Rui Mauro.
Vamos a la concreta, tenemos trescientos novillos en
juego, y yo le aseguro compadre que en menos de seis meses
usted tiene el dinero de su venta en la mano. Está seguro
compadre Rui Mauro, apuntaba Helio Clodomir.
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Así es compadre, tan seguro, como este sol que nos
alumbra. Entonces, cuente conmigo compadre Rui Mauro, y
usted pone día, hora y lugar. Es el dos de noviembre a las
seis de la tarde, es decir, exactamente dentro de dos meses
respondió éste.
Ahora organicemos el plan. Usted compadre Clodomir
maneja esa moto roja y yo la negra que es un poco más
grande.
Dos días antes llevamos las dos motos para su casa, para
que estén cerca del lugar de los hechos. Luego arreamos muy
al suave unos doscientos novillos, hasta esos árboles de
acacias que están ahí nomás antes de la entrada a la laguna.
Los dejamos pastando y luego nos vamos a traer las motos
apagadas.
Eran más o menos las seis y diez, del día dos de
noviembre cuando encendieron las motos, la roja se apagó,
pero Rui Mauro que la conocía bien la encendió rapidito. Se
dirigieron hacia los doscientos novillos que no estaban
acostumbrados a esos ruidos. Rui Mauro en la moto más
grande los impulsaba con ágiles zigzag que los asustaba y
Clodomir controlaba que no retrocedieran. En segundos los
novillos iniciaron la estampida por el camino del acantilado.
Antonio Silvino se sobresaltó porque venían como un
bólido hacia él, y en la desesperación quiso ponerse de pie
pero el tropel de novillos lo golpeó, despeñándose en el
abismo de treinta metros. Su cuerpo quedó entero, pero su
cabeza prácticamente se partió en dos.
A la altura en que estaba sentado Antonio Silvino, los dos
motociclistas dieron media vuelta y regresaron a su punto
inicial, en tanto que los novillos seguían en veloz carrera.
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La misión estaba cumplida, en su primera parte. Habría
que esperar seis meses para ver cumplida la segunda parte
del trato.
La vela de Antonio Silvino transcurrió normal. La gente
ni siquiera hablaba de la estampida de los novillos y mucho
menos de los motociclistas. Más bien todo el mundo estaba
convencido que en un momento de depresión Antonio
Silvino había acabado con su vida.
En realidad que en medio de la muerte había otros
comentarios más fundamentalistas como el de las hermanas
María Camila, María del Carmen y María Antonieta, tres
católicas fervientes, de esas que no querían ni siquiera oír
hablar de los evangélicos. Ellas comentaban que si Antonio
Silvino hubiera seguido los pasos tan devotos y tan piadosos
de su hermano Rui Mauro no se habría suicidado.
Había otros comentarios, que no gustaron, tal es el caso
de Don Dirceu que con sus traguitos encima sentado a la
cabecera del muerto contaba una y otra vez: “Recuerden
donde se los digo, gallina que come huevo aunque le corten
el pico, y ustedes saben a qué gallina me refiero”. Para suerte
de Rui Mauro este comentario fue interpretado como
palabrería de borracho.
El segundo comentario desagradable fue el de Darcy, el
hermano menor de Rui Mauro. Cuando iban para el
cementerio, Darcy abordó a Rui Mauro de manera abrupta
“Decime, júrame que vos no tuviste nada que ver con la
muerte de Antonio Silvino”. “Por supuesto que no, es que
crees que estoy loco, y no sé por qué me preguntas esto de
esa manera” respondió bastante alterado Rui Mauro. “Es
que mi corazón me dice que algo anda mal. Perdóname
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hermano no me hagas caso, es que tengo los nervios
destrozados”.
A Rui Mauro esa pregunta no le gustó nada, y menos aún
cuando se enteró que Darcy anduvo haciendo preguntas
acerca de si Rui Mauro había vuelto a las drogas y cosas por
el estilo.
“A este mano caída le voy a dar su respuesta, como ya se
la di a este otro come Biblia que sólo sabía decir que pronto
venía Cristo y que había que arrepentirse”, decía para sus
adentros una y otra vez Rui Mauro.
No era ajeno para nadie que Darcy era homosexual, es
por eso que Rui Mauro le decía mano caída. A Darcy
tampoco le gustaba la vida de campo y más bien había ido
vendiendo todo para darse la buena vida viajando y pagando
todos los gastos suyos y de sus acompañantes. Fue así que
viajó por Estados Unidos, Francia, Italia y Alemania, y
finalmente permaneció tres meses enteros en la India.
Era una persona sumamente generosa. Después de haber
gastado un montón de dinero en sus viajes, había decidido
instalar un salón de belleza en el centro de la ciudad, el que
atendía personalmente auxiliado por tres empleados, todos
homosexuales.
Había momentos que el salón era subsidiado por la
estancia, siempre en manos de su eterno mandador Alpes
Echeverría, un vasco honrado y trabajador como no había
otro. También él ya era mandador en la época de Don
Secundino, así que todo lo manejaba de la misma manera
que antes.
Darcy era tan humano que no le gustaba ver a la gente
triste.
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“Les propongo una idea y si les parece la hacemos
realidad cuanto antes”, decía Darcy hablando con sus
empleados.
“Ustedes saben que no hay nada más desagradable que
estar enfermo en el hospital, y mucho más triste no poder
pintarse, peinarse, hacerse las manos. Pensemos en nuestras
hermanas, pensemos en nuestras madres, muchachos”,
insistía Darcy.
“Si están de acuerdo les propongo un pago aparte los
domingos de nueve a doce. Nos vamos los cuatro al hospital
y ponemos a las mujeres bien bonitas y van a ver el susto y la
alegría que le van a dar a sus familiares que las van a ver a
partir de las dos de la tarde”.
Comenzaron aquella tarea que más bien era una gran
dosis de alegría. Desde el Director del hospital hasta el más
modesto trabajador veía con mucho respeto y hasta se
agarraban a gritos con atrevidos que querían ofenderlo.
Hasta se dio un caso desagradable que después se arregló
con disculpas y todo por parte de los ofensores.
Resulta que estaba Darcy sacándole un uñero a una
señora, que por cierto se le veía de un estrato superior.
Precisamente por tratarse de gente con influencia su marido
ingresó al hospital a las diez de la mañana. Era evidente que
iba bastante ebrio. Cuando entró a la sala y vio a Darcy con
la pierna derecha de la señora en sus manos, el señor marido
le dio un tremendo empujón que lo lanzó al suelo y como a
los dos minutos caía él también al suelo porque la jefa de
Enfermería que acertaba a pasar por allí le gritó “¡Vos a
Darcy no lo tocas, desgraciado!” y acto seguido le quebró un
taburete en la cabeza.
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Se armó el gran escándalo y hasta la esposa atestiguó en
contra del marido y a favor de Darcy. Días después ese
mismo señor, rojo como tomate, de vergüenza, fue a pedirle
disculpas a Darcy, y éste para calmarlo, le dijo: “Yo hubiera
hecho lo mismo, si encuentro a mi mujer en esa situación,
pero felizmente como a mí lo que me gustan son los
hombres eso no me va ocurrir”. Acto seguido le dio un
abrazo al señor que sudaba y sudaba. En realidad Darcy no
había visto que a la entrada del salón estaba la señora
comprobando si su marido iba a cumplir lo prometido.
La señora lo saludó con un gran beso, luego le entregó un
sobre y le dijo que no era dinero, pero que lo abriera cuando
ellos se hubieran ido. Nuevamente lo besó con aquel cariño
que se nota de verdad que es cariño y se fueron ambos en un
Mercedes Benz, color negro, del año.
En el sobre estaba la carta de propiedad de una moto
Suzuki a nombre de Darcy Pereira Das Neves. Le vino
fabuloso ya que su moto destartalada se la habían robado
hacía unos días en el estadio. Más tarde comentaría con la
Jefa de Enfermería, en la próxima le tomo las dos piernas a
ver si me regalan un carro, y los dos reían estrepitosamente.
Los familiares de las enfermas le llevaban regalos y Darcy
no sabía qué hacer, porque cuando alguien te lleva una
manzana y se le desprecia es horrible así que todo lo que le
regalaban lo tomaba y luego lo regalaba fuera del hospital.
Las noticias se regaron y a los dos meses de sus visitas
domingueras al hospital tuvo que ampliar su salón de belleza
y contratar tres empleados más. Ya eran siete con él.
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Había que ver a las ricas con sus lujosos automóviles,
flanqueadas por sus empleadas y sus choferes, parqueadas
frente al salón de belleza.
Algunos de los amigos más íntimos bromeaban con
Darcy y le decían que si se candidateaba para diputado
ganaría por amplia mayoría. Darcy respondía “Ustedes saben
que lo que yo quiero no es eso, lo que quiero es tener senos
como todas las mujeres”.
Rui Mauro estaba enterado de esta inquietud de Darcy y
le daba vueltas y vueltas a una vieja idea que se la había
comentado un argentino del bajo mundo que conoció la
última vez que tuvo preso.
A los cuatro meses los novillos que habían sido de
Antonio Silvino ya estaban listos para la venta. Bastó que
Rui Mauro se lo pidiera para que su mamá firmara la venta
de trescientos novillos.
La mamá después de la muerte de Antonio Silvino casi no
se levantaba y estaba muy triste. Sufría en silencio. Rui
Mauro era muy atento con ella y eso medio la motivaba.
Darcy se había alejado bastante y se notaba que estaba
contrariado con Rui Mauro, y eso afectaba a su madre que
hacía tiempo que no lo veía.
Aquí tiene el dinerito de los trescientos novillos,
compadre Helio Clodomir.
Choque esa mano, compadre Rui Mauro.
Yo sabía que usted era hombre de palabra.
Así es compadre, soy hombre de palabra con los hombres
como usted, pero con las mujeres, jamás de los jamases.
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Es que Rui Mauro tenía hijos por todos lados, y la actual
era la quinta esposa formal que le acompañaba. Era un
machista radical de ahí que veía con desconfianza a Darcy.
“De estos maricas no hay que fiarse”, refunfuñaba cuando
veía a Darcy.
El proyecto de Rui Mauro se había concretado y ya tenía
vínculos con todos los contrabandistas de la región. Poseía el
potrero en el límite con Brasil, el que llenaba de reses en la
tarde y en la noche lo trasladaba.
Tenía un cuerpo armado como de cincuenta personas,
que se encargaban de trasladar ganado y a veces hacer otros
trabajitos de verdaderos asaltantes de caminos, como
comentaré seguidamente.
Rui Mauro no era tonto, y mientras dirigía este verdadero
grupo de maleantes de frontera, seguía con su dinámica
cotidiana de los botes, su cooperación con la iglesia, con la
guardería infantil y con la Fundación Vida Sana, Hombre
Nuevo. Cuando Rui Mauro no estaba en el negocio quedaba
al frente su compadre Helio Clodomir.
La granja de Helio había quebrado, pero ahora era
ganadero y ocupaba dos de los potreros de Rui Mauro, que
habían pertenecido a Antonio Silvino.
En cuestión de un año Rui Mauro sería un hombre muy
rico. Su proyecto intermedio era el de ser diputado y como
Helio Clodomir también era brasileño no dudaron en
lanzarse a la campaña política, conscientes que no saldrían
electos, pero se vinculaban con los políticos grandes
financiando campañas, porque dinero abundaba.
En esto estaba Rui Mauro, cuando recibió la visita de
Darcy, que le comentó muy preocupado que hasta su salón
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había llegado la esposa de Helio Clodomir buscando apoyo
para una versión, que si era cierta el primero que la apoyaba
era él.
Resulta que Helio, viéndose con dinero fácil comenzó
una vida desarreglada, con orgías con chavalitas de catorce y
quince años, todas ellas en prostíbulos de la frontera por el
lado de Yaguarón.
Bastó un reclamo para que abandonara a su esposa Doña
Teodora, y también la agredió quebrándole un brazo con un
bate.
Luego de casi diez años empezaron a salir a luz ciertas
cosas desagradables. Doña Teodora, era una mulata de
armas tomar, y aún con su brazo enyesado se enfrentó a
Helio Clodomir. En su mano izquierda tenía una pistola
marca Parabellum calibre cuarenta y cinco milímetros, bala
en boca y que Helio sabía que ella manejaba a la perfección,
y ya se lo había demostrado cuando mató aquellos tres
salteadores que le llevaban secuestrada su hija menor de
catorce años, y ella les dio alcance diez kilómetros más
adelante montada en su caballo sin montura. Les salió por
un atajo, y se parapetó en una roca, mató a dos, en tanto que
el tercero dejó la mitad de su cabeza en una rama seca por ir
viendo para atrás, porque era el que llevaba la chavala. Esa
era Doña Teodora, así que Helio Clodomir guardó silencio y
escuchó atentamente.
“Clodomir, parece que a vos se te olvidan muy pronto las
cosas. Ya se te olvidó cuando me consultaste sobre el
negocio contra Antonio Silvino, y yo te dije que no tenías
necesidad de ensuciarte así. Parece que se te olvidó que en
mi dormitorio estuvieron las motos los dos días anteriores al
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dos de noviembre. Y se te olvidó que yo Teodora Queiroz
Da Silva fui la única testigo presencial cuando ustedes
aceleraban las motos y asustaban a los novillos, y que yo fui
la única que vi a Antonio Silvino cuando intentó ponerse de
pie, porque ustedes venían detrás de los novillos. Y
finalmente ¿ya pensaste que diría la policía si declaro todo
esto?”.
Helio trató de calmarla y le pidió un tiempo para hablar
con Rui Mauro. A las dos horas, Helio Clodomir traía la
pregunta que la había dicho Rui Mauro que le hiciera.
“Entonces Doña Teodora ¿qué es lo que usted pide para
mantenerse callada?”. “Lo mismo que pediste vos, gran
canalla, trescientos novillos y nada menos”. “Muy bien” dijo
Helio “mañana mismo te informo la respuesta”.
Rui Mauro lo envió a hablar con el mandador de Darcy,
Don Alpes Echeverría, que a su vez conocía a Clodomir
desde pequeño y le tenía gran aprecio.
Le ofreció comprar trescientos novillos, con el
compromiso de que se los pusiera en su casa porque no tenía
personal para llevarlos y pagaría al contado contra entrega.
“Trato hecho” dijo Don Alpes, “en dos días los tendrá y
para evitar cualquier problema yo iré al frente del grupo y al
regreso traigo el dinero. Usted es único Don Alpes”, dijo
antes de despedirse con un gran abrazo.
Salieron de madrugada Don Alpes y tres peones. Viajaron
todo el día. Al llegar la noche acamparon y metieron el
ganado en una cantera vacía de las famosas canteras de
piedra que había hecho Don Secundino. Ahí los novillos
estaban seguros. Ellos se acostaron cerca de sus caballos, y
dado que los novillos estaban seguros no dejaron a nadie en
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vigilancia. A eso de las once de la noche aparecieron unos
doce a quince bandidos lanzando balas a diestra y siniestra y
en la gran confusión se llevaron los trescientos novillos y
todos los caballos menos el Don Alpes, que lo tenía bien
amarrado.
Don Alpes regresó muy triste y días después hubo que
llevarlo de urgencia al hospital a causa de un infarto, que por
suerte no pasó a más.
Los trescientos novillos llegaron al potrero de Rui Mauro
a eso de las cuatro de la mañana, y al amanecer ya tenían
dueño dinero en mano.
A la semana, Helio sacó de su maleta el dinero y se lo
entregó en su totalidad a Doña Teodora. “No pude
conseguir los trescientos novillos, pero hipotequé algunos
bienes que tengo en Brasil y te entrego el equivalente en
dinero. ¿Ahora estamos en paz Doña Teodora?” “Por ahora
sí”, respondió, eso dependerá de vos como te comportes
más adelante.
Helio Clodomir sintió la sensación que el filo de una
navaja estaba rozando su cuello, era la navaja del chantaje.
Darcy estaba que echaba chispas y hasta medio quería
culpar por el asunto de los trescientos novillos a Rui Mauro,
por ser amigo de Helio Clodomir.
“Mira hermano” dijo Rui Mauro “yo vengo a hablarte
como hermano. Vos bien sabés que los maricas no me
gustan. Pero yo vine a hablar con mi hermano. Nuestra
madre me ha dicho que te ayude, y yo he venido a ayudarte,
porque ella es nuestra madre y me lo está pidiendo”.
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Darcy tenía los ojos muy grandes y estaba algo
intranquilo por la forma que le estaba hablando alguien a
quien él prácticamente estaba agrediendo.
“Vos sabés que yo conozco mucha gente y ahora que
ando en la política uno se contacta con profesionales de
todos lados. Así es señorita Darcy”, dijo riendo Rui Mauro.
“Así es Darcy, ya tengo el nombre del especialista que te
puede poner la inyección de silicona para que tengas senos o
tetas como le querrás llamar, igual a las mujeres”.
“El hombre cobra por adelantado porque es un trabajo
delicado y garantizado. Yo ya le pagué y no me preguntes
cuanto, porque las cosas que me encomienda mi madre no
tienen precio. Vos sólo tienes que viajar a Buenos Aires a la
dirección que está aquí en este papel.
Tengo entendido que él puede viajar a Montevideo, pero
claro, no tiene la misma comodidad que en Buenos Aires.
Imagino que preferís Montevideo, pero vos decidís. Hasta
ahí llega mi misión, lo restante está en tus manos”.
Darcy lloró casi dos horas, y tuvo que tomarse un anti
ansiolítico para terminar la conversación. Luego abrazó
fuertemente a Rui Mauro y le pidió mil disculpas por haber
dudado de sus buenos sentimientos y andar poniendo oídos
a chismes de gente envidiosa.
Darcy en la emoción, le dijo a Rui Mauro que se hiciera
cargo de la estancia que ya lo tenía harto. Rui Mauro no
quería aparecer como interesado por las tierras de Darcy, y
efectivamente no le interesaban porque no tenían contacto
directo con Brasil. “Por ahora Darcy no puedo porque estoy
muy ocupado en la política, quizás más adelante, de todos
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modos muy agradecido por confiar en mí y reconocer que la
gente se puede arrepentir”.
Si Darcy hubiera tenido la cualidad de leer el pensamiento
de Rui Mauro sería otra la conclusión. Rui Mauro lo único
que le interesaba era que Darcy cerrara la boca, y él era de la
idea que debería cerrarla para siempre.
Lleno de ilusiones y después de doce fiestas de despedida
partió a Montevideo en busca del famoso médico Dr.
Castiglioni Real de Azúa. Era un médico, según parecía que
tenía como ocho especialidades.
Desde la primera conversación, el Dr. dejó claro que las
condiciones en Montevideo eran inferiores porque sólo tenía
autorización para ejercer en Buenos Aires, pero tratándose
de un pedido de Seu Rui Mauro no podía negarse bajo
ningún aspecto.
Dos horas después estaba inyectando a Darcy. Dice
Eurípedes que era el novio de Darcy que después de
inyectarlo el Dr. Dijo: “Ya vengo, voy a hacer una llamada a
mi consultorio porque estoy con la agenda súper apretada”.
Cuando Darcy despertó comenzó a hacer convulsiones.
Eurípedes entró en crisis sin saber que hacer porque el Dr.
Castiglioni jamás regresó.
Llamó al servicio de emergencia y en cuarenta y ocho
horas Darcy había muerto.
Las primeras pruebas descartaron que fuera SIDA.
Querían contactar al Dr. Castiglioni y el teléfono al que
había llamado Darcy era un taller de desarme de vehículos
usados.
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Intentaron localizarlo en los registros por especialidades
pero ese apellido con esas especialidades no existía.
“¿Cómo iban a encontrar un médico tan especializado si
ese era el apellido que usaba para hacer los asaltos el mono
Requiterena, un porteño ladrón de bancos y violador de
mujeres que estuvo preso conmigo?” diría Rui Mauro
perfilando una sonrisa enfermiza que superaba a su
enfermedad de próstata y diabetes.
“No se lo perdonaré porque le dije que lo tratara bien, y
mira lo que le fue a inyectar, nada menos que silicona para
avión, ahí nomás lo reventó”.
Todo el pueblo se organizó y pagó los gastos del sepelio
incluyendo los del hospital, y fue la propia ambulancia del
hospital donde tantas veces peinó a mujeres tristes Darcy
que lo fue a buscar a Montevideo.
El Director del Hospital y el presidente de la Asociación
de Gay, que vino expresamente desde Montevideo, fueron
los primeros en hacer guardia de honor.
Un día entero permaneció en el hospital. Frente al féretro
desfilaron llorando a moco tendido ricas de verdad y mujeres
pobres de verdad, que le adoraban porque les había peinado,
pintado sus uñas, o simplemente le había puesto un poquito
de colonia detrás de la oreja.
Un señor de aspecto distinguido hizo uso de la palabra en
nombre de los esposos de las pacientes del hospital. Su
discurso fue encendido con una dura crítica al machismo, a
la incomprensión, al irrespeto del que son víctimas los gay.
Se veía un hombre instruido y ofreció todos los recursos a su
alcance para que la Asociación de Gay del pueblo se
fortaleciera y ahí mismo entregó un cheque para que
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remodelaran la vieja casa que les servía de sede. Hablaba con
propiedad y seguridad, con la convicción de los que tienen
recursos.
A su lado una señora elegante lloraba desconsolada.
Cuando finalizó todos los gay que estaban ahí aplaudieron,
gritaron, lloraron, se abrazaron.
“Eurípides era el único que sabía quién era tan elegante
señor”. “¿Lo recuerda Licenciada?” le pregunta Eurípides a
la Jefa de Enfermería. “No, para nada”, responde ella.
“Debería recordarle porque fue a quien usted le quebró el
taburete en la cabeza. ¿Lo recuerda ahora?” “¡Clarooo!”. Y
rompiendo el protocolo ella corrió lo abrazó y le dio un gran
beso, y luego le recordó yo soy... “La recuerdo
perfectamente Licenciada” dijo el señor elegante y se
fundieron nuevamente en un abrazo solidario frente a quien
hizo de su corta vida, apenas tenía veintisiete años, un acto
de solidaridad y caridad que a mí que no me arrepiento de
nada se me hace un nudo en la garganta al contarlo finalizó
Rui Mauro.
Pocos días después de la muerte de Darcy, nuevamente
Doña Teodora andaba queriendo hacer escándalo, sobre las
dudas que tenía acerca de la muerte de Darcy y otras cosas
relacionadas con Antonio Silvino. Cuando regresaba de
hablar con Alpes Echeverría, se bajó del caballo orinar con
tal mala suerte que puso el pie encima a una víbora de
cascabel y el veneno fue tan potente que ni siquiera pudo
llegar a su casa, murió en el camino entre unos árboles y la
encontraron un día después.
49
Para finalizar, quería preguntarle Seu Rui Mauro, si no ha
sentido remordimiento por los asesinatos cometidos contra
sus propios hermanos.
Mi estimado, yo no hice lo que hice para luego andar
sintiendo remordimientos. Yo tuve que ejecutar ese servicio
de liquidar a uno y mandar a liquidar el otro, porque quería
ser rico, un rico de verdad y ellos eran un obstáculo. Recordá
que para andar recomendando arrepentimientos ya hay
bastante curas y pastores en el mundo.
Otra pregunta por favor. Entonces usted Seu Rui Mauro
¿confiesa que es culpable?
“¿Y usted qué opina estimado?”, respondió Rui Mauro,
con cara de aburrido.
A las tres de la mañana finalizó esta extensa entrevista en
la que participamos, al principio seis personas y finalmente
quedamos dos, porque los de la televisión se retiraron
molestos porque querían trasmitir directamente desde el
lugar de los hechos
Un mes después aparece la noticia en los periódicos que
no asistieron a la conferencia de prensa porque andaban
ocupados en la campaña electoral.
A continuación parte de la noticia:
Muere conocido empresario, se trata de Seu Rui Mauro
Pereira Das Neves Mota. Hombre de honor. Dedicó toda
su vida a hacer el bien y ayudar a la gente pobre. Existe
particular consternación entre todos los sectores sociales
y especialmente entre los sectores de la Santa Madre
Iglesia donde Seu Rui Mauro Pereira Das Neves Mota
gozaba de gran simpatía y respeto. Hoy junto a la parte
50
sana de la sociedad lloran los miembros de la Fundación
Vida Sana, Hombre Nuevo. Creemos que hay
coincidencia generalizada que él hizo homenaje a ese
nombre vida sana, hombre nuevo, porque eso es lo que
era un hombre nuevo en medio de tanta descomposición
moral...Honor a quien honor merece, que descanse en la
paz del señor confortado por los santos sacramentos y la
bendición papal…
Quizás nosotros habríamos dicho lo mismo si no
hubiéramos oído a Seu Rui Mauro Pereira Das Neves Mota
decirnos totalmente calmo y hasta con una sonrisa en los
labios en relación a su responsabilidad por el horrible crimen
cometido contra sus hermanos Antonio Silvino y Darcy:
“Por aclaración, culpable si, arrepentido no”.
51
DON DIÓGENES FABRA Y EL PERRO QUE
PERDIÓ LOS DIENTES EN EXTRAÑA PELEA
A continuación le concedo la palabra a cinco pobladores,
que siempre han vivido en el área limítrofe entre Costa Rica
y Nicaragua. Ellos relatan con la mayor precisión posible el
caso de un personaje de origen Español- Alemán, de la
década de los cincuenta y que nunca fue aclarado según
comentan, de acuerdo a la versión oral existente. Su nombre
era Diógenes Fabra.
Comenta Don Nepomuceno, el más anciano de los
pobladores, que no olvida la tarde en que llegó porque llovía
torrencialmente. El señor Fabra, estaba empapado, así como
todo su equipaje, pero, primeramente, encendió y fumó gran
parte de un puro, casi sin decir palabra, luego se quitó la
ropa húmeda. Era como si hubiera estado meditando acerca
de sus pasos futuros, sin importarle demasiado los presentes.
Fabra era mecánico, especialista en maquinaria pesada, y
llegaba a incorporarse como tal en una empresa dedicada a la
construcción de carreteras.
Los primeros días los pasó en nuestra casa, comenta Don
Nepomuceno, mientras le ayudábamos con la cooperación
de varios vecinos a la construcción de su propia casita, toda
de zinc. Le acompañaba un perro, llamado lobo. Fabra y su
perro eran personajes algo extraños, o al menos así lo
percibíamos nosotros. El perro era del tipo pastor alemán,
aunque mezclado, fornido y taciturno.
Fabra hablaba muy poco, y a su perro con costo le oímos
ladrar alguna vez. Era como que si querían pasar
52
desapercibidos, sin ruidos, sin mucha comunicación con los
que le rodeaban.
Transcurrieron los días, y también las lluvias. Los
encierros de Fabra eran menores. A menudo se le podía
observar, sentado, a la orilla del río, como si estuviera
pescando, sin hacer movimiento alguno. El mismo Fabra
había insistido en construir su casa a unos cincuenta metros
de ese lugar.
Nunca quiso decir su edad, pero nosotros estimábamos
que tenía unos cincuenta y ocho años cuando llegó al lugar.
Comentan algunos vecinos que estuvo casado y que
enviudó trágicamente. Un día pasó por el lugar un hombre
que se identificó como ex cuñado de Fabra, y nos comentó
que estaba pagando una promesa, pero, en ningún momento
aceptó ver a Fabra.
Con mucha emoción nos relató que su hermana murió
víctima de trastornos mentales. Que había quedado así,
desesperada al perder todos los embarazos como
consecuencia del mal trato de su marido. El último lo perdió
cuando tenía cinco meses, a raíz de una brutal paliza que le
propinó Fabra, luego de una borrachera continuada de cinco
días.
Días después, aparecería el cuerpo sin vida de la pobre
mujer, ahogada, en el pozo de donde extraían el agua para
beber. Abandonó la vida dejando aquel mensaje escrito, que
más bien parecía sentencia: “Tal vez, el alcohol que te
embriaga, te brinde la felicidad y la paz que yo no he podido
darte. Me voy, pero recuerda, que seguiré tus pasos, porque
quiero verte algún día pidiéndome perdón por el crimen
cometido”.
53
Comentaba el ex cuñado de Fabra, que este mensaje
trastornó totalmente a Don Diógenes, de tal manera que
jamás se le volvió a ver bebiendo. Se convirtió en un hombre
taciturno, rudo, parco, con la mirada llena de sangre, y un
odio en sus ojos, que curiosamente, jamás expresaba en
palabras.
Se trataba de un hombre recto, disciplinado. Nunca
faltaba a su trabajo, y mucho menos que llegara tarde.
Siempre decía que su mamá le había inculcado el sentido de
la responsabilidad. ¿Así no son acaso todos los alemanes?
comentaban los vecinos.
La gente de los poblados pequeños que acostumbra a
conocer cada uno de los pormenores de la vida de los
integrantes del mismo, sentían profunda curiosidad por las
interioridades de la vida de Don Diógenes. Sabido es que
cuando no logran averiguar lo que desean adoptan
comportamientos muchas veces crueles, transformando
suposiciones en hechos verdaderos. Tal es el caso de Fabra,
en donde aparecerán mezcladas la realidad y la inventiva
popular.
Eso es cierto asevera Doña María Camila, nacida, criada y
envejecida en la comunidad. Fíjese doncito que muchos de
los vecinos afirmaban que lo vieron convertido en gallina,
que corría con las alas abiertas hacia el monte, y al llegar a
éste volvía a la normalidad, permaneciendo horas y horas
contemplando el agua del río en un lugar donde ésta era
mansa, y donde casi siempre aparecían objetos flotando,
tales como troncos de árboles, envases vacíos, animales
muertos, etc., que eran arrojados por las corrientes
arremolinadas que dominaban la mayor parte del río.
54
Para serle franca doncito periodista, yo lo vi muchísimas
veces en ese lugar, y también lo vi corriendo con los brazos
abiertos hacia el río. A lo mejor esa era una forma de
gimnasia o algo por el estilo.
Nunca se supo si los comentarios de los vecinos llegaron
a los oídos del señor Fabra, aunque probablemente no, por
su notorio aislamiento. Lo cierto es que odiaba
desmesuradamente a las gallinas.
Dice Don Ulises que la casa de Fabra, estaba como se
dijo antes a unos cincuenta metros del monte; de este último
solían venir gallinas que habían pertenecido a campesinos
que ya no vivían en el lugar o que trabajaban por largas
temporadas en otros lados. Se alimentaban en el monte y allí
mismo empollaban sus huevos. Un buen día aparecían
escoltadas por sus pollitos. Eran algo así como una especie
de gallinas salvajes.
Una tarde de verano, prosigue Don Ulises, cuando ya
estaba ocultándose el sol, regresábamos de una agotadora
jornada de trabajo en varias fincas vecinas, unos cortando
caña y otros trabajando en arroceras, pudimos presenciar un
espectáculo de características desacostumbradas en el lugar.
Al parecer, Don Diógenes había planificado el exterminio de
las mencionadas gallinas, de manera increíble por su grado
de crueldad.
Había colocado en anzuelos pequeños, un grano de maíz,
así como otros granos esparcidos en su alrededor. Las
gallinas tragaban el maíz y con el grano también tragaban el
anzuelo, que a su vez estaba unido a un hilo de nylon, del
que usan los pescadores, de un color verde muy claro.
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El grado de desesperación de las pobres gallinas al
sentirse con un anzuelo en la garganta es de difícil
descripción, y más difícil resulta cuando se está ante diez
gallinas en la misma situación, con los picos abiertos y sus
alas extendidas.
Al acercarnos al lugar nos encontramos ante la figura
grave de Don Diógenes que parecía estar frente al mismo
demonio. Llegó desde el río, venía agitado, tenía el cabello
blanco totalmente revuelto y en sus ojos había más sangre de
lo acostumbrado.
Todas las gallinas murieron en el acto como consecuencia
de los tremendos puntapiés que les propinó Fabra. Acto
seguido diez cabezas de gallinas volaron por los aires como
consecuencia de certeros golpes de machete de Fabra.
Fueron minutos que parecieron siglos.
La saña de Diógenes parecía no tener límites, cuando
procedió a amontonar todas las gallinas sin cabezas, las
empapó con keroseno y aceite quemado y procedió a
quemarlas. No se me puede olvidar que se desprendía un
olor sumamente fuerte de carne quemada, plumas, aceite y
queroseno.
Primero contemplamos atónitos el espectáculo sin decir
palabra, luego mi hermano Felipe, quiso intervenir, continúa
Don Ulises, pero, nos detuvo Don Chico Mora, que en paz
descanse. Cuando nos recuperamos de esa fea impresión
seguimos nuestro camino, caminando rápido y sin
pronunciar palabra.
Al llegar a la casa de Felipe mi hermano, que era la más
cercana, Don Chico Mora, que siempre había sido una
persona mesurada, nos dijo que no comentáramos nada, por
56
unos cuantos días, haber si Don Diógenes daba una
explicación de lo sucedido.
Dos cosas nos llamaron la atención, y nos comenzaron a
preocupar. La primera se relaciona con el perro que
acompañaba a su amo en todos los momentos, pero en esta
oportunidad se presentó aterrorizado, con todos los pelos
lomo erizados, el rabo entre las patas y casi agazapado. El
segundo hecho novedoso radica en que Fabra jamás hizo
comentario alguno acerca de las gallinas muertas y sus
causas.
El tiempo fue transcurriendo y con él Diógenes ganó
algunas amistades, entre ellas Doña Juana de las Mercedes.
Había en el lugar una mujer de oficio lavandera, de
nombre Juana de las Mercedes, cuyo apellido no preciso.
Esta señora tenía la fea costumbre de asustar a los niños, y lo
hacía de una forma, que hasta hacía efecto en los adultos.
Cada vez que se encontraba con Robertito, el hijo menor
de Don Cipriano, que aún vive detrás de aquellos laureles
que están al final de ese cerro; como le decía cada vez que se
encontraba con Robertito no se cansaba de reiterar:
“Cuando me muera te llevaré para que me acompañes en el
cementerio, y si no vienes a buenas te llevaré a rastras
cuando te encuentres dormido”. Más adelante le comento
que pasó con Robertito, aunque le adelanto que el pobrecito
tenía unas pesadillas que daban pesar.
Como decía, hicieron amistad Don Diógenes y Doña
Juana Mercedes, pero siempre se trató de una relación
inmersa en una nebulosa, tal como se presentaba el pasado
de ambos.
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De Doña Juana, poco se sabía, sólo que había
abandonado el trabajo en un circo que acertó a pasar por el
lugar, porque según su relato, la maltrataban, le daban muy
poco comer y dos domadores de animales abusaron de ella
en una jaula, en medio de cuatro tigres, mientras viajaban en
una caravana de camiones. Cuando quiso protestar ante el
dueño del circo, éste casi se atraganta con un melón de tanto
reír por lo chistosa, según él, de la queja.
"La recuerdo muy bien a Doña Juana" apunta Don
Aquiles. Yo fui uno de los que la encontró ahorcada en aquel
galerón de zinc que tiene usted de frente. Así es, una noche
de mucho viento, encontramos a Doña Juana Mercedes
ahorcada. Precisamente, fue Robertito, el niño de Don
Cipriano, y que ella tanto atemorizaba, quien tuvo la
desgracia de encontrarla. No estaba buscándola, sino que iba
a retirar el alimento que por la mañana le daban al ganado
lechero, que estaba almacenado en un galerón de zinc que, a
unos cien metros de la casa de Diógenes.
Robertito encendió un fósforo porque no había luz en el
galerón y se encontró con el recio cuerpo de Doña Juana
Mercedes pendiendo del techo del galerón por medio de un
cable doble que se había amarrado al cuello. Aquello fue
fulminante para el pobre niño que sólo atinaba a decir que
Doña Juana tenía los ojos muy abiertos y que no se los
sacaba de encima (según su inocencia).
Su delirio y desesperación fue en aumento. Para que no
diga que estamos inventando, mírelo, es él, ahí viene, riendo
solito, ya el pobre no tiene ni cabellos, ni dientes y desde ese
entonces se chupa los dedos sin cesar.
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Fabra hizo muy pocos comentarios acerca de su muerte,
luego solicitó autorización para sepultarla en su jardín y ahí
está al pie de aquella cruz negra de casi dos metros que el
mismo Diógenes hizo con los restos de una rastra.
Parecería que el extraño comportamiento de Fabra se lo
había trasladado a su perro. Siempre llamó la atención el
comportamiento del perro Lobo ya que por las mañanitas
solía vérsele olfateando de forma entusiasta hacia el monte,
como si estuviera muy cercano lo que buscaba.
Lo extraño es que su entusiasmo decrecía en forma
abrupta, sin haber encontrado nada. Entonces, como
derrotado y apesadumbrado se le veía trotando hacia su casa,
mirando hacia abajo, como reconociendo su derrota. Por lo
visto se le esfumaba con rapidez lo que supuestamente
buscaba. Como no podía ser de otra manera, esto no hacía
más que generar comentarios alusivos a la enigmática
personalidad de Fabra y asociarlo al extraño
comportamiento de su perro.
Como la casita de Don Diógenes Fabra quedaba al final
de un callejón que nadie transitaba y que estaba separado
totalmente del caserío, había veces que no se le veía por
varios días.
Una noche los perros ladraron más de lo normal, y hasta
que parecía que perseguían algún animal que se alejaba
velozmente. Hacía como cinco días que se oían ladridos y
aullidos intensos de los perros.
Ya no habían insistido con los ladridos pero de los
aullidos no nos librábamos. Se trata de alguna perra en celos
decían unos, o de perros en busca de perras comentaban
sonriendo otros. El asunto es que los aullidos siempre
59
comenzaban en las inmediaciones de la casa de Don
Diógenes Fabra.
Una mañana muy temprano recibimos la visita de Don
Máximo, capataz de la empresa constructora de carreteras, al
que le doy la palabra para mayor precisión. Así es, el
supervisor general me dijo, andá a averiguar qué le pasó a
Don Diógenes Fabra, que ya hace cinco días que no llega a
trabajar, y eso es raro, porque nunca ha faltado. Recuerdo
que me acompañaron Don Nepomuceno y Don Aquiles que
aquí están presentes, y nos fuimos directo a la casita de Don
Diógenes Fabra.
Tocamos tres veces la puerta y nos pareció oír pasos, o al
menos un cierto movimiento dentro de ella, pero, luego solo
logramos escuchar pequeños ruidos como de ratones que
corren sorprendidos entre los estantes. Nadie respondió.
Recuerdo que le dije a Don Aquiles que consiguiera una
barreta y procedimos a forzar la puerta. Fabra no estaba. El
único presente era Lobo, el perro de Fabra.
La pequeña casa estaba desordenada, y muchas de las
cosas que normalmente están en las estanterías, podía
vérseles esparcidas por el suelo. El perro estaba tendido en el
piso, muy dolorido, tenía sangre en la boca y le faltaban los
colmillos de arriba y otros tres dientes estaban quebrados.
Tenía como una especie de lana de cabra o algo por el estilo
entre los dientes, y otro tanto de esa especie de lana estaba
esparcida en el suelo, llena de sangre.
El relato se vuelve más dinámico porque intervienen
interrumpiéndose Don Nepomuceno, Don Aquiles y Don
Máximo, todos testigos de los acontecimientos siguientes,
aunque con versiones no siempre coincidentes.
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Transcurrieron más de cinco años para que medio se
aclararan las especulaciones sobre vida o muerte de Don
Diógenes Fabra.
Mucho se había comentado, por un lado tres versiones
medio coincidentes que decían haberlo visto medio
disfrazado con una especie de piel de venado, con una gran
palo como de tres metros que usaba como una especie de
bastón.
Estaba muy cambiado, con una frondosa barba y larga
cabellera. Unos lo vieron en ciudad Quezada, Costa Rica,
otros en las afueras de Ciudad Colón en Panamá, y no
faltaron los que lo vieron en el Rama, por Nicaragua.
Otro grupo de versiones, ciertamente más fantasiosas
apuntaban a su presencia cerca del poblado. Una gente decía
que lo habían visto algunas noches de luna, vagando,
convertido definitivamente en gallina, y cuidándose siempre
de no abandonar los límites del monte.
Un señor de apellido Quintana que vivió por muchos
años aquí y ahora se fue para Tegucigalpa, decía que al
sumergirse en el río en busca de una pala que unos chavalos
arrojaron, en el mismo lugar donde Don Diógenes Fabra
permanecía por horas, creía haberlo visto, en el fondo del
río, amarrado de pies y manos, vestido con ropa de
mecánico y con un extraño saco de piel de venado, o como
de piel de cabra. Sin embargo, nadie pudo aportar pruebas
convincentes sobre el particular.
Créame apunta Don Aquiles, parece que Don Diógenes
debía tener un extraño poder que atemorizaba a los perros.
Así es, una noche los perros aullaron hasta el amanecer y no
se supo la causal.
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Esa mañana la noticia fue recibida como una bomba.
Don Diógenes Fabra estaba vivo. Una mañana muy
temprano, cuando recién estábamos por iniciar labores en la
empresa constructora, sucedió la aparición.
Los trabajadores vieron acercarse a un hombre recio,
descalzo, larga cabellera y barba blanca hasta el pecho.
Llevaba un vestido totalmente novedoso de piel de venado
untado con aceite quemado.
Parecía tener unos sesenta y cinco a setenta años. Llevaba
una cruz de madera como de tres metros, la que blandía a
veces y en otras la besaba. Colgaban de esa cruz cientos de
crucifijos de diferentes colores y tamaños. La piel de venado,
untada con aceite quemado, y el olor fétido propio de no
bañarse ponían a prueba al mejor estómago.
Aquellos minutos se hicieron interminables. Se acercó y
bendijo a los presentes con ademanes que parecían no
coordinar con las palabras.
Como es de suponer todos tenían temor. Los
trabajadores no dudaron entregar un cigarro, el que
solicitaba Don Diógenes Fabra al finalizar su especie de
bendición demencial.
A pesar de su estado maltrecho, lo pude identificar
perfectamente agrega Don Máximo, Capataz para ese
entonces. Lo identificó por sus tres dientes arreglados en
oro, y por una gran cicatriz que tenía en el brazo derecho, y
porque le faltaba el dedo índice de la mano izquierda.
Don Diógenes Fabra, le dijo Máximo, y el viejo mecánico
lo miró con los ojos llenos de odio, para luego echarse a
llorar en los brazos del primero que encontró. En esta parte
del relato hay fuertes contradicciones entre los que relatan,
62
pues mientras Don Máximo dice que Don Diógenes Fabra
lo reconoció y balbuceó algunas palabras y se arrodilló frente
a él, los demás dicen que se arrodilló ante todos y que lo que
balbuceaba era en un idioma extraño.
Recuperado del impacto, Don Diógenes Fabra, retornó a
sus andanzas dejando abandonados los cigarros que
segundos antes le habían entregado los obreros. Tomó la
cruz de madera, la besó reiteradamente, bendijo a los
trabajadores, y sin saludar se alejó rápidamente hacia el
monte cercano, haciendo oídos sordos a las súplicas de Don
Máximo para que regresara al trabajo.
Como si fuera poca la sorpresa, al llegar al bosque Don
Diógenes Fabra extendió violentamente los brazos,
emprendió veloz carrera como si fuera a volar y se introdujo
en la espesura sin volver a ver.
Luego se reinició la polémica de quiénes tenían razón si
los que le vieron vagando en las noches, si los que lo vieron
en ciudad Quezada, El Rama, o Ciudad Colón, con la
famosa vara de tres metros o el señor Quintana que lo vio en
el fondo del río amarrado y vestido justamente con el tipo de
ropa que apareció aquel día.
Las cosas habían transcurrido con relativa calma, hasta
que una noche con algo de luna, pero no muy clara, se vio
llegar al galerón, en donde fue encontrada Juana Mercedes
ahorcada, a una persona aparentemente vestida de negro.
Todos los que estamos aquí oímos- agrega Doña María
Camila los gritos reiterados de aquel hombre que decía:
“Juana Mercedes, Juana Mercedes...., he regresado para
llevarte conmigo”.
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Se supone que era Don Diógenes Fabra que venía en
busca del espíritu de Doña Juana Mercedes, y al mismo
tiempo de destruir el galerón que habría contribuido con su
muerte. En el galerón se alojaban cerdos que se protegían en
la noche de otros animales.
El galerón ardió, y con él se calcinaron algunos cerdos, y
a otros se les pudo ver cual antorchas vivientes lanzando
gruñidos desesperados, y haciendo zigzag hacia el río. Las
grandes llamaradas alumbraron perfectamente cuando el
incendiario se lanzó a las llamas en medio del galerón.
Al día siguiente, al alba, los pobladores se apresuraron
para localizar los restos del aparente anciano que gritó
desesperadamente cuando las llamas lo envolvían.
Cuando los pobladores llegaron ya estaban las gallinas las
que escarbaban y picoteaban en forma muy alborozada en
torno al cadáver. Lo curioso del caso es que el cadáver
pertenecía a un perro y por los dientes quebrados, era el de
lobo, el perro de Don Diógenes Fabra. Nadie pudo saber
cómo y cuándo llegó al lugar de los hechos.
A pesar de los esfuerzos no se encontró rastro alguno del
anciano, excepto por los movimientos de tierra en la fosa
cavada en que estaba enterrada Doña Juana Mercedes. Sólo
había quitado algo de tierra la que no pusieron en su lugar, y
también movieron la cruz.
Algunos de los vecinos por años comentaron que una de
las gallinas que estaban escarbando y picoteando luego del
incendio tenía un tamaño muy superior al de cualquier gallo,
pero extrañamente su cuerpo era de gallina y sus alas
extremadamente largas.
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También comentan que a esta gallina se le vio en muchas
oportunidades remover los restos del galerón, pero tan
pronto se veía sorprendida huía extendiendo sus alas en
dirección al remanso del río en extraña coincidencia con el
lugar que permanecía por horas Don Diógenes Fabra.
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EL FUTURO DE DOÑA DULCE MARÍA LO
ADIVINÓ UNA GITANA
Don Adolfo Antonio Arana Aldana parecía que se había
declarado depositario general de la vocal “A”. Con “A”
comenzaban sus dos nombres y sus dos apellidos y el
nombre de sus seis hijos todos varones: Augusto, Arturo,
Aldo, Adrián, Alberto y Adán.
Cada vida es un mundo. Hay familias que parecen
signadas por una desgracia infinita. El caso del presente
relato es sólo un ejemplo de vidas descarriadas en un medio
rural con pocos recursos para ser atendidos.
Don Adolfo Antonio era un finquero en quiebra que
conocí por pura casualidad, precisamente en las
inmediaciones de su casa en las afueras de la ciudad de Río
Branco, en Uruguay, es decir, antes de llegar al Puente
internacional de Mauá que lleva a la ciudad de Yaguarón, en
Brasil.
La idea del viaje fue de mi abuela, que era brasileña, y
hacía años que insistía que la llevara a la ciudad de Yaguarón,
porque decía que todo era más barato y que se podía elegir, y
de paso hablaba un poco con sus compatriotas, por aquello
de no perder el idioma materno.
Cuando íbamos llegando a Rio Branco se nos atravesó un
caballo y por no matarlo lo esquivé con tan mala suerte que
me fui a estrellar contra un poste de luz, de los de cemento.
Ahí finalizó nuestro viaje en vehículo. Tuve que rogarle a
unos señores que vigilaban una estación de luz que también
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me vigilaran el vehículo, ya que iba a montar a mi abuela en
un bus, a manera de emergencia para que fuera
provisoriamente a casa de sus parientes en la cuidad de
Pelotas, en Brasil.
El jefe de los vigilantes era don Salvador Arana Aldana,
hermano de don Adolfo Antonio.
Don Salvador parecía ser de esas personas siempre
dispuestas a servir, a darle una mano a quien la necesita sin
pedir nada a cambio.
Vea, estimado, venga por aquí. ¿Cómo dijo que se
llamaba? Dígame alcaraván, que es así que me llaman mis
amigos, le respondí.
Bueno, don pajarito, perdone, don alcaraván que siempre
se me enredan los nombres, yo sólo puedo vigilar su
vehículo, pero tengo un hermano que posee un patio grande
y le podemos solicitar que nos haga la caridad de
resguardarlo. No sé si le cobrará, pero lo que le puedo
asegurar es que aquí la delincuencia anda desenfrenada con
eso de las fiestas de carnaval que se dan todos los años.
Su hermano, era como dije, don Adolfo Antonio Arana,
un señor de unos setenta años, de cabello totalmente blanco,
ojos azules, y con unos anteojos gruesos con mucho
aumento.
Don Salvador nos presentó, le expliqué mi drama, y a
partir de ese momento iniciamos una muy buena relación.
Lo del vehículo se complicó porque parte del motor pegó
en la columna. Tuve entonces que regresar a Montevideo, a
comprar repuestos y convencer a mi mecánico para que me
acompañara.
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El mecánico argumentó que eran más de seiscientos
kilómetros, que tardaba mucho tiempo y que hacía
demasiado calor. Después de tantas excusas decidí buscar
uno en Río Branco aún a riesgo de la calidad del trabajo.
Finalmente don Salvador me consiguió uno que comenzó
el mismo día, pero tuvimos la desgracia que le gustaba las
fiestas de carnaval y de complemento era un alcohólico
empedernido. Desde el primer día de fiesta se entregó a la
bebida, al tercer día ya no podía caminar. El problema era
que ya había comenzado el trabajo y bajado el motor, por lo
que tuve que esperar quince días hasta que se despejara.
Por suerte Oriana, mi socia, estaba al frente de la
Imprenta que teníamos en Montevideo. Para ser franco los
clientes estaban encantados que estuviera ella, por su
jovialidad y porque como la mayoría eran intelectuales se
quedaban horas hablando con ella acerca de Frida Khalo,
Tina Modoti, Diego Rivera, luego derivaban hablando de
Evita Perón con las consabidas discrepancias de siempre.
Luego seguían conversaciones interminables del Che, el
Comandante Marcos, Sandino, los de Sendero Luminoso, y
la lista se hacía interminable.
Recuerdo que una vez se pasaron discutiendo dos días las
razones del desmoronamiento de la Revolución Sandinista,
unos decían que todo se vino abajo porque los nueve
comandantes no habían asumido la línea correcta del
marxismo leninismo, en tanto que otros argumentaban que
se derrumbó porque eran unos social demócratas del carajo.
Finalmente Oriana tuvo que terciar en la discusión que a
veces llegaba a los gritos. Está bien señores, gracias por la
discusión, pero recuerden que esto es una imprenta y no una
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tertulia, así que los que van a pagar los trabajos que paguen y
el resto gracias por su inspiración porque en el futuro esto
será imprenta y tertulia.
Seis meses después inauguramos la tertulia con mesas y
todo, pero como los intelectuales sólo fumaban y bebían
café sin consumir nada más la tertulia cerró sus puertas
cuatro meses después, y nuevamente quedó la imprenta y
siguieron las discusiones....
Volviendo a mi vehículo descompuesto, allá en la
frontera de Brasil, el mecánico a los quince días recuperó su
lucidez. Para ese entonces, don Adolfo Antonio me había
hecho los relatos de su desgraciada vida y la de sus hijos.
Lo que expongo aquí es un resumen de las notas que
tomé mientras hablaba don Adolfo Antonio, pero que sin
duda no tienen la riqueza de sus expresiones.
Don Adolfo Antonio era un maestro para organizar sus
ideas.
Le cuento don alcaraván, nosotros mi esposa Dulce
María, que en paz descanse, y yo tuvimos seis hijos que
amargaron nuestra vida.
Nos casamos jovencitos, muy enamorados, y sobre todo
muy seguros que no tendríamos problemas económicos
porque mi padre era un arrocero de los más grandes de la
región.
A la muerte de mi padre, a todos los hermanos nos dejó
propiedades, y a mí me dejó una finca bien bonita. Con los
años tuve que venderla porque estos muchachos me hicieron
la vida imposible después de la muerta de Dulce María, que
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era como una especie de santa, pero que repartía palo a
diestra y siniestra a todos estos muchachos.
Figúrese que a Arturo que es el mayor le pegó hasta los
veinticinco años. Ella la pobre los tenía controlados, pero
con su muerte esto se descarriló.
Parece mentira, pero todos mis seis hijos estuvieron
presos por distintos motivos y en todos los casos tuve que ir
a poner mi cara en vergüenza y a punta de dinero siempre
logré sacarlos de esas cárceles horrorosas que hay por estos
lados.
Le voy a ser franco nuestra desgracia ha sido la brujería.
Nos embrujó una mulata jodida que era la madre de una tal
Tomasa que le había echado el ojo a Dulce María. Usted me
entiende, estaba enamorada de Dulce María y le hacía
regalitos y la peinaba y procuraba andar con ella para arriba y
para abajo.
Un día que estaban solas se la comió a besos y le
manoseó los senos. Para ese entonces, Dulce María fue
sincera con ella. Se lo explicó de la mejor manera, que la
quería mucho como amiga, pero hasta ahí nomás, porque a
ella le gustaban los hombres.
Tomasa quedó hecha un diablo. Es que de verdad estaba
enamorada de Dulce María y eso era un desplante que la
dejó agobiada.
La madre de Tomasa toda su vida la dedicó a la brujería,
usted comprende, a la brujería que le hace mal a las
personas, magia negra creo que le llaman.
El tiempo transcurrió y nos casamos con Dulce María.
Estoy convencido que no tuvimos ni un día en paz.
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Cerrábamos la casa, bien cerrada para mantener todo
limpio, y luego encontrábamos debajo de las almohadas
tierra, uno o dos puñados de tierra, negra, negra. Después
supimos que esa tierra era del cementerio.
Un día abrí la sábana para acostarme y cuál fue mi susto
que las fotos de nuestro casamiento, especialmente las que
estábamos Dulce María y yo estaban todas clavadas con
alfileres. No se lo quería comentar a Dulce María pero ella
dio cuenta y quedó bien deprimida.
A Dulce María no le gustaba el agua helada, así que
siempre teníamos una jarra de vidrio que la llenábamos de
agua, le poníamos una servilleta encima para que las moscas
no la tocaran y la dejábamos en el centro de la mesa.
Un día estábamos almorzando y me fui a servir un vaso
de agua y casi vomito. Adivine ¿qué había en el agua? Un
gran sapo inflamado lleno de agujas y con algo rojo en la
boca que parecía sangre. Yo creo que desde esa fecha es que
padezco de gastritis.
La tal Tomasa se las había ingeniado para sacar una copia
de las llaves de nuestra casa y llegaba a instalarse cuando no
estábamos.
Imagínese nosotros recién casados y pasando por estas
situaciones tan horribles.
Dulce María decidió enfrentarla y un día que pasaba por
la casa la llamó, y le habló claro. Mirá Tomasa, nosotros
sabemos que vos andás poniendo cochinadas en la cama y
en el agua para beber.
Quiero que hables de una vez por todas. ¿Qué es lo que
buscas? No te parece que ya es bastante la jodedera?
71
Tomasa la miró a los ojos. Las dos estaban de frente, cara
a cara. Tomasa le respondió con voz serena y firme, lo que
busco es tu amor. Yo también te pregunto Dulce María ¿eres
ciega? ¿Es que no te das cuenta que por tu amor soy capaz
de dar mi vida?
Acto seguido la tomó de los brazos, desarrollando una
fuerza propia de un amor desesperado, apretó a Dulce María
contra su pecho, la besó fogosamente en su boca, le rasgó su
blusa y besó apasionadamente sus exuberantes senos.
Dulce María logró desprenderse de esta especie de
violación, y Tomasa salió corriendo. Dice Dulce María que
iba llorando y secándose las lágrimas con la mano.
A la semana siguiente la encontraron colgada debajo de
ese Puente Mauá que usted está viendo ahí enfrente.
Dejó una apasionada carta de amor a Dulce María, pero
su madre, la bruja, dijo que no se la entregaría y lo que si
regresaría eran las ofensas que le habían hecho a su Tomasa,
porque “las que se hacen se pagan” reiteraba a todos los que
le llegaban a preguntar por las razones del suicidio de su hija.
Como le decía señor alcaraván, la madre de Tomasa era
una bruja consumada y nos amargó la vida por años y
finalmente nos la desgració para siempre.
A los dos años de casados consideramos que ya era
tiempo de tener hijos, y así fue que Dulce María quedó
embarazada como por diciembre. En junio ya tenía su
vientre desarrollado, es decir, ya iba como por seis meses de
embarazo.
Usted sabe que por aquí las gitanas abundan. Así que un
día que yo no estaba llegaron dos de ellas a mi casa.
72
Comenzaron a hablar con Dulce María y ella a contarles las
cosas que nos habían pasado con la finada Tomasa. Usted
sabe, a veces uno se desahoga cuando encuentra alguien que
lo escucha.
La gitana mayor, habló y se fue directamente al grano.
Usted mi niña parece que está dispuesta a tener hijos.
Piénselo bien mi niña. Usted sabe que con eso de las
brujerías los que terminan pagando son los hijos.
Yo conozco un caso en Porto Alegre muy parecido al de
ustedes. Vea, tuvieron un hijo retardado, otro sordo mudo,
otro mongolito (mal de Down) que le dicen, y el que salió
bueno se ahogó a los seis añitos, en la Laguna Merim en un
descuido de la mamá que andaba atendiendo a los demás
hermanitos enfermos.
Una bruja es cosa seria mi muchachita, yo le deseo suerte,
pero si va a tener hijos piénselo bien porque con un hijo
enfermo uno se vuelve esclava.
Usted dice que quiere tener seis hijos. Voy a ser bien
sincera con usted aunque sé que le disgustará lo que le diga.
Los dos primeros hijos que usted tenga, dado aun está con el
impacto de la ahorcada y la bruja, lo más probable es que
tengan algo de retardo. Los otros dos serán bastante
retraídos y agresivos, y los otros dos serán los menores y se
convertirán en el dolor de cabeza de ustedes, porque no
serán retardados, ni asesinos, pero serán sinvergüenzas de
esos que comienzan bebiendo un trago y finalizan
consumiendo todo tipo de drogas.
Vea mi niña, yo tengo sesenta y nueve años y he visto
muchísimos casos así, pero, también es cierto que nadie
aprende por experiencia ajena.
73
Yo siempre le aconsejo a esta muchacha (la otra gitana)
que anda conmigo aprendiendo el oficio que hay que tener
cuidado porque hay mucha gente mala.
Ella todavía no tiene marido pero yo siempre le
recomiendo que busque un hombre de los nuestros porque
mucha gente nos tiene envidia, porque dice que somos
ladrones, que somos ricos de cosas robadas, y un montón de
barbaridades.
Nosotras las gitanas somos adivinas, y no de ahora, sino
de toda la vida. Somos adivinas, no brujas, ni ladronas.
Dicho esto las gitanas pidieron un vaso de agua y se
despidieron deseándole a Dulce María mucha suerte, que no
había dudas que la iba a necesitar.
Bueno don señor alcaraván, hasta que tengo la lengua
reseca de hablar. ¿Qué le parece si hacemos el almuerzo y
seguimos más tarde?
A las tres de la tarde siguió su ordenado relato don
Adolfo Antonio, y esta vez comenzaba con sus hijos.
Vea don alcaraván, estas gitanas serán ladronas, y que no
usan calzón porque se agachan y con sus grandes faldas se
cubren y orinan en cualquier lado. Eso podrá ser cierto, pero
que son adivinas lo son. Lo que dijo la gitana vieja, así salió.
Vamos ahora con mis hijos:
Augusto y Arturo, que son los dos mayores. Los
pobrecitos nacieron con problemas mentales y ya le voy a
relatar parte de su drama.
Aldo y Adrián, son los que siguen. Los dos han estado
años presos por asesinos. Aldo cometió un crimen horrible
74
por supersticioso y Adrián hizo morir a un amigo de puro
gusto.
Adán y Alberto, son los dos últimos. Han andado
metidos en drogas, son gente sinvergüenza y sin cabeza. Son
de esos que no les importa nada, y si le encuentran caído en
lugar de auxiliarle le registran los bolsillos y siguen su
camino.
Ellos son mis seis hijos, señor. Ahora le voy a ir contando
parte del calvario que he tenido que sufrir con cada uno.
Aunque a usted le parezca mentira, uno de estos días me
puse a limpiar la chimenea que encendemos allá por mayo.
Metí la mano con un guante y toqué algo raro. Era un
alambre y tiré de él, y cuál es mi susto que el alambre estaba
amarrando una calavera de gato.
La saqué y la boté al suelo, y al caer la cabeza (el cráneo)
se partió en dos, y sabe lo que había adentro.....dos
fotografías todas amarillentas, unidas las dos a través de un
alfiler. ¿Sabe quiénes eran las de la foto? Pues nada menos
que Tomasa y Dulce María. No le miento, esa foto llevaba
más de treinta años en el hueco de la chimenea y se
conservaban porque las protegía el cráneo del gato. Ese día
me reí, lloré, y tuve que tomar una diazepán para conciliar el
sueño, pero, antes le recé un padre nuestro a Dulce María.
Bueno don alcaraván, como usted comprenderá le
comento las cosas más importantes porque dado que usted
ha manifestado, que quisiera hacer un relato o algo por el
estilo de estas pláticas, voy a centrarme en una anécdota por
hijo para que tenga una idea de mi infierno.
75
Vamos a comenzar, y perdone el lenguaje tan duro, pero
es que ya me acostumbré, vamos a empezar por los dos
loquitos.
Arturo es el mayor. Este muchacho desde pequeño era
inquieto. Quebraba cuanto vaso y botella encontraba, gritaba
como un condenado y otras cosas bastante desagradables.
Nosotros los padres siempre vemos a nuestros hijos
bonitos y sanos. Así fue el caso nuestro. Nos daba horror
recordar el presagio de aquella gitana.
Sólo le voy a hacer dos comentarios de Arturito y se
refiere a su audacia y sus reacciones impredecibles.
Fíjese que aquí como vivimos en zona fronteriza siempre
nos manejamos con cierta cautela porque hay mucha
delincuencia. De manera que desde pequeños los muchachos
se acostumbraron a ver las armas en la casa, ya sea debajo de
mi almohada, en la mesa de noche, en el ropero. Así que
todos ellos no solamente las conocían sino que sabían
accionarlas.
Usted sabe que los finqueros casi todos andan revólver,
calibre 38, cañón largo. Son unas armas fáciles de manipular
y matan a una persona como hasta ochenta metros. La
puerta que está aquí la atraviesan como nada.
Un .38 largo Smith & Wesson, era y es mi arma, que
todavía tengo y funciona a la perfección.
Allá en aquella loma, hay dos casas blancas. La de más
arriba, la que tiene el molino de viento, allí siempre han
vivido los Araujo.
Don Vicente Antonio Araujo ha sido toda su vida un
ganadero muy progresista, y siempre ha tenido un ganado
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Hereford de primera. Todo lo que produce se va directo a
los frigoríficos de Montevideo y de ahí para Inglaterra,
porque ese es el tipo de carne que les gusta a los ingleses.
Don Vicente Araujo un día pasó por mi casa, para ese
entonces yo tenía mi finca como a treinta kilómetros de aquí.
Quiero comentarle, me dijo Don Vicente, que ahora que
fui a la feria agropecuaria de la ciudad de Melo, compré tres
toros Hereford, puros, traídos de Inglaterra, que son una
belleza.
Así como son de lindos, son de fuertes. Don Vicente
siempre había sido una persona que le gustaba hablar con
refranes y antes de despedirse me comentó que los toros
estaban a la orden y les puede llevar las vacas que quiera
Don Adolfo Antonio, que tienen una resistencia increíble.
Son de esos animales tan fuertes que ni balas les entra en la
cabeza, y se fue riendo.
Arturito permaneció en un rincón escuchando la
conversación, en silencio y con los ojos muy abiertos.
Cuando Don Vicente partió, él también montó su caballo y
anduvo galopando como siempre sin ninguna orientación.
Para ese entonces, tenía once años.
Una semana después, me encontraba durmiendo la siesta
y me despertó el ladrido de los perros y aquel escándalo de
gritos e insultos.
Sobresaltado me lancé de la cama y pregunté qué era lo
que pasaba.
Frente a mi estaban dos policías y Don Vicente que traían
agarrado a Arturito, y éste estaba blanco como un papel.
77
¿Qué es lo que pasó, pregunté? ¿Recuerdas papá cuando
Don Vicente dijo que sus tres toros eran tan fuertes que no
les entraba ni una bala en la cabeza? Quiero que vayas a su
finca y veas si las balas de tu revolver calibre treinta y ocho
milímetros no le entraron en la cabeza a los tres, por más
que este Don Vicente dice que son puros y no sé qué otra
sarta de barbaridades.
Imagine, casi muero de infarto. Tuve que pagar hasta el
último centavo de los tres toros, porque hubo que
mandarlos a buscar a Inglaterra. Lo único que gané fue la
enemistad de Don Vicente que me dejó de saludar como si
yo tuviera la culpa.
Este niño siempre ha sido así de impredecible. La última
vez que estuvo internado en el hospital siquiátrico fui a
visitarlo y lo encontré como a cuatro cuadras fuera del
hospital y le dije que quería hablar con él y se negó
rotundamente. Fui directamente al hospital y le solicité a
otro enfermito que parecía que estaba más cuerdo que
hiciera el favor de decirle a Arturito que quería verlo y que
no se moviera, por favor.
Dicen que regresó a las diez de la mañana y desde esa
hora el enfermito lo localizó y como tenía muy presente lo
último que le dije “que no se mueva por favor”, pues como
va a creer que el enfermito y dos más amarraron a Arturito
de una cama de esas de resorte de alambre, sin colchón y lo
tuvieron acostado con la cara al sol, a treinta grados de
temperatura desde las diez de la mañana a las tres y treinta
que llegué. Casi se muere deshidratado pobrecito, pero en
verdad, como estaba tan rebelde quise hacerle un bien y le
hice un mal.
78
El caso de Augusto es casi similar. El pobrecito, a veces
hasta que da risa porque es ido totalmente. Recuerdo que un
día estaba acarreando agua para beber y nos dimos cuenta
que la extraía de un pozo con agua fétida, llena de una lama
verdosa que daba asco.
Se le llamó la atención que estaba acarreando agua para
beber con lama, y el pobrecito que ni la más remota idea
tenía de lo que era lama, respondió de inmediato: “será pelo
de sapo, porque lana no había”.
También Augusto me metió a tremendos problemas, con
un señor extranjero muy mal encarado, un Ingeniero
Agrónomo, técnico de la arrocera brasilera Brandao S.A.
Este señor extranjero cuyo apellido no recuerdo, le
encantaba la cacería de liebres y conejos, así que siempre se
le podía ver con un montón de perros de raza.
Para correr liebres, los mejores perros, siempre decía, son
los galgos.
Este señor extranjero me pidió prestado a Augusto para
que lo acompañara por un par de horas para traer en una
camioneta una perra galgo pura para cruzarla con un perro
galgo que él tenía.
Era un caserío que estaba a unos cincuenta kilómetros de
la casa. Le dije que sí, porque Augusto ya tenía dieciséis
años, y como no era agresivo sería un buen acompañante.
Le entregaron la perra galgo a este agrónomo, creo que
de origen alemán, porque no se entendía mucho, y por
supuesto que menos le entendía Augusto.
Le amarraron una cadena al collar y la montaron a la
camioneta, que como tenía toldo no entraba polvo. Desde la
79
cabina no se veía hacia la carrocería, y esa era la razón por la
que iba Augusto, para cuidar que no le pasara nada a la
perra.
Como a los tres kilómetros la perra empezó a quedar
inquieta, y hasta quería lanzarse de la camioneta. Para
Augusto las cosas eran bien sencillas, si quería ir corriendo
en lugar de ir en la camioneta, el no le veía inconveniente
porque al fin y al cabo era una perra veloz que debía correr
más rápido que una camioneta.
La dejó que saltara y aseguró que estuviera bien amarrada
para que fuera cerca de la camioneta y no se escapara.
Cuando llegaron el señor agrónomo le preguntó “cómo
va todo muchacho”. Va bien y haló la cadena. Fue recién ahí
que se dio cuenta que de la perra lo único que le quedaba era
el collar, la cabeza y las dos patas delanteras, el resto había
quedado esparcido en el camino.
Pobre mi hijito, no entendía nada de la perorata que
hablaba el extranjero, pero lo que le quedaba claro era que
estaba furioso. A Augusto le parecía extraño que una perra
que se decía que era tan veloz no aguantara correr por un
camino vecinal detrás de una camioneta. Es cierto que había
piedras pero él había visto a los perros de su casa correr por
encima de las piedras.
Esta vez fuimos a parar todos a la policía porque Augusto
tenía dieciséis años y el señor extranjero no sabía que tenía
retardo mental.
Para no cansarlo con el cuento tuve que pagar casi el
doble de lo que valía la tal perra, porque había que traerla de
Irlanda, Finlandia o un país de esos. Ese alemán fue otro que
quedó enemigo conmigo.
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Con estas dos anécdotas de Arturo y Augusto ya se hace
una idea que la gitana no se equivocaba con los dos
primeros.
Vamos ahora con los que siguen, Aldo y Adrián. Estos
dos muchachos desde chiquitos siempre fueron retraídos, y
algo así como despersonalizados, que cualquiera los
manipulaba. Sin criterio propio que le dicen.
A diferencia de Augusto y Arturo que siempre han sido
inofensivos, estos otros tienen reacciones tardadas pero
violentas.
Por aquí hace muchos años apareció un señor que tenía
problemas mentales, dicen que de tanto leer la biblia y no
alimentarse. Yo no puedo asegurarle que sea por eso, porque
cuando lo conocí ya andaba pintando aquellas gigantescas
cruces negras, en paredes, postes, portones y todo lo que
agarraba.
La gente no le decía nada porque lo veía como a un
enfermo mental y porque además no les hacía caso más que
al cura de la iglesia.
No faltaron unos chavalos que le empezaron a dar cuerda
a Aldo, otro de mis hijos. Le decían ya te fijaste Aldo ese
hombre que anda ahí por las calles es la reencarnación del
diablo. Y a mí que me importa que sea la reencarnación del
diablo si a mí no me hace nada decía Aldo.
Te debería importar, lo que pasa que no sabes quién es el
diablo. La verdad que no sé quién es el diablo. El diablo es el
enemigo de Dios, y él quiere matar a Dios. Y si mata a Dios
morimos todos le decían una y otra vez.
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Esas cruces que anda pintando te las pinta a vos, y
recuerda son la reencarnación del diablo, y el diablo quiere
matar a Dios. Ya viste pintó una gran cruz en el portón del
garaje de tu casa.
Eso no lo voy a permitir, dijo Aldo, y el lado violento no
tardó en aparecer. Lo anduvo buscando y lo encontró
pintando, precisamente en la puerta grande de la iglesia. Esa
fue lo última cruz que pintaba el pobre señor en alusión a
Cristo, porque Aldo le partió la cabeza en dos con una filosa
hacha.
Después del hachazo Aldo como desencajado gritaba
“muerte al diablo, muerte al diablo, muerte al diablo”, luego
se arrodilló y decía aunque sea el diablo hay que rezarle un
padre nuestro para que vaya en paz. Mientras tanto la
profusa sangre caliente le mojaba las rodillas.
Esta vez mi pobre hijo fue preso un montón de años.
Luego lo transfirieron al hospital siquiátrico y ahí estuvo un
año más. Del hospital salió peor de lo que entró.
El caso de Adrián es un poco distinto porque no es tan
retraído, más bien ha desarrollado una tendencia a la
perversidad. Adrián tiene ideas fijas por ciertas cosas, por
ejemplo le encanta todo lo que tenga que ver con accidentes
de tránsito y si hay heridos mejor.
Cierta vez le quitó el freno de emergencia y el cambio a
un bus nuevecito de una empresa de excursiones. Estaba el
bus en la punta de un cerro, creo que le dicen cerro de la
virgen o algo por el estilo.
Como le decía le quitó el freno y el cambio y el bus – que
por suerte estaba vacío en ese momento- se dejó ir a toda
82
velocidad, se estrelló contra unas grandes rocas y luego se
dio como diez vueltas. Quedó inservible.
Don Alcaraván, con esta acción descabellada terminó con
mis días buenos y tuve que vender todo para pagar el bus
que era nuevecito, es más, era un viaje de cortesía porque
andaban estrenándolo.
Usted sabe, hay gente así, como perversos. ¿No conoce
gente así?
Este muchacho Adrián dicen que fue el gran instigador
para que el pobre Miguelito, el hijo de Don Gonzalo Ferreira
Da Silva truncara su vida joven.
Fíjese que una noche venía Miguelito conduciendo un
camión en una cuesta que le dicen el Alto caliente. Al
finalizar la cuesta (la bajada) hay un arroyo y un puente.
Eran como las nueve de la noche y ese puente desde
hacía algún tiempo estaba en construcción, y con mucha
cautela había paso para un camión y un carro pequeño o una
moto.
Miguelito venía al volante y Adrián en la carrocería. El
camión iba vacío.
Cuando venían a unos trescientos metros apareció en la
curva de la otra cuesta una luz. No había dudas que si uno
de ellos no se detenía se iban a encontrar de frente en el
medio del puente.
Adrián desde arriba le gritó a Miguelito dale, dale que es
una moto, y efectivamente él desde arriba tenía mejor vista.
Miguelito no la pensó dos veces porque efectivamente
traía un solo foco.
83
Es cierto que traía un solo foco, pero no era una
motocicleta, sino un camión, y no era un conductor
desconocido, sino Don Gonzalo Ferreira Da Silva, el papá
de Miguelito es decir, del finado Miguelito, porque murió en
el instante.
Don Gonzalo se quebró la clavícula porque su camión
iba lleno de piedra y el otro venía vacío. Adrián tal como lo
había pensado en su perfil perverso saltó por los aires y fue a
caer en la profundidad de la laguna que hay bajo el puente y
salió nadando totalmente ileso.
Imagine que tragedia. Desde ese día tuve que llevar a
Adrián al siquiatra, pero francamente no se observa mejoría.
Hace tiempo me confesó que le encantó la idea que los
dos camiones chocaran de frente. Fue un espectáculo
inolvidable Papá. Te voy a decir más, yo sabía que era Don
Gonzalo el que iba en el camión con un solo foco porque lo
vi saliendo de su casa, y él hacía dos días que había estado
buscando ese foco y no lo pudimos encontrar en el mercado.
Es más yo lo acompañé en la búsqueda.
Yo lo identifiqué perfectamente desde arriba, me confesó
Adrián, pero, entre el espectáculo y la muerte de uno o los
dos conductores, yo preferí el espectáculo. Lo único que te
podría decir que ese tipo de espectáculos son únicos y no se
pueden perder.
Lo hice jurar que no le contaría nunca más a nadie esta
crueldad y él con los ojos llenos de sangre y con muchísima
saliva en la boca no dejaba de murmurar, fue un gran
espectáculo, un gran espectáculo. A la semana lo vino a
llevar la policía.
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Don alcaraván, de Alberto y Adán ya no quiero hablar
porque estos muchachos son gemelos y lo que hace uno
hace el otro. Los he internado como cien veces para que se
quiten la droga que llevan encima, y en verdad es que no les
noto mejoría.
Lo que estoy claro es que han perdido gran parte de las
neuronas. Usted sabe que cada quien tiene su pasatiempo.
Pues el mío era el dedicar mi tiempo libre al cuido de dos
boas que había conseguido en Porto Alegre. Estas dos boas
daban miedo de solo verlas. Eran unos animales que igual se
comían a un perro entero y como si nada. Era por eso que
las tenía encerradas con una malla metálica techada.
En realidad allá en la finca tenía de todo un poco, en lo
que a objetos se refiere y estos dos muchachos Alberto y
Adán sabían que entre ellos guardaba cosas “misteriosas”.
Pues como le comentaba, estos muchachos son nefastos
y lo que hace uno hace el otro.
Una tarde llegaron a decirme que ambos se habían
envuelto en un incidente desagradable. Parece que
intentaron violar a una anciana de más de setenta años.
Después me enteraría que todo había sido un montaje de
ellos mismos para agredir a la policía por otra vía.
La anciana puso la denuncia como a las seis de la tarde,
por lo que sería recién al día siguiente que irían por ellos.
Ellos sabían que la policía, por razones de seguridad no
llegaría de noche, así que trabajaron toda la noche
cambiando la malla, sin el techo y la pusieron alrededor del
dormitorio de ellos que estaba como a unos cien metros del
mío.
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Luego con paciencia infinita cuando ya amanecía
trasladaron a las boas y las dejaron allí sin comida.
Acto seguido se acostaron tranquilamente.
Dicho y hecho a las ocho de la mañana llegaron los
policías (por cierto con bastante prepotencia) buscando a los
muchachos.
Traían orden de allanamiento, así que se desplegaron y
comenzaron la búsqueda en varias habitaciones. Uno de
ellos, Alberto estaba acostado y de inmediato lo pusieron
con las manos alto contra una pared. El otro, Adán, estaba
acostado en una hamaca. Hacia él corrieron los policías y de
pronto aquel grito desesperado de un policía que por ir
viendo para arriba puso la bota encima de una boa, ésta
reaccionó y le siguió la otra.
Aquello fue un show. Se les olvidó lo de policías
altaneros. Por favor don Adolfo Antonio, por favor don
Adolfo Antonio gritaba el oficial, ayúdenos que esos
animales nos comen al policía y efectivamente si no llego
rápido ya los habían envuelto para estrangularlo.
Los detuvieron, luego parece que la anciana no confirmó
la denuncia y en poco tiempo recobraron la libertad bajo
fianza, que por supuesto, yo tuve que pagar.
Luego comentarían con lujo de detalles sus intenciones.
En realidad lo que deseaban era que las boas comieran a los
policías y si por ellos hubiera sido seguramente que tal hecho
se habría dado.
Amigo don alcaraván, la gitana adivinó sobre el futuro de
Dulce María y el mío. Su profecía se cumplió y aquí me tiene
en mi cruz.
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Habíamos llegado al final del relato. Se hizo un silencio
como melancólico. De pronto don Adolfo Antonio
comenta, pero qué clase de escritor es usted que no me
preguntó por la muerte de mi adorada Dulce María. Nos
faltaba este punto mi amigo.
Fíjese que Dulce María murió de un infarto fulminante.
Estaba en el patio y sentí el golpe de la cabeza en el suelo y
cuando la toqué ya estaba muerta. La llevaron al hospital
pero no había nada que hacer.
Regresamos para la vela, luego la llevamos a la iglesia
evangélica, porque ella era evangélica, yo soy católico.
Le dimos cristiana sepultura y me vine para la casa. Sentía
que el mundo se me derrumbaba.
Había estado pensando en las causales del infarto, pero
bueno, usted sabe que uno aparentemente está sano pero no
lo está.
Fui a cerrar la gaveta del ropero de Dulce María que había
quedado abierta porque ella la había abierto.
Dulce María era muy ordenada, la pobrecita, que en paz
descanse. Acostumbraba a tener tres bolsas plásticas en su
gaveta, una con los calzones, otra con los brazier, y otra con
medias y calcetines.
La bolsa de los calzones era la que estaba abierta y no me
va a creer lo que había en ella. Si se lo digo no me va a creer.
Dentro de la bolsa grande había una más pequeña de
papel de un color verde claro. Tenía como un olor
desagradable. La abrí de manera espontánea y en su interior
un gran sapo que hervía de gusanos que ya habían invadido
toda la gaveta.
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La cabeza del sapo tenía dos alfileres clavados. Con uno
se aseguraba una foto mediana de la primera comunión de la
famosa Tomasa, de la que le hablé. El otro alfiler aseguraba
dos papeles, el de abajo era la carta de amor que había
dejado Tomasa para Dulce María antes de ahorcarse y el
otro papel era una pequeña esquela, escrita en letra de
imprenta con tinta roja que decía: “Las que se hacen se
pagan, hija de siete mil puta, así que apróntate que un día de
estos voy por vos”. Firmaba (con su firma auténtica)
Tomasa, tu amor.
Le aseguro, porque todavía conservo esos papeles la
misma firma y letra que hizo la carta, era la que firmaba esta
esquela.
Ya no quise insistir más, porque pocos días después
encontré una esquela similar encima de la mesa dirigida a mí,
que decía: “Pobrecito cornudo, vieras que esta vez sí hemos
gozado de verdad con mi amor Dulce María y nos estuvimos
acordando de tus temores”. Firmaba Tomasa.
Bien decía la gitana: “Una bruja es cosa seria…..”.
Esta última parte del relato me entristeció y me di cuenta
que don Adolfo Antonio le estaba afectando bastante. Por
suerte oí la voz del mecánico que nunca terminó de aprender
mí sobre nombre. Señor pájaro, señor pájaro, ya está listo su
vehículo. Le acompañaba don Salvador que me traía de
regalo una gigantesca sandía para que la comiera en el
camino y me endulzara la vida.
Se despidieron como cinco veces de mi y se quedaron
alzando su mano a la distancia.
En el camino, rompí las barreras de mi articulación
conceptual para fijar todas mis neuronas en aquel famoso
88
caballo que se me atravesó y me hizo estrellar con un poste.
Mi duda persistirá por siempre, ¿no será que la bruja jodida
con su poder mental me puso ese caballo allí para que los
sufrientes deudos de Dulce María revivieran la historia del
amor apasionado de su hija Tomasa?
Después pensé que Oriana no me iba a hacer caso de
estas enredadas historias por más que jurara con los dedos
de los pies.
A esta altura lo que más me importa es saber que las “las
brujas no existen, pero, que las hay las hay”.
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LA SOLEDAD DE LOS GALLOS DE DOÑA ADELA
Desde mi niñez me encantaba llegar de visita a la casa de
Doña Adela. Sentía profunda atracción por el coro de mil
quinientos gallos de pelea encerrados en grandes jaulas.
Doña Adela Berrogorry Vizcaíno era oriunda del País
Vasco. A sus veinticinco años hizo maletas y se lanzó a la
aventura hacia América Latina, y más específicamente a
Nicaragua.
Llegó para quedarse como lo repetía una y otra vez
cuando se le preguntaba. La última vez que la vi me dijo que
había cumplido setenta años, aunque aparentaba menos
edad.
Más de la mitad de su vida la había dedicado a la cría y
venta de gallos de pelea, y por supuesto que su afición a las
riñas de gallos le había dado gran parte de la fortuna que
poseía.
La vida de doña Adela no había sido fácil,
particularmente por los momentos trágicos que enlutaron
parte de su existencia. Ella en su deseo de organizar su vida
familiar en pareja nunca imaginó que la tragedia sería su
eterna acompañante.
Doña Adela tenía un carácter fuerte. Con ella no había
medias tintas. Sus órdenes se cumplían y punto.
Trabajaba duro durante la semana, y los sábados en la
tarde le gustaba beber sus tragos. Como éramos amigos y
vecinos de finca, estábamos atentos al aviso de que ya era
hora de beber. El aviso eran dos tiros de escopeta calibre
90
doce. Con el tiempo los celulares sustituyeron tan peculiar
aviso.
Cuando ya le habían llegado los tragos le encantaba bailar,
y bailaba solita. También que cuanto más bebía más arisca de
los hombres se ponía.
Parecía que doña Adela había nacido con el dedo en el
gatillo de su escopeta calibre doce, y su pistola calibre
cuarenta y cinco milímetros. Tenía su propio polígono de
tiro, así que a cincuenta metros no se le escapaba nada.
Si bien nuestras fincas estaban en los alrededores de la
ciudad, hasta allí montados en motocicletas llegaban
ladrones de gallos cargando grandes sacos para proceder al
robo.
En la primera fase de su vida empresarial doña Adela no
tenía perros, así que se las ingeniaba para crear mecanismos
de alerta al mejor estilo artesanal. Era incansable en la
renovación de sus alertas.
Una de las alertas artesanales que mejores resultados le
había dado consistía en la instalación de dos hilos de alambre
casi a ras del suelo alrededor de la entrada del área donde
estaban las jaulas de gallos.
Se las arreglaba para cubrir los hilos con malezas de
modo que los ladrones tropezaran en uno de los hilos, o en
el otro hilo que estaba a unos cuarenta centímetros más
adelante. Al tocar el hilo derribaban las latas vacías que
estaban ubicadas en una estantería del dormitorio de doña
Adela.
91
Ahí mismo doña Adela accionaba el segundo mecanismo
que consistía en encender unos grandes focos que se
alimentaban en cuatro baterías de camión.
Las luces apuntaban directamente hacia el lugar en donde
estaban las alertas. El tercer paso era afinar la puntería, ya
fuera con su pistola, su escopeta o el rifle calibre veintidós
con mira telescópica. Según los vecinos más cercanos doña
Adela quebró las piernas a unos dieciocho ladrones, que
incursionaron en distintos momentos en el transcurso de los
años.
A todos los encerró en la cárcel. Aunque no tardaban en
salir, guardaban lógicamente mucho rencor hacia doña
Adela, pero, según sus comentarios en mesas de trago no se
animaban a vengarse porque doña Adela siempre portaba su
pistola calibre cuarenta y cinco, la que guardaba
discretamente en su bota de piel, la que a su vez cubría con
pantalón azulón dado que así era su vestimenta.
Dicen que “gallina que come huevo aunque le quemen el
pico”, así que los ladrones cambiaron de estrategia y se
infiltraron como peones para identificar bien las famosas
alertas artesanales. Como respuesta doña Adela formó un
verdadero comando de doce perros pitbull para vigilar y
confrontar a los perros de los ladrones.
Los perros de los ladrones estaban adiestrados para
capturar gallos sin lastimarlos.
Doña Adela, tenía bien definido sus pasos en relación a
los gallos. De las jaulas al patio cercado con una malla
acerada de tres metros. El patio tenía un portón que
desembocaba en un pasadizo de dos metros también
resguardado por una malla de dos metros por ambos lados.
92
Ese enmallado tenía ochocientos metros de largo y estaba
dispuesto bordeando el predio donde estaban las jaulas, es
decir, rodeando las infraestructuras.
Todos los días a las cinco y media de la mañana
comenzaban el ejercicio de fortalecimiento muscular de los
gallos, finalizando dos horas después.
Primero todos los gallos ingresaban a ese pasadizo
enmallado. Luego lo hacían seis perros pitbull, los que
permanecían inmóviles a la entrada del portón. sonaba un
pito, que accionaba El siguiente paso le correspondía a doña
Adela montada en un triciclo a motor, la que sonaba el pito,
se encendía la motocicleta y comenzaba el ladrido de los seis
perros pitbull arriando a los gallos.
Comenzaba entonces el recorrido de ochocientos metros,
y luego vendrían otros ochocientos y otros hasta cumplir las
dos horas establecidas. Después de la primer hora
ingresaban los restante seis pitbull en sustitución de los otros
que lucían agotados.
Era un espectáculo singular con gallos que abrían sus alas,
saltaban, volaban, cantaban y sobre todo corrían y corrían
asediados por los perros, que los empujaban con el hocico,
pero no los llegaban a morder.
Doña Adela controlaba el operativo desde afuera rosando
la malla con una especie de látigo de metal que espantaba a
los gallos y guiaba el ladrido de los perros.
En esas dos horas, los tres peones de doña Adela se
encargaban de preparar alimentos y agua para gallos y perros.
Doña Adela ya había desayunado leche en polvo con
hojuelas de avena. Nada de grasas en la mañana y siempre
con su paso atlético y rápido.
93
Doña Adela construyó una gallera a la entrada de la
ciudad, y en ella domingo a domingo se hacían y perdían
fortunas. Llegaba los domingos muy temprano con sus tres
peones, los cuatro portando pistolas, las que escondían entre
sus ropas.
Se instalaba en la mesa con varios cuadernos, rodeada de
sus tres peones y uno de ellos hacía de enlace con los
encargados de la pelea de gallos. Doña Adela nunca veía la
pelea, sólo esperaba resultados y administraba el dinero del
juego.
Nadie se le iba sin dejar cuentas claras. A las cuatro de la
tarde recogía los gallos en un camión cerrado y regresaba a la
finca.
Muchos galleros comentaban que la figura de doña Adela
le imponía respeto en la gallera. No bebía, y hablaba con
muy pocas personas y era la única mujer.
Las anécdotas abundan sobre situaciones presentadas en
la gallera, pero hay una, que quedó grabada en la vida de
doña Adela. Un domingo como a las once y treinta llegaron
a la gallera unos finqueros, conocidos como los hermanos
Peña de los que no se hablaba muy bien por su grado de
prepotencia y perfil casi delincuencial.
El juego ya estaba cerrado, entonces ellos comenzaron a
protestar, botaron mesas, quebraron botellas y uno de ellos
se dirigió a doña Adela dando gritos.
Ella estaba bebiendo agua de coco. “Que es la mierda,
vieja jodida, usted cree que a nosotros nos va a prohibir
jugar, pero quien se ha creído que es, si al lado de nosotros
usted es una pobretona, matrona de chancleta”.
94
Nadie se explica la velocidad con que actuó doña Adela,
con una mano le lanzó el coco a la cara, y con la otra le
metió el cañón de su pistola cuarenta y cinco milímetros en
la boca, con tal fuerza que le quebró dos dientes, y no pasó a
más porque sus peones retiraron al sujeto que manaba
profusa sangre por la boca y nariz.
Los escandalosos no se hicieron rogar y se alejaron
raudos montados en sendos caballos en medio de la gritería
y silbatina de los presentes.
Esa era doña Adela, a la que no se le puede separar en su
perfil, de sus mil quinientos gallos de pelea. Su vida
transcurría en cría, descarte, venta y pelea de gallos. Su
riqueza era prudencial aunque como veremos más adelante
las fortunas crecen y desaparecen rápidamente.
Desde el día del pleito con los Peña en la gallera doña
Adela concluyó que tenía que tener un marido. A sus
cuarenta y tres años no era fácil encontrarlo.
A ella le gustaban hombres de carácter, decididos, y por
supuesto con recursos. Fue así que conoció a don Fermín
Céspedes, un finquero de cincuenta y nueve años. Era un
hombre que no era muy apreciado en el lugar,
particularmente por su forma de hacer negocios.
Doña Adela lo sabía, así que cuando unieron sus vidas
fue muy clara. Vos Fermín te ocupas de lo tuyo que son los
caballos y yo me ocupo de mis gallos. “¿Está claro Fermín?”
insistió doña Adela, a lo que respondió afirmativamente don
Fermín.
La pasión de don Fermín eran los caballos de carrera,
puros o de raza que le llaman.
95
Don Fermín tenía un procedimiento de despojo a los
campesinos que chocaba con lo más elemental de los
principios morales. Buscaba a medianos propietarios de
tierras, los entusiasmaba con las carreras de caballos y las
posibilidades de hacerse ricos rápidamente. Para eso les
regalaba caballos, la alimentación, le proporcionaba jinetes,
les construía caballerizas, etc.
Todos quedaban encantados, y para cerrar con broche de
oro el día antes de la carrera les pasaba dejando un gran fajo
de dinero para que jugaran a sus caballos. Para cubrirse sus
espaldas les recomendaba que no dijeran a nadie que él les
entregaba ese dinero, porque según sus palabras se podría
mal interpretar.
Si alguno de los caballos sufría una quebradura, o estaba
enfermo don Fermín se los sustituía de inmediato. Lo único
que tenían que hacer sus vecinos beneficiados era firmar
cada vez que don Fermín les hacía cualquier entrega.
Un buen día aparecía don Fermín acompañado por un
policía dejando citatorias para el juez, el que también había
recibido buena paga de parte de don Fermín. El tema era la
deuda que había llegado a un plazo fatal y no habían pagado
nada.
Estamos hablando de una deuda por caballos,
alimentación, pago del jinete, préstamos abundantes para
apostar a sus caballos entre otros. Todo debidamente
documentado y acompañado por las respectivas firmas de
los afectados.
A la semana siguiente ya estaba la decisión del juez, y don
Fermín auxiliado por una diligente policía procedía a dar el
96
ultimátum a los afectados para que abandonaran esas tierras
que ya no le pertenecían.
Más tarde el tal don Fermín presentaba otro perfil
delincuencial y de maldades. Venía a notificar a los afectados
que podían quedarse en sus casas para seguir el proceso de
negociación, supuestamente de reintegro de las tierras.
Esta oferta la hacía con algunas condiciones que eran
aceptadas por los desesperados campesinos. Según cuentan
no quedó ni una hija de los afectados, mayor de los doce
años que bajo diversos artilugios no haya tenido sexo con
don Fermín.
Comentan que a las que eran vírgenes les regalaba un fajo
de dinero, por supuesto que no a ellas sino a sus padres, con
el argumento, que se ayudaran que la vida estaba muy cara.
Como tenía doble moral no dudaba en reconocer y ponerles
su apellido a los hijos de las jóvenes que muchas veces a la
fuerza embarazó. Doce muchachos de esas familias llevaban
el apellido Céspedes y en total aparecieron veintitrés hijos al
momento de su muerte.
Doña Adela sabía que se trataba de un hombre
aventurero, pero los relatos de don Fermín nunca coincidían
con los del resto de la gente.
Las tierras de don Fermín parecían no tener fin, y
abarcaban unos quince kilómetros a la redonda, y por
supuesto, que gran parte de ella adquirida de manera turbia,
turbia.
Tenía una riqueza inmensa, muchos adversarios y muchos
admiradores de aquellos que siempre tienen la esperanza de
una ayuda aunque arriesgaran hasta sus hijas como se
mencionó antes.
97
Todos sabemos que la ambición no conoce límites. Es así
que don Fermín avanzaba en el despojo de tierras, hasta que
se encontró con unos finqueros que tenían el mismo perfil
que él.
Ellos decidieron resolver el problema en una carrera de
caballos en las fiestas patronales del pueblo aquel. Hay
muchos finqueros que viven montaña adentro como es el
caso de estos señores, de manera que no eran conocidos de
don Fermín.
En la mañana hubo fervor religioso y desde el mediodía
corría el licor como agua.
En este ambiente es que comenzaron las carreras de
caballos. En la parte final de la senda, junto a los jueces
estaba como siempre don Fermín montado en un corcel
negro que brillaba con el sol. Estaba rodeado de sus propios
matones y sus adeptos.
A pocos metros estaban los tres hermanos dueños del
otro caballo. El caballo favorito era el de don Fermín.
Cuando se acercaron al final, el caballo de don Fermín tenía
una ventaja de cuatro cuerpos por lo que no había dudas que
sería el triunfador.
Los gritos de vivas no se hicieron esperar, y don Fermín
levantando su sombrero aludo decía ganamos, ganamos,
ganamos. De pronto se oyó una voz gruesa que parecía salir
de las cavernas que decía y nosotros también ganamos. Al
instante un fuerte lazo cayó sobre el cuello de don Fermín y
luego la estampida de seis montados en donde iban los tres
hermanos dueños del otro caballo.
Arrastraron el cuerpo de don Fermín por un tramo de
unos quinientos metros que era el largo de la pista de
98
carreras y luego parecería que levantaron su cuerpo y se lo
llevaron con rumbo desconocido.
El susto les pasó la borrachera a todos los asistentes. En
el pueblo, solo se comentaba: ¿Ya vio? mataron a don
Fermín, mataron a don Fermín, mataron a don Fermín.
Era como si los hubiera tragado la tierra a los hermanos
Peña que ese era su apellido.
Al tercer día del secuestro de don Fermín, nuevamente la
población se estremece.
Resulta que doña Adela tenía una jaula vacía que había
sido de una lapa verde, que por ser muy escandalosa doña
Adela la había regalado. Ya estaba amaneciendo, eran algo
más de las cinco de la mañana. Doña Adela no había podido
dormir nada y estaba histérica. De pronto lo que vio la
impactó terriblemente.
En la jaula estaba nada menos que la cabeza de don
Fermín con una nota en la boca que decía: “Adelita, matrona
de chancleta, aquí te dejamos la cabeza del caballero, con dos
dientes quebrados, por aquello de la dulce revancha. Llévalo
al dentista por favor”.
Resulta que los tales hermanos Peña eran nada menos
que los del incidente en la gallera en donde doña Adela le
que quebró dos dientes a uno de ellos con su pistola
cuarenta y cinco milímetros.
No había dudas que don Fermín había caído en su propia
ley, porque al fin y al cabo a nadie se le olvidaba cuando
unos campesinos no querían abandonar sus viviendas y don
Fermín les prendió fuego a sus ranchos y murieron
quemados dos niños.
99
Con la muerte de don Fermín aparecieron veintitrés hijos
reclamando herencia. Doña Adela cortó por lo sano, se
buscó un abogado y entregó todas las tierras a los hijos. Ella
se quedó con los caballos de raza, los que vendió al mejor
postor en un abrir y cerrar de ojos, y eran nada menos que
ochenta y dos caballos. De inmediato le abrió una cuenta a
su hijo Sebastián para que en una emergencia se ayudara.
Sebastián no era hijo de don Fermín y solo llevaba el
apellido de ella que era Berrogorry.
Poco a poco doña Adela se fue recuperando del impacto
de la muerte de don Fermín. En verdad que la rutina diaria
era agradable. Hacía correr por dos horas a los gallos para
que estuvieran fuertes y luego los reunía en el patio.
Nosotros los humanos cuando estamos fatigados lucimos
cabizbajos, con pocos deseos de ser expresivos. Los gallos
en cambio, tienen un comportamiento muy simpático dado
que se encuentran frente por frente baten su alas y cantan
como victoriosos y desafiantes.
Estas y otras actividades de las muchas que había que
desarrollar para mantenerlos en forma le facilitaron las cosas
a doña Adela. No obstante, dice el dicho popular que las
desgracias no vienen solas y le esperaban momentos muy
duros a doña Adela.
Doña Adela, tal como hacía jueves a jueves se fue a misa
a la capital, porque no simpatizaba con el cura de la ciudad,
porque lo veía muy izquierdista. Entiendo que iba los jueves
por ser el día del santísimo, y porque los domingos los tenía
muy ocupados.
Casi siempre se quedaba de compras y visitando algunas
amigas, y finalmente siempre regresaba a la noche.
100
Un vecino quería cruzar su perro pitbull con una de las
perras de doña Adela, por cierto la más mimada por ella.
Doña Adela ya lo había autorizado por lo que los peones
encerraron al perro y la perra en celo en el garaje para que no
los molestaran los demás perros.
A las nueve de la noche regresó doña Adela, bajo una
torrencial lluvia. Abrió el portón y metió la camioneta.
Cuando ya iba cerrar el portón la perra se le puso en dos
patas para saludarla y ella le tocó como siempre las orejas.
Fue la última caricia que hizo porque el perro pitbull del
vecino muy nervioso por la perra en celo se le abalanzó y lo
primero que hizo fue morderle la pierna derecha hasta casi
cortársela y luego prosiguió con el brazo izquierdo.
Por suerte al quedar el portón sin cerrar uno de los
peones oyó los desesperados gritos de doña Adela y dio por
finalizado el incidente con un certero tiro calibre treinta y
ocho milímetros en medio de la cabeza del enfurecido perro.
Después de un costoso tratamiento doña Adela regresó a
la finca, pero ya no era la misma. Le faltaba la pierna derecha
y el brazo izquierdo, porque no hubo forma de recuperarlos.
A partir de entonces sólo caminaba en silla de ruedas.
Para una mujer con el carácter fuerte de doña Adela eso era
fatal, pero lo aceptó con estoicismo.
Doña Adela antes de conocer a don Fermín había estado
interesaba en el cultivo de madera preciosa,
fundamentalmente caobas que tenían gran aceptación en el
mercado.
Fue así que había adquirido cierta cantidad de tierras en
las cercanías de la gallera, pero buscando la montaña, y otra
101
en la profundidad de la montaña, ésta bastante alejada y
aislada.
En la más cercana, Sebastián tenía su cabaña construida
con caoba y amueblada con todas las comodidades de la
ciudad. Ahí vivía gran parte del tiempo.
La otra finca se ubicaba como dije en la profundidad de la
montaña y sólo se llegaba en mula o en helicóptero.
También ahí doña Adela había hecho una réplica de la otra
cabaña, de manera que ambas eran confortables, aunque la
segunda era visitada de manera esporádica por ella.
Con el tiempo, Sebastián que no simpatizaba para nada
con la cría de gallos comenzó a vincularse a las actividades
madereras.
Ahí fue estableciendo ciertas relaciones sociales con
empresarios madereros, unos decentes y otros ligados a la
mafia maderera, el narcotráfico y el crimen organizado. Esas
tres figuras eran de difícil separación en la profundidad de la
montaña.
En una tarde del mes de agosto estando Sebastián en la
finca de la profundidad de la montaña se formó una gran
tormenta, con rayería, viento y lluvia. Llovía a cántaros y de
pronto aquel golpe, mezcla de trueno, explosión o como que
algo golpeó en la tierra.
Sebastián iba de ponerse de pie a encender una lámpara y
quedó como paralizado. Pasado el primer impacto Sebastián
tomó un gran foco que tenía y salió a indagar lo que había
ocurrido. A unos cincuenta metros de su cabaña estaba
incrustada en la tierra la parte delantera de una avioneta y sus
dos tripulantes muertos. No hubo explosión, pero la
avioneta estaba partida en tres.
102
Ya no había truenos y tampoco lluvia. Sebastián que ya
conocía de casos similares, revisó con gran sigilo hasta que
encontró debajo del asiento del piloto dos bultos llenos de
dólares, uno de ellos del tamaño de un quintal.
Encima de los asientos había sacos con tacos de cocaína
en abundancia, y con el golpe muchos estaban esparcidos.
Sebastián que conocía el medio casi sabía que la avioneta
pertenecía a la mafia maderera, así que dejó a un lado la
cocaína, y procedió a esconder los bultos de dinero entre dos
grandes rocas que a su vez por debajo tenían una especie de
caverna, que prácticamente solo él conocía.
Regresó con un bidón de gasolina y lo esparció encima de
los tripulantes muertos, y también quemó parte del avión,
pero sin afectar la cocaína.
Luego con gran espaviento se fue en busca de los vecinos
a comunicar la desgracia. Al poco tiempo todo aquello
estaba lleno de pobladores queriendo agarrar su taco de
cocaína.
En lo mejor del reparto aparecieron unos sujetos, venidos
quien sabe de dónde con pasa montañas armados con fusiles
AK-47 dando culatazos a todo el mundo y completando la
acción esparciendo gas pimienta.
Todo el mundo salió en desbandada. Ellos sabían quién
era Sebastián, porque le agradecieron por su propio nombre.
Los sujetos recogieron la cocaína en una de las partes del
avión, y luego comenzaron una minuciosa búsqueda por el
lado de los asientos de los tripulantes.
103
Tuvieron entre ellos un diálogo en voz baja como por
cinco minutos, y a juzgar por el tipo de ademanes graves que
hacían la cosa estaba complicada.
Ya siendo bien noche se retiraron dejando en el lugar a
cuatro sujetos armados hasta los dientes, con radiocomunicadores
y un teléfono satelital.
Sebastián suponía que la gravedad de los ademanes de los
sujetos estaba referida al faltante del dinero. No obstante
estaba tranquilo, porque los sujetos encontraron los sacos
del dinero medio quemados debajo del asiento del piloto, así
como cierta cantidad de dinero también medio quemado
expresamente por Sebastián. En su ingenuidad acerca de lo
que es capaz la mafia maderera Sebastián tarareaba la letra de
Pedro Navajas: ….se hizo fácil…engañarlos…
Pasaron los días hasta que los mismos custodios
recibieron instrucciones precisas y procedieron a quemar la
avioneta sin dejar rastros.
Sebastián respiró profundamente porque según él era un
caso cerrado, por tanto él quedaba con las manos libres. Eso
pensaba Sebastián, y otra cosa pensaban los dueños del
dinero.
Sebastián se fue a la capital y contrató la mejor empresa
de obras verticales los que en un mes habían construido un
night club en la capital departamental que era un verdadero
espectáculo, con casino, habitaciones a todo lujo, dos pisos,
y bailarinas bellísimas.
Exactamente a los treinta días se inauguraba el Night club
Berrogorry. Lo que parecía una idea descabellada no fue así.
104
Se llenaba de gente pudiente, entre ellos destacaban
personajes ligados al comercio de la madera, conocidos
como la mafia maderera, otros empresarios de la región y en
fin muchos turistas excéntricos que les llamaba
profundamente la atención el nivel del night club en un área
casi rural. En otras palabras era un centro para gente con
dinero, y si es posible con mucho dinero.
Sebastián se contactó con empresarios del mundo del
espectáculo y en pocos días tenía bajo su mando un selecto
grupo de bailarinas súper bien pagadas en dólares y con
salarios que cualquier profesional liberal quisiera ganar en un
día de trabajo.
Era evidente que Sebastián comenzaba a establecer
relaciones públicas con otro tipo de gente algo distinta a la
rústica de los alrededores de sus fincas.
A los pocos días ya estaban tras sus pasos los capos de la
mafia maderera los que habían viajado desde el exterior
porque estaban seguros que el dinero que manejaba
Sebastián era de ellos.
Los mafiosos contactaron a una bailarina muy distinta a
las demás, en primer término más bella y desde luego muy
recatada, al extremo que no hablaba con nadie del público,
solo con Sebastián.
La bailarina muy sigilosamente fue atrayendo la atención
de Sebastián hasta que logró que éste perdiera los estribos, y
no era para menos con aquella hembra que parecía caída del
cielo por lo bella y cariñosa. Su luna de miel fue inolvidable.
La bailarina no obstante tenía una tarea que cumplir y era
el convencer a Sebastián que era el amor de su vida y que era
capaz de hacer cualquier cosa por no perderlo.
105
Sebastián, que se había criado muy solo, con poco cariño
y con bastantes discrepancias con su madre por la conducta
de don Fermín, encontró una especie de refugio espiritual en
Tatiana, que así se llamaba esta beldad, oriunda de Rusia y
cuyo apellido pocas veces usaba por lo difícil de pronunciar
y se escribe Gvishiani.
La había traído desde España Elías, el jefe de la mafia
maderera de la región, y constituía una de las tantas mujeres
que ellos contrataban para sus orgías pagadas en dólares.
Con un metro setenta y cinco, sus nalgas y senos parados,
su piel blanca algo cobriza y un cabello rubio que brillaba
intensamente con el sol esta beldad dejaba con la boca
abierta a más de un cliente, y hasta algunos comentaban que
cuando la veían se les ponía la piel de gallina.
Sebastián se sentía el campeón, el hombre que ganó el
cariño de una mujer espectacular y que no le pedía nada, sólo
que la amara, respetara y le hiciera el amor intensamente.
Doña Adela ya no era aquella matrona de la que
habíamos hablado antes. Ahora en su silla de ruedas sin una
pierna y un brazo se le veía abatida. Un día de tantos
Sebastián se la presentó a doña Adela y poco después se
instalarían en donde había sido el dormitorio de don Fermín
Céspedes.
Tatiana tenía una tarea ineludible que era investigar si el
resto del dinero estaba en poder de doña Adela, o al menos
en alguna de las cuatro cajas fuertes que estaban en el
dormitorio que dormían y que habían pertenecido a don
Fermín.
Por su parte, Sebastián para inaugurar la nueva relación se
había comprado un carro Mercedes Benz, de color rojo
106
quemado, de dos puertas. También el carro era una belleza y
sobre todo que costaba una fortuna.
Tatiana no perdía el tiempo y antes que se le pasara la
pasión a Sebastián comenzó a utilizar estrategias de
alejamiento para consolidar la relación. Decía Tatiana que
ella tenía madre y padre y a continuación les enseñaba sus
fotos que llevaba consigo en la billetera.
A sabiendas como pensaba doña Adela comentaba que
sus padres se fueron huyendo de Rusia porque no
soportaban a los comunistas, y que ella siempre había vivido
con ellos en España, pero que por un disgusto que tuvo con
su papá se había separado de ellos pero que ahora estaba
muy arrepentida.
Doña Adela- decía Tatiana- yo quiero ir a verlos, pero
Sebastián parece que le da temor que no vuelva. Muchacho –
respondía doña Adela-no seas tonto y permítele ver a sus
padres, ¿acaso vos no me ves todos los días?
Sebastián no lo dudó y al día siguiente la llevó a la capital
para que dos días después se tomara el avión hacia España.
Allí la estaba esperando Elías el jefe, que recibiría un reporte
completo de la misión encomendada a Tatiana.
En el informe Tatiana decía que estaba segura que el
dinero no estaba en la casa de doña Adela porque ella instaló
cámaras y micrófonos en toda la casa y nunca obtuvo
evidencias de movimientos sospechosos.
Todo indicaba que la búsqueda había que focalizarla en
las fincas de Sebastián. Elías estaba algo preocupado y
decidió enviarla nuevamente para que regresara con
Sebastián y estuviera atenta a las orientaciones.
107
A la semana de regreso, más enamorada que nunca,
Tatiana esperaba orientaciones y no llegaban. Sebastián
quería comprar más tierras así que se la pasaban de un lado a
otro, y ella generalmente se quedaba en el carro.
Encendía el aire acondicionado y ponía música a todo
volumen hasta que un día se le cayó un CD y fue a parar
debajo del asiento de Sebastián y al meter la mano encontró
un bolso. Quiso sacarlo pero lo sentía como pesado hasta
que finalmente logró.
En ese bolso negro estaba el principio del fin de
Sebastián. Tatiana estimó que el bolso pesaba más de un kilo
y contenía billetes de cien dólares. Todo indica que era
bastante dinero, pero, Tatiana, fue cautelosa, le tomó una
foto al dinero a través del celular y ahí mismo la envió por
correo electrónico a su jefe Elías.
Elías estalló de alegría, porque sabía que con mecanismos
de presión Sebastián terminaría hablando.
Tatiana siguió con la rutina como si nada, y lo entusiasmó
para que mejoraran la carretera hacia la finca y que hicieran
una escuela para ochenta niños en los alrededores de la finca,
y que les garantizara el pago a los maestros por un año.
Todas estas peticiones fueron órdenes para Sebastián y en
pocos días las obras estaban terminadas.
Finalmente Tatiana recibió un mensaje cifrado en su
celular. Se le informaban que se iniciaba el plan C que
consistía en el secuestro de Tatiana. Para ello aparecería en el
night club el mismísimo Elías que estaría al frente de las
operaciones.
108
Tatiana prácticamente no bailaba, por estar acompañando
a Sebastián, y él estaba bebiendo más de la cuenta impulsado
por ella.
Una noche mientras Sebastián se pasaba de tragos en su
night club , acompañado de su beldad de bailarina, entraron
varios clientes, dos primero, y el resto detrás como una
especie de escolta. Todos muy bien vestidos de saco y
corbata.
Pidieron una botella de licor y luego llamaron a cuatro
bailarinas para departir.
De pronto uno de ellos que parecía el más importante se
dirigió a la mesa de Sebastián, y con mucha educación
solicitó autorización a Sebastián para que Tatiana
acompañara a las demás y por supuesto que también
Sebastián se integrara al grupo. El visitante que era nada
menos que Elías fingía desconocer que Sebastián era el
dueño del local, y mucho menos que Tatiana era su amante.
Sebastián casi molesto respondió que prefería estar en
pareja. El visitante se disculpó y les deseó una feliz noche.
En realidad Elías tenía la necesidad de verificar si Sebastián
llevaba consigo el bolso negro con el dinero y efectivamente
lo tenía encima de una silla como si cargara pan en él.
Llegó el momento para que Tatiana dejara caer
suavemente una pastilla de un barbitúrico potente. A la
media hora Sebastián no soportaba el sueño. Hizo grandes
esfuerzos, incluso fue al baño a lavarse la cara, pero no
perdió la noción y se llevó el bolso consigo. A los cuarenta y
cinco minutos dormía plácidamente con el mentón encima
de una servilleta en la mesa.
109
Diez minutos después Tatiana abandonaba el local
sigilosamente por la parte de atrás del edificio. Le
acompañaban el bolso con el dinero y las llaves del Mercedes
Benz.
Media hora después estaba en el departamento de lujo
que le había montado Elías y que a ambos le servía para
compartir sexo.
Por las dudas Tatiana separó trescientos mil dólares en
fajos de cien y los guardó en el fondo de una caja de libros
que nunca habían arreglado en los libreros por aquello de la
falta de hábitos de lectura. Nadie sabía cuánto dinero había
en el bolso, excepto Sebastián y éste estaba fuera de juego.
Tatiana conocía por dentro a la Mafia de los Balcanes,
porque ahí se había iniciado y tenía claro que al igual que los
amigos de Elías hoy te aman y mañana te matan.
Llegó Elías y comenzó el recuento. Lo hicieron dos
veces. Había setecientos mil dólares.
En realidad era un millón, pero los restantes trescientos
mil estaban en manos de Tatiana.
Elías no paraba de acariciar y besar a Tatiana mientras
hacían apasionadamente el sexo. Es que Tatiana se había
anotado un cien y merecía su recompensa pensaba Elías en
su retorcido mundo de muertos y degollados.
La primera fase del plan había consistido en la seducción
a Sebastián y se había logrado con éxito.
La segunda, que era la captura del bolso también y ahora
iban por la tercera que consistía en la llamada de Elías a
Sebastián para que asistiera a determinado lugar, que
posteriormente se sabría que era su propia cabaña si es que
110
quería recuperar sana y con vida a Tatiana. “A ella (según le
informó telefónicamente) en este momento la tenemos
como rehén, y tenga cuidado de no cometer el error de
avisar a la policía porque ni ella ni usted saldrán con vida” y
colgó.
Así fue que un emisario pasó recogiéndolo media hora
después y lo llevó en una moto a su propia cabaña. Al abrir
la puerta se encontró con tres sujetos con las caras cubiertas
con pasa montaña que le neutralizaron.
Le hicieron quitar los zapatos y toda la ropa. Luego le
entregaron otra que había sido elegida por Tatiana.
De inmediato pasó a entrevistarse con Elías el que le
planteó la información que tenían y la seguridad que él era
quien les había robado el dinero de la avioneta.
No obstante, Elías no tenía prisa por el dinero así que lo
quería era que el night club le fuera regresado a ellos que eran
sus legítimos dueños. Ya tenían el acta de compra venta y
sólo faltaba la firma de Sebastián.
Sebastián con lujo de prepotencia les respondió que sobre
eso no había negociación y que no se hablara más del tema.
Elías muy calmo le respondió “Y entonces don Sebastián
¿qué es lo que vamos a hacer con Tatiana?”.
Un profundo silencio se hizo, y fue roto por los mismos
mafiosos que no andaban con medias tintas. Pase por aquí
don Sebastián, y acto seguido entró en su propio dormitorio.
Ahí estaba Tatiana de pie, con un grillo en cada muñeca
amarrada de unos grandes clavos que estaban clavados en la
pared de madera.
111
No tenía brazier, ni blusa, solo calzones, que más bien
eran como le dicen, un hilo dental.
Por supuesto que su belleza espectacular deslumbrada en
toda su magnitud.
A partir de ese momento le pusieron esposas a Sebastián
el que estaba rojo como tomate, de furia. Tatiana actuaba de
manera increíble, lloraba al ver a Sebastián y le pedía que no
permitiera que aquellos sujetos le fueran hacer algo malo. Te
lo pido en nombre de tu madre, no me abandones en mano
de estos degenerados.
En la otra esquina, sin más ni más Elías se quitaba la ropa
y con el pene erecto se dirigió a Tatiana y comenzó a
pasárselo por entre las piernas, aun por encima del hilo
dental. Ella seguía lloriqueando rogando a su Sebastián que
cooperara con ellos.
Un asistente de Elías le extendió la escritura para que
Sebastián la firmara, pero éste la botó al suelo. En ese
momento aumentó la presión sobre Tatiana y Elías de un
solo manotazo le arrancó el calzón.
Eso lo desesperó a Sebastián porque sabía que ese era el
acto previo a la penetración, de su amada, por un
delincuente.
Traiga ese papel y diga donde le firmo y efectivamente
firmó sin leer, cediendo la propiedad de su night club a un
testaferro provisorio que era nada menos que Tatiana.
Las cosas se calmaron, y todo casi volvió a la normalidad.
A Sebastián no le interesaba demasiado la pérdida de esa
propiedad porque tenía dinero suficiente para hacer
112
inversiones de mayor envergadura, incluso estaba pensando
hacerlo fuera del país.
A esta altura lo que más le importaba era que había
salvado a su amada de una segura violación por parte de
estos sujetos.
Oficialmente los mafiosos habían secuestrado a Tatiana y
habían robado de la silla el bolso con dinero.
Precisamente sobre el origen de ese dinero fue la
conversación que tuvo a continuación Sebastián con el
Asistente de Elías.
Mientras tanto en la habitación de al lado había una
colchoneta en suelo y ella sirvió para que esta vez si fuera de
verdad el acto sexual entre Elías y Tatiana. Además que Elías
estaba súper contento con la actuación de Tatiana.
Los mafiosos abandonaron la cabaña discretamente y
finalmente quedaron frente a frente Sebastián y Tatiana. Ella
nuevamente fingió y le agradeció mil veces la actitud valiente
que tuvo ante los sicarios. Nuevamente mentía y
nuevamente él se lo creía.
Sebastián sólo se limitaba a decir que había hecho lo
correcto para salvar el honor de su bien amada, y así se lo
planteó una y otra vez en la conversación que tuvieron en la
cabaña. No obstante Tatiana estaba algo disgustada ya que
su secuestro había sido por culpa de él por haberse quedado
dormido y que seguro que había andado con otra de las
bailarinas y quien sabe que le habían hecho, ya que algunas
de ellas le tenían envidia.
Desde ese momento la relación entre Tatiana y Sebastián
fue algo tensa, sin llegar a extremos, pero, Tatiana no dejaba
113
de mostrar su contrariedad. Es decir, era como una especie
de frustración y rencor de parte de Tatiana (por supuesto
que fingido).
De paso comenzó a argumentar que el trauma del
secuestro le había quitado toda motivación para mantener
relaciones sexuales, y con mucha calma le decía a Sebastián
que fuera comprensivo que las cicatrices solo se curan con el
tiempo.
Elías tenía el pleno convencimiento que recuperaría el
dinero. En esta oportunidad no le dieron ninguna
información a Tatiana porque tenían elementos que le
indicaban que no se debía confiar demasiado en ella.
Aunque pareciera insólito decidieron secuestrar a los mil
quinientos gallos de doña Adela.
Una mañana, al amanecer aparecieron corriendo en el
patio, saltando cercas y eludiendo perros un comando de
ocho sujetos enmascarados portando pistolas de grueso
calibre y gas pimienta y procedieron a esposar a todos los
presentes incluyendo a Tatiana.
Luego llegaron cuatro inmensos tráiler y ahí cargaron los
mil quinientos gallos con jaula y todo para no perder el
tiempo y partieron raudamente hacia la parte más selvática
de la finca más cercana de doña Adela.
Ahí procedieron a largarlos en medio de la maleza. A los
pobres gallos les esperaba un futuro incierto de soledad, ya
que nunca habían estado en contacto con la naturaleza y sólo
se alimentaban de comidas concentradas, y agua de botellón.
Los pobrecitos lo único que atinaban era a cantar, cantar,
batir las alas y dar pequeños saltos en medio de la maleza.
114
El sadismo forma parte intrínseca de estos sujetos, de
manera que no perdieron la oportunidad de realizar
rápidamente en mini torneo de tiro al blanco con los gallos,
resultando ganador el asistente de Elías que se había
integrado para garantizar el secuestro de Sebastián y doña
Adela.
Esta vez las cosas se habían complicado por el secuestro
de doña Adela junto a sus gallos, cosa que por otra parte ella
no entendía el motivo del secuestro.
A sus setenta y nueve años y en su silla de ruedas, con
una sola pierna y un solo brazo, por las mordeduras del
pitbull, doña Adela lucía demacrada. Completaba el cuadro
frente a ella Sebastián esposado y amarrado. El pobre
Sebastián aún tenía cabeza para pensar si no le habría pasado
algo malo a su bien amada. Ella en realidad estaba recostada
oyendo música en uno de los asientos del helicóptero que
esperaba en el patio de la cabaña.
La pregunta de siempre dirigida a Sebastián, hecha una
sola vez por Elías. ¿Dónde está el dinero que nos robaste?
La respuesta de Sebastián fue como si no fuera con él,
diciendo que no sabía de lo que le estaba hablando.
La mirada de Elías hacia su asistente era nada menos que
una orden. De inmediato el Asistente le partió la pierna sana
a doña Adela con un tiro con escopeta de cañón recortado.
Saltaron pedazos de carne y huesos para todos lados.
De inmediato doña Adela se desmayó en medio de un
charco de sangre. Nooooooo, noooo gritaba Sebastián a ella
nooooo. Déjenla en paz que les voy a decir en que parte de
la otra finca escondí el dinero. Efectivamente hacia allá se
115
dirigieron en el otro helicóptero y más tarde regresaron con
un quintal de dólares.
Pronto partieron los helicópteros y en la cabaña se quedó
Sebastián con el drama de doña Adela que había muerto
desangrada.
En el helicóptero de Elías iba gozando de alegría Tatiana,
con el sabor de la misión cumplida. Lo que no sabía Tatiana
era que una cámara había captado el momento en que
escondía los trescientos mil dólares en la caja de libros, por
lo que como es obvio su suerte estaba echada.
Al pasar por la finca de doña Adela, Elías le dijo, ven
amor, hagamos un brindis al pasar por la gallera sin gallos, ja,
ja, ja. Ese fue el momento que aprovechó para empujar a la
desprevenida Tatiana por la puerta del helicóptero.
Allá abajo quedaron sus restos aplastados en el cemento
de la entrada de la finca cerca de las jaulas solitarias de los
gallos y a pocos metros de la emblemática jaula vacía de la
lapa verde en donde apareció la cabeza con los dientes
quebrados de don Fermín.
Dos días después de sepultada doña Adela y Tatiana un
grupo de ciento cincuenta pobladores de un asentamiento
cercano desbalijaron la casa de doña Adela.
Mataron a pedradas a unos cincuenta gallos de descarte
que aún estaban ahí, y sacrificaron seis caballos puros para
llevarse su carne en sendos carretones halados por ellos.
Sebastián estuvo en la vela y el entierro y luego
desapareció sin dejar rastros aunque se presume que se
suicidó en la profundidad de la montaña.
116
Ahora que he regresado a mi finca después de estar varios
años en el exterior, oigo a la gente que ha dado en llamarle
“la casa maldita” y parece que son consecuentes con ese
temor porque nadie se atreve a pasar más allá del portón de
entrada en donde hasta el día de hoy (diez años después) está
la jaula de la lapa verde, vacía, como siempre, como
esperando otra cabeza con dientes quebrados.
A la soledad de los gallos en la selva se agrega la
superstición de los vecinos que en ciertas noches en medio
de la oscuridad dicen que se oye el canto de cientos de gallos
en la casa de doña Adela.
Cuando los miro con ojos incrédulos aparecen otros
vecinos queriendo darle una explicación más filosófica al
asunto argumentando que eran las maldades de don Fermín
las que controlaban hasta el aire que respiraban y para
muestra un botón-decían- que las tierras entregadas por
doña Adela a los veintitrés hijos de don Fermín están todas
en poder de otros dueños, ya que por diversos y a veces
extraños motivos sus deudos las fueron vendiendo.
Cuando todo parecía finalizado, apareció un anciano que
trabajó durante treinta años con doña Adela. Dirigiéndose
con toda seguridad hacia mí, porque le conocía de años, me
dijo de manera contundente: “Mire amigo, Dios es grande y
el tenía conocimiento que muchos de esos hijos de don
Fermín eran fruto de violación que éste había cometido a
muchachitas que eran casi niñas. Así que lo que es del diablo
el diablo se lo lleva, y usted sabe que eso es así, amigo”
repetía una y otra vez.
117
Cuando ya me retiraba vi en el cielo un halcón que con
magistral agilidad capturaba una paloma, y del zarpazo le
arrancó abundante sangre.
Para comerla más cómodo se posó en un poste de luz al
que le había caído un árbol encima y aquello fue fulminante,
el halcón quedó electrocutado en el acto.
A mí me impactó realmente, respiré profundamente para
recuperarme, me monté en el carro y regresé a la ciudad con
mucho más prisa de la que me había traído a visitar antiguos
amigos.
Al descender del carro aún tenía presente la sangre de la
paloma cayendo sobre el cable la que aún después de muerta
derrotó al halcón.
Extraño mensaje, me dije para mis adentros. Para no
volverme a complicar la vida ahora es mi hijo el que visita
semanalmente la finca.
118
EL CALOR DE LOS LADRILLOS DE DIEGO DEL
PEÑÓN
Del peñón no es el apellido de Diego, sino que es la gente
quien siempre le ha llamado del peñón por ser oriundo del
municipio de Nicaragua, Santa Rosa del Peñón.
Toda su niñez la viviría en ese municipio y luego sus
padres migrarían hacia el área rural del Departamento de
Matagalpa en los límites con Jinotega. Es en esta región en
donde se desarrolla el siguiente relato que tiene como figura
central a Diego del Peñón.
Cuarenta y seis familias constituyeron una cooperativa
agropecuaria a inicios de la década de 1980. El tiempo
transcurrió y para 1988 decidieron finiquitar la cooperativa y
distribuir sus tierras de manera individual entre sus
miembros.
El padre de Diego, don Alfonso, estaba para ese entonces
en la presidencia de la junta directiva de la cooperativa. En el
momento del reparto le tocó tomar ciertas decisiones ya que
el resto de los directivos, por el mismo desánimo ni siquiera
asistían a las reuniones.
Para ese entonces, Diego tenía unos veinte años.
Don Alfonso asumió prácticamente sólo el reparto de las
tierras. Dado que entre los cooperados había fuertes
desavenencias, don Alfonso comenzó a organizar la
asignación al estilo de quien mueve las piezas de un ajedrez,
todo con el propósito de evitar que quienes tenían
desavenencias no quedaran de vecinos, linderos.
119
Don Alfonso fue claro, aquellos que quedaran
beneficiados en la parte más alta, en donde la tierra era más
árida se les asignaría veintitrés hectáreas, en lugar de
veintidós que eran las establecidas.
El acto fue cerrado con las palabras de don Alfonso que
insistió, “lo hablado es lo entendido”. El que tenga que
hablar algo que lo diga aquí, porque mañana será tarde.
Todos aceptaron y firmaron sin ninguna objeción.
En la primera cosecha hubo varias protestas contra don
Alfonso a quien se le acusaba de haber asignado tierras
fértiles a sus amigos y por supuesto que a él también, en
tanto que a otros les había tocado tierras arenosas.
Mientras tanto don Alfonso, como siempre, se dedicaba
al cultivo de la tierra y la cría de ganado para leche. Diego le
ayudaba por las mañanas y por la tarde llevaba un curso
bíblico por correspondencia. El propósito era que una vez
finalizado dicho curso, tendría las bases para ejercer como
pastor evangélico en el seno de la comunidad.
La comunidad rural ya tenía otro líder religioso, un
contemporáneo de don Alfonso, se llamaba Rolando Matías
Moreira. Don Rolando era un ferviente católico, casi
fundamentalista. Como había dicho antes, entre los
cooperados había desavenencias que muchas de ellas tenían
su origen en mesas de tragos, pasando por roces políticos y
religiosos entre católicos y evangélicos.
Al final todos los católicos afines de don Rolando
quedaron linderos a él, y los evangélicos afines de don
Alfonso de igual forma.
120
Nadie diría que una pequeña diferencia de orden religioso
llegara a trastornar totalmente la vida pacífica de esta
comunidad.
Don Alfonso era viudo y Diego era su único hijo. Don
Alfonso era de familia evangélica, incluso su padre había
sido pastor, cuando él era aun un niño.
A sus veintidós años Diego comenzaba a fungir como
guía espiritual evangélico. Predicando de manera sencilla,
pero dejando claras las diferencias con los católicos en el
sentido de no adorar imágenes, no aceptar al Papa como
guía espiritual y sobre todo quitando todo el manto de seudo
misterio que los católicos les otorgaban a los curas.
Asimismo alfabetizando a todos los fieles para que pudieran
estudiar la palabra de Dios a través de las sagradas escrituras,
es decir la biblia.
En tanto don Rolando proseguía con el estilo tradicional
de venerar a Dios a través de imágenes, con el agregado que
el ochenta por ciento de los asistentes eran analfabetos.
Día a día se notaban las diferencias entre ambos guías
espirituales. Todo ello no libre de un ambiente en cierta
tensión.
Dos veces a la semana a formar círculos de lectura bíblica
orientados por Diego. Todos asistían disciplinadamente de
cuatro a cinco de la tarde. Una hora de lectura y comentarios
de manera diaria.
Desde el principio todo el mundo estaba claro que no se
podía beber ni fumar, porque esa era la palabra de Dios, y
quien violara este precepto quedaba fuera de la iglesia
pastoreada por Diego.
121
Don Rolando tenía otro enfoque, otra concepción, y
sostenía que todo mundo tenía derecho a echarse sus tragos
fuera de la iglesia, lo mismo para el cigarro. En algunas
oportunidades incluso se mofó en público de estos
preceptos evangélicos.
Para no molestar tanto a la gente- tal como lo repetía don
Rolando en alusión indirecta de los evangélicos- sólo los
domingos de ocho a diez hacía la misa, la que estaba bajo su
responsabilidad y no había necesidad de leer la biblia, porque
para eso él era el representante de Dios. Bastaba con saber
rezar el santo rosario o ya por último arrodillarse y rezar
como pudiera.
No se sabe si por la diferencia de estilos de prédica, si por
la alfabetización de los fieles, la locuacidad juvenil de Diego,
o por todas estas cosas juntas, el asunto es que poco a poco
las familias fueron abandonando la iglesia católica de don
Rolando y se integraron a la evangélica de Diego.
La molestia de don Rolando no era para menos, primero
don Alfonso con el reparto de tierras en su beneficio y los
suyos y ahora un joven disputándole el mensaje de la palabra
de Dios.
Diego tenía un fuerte obstáculo en su contra, es que su
esposa Ruth era hija de don Rolando y más de una vez ella
se lo había dejado claro que en caso de tener que optar entre
Diego y su papá, no había dudas que se inclinaba por su
papá.
Cuando la envidia y el resentimiento se apodera de los
seres humanos es algo muy, muy desagradable, y eso es lo
que ocurrió con don Rolando. Apareció una adolescente
embarazada que se negaba a decir quién era el padre de su
122
futuro hijo. Ella era del grupo de apoyo de los círculos de
estudio de Diego.
Por razones de organización siempre se quedaba un poco
más de tiempo en la iglesia y también llegaba unos cuarenta
minutos antes para organizar la base material de estudio.
Ruth la esposa de Diego, que se caracterizaba por ser
bastante celosa, le hizo el comentario a su papá. Don
Rolando, saboreó la noticia, que le venía como agua de mayo
para agregar el ingrediente que le faltaba e iniciar una lucha
frontal contra Diego.
Hija le dijo muy calmo don Rolando a Ruth. Mira, Diego
es una persona joven y buen mozo. La muchacha
seguramente primero se sintió atraída por la misión religiosa
y luego por Diego.
Seguramente pasó lo que es de suponer que pasaría con
dos jóvenes frente a frente encerrados en un cuarto por
largo rato sin la presencia de nadie. Te lo digo yo, que estoy
de regreso de estas cosas, insistió don Rolando, por si había
quedado alguna duda en Ruth.
Quiero que lo entiendas, hija, si ella no quiere decir quién
es el padre de la criatura que lleva en su vientre, no cabe
dudas que es de Diego.
A partir de ese momento el mundo afectivo de Ruth se
desmoronó y una gran sombra cubrió su relación a
matrimonial.
Lo grave de todo es que la muchacha abandonó la
comunidad sin dejar rastros, y la gran incógnita quedó
flotando en el aire, aunque don Rolando le insistió a Ruth,
123
que no sería extraño que el tal Diego la estuviera ocultando
en la casa de algún amigo.
La relación de pareja entre Diego y Ruth se hizo trizas en
menos de dos semanas. Ruth regresó con don Rolando.
Diego quedó aquejado por una intensa depresión que lo
obligó a tomar la fatal decisión de renunciar a su
responsabilidad como Pastor. Era dura, muy dura la
decisión, pero no soportaba más.
Cuando los comentarios y los rumores eran más intensos
en la comunidad, trascendió la noticia de que el hijo del
comisario (un viejo amigo de don Rolando) era el padre de la
criatura que llevaba en su vientre la adolescente.
También se supo que su esposa y él le habían prohibido
tajantemente que le fuera a reconocer como hijo, al extremo
que no dudarían en expulsarlo de la casa y desheredarlo.
Nada de lo anterior hizo falta, porque exactamente a las
tres semanas, a la madrugada encontraron el cuerpo de la
infortunada adolescente flotando, en el mismo lugar donde
las vecinas del lugar lavaban diariamente su ropa. Lo único
que encontraron entre sus ropas fue una foto del hijo del
Comisario.
Sabido es que cuando la confianza se pierde, es muy
difícil de recuperar y así ocurrió con Diego. Las puertas de
su corazón estaban definitivamente cerradas para Ruth y
para más de la mitad de sus fieles que también le habían
retirado su confianza y hasta la palabra. Ya era tarde para
arrepentimientos fingidos diría Diego.
Rompió definitivamente con Rolando, Ruth y los
asistentes a su iglesia que se habían dedicado a denigrarlo.
Todo se hizo público un domingo que llovía intensamente,
124
pero que no impedía que se oyera con absoluta claridad el
mensaje de Diego. La voz del novel Pastor era clara y firme.
“Buenos días queridos amigos, eso es lo que seremos a partir
de este momento, amigos, nada más. No puedo ser pastor de
quienes al igual que verdaderas víboras se han dedicado a
denigrarme y ensuciar mi conducta como pastor. He tomado
la decisión irrevocable de renunciar como Pastor y me
retiraré a mi vida privada. Dejo a Dios la tarea de juzgar a
esas mentes enfermas que han destruido mi matrimonio, mi
vida familiar, mi labor como Pastor, y que no han dudado en
apuñalarme por la espalda aún a sabiendas que aún fungía
como Pastor de esta iglesia”.
“Muchas gracias de todo corazón a aquellos que se
mantuvieron firmes protegidos por nuestro señor Jesucristo.
A ellos les pido disculpas por abandonarlos en tan tristes
circunstancias, pero les soy sincero, las fuerzas no me ayudan
para continuar, y estoy demasiado herido. Tampoco quiero
ser el pastor de almas descarriadas que un día veneran a Dios
y al siguiente lo hacen con el diablo.”
Con estas palabras se despidió de su iglesia y ya no hubo
tiempo para más nada, porque ahí mismo se desplomó,
quizás como resultado de una creciente debilidad ya que
llevaba una semana sin probar alimentos sólidos, porque
confiaba que el ayuno le ayudaría a la decisión.
Don Rolando irradiaba felicidad porque creía que su
iglesia volvería a llenarse, pero no fue así, la única que
regresó fue su hija Ruth.
Transcurrieron días de depresión y reflexión para Diego,
tratando de diferenciar el bien del mal, y procurando
125
entender los niveles de perversidad en mentes como la de
don Rolando y el propio Comisario de policía.
Una mañana, se levantó a las cinco como lo hacía siempre
y llamó a su papá. Había tomado la decisión de abandonar la
comunidad porque quería recoger dinero para regresar a
cultivar la tierra con más recursos y mejor tecnología.
Su padre entendió perfectamente la decisión. Se
fundieron en un abrazo y dos horas después partiría
montado en su caballo blanco. Iba con rumbo desconocido
a buscar a un amigo por allá en el cerro Kilambé. Lo más
importantes es que había emprendido un viaje en busca de
nuevos horizontes.
Don Rolando diría en misa de domingo que Diego del
Peñón iba con rumbo desconocido por él, pero muy
conocido por el diablo, que desde hace tiempo era su guía.
Desde la otra iglesia le responderían que lo que ocurría es
que don Rolando confundía a Dios con el diablo, y que no
debería olvidar las difamaciones que había hecho sobre
Diego, y así una serie de epítetos que no hacían más que
profundizar la herida entre ambas iglesias.
Efectivamente, hasta el Cerro Kilambé, montaña adentro
se fue Diego del Peñón, y ahí se encontraría con un
conocido de dudosa reputación, el que había conocido en un
lugar también de dudosa reputación allá por el triángulo
minero, cuando compraba cerdos para su papá.
Ni siquiera Diego le conocía el apellido, pero por su
sobre nombre era muy, muy conocido en toda la montaña.
Le decían “carnita”, pero el apodo completo era “carnita
asada”. El apodo venía porque le había estallado un bidón de
gasolina cuando iba a quemar la vivienda de unos
126
campesinos. Gran parte del cuerpo lo tenía quemado y
también el lado derecho del rostro.
Carnita era un personaje de temer, un bandolero rural,
que se dedicaba al abigeo, contrabando de ganado, madera,
secuestros de todo tipo, y que se movía constantemente en
toda la montaña.
Contaba con un grupo de no más de diez bandoleros que
en sus ratos libres cultivaban sus parcelas, dando cobertura
legal a sus acciones. En momentos especiales llegó a tener
más de treinta, pero, no le gustaba la idea, porque eso
atentaba contra la seguridad del grupo.
Carnita lo recibió con alegría y de inmediato le dijo, sos el
hombre que ando buscando para que te encargues del asunto
del negocio de la madera, que tengo a los clientes pendientes
ahí nomás en la frontera con los catrachos. También
tenemos que abastecer un par de barcos que pronto anclarán
en un lugar que te indicaré en el mar Caribe, pero ahora lo
que nos urge es la frontera, ahí nomás donde los catrachos.
Vos Diego te vas a hacer responsable de todo el paquete,
y los riales que obtengas te quedas con un setenta por ciento
y a mí me das el treinta por ciento. Esto para que te
capitalices y si nos pasa algo que más adelante puedas
montar tu propia empresa.
Diego del peñón sabía que como dicen comúnmente, en
esta oportunidad “o la bebía o la derramaba”, así que aceptó
el reto, sin más ni más. Asumió la nueva empresa con todo
el entusiasmo de un aventurero completo. En otros tiempos
diría que esto era una tentación de Satanás, pero ahora, lo
veía como una oportunidad.
127
La tarea no era fácil, había que buscar los árboles de
caoba, que era la madera solicitada, localizar las fincas
privadas para ir a robarlas, o a la misma reserva nacional.
Luego buscar la gente para la tala y traslado a la frontera o al
mar Caribe.
Carnita no lo dejó sólo y a través de sus contactos en una
semana le puso a su disposición a ciento cincuenta
trabajadores todos ellos pertenecientes a comunidades
indígenas con las que Carnita tenía buena relación.
El trabajo tenía buena paga y ellos lo conocían bien,
porque desde hacía cierto tiempo lo venían haciendo aunque
en pequeña escala. Tres o cuatro árboles de caoba que
talaban en una finca y que lo trasladaban por veinte
kilómetros, y así.
Por razones de seguridad (por el ruido) no podían usar
cierras de motor, así que se comenzó la tala con cierras
grandes de mano manipuladas por dos trabajadores.
En total tenían cincuenta y cuatro cierras. En tres días
había cuatrocientos árboles de caoba talados en diferentes
lugares, todos debidamente preparados para el traslado.
En quince noches se trasladó toda la madera a la frontera
haciendo uso de los mil puntos ciegos que eran del
conocimiento de los trabajadores.
Los ciento cincuenta trabajadores se las ingeniaban para
cargar sobre sus hombros los troncos de las caobas, y lo más
increíble que lo hacían de noche, sin ningún foco, por
senderos que solo ellos conocían. Caminar por la montaña
no es fácil, si a ello le agregamos ríos, pantanos, piedras,
abismos y cascabeles.
128
Bien valdría la pena la descripción de dichos lugares con
sus nombres propios para ubicar al lector, pero,
lamentablemente la estructura del relato no lo permite.
Así trabajó duro por dos años, unas veces trasladando
madera y en otras en situaciones emergentes trasladando
ganado en pie, a veces en medio de feroces tiroteos, con las
autoridades, los dueños y con otros contrabandistas que
querían quitarles el contrabando.
Ahora era poseedor de una considerable fortuna gracias al
apoyo de carnita. Al despedirse de Carnita, Diego le entregó
nada menos que doscientos mil dólares, como parte de la
tercera y última entrega igual a las dos anteriores.
Se fundieron en un abrazo, y Diego le explicó que quería
regresar a su comunidad para ejecutar algunos proyectos que
tenía en mente y que había concretado sus ideas en las largas
noches de vigilia de traslado de madera.
Una mañana muy temprano se oyó el relincho del caballo
blanco de Diego en el patio de la casa de don Adolfo, su
papá.
Hablaron todo el día sin detenerse siquiera a comer y
Diego le informó sobre sus proyectos. Hubo muchas
preguntas y muchas respuestas.
Para Diego, una represa en el acaudalado rio que pasaba
frente a la comunidad era una prioridad. La represa sería
para riego. Luego comprar tractores, y lanzarse al cultivo de
arroz a gran escala.
En tercer término la adquisición de nuevas tierras,
muchas de ellas de ex cooperados que ya no soportaban las
dificultades económicas.
129
Desde que llegó Diego a la Comunidad, don Rolando y
sus aliados comenzaron una fuerte campaña para
desacreditarlo. No había misa que no hicieran oraciones
precedidas por gritos histéricos de “sal Satanás, sal Satanás,
Satanáaaaaas¡¡¡”. Por supuesto que todo mundo entendía que
Satanás era lo que Diego representaba.
En los tres años Don Rolando había recuperado parte de
sus fieles con la ayuda de Ruth, y por tanto no estaba
dispuesto a perderla.
Diego no venía en busca de su hija como creía Rolando.
Diego estaba dominado por una codicia que no parecía tener
fin y en sus planes de pareja tenía en mente otro perfil de
mujer con más personalidad que Ruth.
La primera tarea consistía en restablecer las relaciones
que había cultivado en años anteriores. Quería involucrar el
máximo de gente en su nueva vida empresarial. Cuidado con
esos proyectos decía don Rolando porque eso es dinero
sucio. Esa es la mano de Satanás la que dirige ese dinero.
Todo lo que se haga con ese dinero está maldito y es una
ofensa a Dios.
Diego prefería no confrontar a don Rolando, y en lo
posible lo aislaría.
Había que comenzar las tareas de la represa, pero eso no
era tarea fácil, aunque con dinero las cosas se facilitan. Así
fue que Diego contrató una empresa especializada y en tres
meses la represa estaba lista.
Toda el agua se desviaba hacia unas antiguas canteras de
piedra de unos quince metros de profundidad y unos
cuatrocientos metros de diámetro. Suficiente agua para regar
130
más de cien manzanas de arroz. Luego vendrían las compras
de tractores, nuevas tierras y la plantación de arroz.
La prosperidad había llegado para la comunidad,
especialmente para los allegados de Diego. Mientras tanto la
furia, el resentimiento y el odio se habían apoderado de don
Rolando que no dormía por maquinar maldades.
Pronto dio a conocer el lado oscuro de su enfermiza
personalidad. Cada vez que había lluvias torrenciales se
procedía a abrir la compuerta de la represa para evitar el
desborde del embalse. Don Rolando y sus amigos trabajaron
día y noche para sellar dicha compuerta, mientras el rio subía
sus aguas rápidamente.
Las aguas llegaban al borde superior de las antiguas
canteras de piedra. Ahora solo faltaba accionar la compuerta
que quedaba casi frente a la casa de Diego.
A través de un mecanismo accionado a distancia la
compuerta se abriría y se llevaría de cuajo la casa de Diego, y
por supuesto al mismo Diego, que eran las intenciones de
don Rolando, con el discurso demagógico que había que
eliminar el enviado de Satanás.
Todo iba bien. Al accionar el mecanismo, la compuerta se
abrió y efectivamente se llevó la casa de Diego como si fuera
de papel. Fallaron porque Diego no estaba en la casa ya que
hacía varias noches que dormía en la casa de su papá, porque
éste tenía la presión alta.
La correntada tenía tal potencia que desvió su curso y
arrasó ocho viviendas con las respectivas familias, todos
ellos allegados a don Rolando. Además se llevó el edificio de
la iglesia católica, también a don Rolando y parte de su
familia, menos a Ruth que estaba en la ciudad.
131
A la mayoría de los cuerpos los encontraron a un
kilómetro de la comunidad en medio de unos grandes
pedregales, rodeados de zopilotes.
El escándalo estalló y el comisario encabezó la cacería
contra Diego y sus allegados. El Comisario, hacía tiempo
tenía ganas de capturar a Diego, por los comentarios que
éste había hecho sobre la adolescente ahogada y su
responsabilidad como co-autor.
Ahora la policía lo perseguía y también lo hacían cuatro
hijos de don Rolando que habían venido desde otra
comunidad a hacer justicia por su propia mano.
Nuevamente Diego montaría en su caballo blanco y
emprendería veloz fuga hacia la montaña. No quería regresar
donde Carnita, así que recordó que a mitad de camino vivía
un amigo que tenían a la venta un complejo para elaborar
ladrillos.
Les ofreció un buen precio, y ellos le garantizaron el
mercado. En reciprocidad Diego siguió trabajando con el
personal que ellos tenían.
Diego conocía muy bien el entorno de la montaña y los
movimientos de toda el área, y contaba con contactos
diversos, fruto de sus actividades ilícitas de contrabando de
madera y ganado. Fue así que recibió un mensaje de un
amigo de Carnita, en donde le anunciaba que cuatro sujetos
andaban en su búsqueda. También le informaba que a uno
de ellos le faltaba un brazo. Diego de inmediato supo que
eran los hijos de Don Rolando que le andaban buscando
para matarlo.
132
A través del mismo mensajero le pidió a Carnita gente de
confianza. Al siguiente día los cuatro eran capturados por la
gente de Carnita, mientras dormían.
Esta era una tarea de rutina para ellos, así que los
amarraron y les sellaron la boca con selladores especiales
para que no pudieran hablar ni gritar.
Luego los dejaron discretamente detrás de uno de los
hornos que estaba ardiendo a todo volumen, a unos
setecientos grados de temperatura.
En la noche, mientras todos dormían, Diego procedió a
lanzar uno a uno a las poderosas llamas del horno para
elaborar ladrillos.
Acto seguido cerró la puerta del horno, se secó el sudor
de la frente y regresó a su dormitorio. No había dudas que
éste también era el lado oscuro de Diego, y que por lo visto,
lo tenía muy practicado en la escuela de carnita.
A los pocos días, Diego argumentando que no le gustaba
la actividad finalizó vendiendo el complejo a mitad de precio
y en dos pagos.
Los que compraron los hornos decidieron clausurar
actividades por unos seis meses hasta adecuar la producción
al mercado.
Los familiares de los hijos de don Rolando encabezados
por Ruth y la propia policía buscaron en todo el territorio y
no encontraron rastros de los mismos.
Exactamente al año, los trabajadores mientras cargaban
ladrillos en uno de los hornos encontraron en una esquina
del mismo, cuatro cráneos semi calcinados. A las dos horas
133
estaba toda la prensa en los hornos, y encabezaba la comitiva
el Comisario.
Después de los exámenes en medicina legal se llegó a la
conclusión que eran los hijos de don Rolando porque
encontraron un trozo de metal duro que usaba como garfio
uno de los hijos que le faltaba un brazo.
Diego ya hacía un cierto tiempo había regresado donde
Carnita y seguía con la rutina de siempre y con buen suceso.
Un empleado de Carnita tuvo un feo incidente con
Diego. Diego en un acto imprudente le cortejó la mujer a
uno de los secuaces de Carnita. Carnita habló de inmediato
con Diego y le advirtió que tuviera cuidado porque ese tipo
de cosas en ese medio se pagan caras.
Más tarde mientras se bebían unos tragos Carnita le decía
a Diego, hombre me hubieras dicho el lugar, el tipo de mujer
y su edad que deseabas y nosotros te la hubiéramos traído en
un abrir y cerrar de ojos. Así operaban estos bandoleros
rurales, pero Diego, otra vez se había equivocado con la
elección de mujer.
El afectado y humillado por Diego, decidió tomar
venganza, porque para él eso era inconcebible, y no podía
permitir que se pisoteara así su hombría, decía, el enfurecido
sujeto.
Dado que era uno de los que había capturado a los hijos
de don Rolando tenía la información completa, así que
decidió dar parte a Ruth en la comunidad. Disfrazado de
comprador de cerdos llegó a la comunidad y se entrevistó
con Ruth, y ella para disimular le vendió dos chanchos.
134
El ofendido sujeto le dijo donde estaba Diego, pero le
advirtió que era un lugar muy, muy peligroso, pero que si le
pagaba bien él se comprometía a entregárselo vivo a mitad
de camino, entre la montaña y la comunidad.
Efectivamente, capturó a Diego, y lo llevó durante la
noche en busca de Ruth, y ahí completó la misión
doblándole la columna vertebral, tal como si fuera un feto,
luego la amarró bien. Venga Doña Ruth que el trabajo ya
está hecho.
Ruth se hizo la señal de la cruz como católica que era
ahora, pronunció algo que no alcanzó a oírse y empujó el
cuerpo aún con vida de Diego, lo hizo girar sobre sí mismo
como si fuera una llanta de carro, y cuando tomó velocidad
le dio el último empujón para que descendiera velozmente al
fondo de un gigantesco abismo crispado de piedras con
poderosas puntas.
Luego se sacó de la bota un gran fajo de billetes y se los
entregó como pago al denunciante, y éste partió raudo hacia
la montaña, no fuera cosa que la gente de carnita los
estuviera siguiendo.
Ruth ya más tranquila tomó el caballo blanco de Diego al
que quería dejar abandonado lejos del lugar de los hechos,
sobre todo que no había testigos.
Al pasar por una rama seca de un frondoso árbol, ésta le
tocó el sombrero y éste se fue al suelo. Ruth se bajó de su
caballo, se agachó para recogerlo, y ese fue el momento en
que el caballo blanco le partió la cabeza con una descomunal
patada.
Fue tan potente que parte de la masa encefálica quedó en
la herradura de la pata del caballo blanco. Diego lo había
135
adiestrado para que pateara todo lo que se le acercaba por
detrás.
La encontraron dos días después en medio de zopilotes
que comenzaban a despedazar su cadáver.
Al lugar de los hechos llegó el Comisario acompañado
por su hijo, su demente hijo que había perdido la razón poco
tiempo después que apareciera su joven amada ahogada en la
laguna de la comunidad. Actuaba como niño y no se
despegaba de su padre, a su vez, su padre lo adoraba y
mimaba todo el tiempo.
El hijo del comisario, aún en su demencia, tenía la idea
fija sobre la responsabilidad de Ruth en la muerte de su
amada, y de su futuro hijo.
Mientras el Comisario amarraba su caballo a la sombra de
un gigantesco árbol, el muchacho con agilidad felina corrió
hacia el cadáver de Ruth y sin perder un segundo lo roció
con un galón de gasolina que llevaba en su mochila.
Acto seguido le lanzaría un fósforo, precedido por un
grito desgarrador de maldiiiiiiiiitaaaa. Entre su impericia y
demencia se acercó demasiado a la explosión de fuego y
gasolina, y su cuerpo al igual que el cadáver de Ruth fue
devorado por las llamas.
Parecería que el calor de los ladrillos encendidos por
Diego en la montaña había llegado hasta lo más profundo de
la conciencia del Comisario que en última instancia era el
primer responsable de todas las muertes ocurridas en la
comunidad.
Es cierto que ese día el Comisario no murió físicamente,
pero por la fatalidad de su hijo su vida perdió sentido y se
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fue acabando lentamente, al extremo de no quererse levantar
de la cama.
Exactamente a los dos meses encontraron su cadáver
flotando en el mismo lugar que se había ahogado la
adolescente con su futuro nieto en el vientre.
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AMORES DE PERROS PARA UNA PERRA VIDA
Napoleón Barrioza Lunablanca a sus cuarenta años
aparenta sesenta y ocho. Su pésima alimentación, las
deplorables condiciones de vida, su gastritis crónica, más
otras enfermedades han contribuido a dibujar el perfil físico
del personaje central de este relato.
En contraste con la descripción anterior Napoleón o
Napo como le conoce todo el mundo es un personaje de
mirada vivaz, simpático, atento con todo quien se le acerca y
para decirlo con palabras de sus más allegados, Don Napo es
un hombre servicial, lo que se dice servicial de verdad.
Comentan que Napo en medio de su necesidad extrema
más de una vez entregó todo su plato de comida a uno o dos
niños hambrientos que llegaban a pedirle en su choza un
trozo de tortilla de maíz, y Napo, siempre con la respuesta
de rutina “es que ando bien desganado, y no tengo nada de
apetito”.
Lo que aquí exponemos nos fue relatado por él como
parte de sus vivencias, o como el mismo decía entre broma y
serio, como parte de la perra vida que le había tocado vivir.
La entrevista se hace en presente, aunque Don Napo falleció
posterior a la misma.
Napo es un fervoroso cristiano, evangélico, y no se cansa
de decir que no está solo, a pesar de no tener familiares,
porque siempre ha estado acompañado por “nuestro señor
Jesucristo”.
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Dice Napo que Jesús no le ha abandonado nunca, y que
en las circunstancias más duras le ha dado aliento, y fue él
quien le quitó el cuchillo de la mano la vez que quiso
suicidarse cortándose las venas de la mano para morir
desangrado. Y le voy a decir algo don Juan Carlos, decía
Napo, y esto no se lo he contado a nadie, pero usted se ve
un hombre serio, que estoy seguro lo entenderá.
Fíjese que cuando me mordió un cascabel en la falda de
ese volcán que usted ve ahí yo me iba arrastrando para llegar
a la trocha que pasa por detrás de aquel pedregal, y de
pronto sentí que alguien me abrazaba y que se agachaba y
empujaba mis piernas para que caminara.
Yo lo tengo presente como si fuera hoy, y le aseguro que
vi su sombra porque era una noche de luna llena.
Se lo voy a contar en detalle para que usted juzgue. Tuve
la desgracia de resbalar en aquellas rocas puntudas que están
más allá de ese árbol laurel por andar detrás de un cusuco.
Es que para serle franco hasta se me hacía agua la boca de
imaginarme que me iba a hacer una sopa de cusuco.
Me resbalé, pero de inmediato me puse de pie y pude
divisar al cusuco ingresando en una cueva falsa, es decir, que
no era su cueva. Eso me entusiasmó porque me imaginé que
no era profunda como la de él. De inmediato metí el
machete en la cueva y con el entusiasmo, el brazo hasta el
codo. De pronto sentí aquel pinchazo, y me imaginé que era
una de las tantas espinas que abundan por aquí.
La sangre se me congeló cuando sentí el inconfundible
chischil de víbora de cascabel, y sin duda era de las grandes
por el ruido que hacía.
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De inmediato pude verla que se desplazó velozmente
hacia la maleza. Le confieso que eso me enfureció y me lancé
detrás de ella para darle su merecido.
Corrí entre todas esas piedras como por veinte minutos.
De pronto sentí que todo me daba vuelta, era un mareo feo,
y con un sudor frio, pero frío de verdad, que me recordó
cuando tuve lepra de montaña.
Me miré la mano izquierda y estaba inflamada y con un
feo color como violeta. Ahí tomé conciencia del tiempo que
había perdido detrás del cascabel.
Comencé a perder las fuerzas, y como pude llegué a la
trocha, al camino pues. A la madrugada unos vecinos de por
aquí que pasaban con una carreta llena de leña y me
recogieron.
Al salir a la carretera solicitaron auxilio y un señor de una
camioneta dice que me hizo la caridad de llevarme al
hospital. Para serle franco no recuerdo nada porque desde la
noche había perdido el conocimiento. Para no cansarlo con
el cuento, salvé la vida y perdí el brazo izquierdo, porque
estaba en gangrenado por el efecto poderoso del veneno de
la serpiente.
Ya medio recuperado busqué a la gente de la carreta para
agradecerles y que también quería conocer a la persona que
me tomó por los hombres y empujó mis piernas para que
pudiera caminar hasta el camino.
Nosotros no fuimos Napo, y no nos damos cuenta quien
puede haber sido. Se hizo un silencio y yo les insistí, que tal
vez podría haber sido un vecino. Usted sabe Napo que por
aquí vivimos sólo nosotros y no hay nadie a diez kilómetros
140
a la redonda, porque es prohibido por la Alcaldía municipal,
por el asunto del basurero.
Me quedé dándole vueltas y vueltas al tema, hasta que me
iluminé y supe que era nuestro señor Jesucristo quien estaba
ahí en el momento que más lo necesitaba.
Esto quería decírselo porque lo llevo aquí adentro, bien
metido, y nadie me podrá convencer que no era él porque yo
vi su sombra varias veces.
Quiero decirle algo más, tres veces de la que le comenté
he estado en peligro de muerte segura y siempre he salido
victorioso. Todas esas victorias se las debo al amor infinito
de nuestro padre eterno ya que él está presente siempre
porque él nos dio la vida.
En ese momento aproveché para comentarle que yo
estaba interesado en conocer parte de sus proezas por haber
salido ileso en sus accidentes que me mencionaba antes, y
que todo el mundo conoce en el pueblo.
Napo sonríe de una manera particular, y luego dice que
no es la primera vez que vienen a entrevistarlo de periódicos,
revistas y hasta la televisión. Después me he dado cuenta que
algunos han dicho que soy bueno a las mentiras, y que mis
relatos son puro cuento de caminos.
Por eso últimamente estoy medio esquivo, porque usted
sabe a veces la gente viene a vernos como si fuéramos
animales raros, o tal vez como uno es pobre no tenemos
historias reales para contar, y que las historias serias son las
de los ricos, usted sabe nunca falta los que quieren quedar
bien con sus patrones.
141
El asunto es que me han tomado fotos de frente, de
perfil, sentado, caminando y aquello hasta que parecía desfile
de modas. Siempre me prometieron que me iban a pagar por
el reportaje, pero ninguno se ha vuelto a aparecer.
Usted me dijo que es catedrático de la universidad y que
no tiene dinero, así que lo hablado es lo entendido, por lo
que puede preguntar con confianza lo que usted quiera.
Antes quiero decirle que yo creo que existe otra vida y
que en mi otra vida yo era un perro, pero no un perro de
raza, sino perro indio como los que ve ahí en la sombra de
ese árbol de mango.
Esto se cuento a usted pero a mi pastor de la iglesia no le
gusta oír esto y dice que es contra la ley de Dios, pero que le
voy a hacer si así lo siento.
Le aclaro esto porque los tres momentos que mi vida ha
estado en peligro y que ya le voy a contar siempre me han
salvado mis perros y yo creo que eso no es casualidad. En
fin, usted que es un hombre letrado podrá juzgar mejor.
Una vez me escapé que me comiera un tigre.
Otra vez que me ahogara en el río que ve ahí y que arrasó
con mi casita de latas que tenía.
La tercera vez que es la última fue cuando estuve
enterrado por más de dos días en el fondo de un pozo de ese
basurero y que todos aquí conocen como la chureca del
pueblo para diferenciarlo de la chureca famosa de allá de
Managua.
Este caso del tigre es el que menos creen los tales
visitantes, por más que le toman foto a la piel del tigre y me
hacen preguntas para saber donde conseguí su piel, la que
142
por cierto me sirve de colchón, porque en mi pobreza no he
podido comprar un colchón de verdad.
Yo siempre he tenido entre quince y veinte perros. Usted
sabe, no tengo problemas con la alimentación para ellos
porque en esta chureca, como le dicen aquí, pero que los que
vienen de otros países le llaman basurero de cielo abierto, o
algo por estilo. Como le decía, aquí no falta la carne y otras
sobras de comidas. Además que después de lo del tigre ni
loco me quedo un solo día aquí en este monte sin un solo
perro.
Así como le dije antes que Cristo es mi protector, es mi
escudo, pues ellos son mis guardianes, mis escoltas, y van
conmigo para todos lados, y aunque le parezca mentira todos
obedecen por sus nombres.
Ya hace como veinte años que vivo de lo que recojo aquí
en la chureca, que plásticos, botellas, madera, metales. Esas
cosas uno las organiza bien y las vende.
Antes uno tenía que llevarlas al pueblo, pero ahora vienen
en carretones con caballos y se lo llevan todo y ahí nomás
pagan. Uno los conoce y ya sabe los que regatean, los que
desacreditan, y no faltan los que vienen con el cuento, de
pagar al siguiente día y jamás regresan.
Bueno comencemos con el tal tigre. Usted sabe que como
aquí estamos cerca de la carretera panamericana a cada rato
pasan grandes camiones con todo tipo de mercaderías. A
veces son filas y filas de tráiler y tráiler.
También los buses con su pitadera. Un día cualquiera
aparecen no se sabe de dónde una gran caravana de
camiones que trasladan circos.
143
Ahí llevan todo, sus carpas, sus camas, sus sillas y en la
parte final en las dos o tres últimos tráiler en sus jaulas van
las fieras, tales como leones, tigres, panteras, monos y hasta
elefantes.
A veces viajan de día y en otras de noche o en la
madrugada porque es más fresco y hay menos gente y
tránsito.
El asunto es que una noche oímos un gran ruido y era
algo así como que se quebraba y se arrastraba. Los perros se
pusieron a ladrar como con furia, y como que avanzaban y
retrocedían.
Encendimos unos candiles, con otros amigos que se
habían quedado en mi choza, porque justo ese día los
camiones de la basura llegaron a boca de noche y los amigos
se quedaron a dormir, porque es bien feo y oscuro para
regresar al pueblo.
Esos amigos, son además mis hermanos en Cristo, por
eso con gusto les permito quedarse porque usted sabe que
nosotros los evangélicos no bebemos licor, porque eso es
pecado ante la presencia de Dios, además donde hay licor
hay pleitos y muchas veces heridos y muertos.
Encendimos los candiles y nos fuimos hacia la carretera, y
viera usted el cuadro que nos encontramos. Un gran tráiler
que traía cuatro jaulas de tigres y panteras estaba con las
cuatro ruedas para arriba.
En realidad al principio no nos percatamos que eran
jaulas de fieras y creíamos que era ganado, que por aquí pasa
mucho. También lo que más nos urgía era salvar las vidas del
chofer y dos ayudantes que estaban prensados y daban
desgarradores gritos. Como éramos cuatro, abrimos un
144
boquete en una de las puertas con un pico que traíamos, de
esos que usamos para mover la basura.
Disculpe Profesor, pero antes de seguir tengo una gran
curiosidad. Don Profesor, y que hace usted aquí hablando
conmigo que no valgo nada, y para remate ni siquiera anda
cámara fotográfica.
Voy a responderle y disculpe que esto era lo primero que
debí hacer. Don Napo para nosotros los universitarios todas
las personas son iguales, para nosotros lo que existen son
seres humanos, todos con sus sentimientos y valores.
Es cierto que unos tienen más dinero que otros, pero los
académicos no andamos buscando eso, sino que nos
dedicamos a forjar, a preparar a la gente para que puedan
desempeñarse mejor en la vida.
Así que para comenzar le ruego que no vuelva a repetir
que usted no vale nada, que eso me hace sentir mal y además
que no es cierto.
Ahora voy a tratar de responder a su pregunta. Yo soy
catedrático en una universidad del Estado y en otra privada.
En ambas soy Profesor de una Asignatura de Técnicas
Cualitativas. No se asuste con estas palabritas que ya se las
aclaro.
En la universidad nosotros partimos de lo que se conoce
con el “aprender haciendo”. Se lo digo de otra manera, si
usted nunca ha comido una manzana y me pregunta que le
diga cuál es el gusto exacto de la manzana, si es dulce, ácida
o cómo es.
Muy sencillo le respondo yo, sírvase aquí tiene una
manzana, muérdala y sabrá cuál es su gusto, si es dulce o
145
como la siente. A los estudiantes les decimos que si quieren
saber lo que piensa la gente, que vayan hacia ella, que hablen
con ellos, que conozcan en sus propias palabras sus
vivencias, lo que sienten, cómo lo sienten, qué les gusta, por
qué les gusta, y así me entiende, Napo.
Me queda clarito, profesor, vea así me gusta oír hablar a
la gente de manera sencilla como lo hace usted. Imagínese
aquí han venido algunos, que se creen los grandes sabios,
que se creen grandes genios con una pedantería que ofende.
Mire usted y disculpe que se lo diga, todo un catedrático
que se ha pasado la vida estudiando, que es como un
científico, y vea tranquilamente sentado en una piedra
hablando de tu a tu, como dicen, con un hombre que le ha
tocado vivir una vida de perros, o como dicen una perra
vida.
Yo no sé si usted es religioso, pero lo veo con la sencillez
que predicaba nuestro señor Jesucristo, por eso me gusta que
hablemos y ya se va a carcajear con las vainas que me han
pasado y que siempre he salido airoso con la ayuda del
Todopoderoso.
Bueno Profesor continúo, le decía que metimos la punta
del pico en la puerta y entre los cuatro logramos sacar a los
heridos.
Estaban bañados en sangre y cuando terminamos de
sacarlos por suerte llegaron los demás camiones del resto de
la caravana del circo.
Eran seis camiones así que se las arreglaron para llevar a
los heridos y recoger las jaulas que se habían caído.
146
Aquello era un bullicio, con grandes focos, gritos de
heridos, gritos de los encargados de recoger las jaulas. Iban
hacia la frontera, es decir que ya abandonaban Nicaragua, y
no querían perder tiempo.
Algunos gritaban que había una puerta abierta de las
jaulas de los tigres sin amaestrar, pero luego los contaron y
como tenían prisa cerraron todo y siguieron viaje.
Pasaron como dos semanas y yo seguí en mi rutina
aunque para serle sincero los gritos desgarradores de los
prensados se me quedaron grabados. Yo seguí mi rutina de
siempre. Eran como los diez de la noche, y hacía como tres
horas que estaba acostado, y sentí cierto ruido.
Como ahí tengo mi gallinerito de latas con cinco gallinitas
que me dan siempre buenos huevos, porque las tengo bien
alimentadas.
Como le decía, de pronto sentí aquel gran escándalo de
las gallinas. No es la primera vez que he agarrado zorros de
esos que le dicen de cola pelada, queriendo comerse las
gallinas, así que supuse que era uno de ellos.
Tomé el machete que siempre tengo a la mano y como
había luna llena me fui directo al gallinero.
Lo que pude ver antes de llegar era un gran perro que
andaba queriendo agarrar a una gallina, pero ésta voló hacia
una rama y el mencionado perro siguió detrás de otra que
hizo lo mismo.
Cuando me acerco y miro las rayas en toda la piel de lo
que creía un perro y voy viendo la gran cola y su gigantesca
cabeza, le confieso con toda sinceridad que me oriné en la
ropa y sentí que todos los pelos de la cabeza los tenía como
147
de alambre. Y me acordé de las famosas jaulas que estaban
abiertas.
En ese momento uno imagina cosas y llegué a pensar si
no sería el veneno del cascabel que se me había subido al
cerebro y que yo estaba alucinando, y que tal vez era un gato
y yo lo veía como un tigre.
En eso estaba cuando dio aquel rugido y abrió su gran
boca. Qué susto, profesor, que susto tan grande, profesor.
Mire maestro, ese animal le aseguro que se dio cuenta que
yo le tenía miedo porque nuevamente rugió y con más fuerza
y luego se agazapó. Yo sabía lo que me esperaba y no me
cansaba de repetir “la sangre de Cristo tiene poder” “la
sangre de Cristo tiene poder”.
Cuando vi que se me iba a lanzar me tiré al suelo con la
boca para abajo, y casi enseguida sentí aquellas patas en mi
espalda, pero para mayor confusión tenía la sensación que
estaba ladrando como perro, y luego oí los gritos y aullidos
de un perro y los rugidos de la fiera.
Aún no sentía las garras del felino, y proseguía como una
especie de combate con gritos y aullidos.
En medio de la desesperación pude ver al perro más
grande y más querido que nunca se despegaba de mí que
yacía tendido y era quien se había montado en mi espalda y
había hecho frente al tigre hasta sucumbir en sus garras.
Yo le digo Dios es grande y no nos desampara. En ese
momento crucial llegaron todos mis perros que andaban
comiendo en el otro extremo de la chureca (basurero).
Comenzó un combate sangriento, de diecisiete perros
fuertes, casi todos de regular tamaño y bien alimentados y
148
expertos en pelea, porque aquí en esta chureca a veces llegan
hasta ciento cincuenta perros en busca de comida.
Así que mis perros siempre han sido peleadores
profesionales. En este caso, el tigre me mató trece y se
salvaron mal heridos cuatro.
Ellos son los que acabaron con el tigre junto conmigo
que terminé partiéndole la cabeza, además que de uno de los
machetazos le corté la lengua y ahí nomás cayó porque los
perros lo tenían medio destazado.
Ya le digo profesor, pasé varios días llorando por mis
amigos, por mis grandes amigos que eran mis perritos. Con
el pico y la pala cavé una gran fosa y los enterré a todos.
Luego encima de ellos planté ese árbol de mango, para
que tuvieran sombra, y cuando yo me muera quiero que
también me entierren ahí junto a ellos.
Aún conservo en un botellón vidrio los dientes del tigre y
de pinocho que fue el perrito que lo enfrentó primero.
Uno se encariña con los animales y cada vez que hago
este relato siento palpitaciones, porque ellos me salvaron la
vida.
Ya se venía la noche por lo que le propuse continuar en la
mañanita, cuando los dos estuviéramos descansados, y así lo
aceptó don Napoleón.
Al día siguiente proseguimos con el relato de cómo Napo
salvó su vida en medio de una gran correntada que arrancó
su casa.
Profesor, yo antes vivía en el otro lado de esta chureca,
propiamente en la orilla del rio que usted ve y que siempre
ha sido traicionero.
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Comenzó a llover torrencialmente como a las dos de la
tarde. Este río crece rápido y más o menos le conocemos su
crecida. El asunto es que después me di cuenta que con la
fuerza que traía el agua se pasó llevando tres gigantescos
árboles que se les conoce como chilamates que al caer al río
con sus ramas y sus raíces hicieron que el rio se desbordara.
Precisamente mi casa estaba como a unos cien metros de
esos chilamates así que la correntada fue directo a mi casita.
Era aquello como un infierno de piedras, ramas, maderas del
basurero y todo lo que se le ponía adelante se lo llevaba. Yo
no tuve tiempo de nada y también me arrastró.
En esos días habían venido a dejar una camionada de
madera dura que aunque estaba comida en parte de comején,
más de la mitad estaba en buen estado. Yo la seleccioné y la
amarré con alambre, pero me estaba costando venderla.
Con uno de estos postes amarrados me topé en medio de
correntada y como estaba bastante clara la noche me puede
agarrar de esos troncos y así pasé toda la noche, en una
especie de bahía en donde el agua se arremolinaba.
Era una situación peligrosa porque si me lanzaba al agua
perecía de inmediato por las grandes rocas y el agua
arremolinada.
La pensé como por dos horas y como cada vez se ponía
más arremolinada el agua comencé a silbar para llamar la
atención a mis perros que nos los veía en ningún lado. En un
abrir y cerrar de ojos aparecieron más de diez y comenzaron
a ladrar. Eran buenos nadadores pero no se atrevían a
lanzarse a la correntada.
Finalmente uno de ellos se atrevió a lanzarse y los demás
lo siguieron. La correntada se los llevó a todos, pero ellos
150
con gran sentido de orientación siguieron la lucha. De
pronto vino una gran correntada con ramas y se llevó los
postes al centro del río, y yo seguía agarrándome como
podía.
Le cuento fueron horas de lucha por sobrevivir. Cuando
ya no aguantaba, pude ver que tres de los quince perros
aparecieron del otro lado del río.
Habían nadado por horas y habían atravesado la
correntada, pero habían ido a salir unos cuatro kilómetros
más adelante y ahora regresaban en mi búsqueda por el otro
lado del río. Los demás perros no resistieron la correntada y
se ahogaron.
Cuando hago este relato me lleno de emoción por la
nobleza de estos animales. Agotados como estaban se
volvieron a lanzar al agua, y yo los veía venir, y eran como
unos puntitos negros que se acercaban, y yo orando y
orando para que el Altísimo les diera fuerzas para que
pudieran llegar donde mí.
Yo estaba bastante acalambrado pero ante el valor de
aquellos animalitos saqué fuerzas de flaqueza y me fui
nadando hacia ellos.
Uno llegó primero, les traía una distancia de unos cien
metros. Inmediatamente le oriento su cabeza hacia la orilla,
pero no habíamos nadado ni diez metros cuando un tronco
con una gran punta le dio en la cabeza a mi perrito y ahí
nomás lo mató, y de inmediato el agua se lo llevó.
Enseguida llegaron los otros dos y de igual manera
orienté su cabeza hacia la otra orilla. Con la mano derecha
me agarré de la cola de uno y con la izquierda del otro. Para
ese entonces contaba con los dos brazos.
151
Llegamos a la orilla y ahí permanecimos casi medio día y
los animalitos me lamían las heridas que me habían hecho las
ramas.
Así fue profesor que salvé la vida en medio de un río
enfurecido.
Imagino profesor que lo debo tener cansado y aburrido
así que le voy a relatar de manera resumida el último
percance que he tenido en vida y que nuevamente me han
salvado mis perros.
Usted sabe que yo he sido siempre el vigilante aquí en
este basurero. Sólo yo tengo autorización para vivir aquí y
eso se respeta porque es una disposición de la Alcaldía.
El viernes es el último día de la semana que vienen a
depositar basura. Regresan el lunes como a las cuatro de la
tarde. El procedimiento siempre es el mismo, con las palas
mecánicas hacen unas grandes zanjas de bastante
profundidad. Ahí depositan la basura. Al día siguiente
cierran la zanja, una vez que la gente ha hecho su recolecta.
A veces la dejan a medio tapar pero es bien peligroso por
aquello de los derrumbes. Justamente eso fue lo que ocurrió.
Un viernes que había fiesta patronal en el municipio la gente
no vino a hacer recolección.
Ahí estuvieron los de la Alcaldía y finalmente medio
llenaron la zanja pero quedaron espacios con derrumbes.
Vino un aguacero fuerte y paró como a los cuarenta y cinco
minutos.
Aproveché para recoger material reciclable. Escarbando
encontré en el fondo de la zanja unos postes de madera dura
152
en buen estado. Tuve que hacer una excavación como de
dos metros para llegar a los postes y poder sacarlos.
Poco a poco, en base a excavación y golpes con el pico,
logré sacar uno, después otro y luego otro. Cuando sacaba el
cuarto se desmoronó la pared y quedé sepultado.
No morí porque la gran andanada de tierra me lanzó al
pozo que yo había hecho y como los tres postes yo los había
puesto atravesados en la boca del pozo que yo había
excavado eso me salvó. Quedé atrapado como en una
especie de jaula.
Esta vez si la vi perdida. Era viernes y ya caía la noche.
Estaba inmovilizado, aunque tenía en mi poder el pico.
Quiso la suerte que encima de los postes cayeron unas
cuantas ramas de árboles, y por ese espacio podía respirar y
entraba un poquito de luz.
Me encomendé al todopoderoso y dije una y otra vez
“que se haga tu voluntad”.
Así pasé la noche. Al amanecer del día siguiente hice los
primeros intentos con el pico, pero más bien hubo más
derrumbes. En eso estaba cuando empecé a oír como una
especie de lloriqueos y gemidos.
Eran mis perritos. De inmediato les silbé y ellos
respondieron ladrando cada vez más desesperadamente. Vea
usted profesor lo que nunca imaginé lo hicieron mis perritos.
Ahí están los diecisiete perros como quien dice esperando
órdenes para actuar.
Fue así que comencé a llamarlos por sus nombres como
cuando les distribuía los trozos de carne. Fue increíble,
153
primero fueron como cuatro y después todos escarbaban y
ladraban.
Se oía como quebraban las ramas con sus dientes. En dos
horas ya respiraba aire fresco y el hueco era cada vez más
amplio.
Todo el sábado ladrando, escarbando y a veces
peleándose entre sí por la misma tensión y porque siempre
lo hacen.
Los calmé en la noche del sábado y esperé el amanecer
del domingo. A esa hora los llamé y de inmediato
comenzaron a escarbar y romper el hueco por el lado de las
ramas de un árbol de mamón que estaba en la basura y que
impedía el paso.
Cortaron una rama de un grosor como de dos pulgadas,
hubo otro derrumbe y eso me precipitó a usar el pico para
facilitarles el trabajo a los perritos.
Al mediodía el primer perrito llegó hasta mí y no
encontraba como acariciarme y lamerme. El pobrecito tenía
la boca llena de sangre al igual que los demás, porque
cortaron ramas y todo lo que encontraban para llegar hasta
mí. En menos de una hora pude salir del lugar aquel que casi
creí que era mi tumba.
Eso es todo profesor. Yo se lo advertí, creo que en mi
vida anterior fui perro, y si de nuevo tengo otra vida, pues,
también me gustaría que fuera de perro.
Al finalizar la entrevista n Napo me solicitó si no tendría
un médico conocido que lo pudiera atender porque llevaba
varios días vomitando sangre, y ya no soportaba la gastritis.
154
Busqué un médico internista amigo, y de inmediato lo
remitió al Hospital. Era demasiado tarde. El cáncer había
avanzado en casi todo el cuerpo. Dos semanas después
falleció don Napo.
En la entrevista me había dicho que había solicitado en la
Alcaldía que lo enterraran debajo del árbol de mango junto a
sus perritos que murieron peleando con el tigre.
La burocracia a veces se comporta de manera bien
cerrada y no aceptaron la petición de don Napo porque para
eso estaban los cementerios.
No aceptaron la petición hasta que tuve que hacer
presencia en las afueras de la Alcaldía con ciento cincuenta y
dos estudiantes que eran mis alumnos, los que no dudaron
en llevar su buena carga de morteros, que en un pueblo
como el de don Napo hasta que asustaban.
En la tarde estábamos sepultando a don Napo debajo del
árbol de mango. Al final eran unos cuantos, los ciento
cincuenta y dos estudiantes y otro tanto de hermanos en
Cristo de don Napo.
Ahí un pastor leyó el salmo veintitrés y todos nos
retiramos con una especie de alegría porque habíamos
logrado doblar el brazo a la burocracia y ya don Napo
descansaba junto a sus perritos.
Dos meses después regresé con algunos estudiantes que
habían hecho una colecta y le habían comprado una lápida.
Nuestra sorpresa fue que encontramos otra tumba más
grande a la par de la de don Napo. Era increíble, pero ahí
estaban albergados los quince perritos que no pudieron
separarse de su tumba ni probar bocado, ni beber agua hasta
morir. Murió uno a uno con un par de días de diferencia.
155
Curioso y dramático caso dos tumbas de fosas comunes
con perritos que murieron por amor. Ahora no estoy tan
claro del viejo dicho de “amores de perros”.
Ante esta realidad no me quedó más que exclamar “un
amor (sincero) de perros para una vida de perros como fue
la de don Napoleón”.
Ya cuando nos retirábamos se formó la gran algarabía
entre los estudiantes que me acompañaban al ver según ellos
un extraño animal prehistórico que salía de una cueva cerca
de la raíz del árbol de mango.
Era un cusuco, o tatú que le llaman también. Eso me hizo
pensar si no sería el mismo cusuco que corría don Napo
cuando se encontró el cascabel. Lo cierto es que emprendió
veloz carrera directo a las piedras que me había señalado don
Napo. ¿Coincidencia? Tal vez.
156
LOS MUROS DE PIEDRA NO SON BUENOS PARA
ESTRELLAR LA CABEZA
Parece cosa fácil hacer que un pueblo avance de lo
tradicional a lo moderno, o lo que es más sencillo que
abandone lo malo y asuma lo bueno. Douglas Guzmán
Smith creía que era sencillo, y alrededor de esta incógnita se
desarrolla el presente relato.
Nos encontramos frente a un pueblo tradicional, con
escasas fuentes de trabajo, en donde parte de la gente parece
que amanece cansada del mismo ocio, por no hacer nada.
Una porción del pueblo, la más antigua está en el borde
de la montaña y la más reciente ocupa parte de un inmenso
valle.
La gente en el pasado le llamaba ciudad chatarra, luego
fue cambiando por Chatacity y así se llama ahora.
Comentan que el nombre devino porque una serie de
alemanes pro nazi que vivían en este pueblo para la segunda
guerra mundial negociaron la compra de todo el acero
disponible para sacarlo del pueblo de manera semi
clandestina para Alemania.
Como la mayoría de la chatarra era de la Alcaldía, en
reciprocidad los alemanes les construyeron un estadio de
doble función de beisbol y como barrera de toros.
Antes de presentar al personaje central del relato,
hacemos una descripción somera de las fuerzas vivas del
pueblo, que hace ya tiempo fue declarado ciudad.
157
Diez finqueros son los dueños del valle, incluso donde
está enclavada parte de la ciudad. El área de influencia de los
finqueros es de unos veinte kilómetros a la redonda.
Ninguna decisión importante se toma en el pueblo sin
solicitarles opinión. Son dueños de ganadería y equinos en
abundancia.
La Iglesia católica es una fuerza tradicional
profundamente enraizada en la población, y es casi siempre
la que da la última palabra de lo que se va a hacer o por qué
no se hará.
Los políticos que actúan en el medio a veces incursionan
con fondos propios y lanzan candidaturas independientes
pero la tendencia es la contraria.
El Alcalde cuenta con un magro presupuesto de manera
que en los hechos es una figura decorativa desde el punto de
vista de las decisiones. Los delegados del poder central
tienen bajo perfil y son casi intrascendentes en el medio.
Tal como ocurre en toda América Latina la migración es
el pan de cada día. Así es como el papá de Douglas Guzmán
Smith fue a parar a Estados Unidos desde muy joven.
Allá trabajó duro, se casó con una norteamericana con
muchos recursos y luego se convirtió en un importante
industrial y comerciante. De hecho se puede decir que era un
multimillonario.
El papá de Douglas nunca renunció a su nacionalidad por
lo que Douglas también la tuvo a pesar de haber nacido en
Estados Unidos.
Allí se graduó de Ingeniero, luego hizo una maestría y
posteriormente un Doctorado en ingeniería industrial. En
158
tanto hijo único heredó la fortuna de sus padres y junto a
ella una gigantesca red de relaciones comerciales y sociales
de gente del mismo status de su familia.
Cansado de la tensión empresarial, sobre todo la ligada a
la bolsa de valores, Douglas decide hacer un alto en el
camino y regresar al pueblo de origen de su papá.
Con antelación había comprado una casa en la capital
departamental porque su esposa, también norteamericana no
le gustaba vivir en el pueblo aquel.
Douglas tenía además muchos amigos de universidad que
sabían bastante de beisbol, así que no dudó en hacer los
contactos correspondientes con unos y otros, y en un abrir y
cerrar de ojos llegó una delegación y en pocos días estaban
entrenando a los peloteros locales.
En ese año crecieron mucho, al extremo que clasificaron
campeones departamentales.
Aquello fue la noticia del año, y con ello el principal
homenajeado era Douglas, que en poco tiempo había ganado
el cariño de todos, particularmente porque no escatimaba en
colaborar monetariamente con las actividades sociales, como
fiestas patronales, beisbol, carreras de caballos entre otros.
Pasaron cuatro meses y Douglas, por presión de su
esposa decide regresar a Estados Unidos. Este sería el único
viaje de ella que en cuanto llegó a Estados Unidos inició los
trámites de divorcio con Douglas.
Estaba sumamente resentida porque Douglas
prácticamente la dejó abandonada en un hotel durante casi
cuatro meses de estadía.
159
Concretado el divorcio Douglas se sintió con más libertad
de movimientos. Tenía una idea en mente y quería
compartirla con los amigos de la universidad y otros
ámbitos, y si ellos estaban de acuerdo les solicitaría ayuda.
Douglas había tomado la decisión de disputar
electoralmente la Alcaldía del pueblo de Chatacity. Era un
proyecto bonito y le pareció muy interesante desde el punto
de vista social aunque sus amigos empresarios se les
dificultaba entender porque no veían ganancias por ningún
lado.
Es que ellos entendían casi solo de rentabilidad
económica, pero no obstante les agradaba la idea de un gran
instituto politécnico para especializar a los jóvenes.
Regresó con su proyecto a Chatacity, y en seis meses
había finalizado la construcción de un complejo habitacional,
que con el tiempo pensaba ampliar para crear las bases de
una escuela tecnológica.
En el plano social, inició sus contactos con uno de los
factores del poder. Invitó a cenar a los dos sacerdotes del
pueblo, y esa misma noche les entregaría un cheque para
refaccionar la iglesia, cuya estructura databa del año mil
ochocientos nueve aproximadamente.
No tenía claro cómo abordar a los caballistas. Cortó por
lo claro, viajó a México y regresó al pueblo con veinte
caballos puros destinados a la reproducción y cuarenta
yeguas del tipo peruano.
Días después los llevó a una pequeña finca que había
adquirido, y solicitó reunión urgente con la asociación de
caballistas. Ese día hizo entrega solemne de los caballos a
dicha asociación.
160
Para no recargar sus potreros les destinó un potrero para
las yeguas y otro para los caballos y se los puso a la orden de
la asociación, entregando solemnemente sus llaves al
presidente de la asociación. Esta asociación sería su principal
aliada en su gestión.
En los tres meses siguientes se vinculó socialmente y se
convirtió en el hombre más codiciado de las mujeres del
pueblo, aunque él muy responsablemente mantenía una
cordial distancia. Se había educado en Estados Unidos y no
quería confundir los roles.
Poco a poco el apellido Guzmán fue sustituido por
Smith, de manera que posteriormente solo por Smith se le
conocía.
Llegó el periodo de la campaña electoral y la asociación
de caballistas no dudó en lanzar su candidatura. Smith para
Alcalde, fue a partir de ese momento la opción de la gente.
Realizadas las elecciones obtuvo casi un ochenta por
ciento de votación. Lo más importante es que contaba con el
apoyo incondicional de las fuerzas vivas.
Douglas había nacido en Estados Unidos, había sido
educado allí, había trabajado allí y como es lógico pensaba
como un norteamericano. Antes de cualquier iniciativa de
desarrollo tenía que fijar las reglas de juego.
Douglas había sido muy cauto en su campaña electoral
sin dar pautas de lo que pensaba hacer en lo inmediato.
En sus viajes a Estados Unidos había solicitado ayuda
financiera y de recursos humanos. De manera que no tenía
ningún problema de dinero para sus cuatro años de
gobierno.
161
Precisamente ya estaban en Chatacity un grupo de veinte
especialistas en todas las áreas que Douglas había contratado
en Estados Unidos con salario y beneficios sociales de
Estados Unidos, y con todos los gastos pagados.
Al mes de gobierno Douglas hizo su primera aparición
dando a conocer un paquete de anuncios que generarían
expectativas en unos y contrariedad en otros.
No presentó una propuesta acabada, sino que eran como
las premisas fundamentales en las cuales debían transitar si
querían avanzar y modernizarse.
Entre las cosas más destacadas de su intervención se
señalan ocho puntos:
Que había que superar la haraganería y trabajar los
sábados y los lunes. Que parecía el colmo que no fueran a
trabajar el lunes por estar de goma.
Que había demasiadas cantinas abiertas a todas las horas
y que eso atentaba contra la salud pública.
Que había que ponerse de acuerdo para que las
actividades religiosas, particularmente las fiestas patronales
se hicieran los fines de semana y no afectaran la vida laboral.
Que no era plausible que en las fiestas religiosas se
siguiera vendiendo licor.
Que atentaba contra el estado moral de las familias y en
particular de los niños el que se bebiera licor durante las
piñatas de los niños.
Que las riñas de gallos eran un acto de crueldad que
fomentaba la violencia y que lo mismo ocurría con las
corridas de toros.
162
Que sería inflexible con aquellos que fomentaran las
peleas de perros, que hasta el momento se hacían
clandestinamente.
Que era un atentado a la salud pública la cría de cerdos en
plena ciudad.
Desde el punto de vista gráfico el pueblo se estremeció.
En realidad a Douglas lo tenía sin cuidado porque poseía
suficiente dinero para implementar todas las medidas,
además que cada una de ellas apuntaba a una vida sana y
responsable.
Era evidente que pensaba como norteamericano con un
pragmatismo extraordinario.
En su alocución había tocado varios resortes del poder
local. En primer término estaba decidiendo sobre la
dinámica de la iglesia católica e incluso quería fijarle un
tiempo para sus festividades.
El segundo grupo de poder afectado, que en los hechos
es el más fuerte, era el de la distribución de licor y sus afines
como cervezas, y otros.
El tercer grupo de poder los dueños de gallos de pelea
que tenían grandes criaderos y que eran líderes en la región.
Ponía en alerta a los criadores de toros que podrían
perder un importante negocio, también de tipo regional.
Para completar ponía en sobre aviso a los criadores de
perros de pelea todos ellos de raza y en donde circulaba
mucho dinero.
Finalmente, se estaba metiendo en un tema sumamente
delicado como es el de las familias, concretamente en el
estilo de organizar las piñatas de los niños.
163
Había tocado al unísono aspectos histórico-culturales y
económicos, y con ello a las fuerzas de poder. En una
semana hubo más encuentros entre los sectores que los que
se habían dado en dos años juntos. Iban y venían las
camionetas de lujo y emisarios de grupos económicos y
culturales.
Mientras, Douglas había organizado un retiro con sus
asesores y contrapartes locales, con el propósito de
implementar las propuestas.
Entre sus asesores como se dijo antes había una inmensa
mayoría de tecnócratas norteamericanos muy jóvenes y
dinámicos.
La Iglesia católica mantenía una prudencial distancia de
los grupos económicos. No hay que olvidar que habían
recibido un cheque de regular cantidad de dinero para
refaccionar la estructura de la iglesia frente al parque central.
También es justo decirlo que ellos no le solicitaron dinero a
Douglas sino que todo partió de él.
Una tarde algo lluviosa mientras hacía ejercicios, al salir
propiamente del estadio de beisbol, se le acercó un anciano,
de porte atlético, y le saludó con amabilidad. Douglas iba a
continuar su camino hacia el carro porque el hecho que
alguien le saludara no era de extrañar, en primer lugar
porque en el pueblo existe la costumbre de que todo el
mundo se saluda, y en segundo lugar él era el Alcalde.
Disculpe amigo Douglas, quisiera que me permitiera en
algún momento un espacio para una entrevista y disculpe
que lo haga en momentos poco apropiados, pero desde que
me jubilé y me vine de Estados Unidos tengo alergia por
todo lo que es burocracia.
164
Mi nombre es Jaime Santillana Eguren, y viví aquí en mi
juventud, trabajé en Estados Unidos, ahora jubilado he
regresado para mayor tranquilidad.
Quiero decirle que fui muy buen amigo de su papá sobre
todo que estudiamos secundaria juntos en este mismo
pueblo, de mi querida América Central. La primaria no
porque la hice en mi añorada América del Sur, allá por el Rio
de la Plata de donde eran oriundos mis padres, y en donde
dejé mi ombligo, como dice la gente.
Disculpe don Jaime, así que usted fue amigo de mi papá,
pero qué bueno, es la primera persona que me da esa alegría.
Véngase mañana a las ocho en punto a mi oficina y
tendremos cuarenta y cinco minutos para hablar.
Está bien, así quedamos y como corresponde seré
puntual, respondió don Jaime, se despidió, y luego le silbó a
su perro, un pastor alemán que corría y corría dado que era
la hora de su paseo vespertino.
A las ocho en punto, ahí estaba don Jaime en la recepción
de la Alcaldía y también a las ocho en punto le recibió
Douglas. Era evidente que provenían de la misma escuela
disciplinaria.
Don Jaime comenzó directo, sin preámbulos. Vea
Douglas (y disculpe que le llame así porque me siento que
estoy hablando con mi hijo), usted se precipitó demasiado y
eso en Chatacity no funciona. Se hizo un corto silencio y
ambos se quedaron viendo a los ojos.
La Iglesia tiene varios siglos- prosiguió don Jaime –de
festejar sus fiestas patronales, y es toda una tradición que
forma parte intrínseca de la vida misma de este pueblo.
165
Opinar sobre las actividades de la Iglesia católica aquí es
como tocar a Dios con las manos sucias. Ellos opinan sobre
todo, porque se consideran que están por encima del bien y
el mal, pero, nadie puede opinar sobre ellos y el que se atreve
le va muy, muy mal.
Igual tiempo llevan los pobladores en abundante
consumo de licor en estas festividades, sin importarles
cuanto tiempo transcurre, si al fin y al cabo el trabajo no los
presiona.
Usted sin duda tiene razón en la implementación de las
medidas, que aquí se consideran drásticas, pero que en
Estados Unidos, usted sabe, que así es y nadie se queja.
Hay algo si muy importante y es que las buenas
intenciones no bastan, también hay que convencer al poder
para hacer cambios en las tradiciones, no tanto por las
tradiciones sino por rentabilidad de las mismas.
He querido venir a decirle esto personalmente, porque las
fuerzas económicas que usted ha tocado en sus medidas no
se harán esperar y contraatacarán con rudeza, me refiero a
las más rudas, como son los ganaderos.
Habrá otras fuerzas que casi nunca van a dar la cara pero
que actuarán a través de intermediarios, todos ellos también
poderosos en este medio.
Finalmente, tenga cuidado, que las fuerzas económicas
más atrasadas como son los ganaderos pueden incluso
cometer ciertas tropelías, porque sepa que son atrasados de
verdad, nadie jamás les ha dicho nada, porque ellos deciden
en este pueblo.
166
Las fuerzas más tenebrosas, no obstante son las del gran
capital, las que tienen expresión nacional, esas pueden
hacerle la vida imposible sin dar la cara.
La conversación luego derivó en cuestiones más
personales, casi familiares. Don Jaime se retiró con la
convicción de la misión cumplida y Douglas sonreía por
haber encontrado un amigo de su padre que le hablaba como
él. Don Jaime sería siempre la única persona a la que
Douglas visitaba y llegaba en algunos mediodías a almorzar.
Una mañana apareció el vidrio trasero de la camioneta de
Douglas partido en cuatro pedazos. Después se supo que era
obra de dos hermanos galleros que pasaron dándole con un
bate. Parecía una advertencia de lo que podría pasarle si se
metía con los galleros.
Douglas recordó las palabras de don Jaime y se fue de
inmediato a la capital y a través de su abogado logró una
entrevista con el jefe de la policía.
Se comenta que ese mismo día hizo entrega a las
autoridades policiales de un cheque para alquilar un edificio
donde estaría alojada la policía, que cubriría el salario anual
de quince policías profesionales, así como el gasto anual de
la unidad.
Con esta entrega, en cinco días estaba la unidad policial
montada con quince policías profesionales y un oficial de
alto rango al mando.
No era una policía al servicio de Douglas sino que venía a
llenar un gran vacío en la región, que por falta de
presupuesto no se había hecho realidad. Incluso la noticia
salió en los medios nacionales porque apuntaba a garantizar
la seguridad ciudadana.
167
Tres días después de inaugurada la sede policial
capturaron a los dos hermanos galleros a quienes hubo que
reducir por la fuerza por haber atentado contra la autoridad
y sus agentes haciendo uso de escopetas de cañón recortado.
Era evidente que Chatacity estaba viviendo una situación
nueva, totalmente desconocida por sus habitantes. La
detención de los galleros provocó una indagación más a
fondo y generó más detenciones, ya no por el vidrio
quebrado sino por el inusual sobre vuelo y aterrizaje al
menos una vez a la semana de una avioneta en la finca de los
mencionados hermanos galleros.
El pueblo estaba algo nervioso porque nunca había visto
a la especialidad canina de la policía entrando y saliendo en
varias casas del pueblo.
La cosa se complicó porque los perros identificaron y
neutralizaron en un galerón abandonado a un sujeto que no
era de Chatacity y que al igual que los hermanos galleros
estaba armado con escopeta calibre doce milímetros, cañón
recortado.
A partir de ese momento la situación pasó a ser
controlada por la especialidad de Droga Nacional, y todos
los capturados incluidos los hermanos galleros fueron
remitidos esposados hacia la capital. El detenido era el co
piloto de la avioneta, y trascendió que tenía nacionalidad
colombiana.
Después se supo que lo del vidrio quebrado no tenía nada
que ver con los criadores de gallos, sino que fue motivado
por un incidente entre uno de los hermanos galleros y su
esposa, ambos pasados de tragos, en donde salieron a relucir
recriminaciones y desafíos.
168
La esposa manifestó que prefería mil veces al Alcalde que
era un hombre elegante, y bien parecido a él que era un
desgreñado, mal oliente y que casi todos los días se
emborrachaba.
De todos modos el problema siguió y fue manipulado por
la asociación nacional de galleros que sacó un comunicado
en los periódicos arremetiendo contra Douglas, diciendo que
se trataba de un extranjero que quería limitar la libertad de
empresa en el municipio.
Douglas cortó por lo sano, diciendo que no polemizaría
con gente ajena al municipio. A la semana siguiente clausuró
las cuatro galleras del pueblo por considerarlas como un
foco de perdición y de crueldad.
Los hermanos galleros siguieron detenidos y los dueños
de las cuatro galleras se trasladaron con todas sus
infraestructuras al municipio contiguo donde no había
prohibiciones.
Los distribuidores nacionales de licor prefirieron la
negociación para regular la venta de licor en el mediano
plazo, aunque en realidad parecía que estaban tratando de
indagar hasta dónde llegarían las acciones del Alcalde, dado
que su distribución era nacional y no les interesaba
polemizar con una ciudad.
La primera derrota de Douglas se la dieron los padres de
familia que no concebían que un Alcalde se metiera en su
vida familiar de cómo organizar las piñatas de los niños.
Llegaron a la Alcaldía unos cuatrocientos padres de
familia y en un acto poco usual quemaron llantas y lanzaron
sus consignas a través de varios megáfonos. Ellos
argumentaban que se les estaba violando sus derechos de
169
familia, y que ni siquiera en sus casas podrían beber
tranquilos. Comentaban por el megáfono que era una falta
de respeto que un recién llegado quisiera destruir una
tradición de años, de sus padres y abuelos.
En una segunda fase del plantón se pusieron todas las
mujeres encabezando el grupo. Las mujeres a todo pulmón
coreaban frente a la oficina del Alcalde: “Alcalde, Alcalde,
entre el ser y el no ser, a usted lo que le falta es una mujer”.
Otras consignas un poco más groseras como la siguiente:
“Alcalde, Alcalde, usted nos trata como a matones, y
nosotros le decimos no nos gustan los maricones y tampoco
los cochones”. “Alcalde, Alcalde, lávese sus patas, y no se
meta con nuestros niños y sus piñatas”. Esta última era
cantada y estaba acompañada por tambores que ejecutaban
niños.
Douglas al oír estas consignas irrespetuosas y orientadas a
provocar un incidente salió al balcón y les dijo que la medida
no se iba a implementar.
Los sofocados marchistas se alejaron de inmediato, no sin
antes dejar pintadas las paredes con las consignas ante
anunciadas.
Ahora iba con los toros de lidia, pero esta vez fue más
radical ordenando el cierre del estadio para todo tipo de
presencia de toros en el mismo.
Nadie dijo nada, pero se sabía que este era el grupo
económico más violento y que no se quedarían con los
brazos cruzados.
En otro orden de cosas la refacción de la iglesia, iba a
todo vapor. Era evidente que le estaban dando buen uso al
170
cheque ya que habían conseguido gran cantidad de
trabajadores voluntarios para poder finalizar el trabajo,
incluso sacaron la noticia en los periódicos.
Una vez finalizada la obra y haciendo gala de
independencia de criterios, agradecieron la ayuda de
Douglas, y a continuación dejaron claro que no aceptarían
ofensas a Dios (así lo veían ellos) por quienes quieren
cambiar fechas sagradas y porque a alguien se le ocurra tiene
que trasladarse las sagradas conmemoraciones para los fines
de semana. La alusión fue directa para Douglas sin
mencionar su nombre.
Dos cheques recibieron los sacerdotes en carácter de
donación por parte de los criadores de toros, según
anduvieron comentando en mesas de tragos algunos de ellos.
La arremetida de los sacerdotes no se hizo esperar al
hacer saber a los fieles que ellos habían aceptado el cheque
de Douglas como Alcalde y como Iglesia y que eso no
afectaba para nada su independencia de criterios.
Además que agregaban de manera desafiante que como
iglesia no necesitaban dinero de nadie para enfrentar
posiciones como la del señor Alcalde que pretendía incidir
en las actividades de la iglesia. Se cuidaron de decir el destino
de los cheques de los criadores de toros, que por otra parte
no lo hicieron público.
Después de este discurso desafiante, los pobladores
consideraron que era una blasfemia querer cambiar fechas
sagradas.
Consideraban que la santa madre iglesia estaba siendo
atacada por un extranjero, que parecía no ser católico. En
verdad que en sus rostros se perfilaban imágenes de
171
guerreros de la edad media, que en lugar de espadas traían
machetes.
Se formó una aglomeración frente a la Alcaldía. Antes de
trasladarse hacia ese lugar pasaron por la iglesia y el
sacerdote les pidió conservar la calma, que el Alcalde no era
un enemigo de la iglesia, y lo estaba demostrando con
hechos como era el caso de la refacción de la casa de Dios.
Los pobladores estaban enardecidos, los ánimos se
presentaban muy caldeados y daba la impresión que se
trataba de acciones que se habían venido madurando desde
antes. Cogieron sus machetes y siguieron raudos hacia la
Alcaldía.
No se sabe cómo, pero, en un segundo se incendió la
camioneta del Alcalde y de inmediato estalló en llamas gran
parte del edificio de la Alcaldía, justo en la sala de sesiones
del Concejo y la oficina del Alcalde y Vice Alcalde. Hubo
que llamar a los bomberos de la capital del departamento.
Los manifestantes se retiraron, y luego serían fruto de una
fuerte reprimenda verbal de parte del sacerdote, quien
asumió como una ofensa a la iglesia lo que habían hecho sus
fieles.
En privado se sabía que había malestar por la debilidad de
la posición de las licoreras porque la venta de licor en las
fiestas patronales era la base de los ingresos para todos.
Es de suponer quienes eran los que reclamaban porque
en esto de las fiestas patronales hay mucho dinero en juego,
además que con tragos la gente gasta más y es más generosa.
Discursos van, sermones vienen y el asunto es que la
negociación con las licoreras se trabó. Trascendió que las
172
cosas estaban tomando un cariz más directo ya que era de
conocimiento de varios que los galleros habían entregado
una considerable suma de dinero a los concejales, al extremo
que les convenciera que había que destituir a Douglas.
Uno de los concejales, leal a Douglas, hizo la denuncia
pública y todos los interesados negaron rotundamente la
especie, inflando más el asunto con interminables discursos
que ni ellos se los creían.
Ante esta denuncia pública los concejales decidieron
detener cualquier tipo de acción contra Douglas. Fue así que
surgió otra embestida. Fueron los sacerdotes que se
trasladaron a la capital, lograron una audiencia con el jefe de
Migración y Extranjería, y en una semana estaban haciendo
maletas todos los extranjeros que se encontraban trabajando
sin autorización del Ministerio del Trabajo, en la asesoría de
Douglas.
Así quedaba descabezado el equipo de tecnócratas que ya
tenían todo listo para la ejecución de sus propuestas.
Douglas aguantó un mes más. Tenía el panorama claro y
estaba convencido que había doble moral en los ataques que
le hacían.
Cuando recibía los gritos e insultos de los padres de
familia que hablaban por sus niños, Douglas leía que
hablaban por la defensa del consumo de licor.
Cuando hablaban de tradición cultural, de identidad y
otras cosas parecidas Douglas leía que se trataba de no
perder regalías del poder económico, y de intereses
económicos propiamente.
173
Transcurrido el mes, Douglas presentó su renuncia la que
fue aceptada de inmediato por los concejales, quienes
procedieron a nombrar en su lugar al Vice Alcalde, un
antiguo empleado en las fincas de uno de los dirigentes de la
asociación de criadores de toros.
Hubo una semana de fiesta, sin que nadie supiera
exactamente por qué de la fiesta, pero era de suponer que se
trataba de festejar el triunfo de la libertad sobre el
autoritarismo.
Las galleras estaban desbordadas, incluso hicieron un
mini certamen departamental, lo que originó como es de
suponer una matanza de gallos.
Una fiesta gallera chorreando sangre en abundancia. Las
corridas de toro en lo fino, si hasta parecía fiesta nacional.
No se sabe de donde surgieron tantas piñatas y tanta
abundancia de licor.
Todo coincidió con las fiestas patronales que esta vez
como quien dice tiraron la casa por la ventana y en lugar de
dos días la hicieron de una semana.
Douglas decidió quedarse un mes más dado que tenía que
dejar en orden ciertos documentos y sus propias
propiedades.
Vendió su complejo habitacional por menos de la mitad
de precio a un comprador de la capital y se fue a vivir en una
casa pequeña que la tenía destinada a protocolo de la
Alcaldía.
Una tarde de fines de julio cuando comenzaban las fiestas
patronales, la Asociación de caballistas le rindió un emotivo
homenaje. Ellos siempre fueron sus aliados. Luego le
174
invitaron a inaugurar un desfile hípico que se llevaba a cabo
en el Estadio.
Al finalizar los hípicos, Douglas entregó el caballo y ya se
iba a retirar cuando al pasar por uno de los pasillos fue
tomado por la fuerza por cuatro sujetos que lo obligaron a
montarse en un toro y que de inmediato abriera la fiesta,
según decían entre risas.
El toro desde que abrieron la puerta comenzó a dar
brincos y casi enseguida arrojó al suelo a Douglas que quiso
incorporarse y correr, pero el toro lo embistió con sus
filosos cuernos justo a la altura de la columna.
De inmediato se desmayó. Como pudieron lo rescataron
los miembros de la asociación de caballistas y lo llevaron al
hospital departamental.
Tres días después era dado de alta, porque no había nada
que hacer, la columna no respondía. No podía mover los
pies. Solo podía moverse en una silla de ruedas.
En esos días los sacerdotes invitaron a misa por el pronto
restablecimiento de Douglas, un hombre- decían – lleno de
buenas intenciones.
Nadie olvida que entre los asistentes de la primer fila
estaba toda la directiva de la asociación de criadores de toros
los que uno a uno habló de la manera más que cínica para
defender la fiereza de los toros y recomendar prudencia a la
gente para que no se produzcan –decían- accidentes
lamentables como éste.
Nadie, mucho menos los sacerdotes, comentó como fue a
parar Douglas en el rodeo de toros, cuando ni siquiera sabía
montar.
175
En realidad la misa se parecía más a un acto de criadores
de toros que a una misa normal.
Mientras tanto, para Douglas su vida se le desplomaba.
Ya nunca volvería a caminar y la tendencia era a la
paralización completa del cuerpo.
Cuando preparaba maletas, para irse definitivamente a
Estados Unidos llegó un mensajero que no dijo quién lo
enviaba, pero que traía una correspondencia que decía
urgente en el sobre.
Douglas abrió la correspondencia, era una carta que en
sus párrafos centrales decía:
Sr. Douglas G. Smith:
Quiero presentarme. Yo hasta hoy era el gerente general
de la más importante licorera del país conocida como
Nubes del Norte S.A.
Don Douglas yo estuve presente en todas las gestiones de
las dos licoreras en el problema con usted como Alcalde.
Yo era el Delegado con plenos poderes encargado de
todos los contactos, gestiones y desembolso de dinero.
Las dos licoreras nacionales, me eligieron como su
representante para hacer frente a las acciones de Douglas
G. Smith.
Le escribo a manera de denuncia, porque tengo la
absoluta certeza que ellos son los que se encargaron de
todo, absolutamente de todo. Yo sólo lo ejecutaba. Tengo
en mi poder copia de todos los cheques emitidos, su
destinatario y el monto del mismo. Los pongo a su
disposición con mucha vergüenza, por el mal que he
hecho, para lo que estime necesario.
176
Los únicos que no fueron pagados por las licoreras
fueron los hermanos que quebraron el vidrio de su
camioneta, y no les apoyamos porque sabíamos que
tenían vínculos con el narcotráfico.
Don Douglas, cuando las madres insultaban en la
Alcaldía, eran impulsadas por sus maridos, los que habían
recibido en su mano, cada uno de ellos la suma de
doscientos dólares que les entregó en persona mi
asistente en la casa de un señor que después supe que era
el cuñado del Vice Alcalde.
Cuando los galleros protestaban les estábamos
respaldando con un cheque de cinco mil dólares que yo
mismo negocié con ellos.
Cuando los sacerdotes iniciaron su lucha y movilización
contra el Alcalde, quienes les entregaron dinero para sus
acciones fue la asociación de galleros que a su vez recibió
de las licoreras dos mil dólares para entregárselo a ellos.
Recuerda usted cuando uno de los sacerdotes decía que
no aceptaba chantajes en alusión directa a usted. Ese día
le entregamos cuatro mil dólares a la asociación de
criadores de toros para que se los entregara a los
sacerdotes.
Recuerda cuando los sacerdotes se fueron a hablar con
los jefes de migración. Los contactos se hicieron por
medio de las licoreras y más concretamente yo hice el
contacto y conmigo acordaron la fecha y hora de la
entrevista. Precisamente parte de los cuatro mil dólares se
usaron para acelerar las cosas, usted me entiende.
177
Su camioneta la incendió su propio chofer y yo le
entregué por medio de mi asistente la suma de mil dólares
para que lo hiciera.
Su casa, se la regalaron al Vice Alcalde como premio por
la cooperación, entre otras cosas por haber quemado
parte del edificio de la Alcaldía que usted había
construido con su dinero. Esa casa la compraron las
licoreras y si revisa los papeles el testaferro que aparece
comprando soy yo.
Dado que toda esta información se la hice llegar a las
autoridades de la iglesia y la policía tuve que renunciar
con carácter de urgencia y ya me encuentro con parte de
mi familia en los Estados Unidos, porque también mi
madre, al igual que la suya es norteamericana.
Antes de salir del país me di cuenta de la separación del
cargo de los dos sacerdotes por parte de las autoridades
eclesiásticas, porque según dichas autoridades los
sacerdotes actuaron al margen de la institución, es decir,
lo hicieron en su carácter personal, y no dieron cuenta a
nadie del motivo del dinero recibido, ni mucho menos
hicieron mención al mismo.
Para su información le dejo parte del comunicado de las
autoridades de la Iglesia.
…..el comportamiento de estos sacerdotes está muy
alejado de nuestras prédicas y eso lo hemos demostrado
por siglos. Queremos ser enfáticos, nuestra iglesia
funciona para servir al prójimo, no para destruir y mucho
menos para servir a oscuros intereses.
Nosotros como iglesia no necesitamos escudarnos en
ningún poder económico para enfrentar a quienes se
178
oponen a nuestros postulados espirituales. Nos respalda
el Todopoderoso y nadie más.
Pedimos disculpas públicamente a quienes la conducta de
estos sacerdotes haya afectado. Muy especialmente al Sr.
Alcalde por quien elevamos nuestras oraciones por su
restablecimiento en su quebrantada salud.
Don Douglas, no deseo opinar sobre este comunicado
porque no quiero seguir equivocándome. Sólo se lo
entrego para su información.
He renunciado a todos mis cargos y me voy con un peso
en la conciencia que dudo me lo pueda sacar de encima.
Finalmente quería decirle que cuando escribo estas líneas
siento la sensación que me aplasta un tren, pero tenía que
hacerlo porque todavía me queda algo de humano.
Douglas finalizó de leer aquella espeluznante confesión y
recordó con nitidez las palabras de don Jaime, aunque ya era
demasiado tarde: “Las fuerzas más tenebrosas, no obstante
son las del gran capital, las que tienen expresión nacional,
esas pueden hacerle la vida imposible sin dar la cara”.
El pito de la camioneta de don Jaime lo hizo volver a la
realidad porque ya era hora de partir.
Ya no había nada más que comentar, sólo que al partir
recordó aquellas palabras de su ex esposa Deborah, que se
expresaba muy mal de los habitantes de Chatacity, sobre
todo por su falta de interés por el trabajo y por los días y
días perdidos bebiendo licor en fiestas religiosas, que de
religiosas poco tenían según decía ella.
Aquellas palabras, motivo de varias discusiones ahora se
le venían a la mente y no se le quitaban del recuerdo:
179
“Douglas, no seas ingenuo, que los muros de piedra no son
buenos para estrellar la cabeza”.
También recordaba como insistía con el muro de piedra,
en donde ubicaba a los pobladores y sus autoridades y
reiteraba, recuerda que tienen doble discurso así que la frase
completa para que la guardes en tus anotaciones y la puedas
leer al final de tus aventuras es: “El muro de piedra pide
disculpas a la cabeza que se estrelló”.
180
LAS CHATARRAS QUE EL VIENTO SE LLEVÓ
REGRESAN CON SORPRESAS
La actividad de recolección y venta de chatarras es
relativamente reciente en Centroamérica. A nivel público
algunos gobiernos del área han adquirido notoriedad al
vender los ferrocarriles y las vías férreas como provocando
así posiciones encontradas.
El relato se centra precisamente en la dinámica de la
recolección de chatarra, peligros y sorpresas que a veces
conlleva, y se ubica en un municipio rural cercano a las
fronteras de tres países de Centroamérica.
La pobreza y extrema pobreza en los bordes fronterizos
forman parte de la vulnerabilidad económica que desemboca
en desocupación, trabajo infantil, contrabando,
despersonalización e incluso hasta trasiego de armas, drogas
e indocumentados.
Los habitantes de este borde fronterizo han encontrado
en la recolección y venta de chatarra una forma de
subsistencia.
En el borde fronterizo propiamente hay muy poca
chatarra por lo que tienen que ir a buscarla en el área más
rural, y hasta montaña adentro.
A veces compran la chatarra, en otras se las regalan o la
recogen de lugares que han sido depositadas como desechos.
También existen casos en donde la recolección limita con
el delito como es el robo de cables de electricidad de alta
tensión, o las piezas de hierros angulares de las torres de luz,
181
y en casos extremos hasta portones de hierro de ingreso a las
fincas.
Desde hace unos cinco años la comercialización de la
chatarra ha sido monopolizada por un ciudadano de origen
búlgaro especializado en esa rama.
Realmente lo de su nacionalidad nunca quedó claro. Si
bien él siempre dijo que era de origen búlgaro, en la policía
nos comentaron que su nombre era Thomas W. Bendall
Brown, y que si bien había vivido mucho tiempo en Bulgaria,
su origen era inglés.
Sus más allegados le llaman Tomás, pero aquí todos lo
conocen como el Rey de la Chatarra. Es un personaje
simpático, de ojos brillantes particularmente si habla de
negocios. Su aspecto físico llama la atención con casi dos
metros de estatura, con su cabello rubio largo, amarrado con
una moña, con fuertes músculos propios del levantamiento
de pesas que es su deporte favorito.
El Rey de la Chatarra es un comerciante nato y por sus
iniciativas bastante respetado. No faltan los comentarios,
como los que se dan en todos lados, acerca de que este señor
tenía un pasado turbio, que anduvo como mercenario “en
unas guerras de Europa”, como decían ellos, sin poder
precisar en qué parte de Europa. No obstante lo
comentarios en poco afectaron la gestión empresarial de este
personaje, cuya decisión de trabajar y salir adelante fue
contagiando a los pobladores que ven en él un empleador, es
decir una buena fuente de trabajo.
El Rey de la Chatarra se las arregló para en menos de un
año hablar de manera fluida el castellano, y adaptarse en el
marco de lo posible a las costumbres locales.
182
Tiene cuatro centros de recepción y acopio de chatarra.
Todos están ubicados en un mismo predio pero con
entradas diferentes. “Chatarras del puente” está dedicado a la
compra de acero. “Chatarra más chatarra” a la adquisición de
hierro. “Chatarreando aluminio” a la comercialización de
aluminio. “Chatarras del cobre y bronce” a la
comercialización de cobre y bronce. El edificio, en donde
están las oficinas y la parte logística se le conoce como
“Chatarreando con el Rey”.
Ha puesto a disposición de los chatarreros el alquiler de
megáfonos, bicicletas, motos, triciclos, carretones sin
caballo, carretones con caballos, camionetas y camiones.
Además les entrega su celular a cada uno bajo se
responsabilidad por extravío o deterioro. Esto último para
establecer el control de su desplazamiento. Por su parte, el
Rey junto a una de sus esposas se encarga de introducir el
máximo de información en la computadora, siempre
separando los rubros. Lo mismo hacen de manera particular
los cuatro empleados que tiene en los centros de acopio.
El Rey de la Chatarra tiene el monopolio de la
recolección y venta. A través de sus propios contactos ha
establecido una red de distribución de hierro, acero, cobre y
aluminio en todo el país y más allá de las fronteras.
Existen otras opciones, que funcionan como alternativas
de los que prefieren establecer sus propios equipos y
trasladar la mercadería por puntos ciegos de la frontera,
aunque como es sabido esto conlleva riesgos de índole
diversa.
También hay un aspecto anecdótico de este tipo de
actividad. Vamos a acompañar con el relato a uno de estos
183
equipos de chatarreros cuando se internan en la montaña.
Nos desplazamos en un cuadriciclo que nos ha
proporcionado el Rey.
Entre las anécdotas más destacadas que ilustran el
entorno de la comercialización de chatarra se encuentra el
caso de un señor de setenta y seis años de apariencia normal
que había llegado hasta el pueblo para hablar de negocios
con el Rey de la Chatarra. Explicó en qué consistía su
chatarra y solicitó que fueran por ella.
Florentino era el nombre de este señor de aspecto
elegante, bien vestido, con ademanes finos. Su forma de
vestir y de expresarse indicaba un perfil más de habitante de
la ciudad que del campo.
Se traba de un Ingeniero bastante conocido en el medio
profesional, según supe.
El Rey envió un camión a la finca de don Florentino. Al
llegar a los trabajadores les llamó la atención que había una
selección previa del material y las piezas estaban ordenadas
según tamaño, en tanto que las tuercas, arandelas y tornillos
habían sido empacadas en bolsas plásticas. Eran
fundamentalmente piezas de maquinarias y vehículos.
Se negoció los precios y la calidad de los mismos, se pesó
todo el material y luego se acordó el pago total. Una vez
aceptada por ambas partes se facturó, y se le pagó al contado
a don Florentino.
Se hicieron cuatro viajes con las piezas de chatarra.
Regresamos por quinta vez sólo para retirar las llantas del
tractor y del camión que ocupaban bastante espacio. Al
ingresar al patio encontramos que estaba la policía junto a lo
que quedaba por retirar.
184
Ahí se encontraba una señora de unos sesenta y cinco
años, la que elevaba sus brazos al cielo, se tomaba la cabeza
con ambas manos y golpeaba y golpeaba en el suelo con su
pie derecho.
Cuando descendimos del camión nos vamos enterando
del conflicto que se estaba presentando. Resulta que don
Florentino estaba internado en el hospital siquiátrico, por
serios problemas de disturbios, y pérdida de memoria.
Dado que había unos cuantos días feriados por la Semana
Santa, en el hospital procedieron a dar de alta de manera
provisoria a aquellos enfermos que no fueran peligrosos para
la sociedad, ni que sufrieran depresiones intensas que
pudieran afectar su vida.
Fue así que don Florentino regresó a la finca. Su esposa,
que estaba un poco cansada de soportarlo, decidió irse a la
casa de sus ancianos padres en la profundidad de la
montaña, como a seis horas en lomo de mula.
Don Florentino había organizado sus ideas de una
manera práctica. Decía que si él era el que usaba el carro, un
volvo casi nuevo, el tractor con diez meses de uso, y el
camión con tres años de uso, que lo mejor era que los
vendiera, porque no se les estaba utilizando.
Don Florentino no quería saber nada de los desarmes,
porque esos según decía “son pistoleros”. De manera, que se
buscó un mecánico que los desarmó pieza por pieza y los
vendió como chatarra.
Si no fuera trágica y dramática esta decisión podría verse
como cómica. En realidad la venta estaba en regla con la
185
debida factura y el precio puesto por el vendedor pagado al
contado.
No había forma de revertir la venta, no tanto por los
aspectos formales sino que piezas de gran valor habían sido
partidas en dos o en tres pedazos, tal es el caso de los
motores que como ocupaban mucho espacio los aplastaron
con máquinas especiales, porque se pagaba igual, enteros o
quebrados. Entonces, si los motores estaban destruidos ya
no tenía sentido intentar una devolución.
Don florentino fue llevado de inmediato al hospital
porque si bien su conducta no era agresiva se había vuelto
temeraria.
Mientras tanto todos corríamos pasándole agua y té de
manzanilla a la señora, que estaba casi en estado de shock.
Aquí mismo, mientras despachaban a don Florentino me
comentaban, que se dan casos de conductas delincuenciales
en esto de la recolección de chatarra.
Hace un par de años, me comentaban, que tres peones de
tres fincas diferentes, de manera irresponsable autorizaron a
los chatarreros cortar los hierros angulares de las torres de
alta tensión de electricidad.
Dicen que los chatarreros les alentaban para la decisión
diciéndoles que no le estaban haciendo mal a nadie porque
no era el pie de la torre lo que cortaban, sino sus hierros
angulares, además se podían ganar unos pesos extras, porque
al fin y al cabo los salarios que recibían no les daban para
nada. Los peones sin más ni más autorizaban la depredación.
Más recientemente, tuve la oportunidad de ser testigo
como unos chatarreros clientes del Rey robaron el portón de
186
hierro de un corral y se fugaron más de cincuenta caballos
puros que luego atravesaron la frontera, con tan mala suerte
que la mayoría fueron destazados por bandoleros rurales,
para la venta clandestina de carne de caballo.
El año pasado hubo un gran incidente y hasta estuvo
detenido el Rey porque unos sujetos que le vendían chatarra,
que después resultaron ser delincuentes buscados a nivel
nacional, cortaron un puente de hierro que comunicaba a
una comunidad con el resto del municipio.
El asunto es que jamás apareció el puente ni los sujetos
que parece que atravesaron la frontera. El Rey para evitar un
conflicto mayor terminó armándoles otro puente a punta de
chatarra.
Los ejemplos anteriores son anécdotas del entorno de la
búsqueda y venta de chatarra. Lo que se expone
seguidamente forma parte del quehacer de la misma, en la
que se entrelazan el interés comercial, la codicia y el perfil
delincuencial de algunos de sus participantes.
El comercio de chatarra si bien ha sido monopolizado
por el rey, también existe como se decía en otro momento
opciones individuales como es la que se relata a
continuación.
Quisiera relatarles un dramático caso de tres amigos
asociados. Eran gente trabajadora y honrada, eran amigos y
habían asistido a la misma escuela.
Se trata de tres amigos que decidieron unir esfuerzos para
montar una mini empresa para recoger chatarra.
Tenían los recursos como camionetas, megáfonos,
carretón con caballo y poseían un par de galerones para el
187
depósito de la mercadería, por lo que procedieron a dar sus
primeros pasos.
Recorrieron toda la parte de más difícil acceso del
territorio, por ser una zona algo pantanosa. Precisamente en
todo el sector en años anteriores existieron grandes
arroceras, que pertenecían a un señor de origen alemán, ya
fallecido.
Es en los restos de los edificios de una de estas arroceras
que se produce parte de este relato que reviste especial
interés por el tipo de chatarra existente. Prácticamente se
trata de un lugar deshabitado, lleno de malezas.
A pesar del estado de abandono la gente no
acostumbraba a llegar a ese lugar. Aunque han pasado varios
años la gente no olvidaba la forma en que este señor llamado
Klaus aterrorizada a la gente que por lo general a pedir
comida.
Poseía una jauría de furiosos perros alemanes. Comentan
que una niña al ser agredida por los perros sufrió un ataque
de epilepsia y los perros la despedazaron.
El señor Klaus no estuvo preso porque llegó a un
acuerdo económico con la familia de la niña muerta, además
adujo que la agresión fue dentro de su propiedad.
Comentan los pobladores que era un señor muy
disciplinado, exigente y así trataba a los peones y el que no
aceptaba las reglas del juego, ahí nomás lo despachaba.
Todo el tiempo se hacía acompañar por un perro pastor
alemán que no se le despegaba, y que no permitía que nadie
se le aproximara por detrás al mencionado señor.
188
Durante años cosechó arroz en cuatro gigantescas
arroceras.
Ya anciano, sin hijos y sin mujer conocida, murió ahí
mismo en una de las arroceras, rodeado de perros y armado
hasta los dientes. Era un hombre solitario y con una vida
personal impenetrable.
Una vez, dicen que un mandador le preguntó si había
tenido mujer e hijos y el señor lo quedó viendo fijo, se fue
quedando rojo, rojo, y no dijo nada. Nunca más le
preguntaron algo de su vida personal.
Cuando falleció ya hacía como tres años que no
cosechaba arroz y toda la maquinaria se había ido
destruyendo. Dicen que algunas las compraron como
chatarras, antes de fallecer.
El señor Klaus había ordenado todo ese material en una
verdadera montaña de ciertas piezas viejas, engranajes,
pedazos de arados, cadenas, rastras, discos de tractores y
muchos rollos de alambre de púa.
Los tres amigos llegaron al lugar, ubicado al borde del
camino principal, y dado que estaba en total abandono y la
casa derruida, procedieron a cargar todo en su camión en un
solo viaje, absolutamente abarrotado.
El otro galerón habían logrado llenarlo con alambre de
cobre que pudieron obtener en una empresa de
electrificación rural.
Después de días de ofertas y contraofertas, y con algunos
roces con la gente del Rey de la Chatarra, finalmente la
empresa se las adjudicó a ellos. Luego procedieron a
quemarlo y se quedaron solo con el alambre.
189
Prácticamente tenían un viaje completo para pasarlo por
un punto ciego de la frontera. En este sentido ya tenían
adelantadas las conversaciones con un gestor que habían
conocido en esos días.
Este gestor les solicitó la discreción correspondiente por
lo delicado del movimiento de país a país y porque las
autoridades estaban algo rígidas ya que entre la chatarra a
veces iban piezas de vehículos robados.
Los tres amigos le garantizaron discreción y cinco días
después comenzarían el incómodo traslado. El gestor les
proporcionó veinticinco mulas debidamente equipadas las
que se las alquilaba y al igual que el resto de la gestión debía
ser pagada por adelantado. Era bastante caro lo que cobraba
el gestor, pero en realidad estaba haciendo la gestión y
proporcionando las mulas, así que los tres socios aceptaron
la oferta.
Todo había que trasladarlo en una noche y así se hizo. El
gestor iba delante de la comitiva y los tres socios en la parte
final.
No se podía encender focos, ni hablar, ni fumar, ni oír
música. Ya habían caminado unas cuatro horas, de pronto
las mulas se fueron deteniendo hasta no dar un paso.
Los tres socios se quedaron algo sorprendidos, y no tardó
ni cinco minutos la aparición del gestor caminando casi a
rastras. Amigos, amigos, hay un retén militar adelante.
Tenemos que tener mucho cuidado.
Los militares no nos divisaron y parece que están
bebiendo porque se pudo oír risas y vivas y hasta aplaudían.
Ellos no actúan nunca así, pero cuando andan ebrios se
ponen peligrosos.
190
Amarré bien las mulas de adelante dijo el gestor, así que
no hay problemas. Lo que tenemos que hacer es alejarnos
unos doscientos metros, hacia atrás, por las dudas que los
militares observen algo.
Los tres socios aceptaron la sugerencia, y no notaron que
habían caído en una trampa. En realidad el gestor era un
delincuente, y los que estaban adelante no eran militares sino
otros tres delincuentes que ya se habían llevado las mulas en
la oscuridad. También en un abrir y cerrar de ojos
desapareció el gestor.
Eran en realidad unos tumbadores de chatarreros y
contrabandistas, tal como existe la jerga en el narcotráfico.
Toda la chatarra había caído en manos de estos
tumbadores de chatarreros, que ya llevaban gran distancia y
habían tomado un rumbo distinto al que traían. Ahora ya no
iban hacia Costa Rica, sino para Honduras.
Los tres socios quedaron absolutamente desesperados, y
nada podían hacer y mucho menos llamar a la policía porque
su actividad era ilícita.
Los tres tumbadores de chatarreros llegaron esa misma
noche a un campamento provisorio que tenían en medio de
la selva.
Al día siguiente, ya más descansados siguieron viaje hasta
llegar a dos grandes galerones que tenían en las afueras de la
ciudad del otro lado de la frontera.
Los tumbadores comentaban que era un buen botín
porque más de la mitad era de cobre y éste se pagaba muy
bien y ya tenían el comprador.
191
El resto de la chatarra normal, con excepción de unas
cajas fuertes, pedazos de cajas fuertes que por cierto en el
viaje molestaron bastante y no las botaron para no dejar
rastros.
El sujeto que hacía de gestor era también soldador, así
que se abocó por orientación de los tres socios tumbadores a
cortar con la soldadura estas partes de cajas fuertes.
Así se hizo y pasado el mediodía ocurrió algo increíble,
increíble. Uno de los pedazos de las cajas fuertes tenía tres
falsos fondos, es decir, un fondo con tres compartimentos
por debajo.
El segundo y el tercer fondo estaban absolutamente
llenos de lingotes de oro debidamente arreglados y
empacados con un papel especial, que los conservaba
intactos. Según comentaban cada lingote tenía un peso
aproximado de tres kilogramos.
Era indescriptible aquella situación. Los cuatro sujetos
estaban paralizados y no atinaban siquiera a tocar los
lingotes. Naturalmente, estaban ante varios millones de
dólares.
Antes de continuar con el comportamiento de los sujetos,
me permito explicar un poco el origen de los lingotes,
información que obtuve en varias fuentes, todas ellas
coincidentes.
El señor Klaus del que les hablé antes había huido de
Alemania antes de ser derrotado Hitler. Su padre era el
encargado entre otras cosas, de administrar ciertos recursos
que iban ocupando en la guerra. Aparentemente estos
lingotes provenían de un banco, los que no declaró.
Posteriormente los escondió y al tiempo envió a su hijo al
192
extranjero con el pretexto de curarse una grave enfermedad.
Con la derrota de Hitler a través de enlaces debidamente
compensados, le hizo llegar la preciosa carga a su hijo que ya
radicaba en América Central.
El señor Klaus fue muy discreto en su vida y se cuidó de
usar haciendo gala de mucha cautela los lingotes ya que aún
estaba relativamente cerca la desaparición de Hitler, y a él
mismo las autoridades locales le habían interrogado varias
veces sobre las razones por las que había emigrado a
América Central, y qué hacía antes de llegar a aquí, etc.
Todo indica que cuando falleció de infarto, las cajas
fuertes estaban guardadas y que se deterioraron con el
tiempo, seguramente fueron abiertas, saqueadas y
posteriormente terminaron en la basura.
Se preguntarán acerca del destino de los nuevos
millonarios. Como dice la canción “La vida nos da sorpresas,
sorpresas nos da la vida”.
Dicen que repetían una y otra vez “Así da gusto tumbar
chatarreros, vida para que sea eterna, etc.” Luego
prorrumpían en grandes risas que se escuchaban desde
varios metros.
En realidad los lingotes de oro les trajeron mala suerte a
los tumbadores. Uno murió de infarto porque escondió los
lingotes en el patio de la casa.
Vivía cerca, muy cerca de un rio, pero el agua, aún
desbordada éste, jamás había llegado hasta su casa. Quiso la
coincidencia que una gran roca se desprendiera en
momentos que llovía intensamente lo que provocó el
desborde del rio.
193
El agua se pasó llevando parte del patio de su casa
incluyendo las piedras debajo de las cuales el sujeto había
escondido los lingotes envueltos en papel de aluminio.
También los lingotes se fueron en la feroz correntada que
también se llevó dos casas vecinas.
El segundo tumbador escondió los lingotes en un cilindro
de gas de cien libras que ya no servía. Tuvo una emergencia
grave por un ataque de peritonitis y fue internado de
urgencia en el hospital donde permaneció cinco días.
Su esposa que era enemiga de los trastos viejos aprovechó
su ausencia para botar el cilindro y otras cosas inútiles a la
basura, cosa que se facilitó porque había una jornada de
limpieza en el vecindario.
El tumbador estuvo una semana detenido porque aún
con su operación de apendicitis tuvo las fuerzas para darle
de golpes a su mujer, aunque ésta no pudo enterarse del
motivo.
El tercer tumbador tenía pésimas relaciones con su
esposa. Ella era la dueña de la vivienda y cada un tiempo le
expulsaba. Por razones de seguridad, entonces, le hizo un
doble piso al depósito de la llanta de repuesto del carro y ahí
guardó los lingotes.
Llevó como siempre a guardar el carro en un garaje de
alquiler, pero con tal mala suerte que después de un tiroteo
durante la noche, cuatro encapuchados que huían de la
policía tomaron el carro a punta de pistola, y se lo llevaron
con rumbo desconocido.
Nunca pudieron agarrar a los ladrones y del carro
tampoco se supo, aunque se presume que lo lanzaron en una
194
laguna de origen volcánico bastante profunda ubicada en las
afueras de la ciudad.
El que hizo de gestor era un bebedor consuetudinario, y
cuando estaba ebrio hablaba más de la cuenta.
Primero tuvo problemas con los otros dos tumbadores al
extremo que salieron a relucir pistolas ya que en reiteradas
oportunidades el gestor comentaba en mesa de tragos que la
misma cantidad de tres mil dólares que les había cobrado a
los tumbadores se la había cobrado a otra persona.
Los ladrones se tomaron en serio la información que en
reiteradas veces había manifestado el gestor tumbador en el
sentido que poseía un bolso con lingotes de oro y que lo
guardaba en su casa.
A punta de pistola entraron en su casa y luego de
interrogarlo acerca de donde escondía el bolso, procedieron
a darle un mortal balazo en la cabeza con pistola con cañón
con silenciador.
Días después caerían también ellos en un tiroteo con la
policía que los tenía totalmente identificados porque el
gestor tenía cámaras de seguridad en toda su casa.
Mientras tanto, allá del otro lado de la frontera el Rey de
la Chatarra seguía siendo el rey, y no dejaba de gritarlo a los
cuatro vientos, aunque algunas señoras que les gustaba hacer
comentarios, decían que era más bien “el rey de los viejos
chanchos”, porque ya tenía tres mujeres y la más joven con
diecisiete años, mientras él tenía sesenta y cuatro.
Agregaban a manera de sorna que el Rey se llenaba la
boca diciendo que esta jovencita estaba perdidamente
195
enamorada de él, y ellas agregaban entre risas que se
emocionaban por tanta ternura juvenil.
Cuando finalizaba de escribir este relato llegó alguien en
carrera y tocó apresuradamente mi puerta. Era un empleado
de Rey que vivía a la par de donde estoy alojado.
Tenía los ojos muy abiertos y lucía asustado y no era para
menos porque la policía acababa de llevarse al Rey de la
Chatarra con un despliegue aparatoso.
Serafín, que es mi vecino, luego que le proporcioné un
vaso de agua comenzó a hablar sin que yo le preguntara. Me
comentó cosas para mi eran totalmente desconocidas.
El famoso gestor de los tumbadores, que ofreció el
servicio a los tres socios era en realidad un empleado del
Rey, quien por otra parte no les perdonaba lo de la compra
del alambre de cobre a la empresa de electrificación rural.
Dice Serafín que el Rey le entregó delante de él nada
menos que tres mil dólares para que localizara y convenciera
a los tres amigos chatarreros, y que luego buscara gente para
tumbarlos.
Por su parte los tumbadores, del otro lado de la frontera,
según había comentado el Rey bastante molesto, le habían
pagado igual cantidad a este gestor para que hiciera lo
mismo. Con el agregado que ellos le habían proporcionado
las mulas.
Según me informan, una vez que los cuatro se habían
convertido en millonarios de oro puro, cada quien tomó su
camino.
Como manifesté antes, el gestor cuando se embriagaba
hablaba más de la cuenta y contaba riéndose que entre el Rey
196
y los tumbadores le habían pagado seis mil dólares para
hacer el mismo trabajo. Eso los tenía furiosos a los dos
sobrevivientes tumbadores al extremo que lo andaban
buscando para matarlo.
El gestor que conocía bien a los demás sujetos vio que la
cosa iba en serio, así que una noche lluviosa, tomó su bolso
con lingotes, atravesó la frontera y buscó al Rey.
Les explicó sus temores y la certeza que iba en serio. Lo
que le solicitó al Rey era que le buscara donde ocultarse y de
paso dónde ocultar el bolso.
El Rey sabía que el sujeto no tenía otro lugar a donde ir
así que fue tajante, si compartían la mitad del contenido del
bolso le buscaba de inmediato un buen refugio y le guardaba
el bolso bajo siete llaves.
El gestor aunque a regañadientes, tuvo que aceptar,
porque tenía que regresar atravesando la frontera y temía que
los tumbadores le estuvieran siguiendo.
En esos días el Rey se había negado a comprarle una casa
a los humildes padres de su joven mujer, respondiéndole de
malas maneras. Eso la tenía muy molesta a la joven, y juraba
y re juraba que eso no se iba quedar así.
Del otro lado de la frontera los ladrones que mataron al
gestor y se llevaron el bolso que en realidad no tenía los
lingotes, porque éstos estaban bajo siete llaves como decía el
Rey.
Lo que se llevaron fueron láminas de hierro
cuidadosamente envueltas y con el color del oro, todo ello
fruto de las ideas del Rey.
197
El Rey andaba algo así como taciturno, preocupado y de
mal humor. La muchacha hizo el último intento por lo de la
casa para sus ancianos padres, y el Rey le dijo que no le
volviera molestar por ese asunto y que si querían casa que
fueran a trabajar, que él no era el padre de los pobres.
Eso molestó a la muchacha al extremo que le amenazó
con irse, entonces el Rey la tomó del pelo y la lanzó contra
unas chatarras provocándole una fea herida a la altura de la
oreja derecha.
El escándalo siguió y tuvo que intervenir la policía. La
joven se sentía muy humillada, así que en la policía relató lo
de la agresión y lo complementó con otra información que
puso a la policía en alerta.
Ella había oído toda la conversación que el Rey tuvo con
el gestor, cuando buscaba como esconder el bolso con los
lingotes.
La policía a través de una orden de allanamiento buscó y
rebuscó entre las miles de toneladas de chatarras pero no
logró encontrar nada.
El Rey fue liberado y hasta le pidieron disculpas por
aquello que “Estas muchachas jóvenes confunden las riñas
familiares con asunto de negocios”.
Las cosas se calmaron y el Rey expulsó de su casa a su
joven mujer. Una semana después el Rey de la Chatarra
desaparecía sin dejar rastros. A los tres meses, apareció la
noticia en internet: “La Policía Internacional (INTERPOL)
informaba que finalmente había sido capturado peligroso
mercenario búlgaro acusado por múltiples crímenes
internacionales, particularmente en Serbia en donde había
dirigido ejecuciones masivas”.
198
Ahí mismo se publicaba la foto, que días después sería
impresa y puesta en todas las paredes de la policía del
pueblo. Del bolso con los lingotes de oro no se hacía
referencia.
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EN LA MONTAÑA SOMOS ASÍ, FAVOR QUE NOS
HACEN, FAVOR QUE REGRESAMOS
La vida en las montañas de Centroamérica transcurre casi
siempre entre las limitaciones económicas y la inseguridad
ciudadana. El presente relato es apenas un modesto ejemplo
en el que se entrelazan la pobreza, las migraciones y la
violencia como un mecanismo nefasto de resolver conflictos.
Nos ubicamos en el norte de Nicaragua, específicamente
en las montañas de Zinica, por el lado del municipio de
Waslala. En las inmediaciones de esa montaña, Ramón y
Eva, dos campesinos casi adolescentes se unieron en pareja,
y como carecían de vivienda se quedaron a vivir en la casa de
los padres de Ramón.
Los padres de Eva vivían aún más modestamente que los
papás de Ramón, así que aceptaron la invitación y se
quedaron a vivir mientras conseguían una vivienda.
El tiempo transcurrió, los hijos vinieron y finalmente
cumplieron diez años viviendo con los padres de Ramón.
La vida era dura, Ramón como machetero recorría a pie
grandes distancias haciendo trabajitos pequeños de uno o
dos días.
Cuando lo entrevisté me comentaba que en los últimos
tres meses había hecho trabajos en las comunidades de
Waslala, en Yaró Central, la Pozolera, en el Naranjo, los
potrerillos, el Corozal y hasta en Caño los Martínez. Lo más
dramático era que apenas le daba para medio comer.
200
En el hogar las cosas no funcionaban bien por las
constantes discusiones entre Eva y la mamá de Ramón. Esas
discusiones casi siempre tenían que ver con la conducta de
los niños y la forma en que la mamá de Ramón reaccionaba.
Eran dos varones y dos niñas de tres, cuatro y seis años.
Las niñas eran gemelas, y eran las de seis años.
Cuando la situación estaba más tensa en las relaciones
familiares, Ramón trajo la noticia de que cuatro amigos de
Yaró Central habían hecho contacto con otro amigo que
antiguamente vivió en la región, que estaba dispuesto a
buscarles una vida nueva.
Eva le preguntó a Ramón en qué consistía ese
ofrecimiento, por lo que Ramón le respondía que no sabía
exactamente, sólo que había que viajar, quizás podría ser un
trabajo en barco, pero hay que esperar decía Ramón.
Al día siguiente todo quedó claro, la persona del mensaje
de la vida nueva se dedicaba a trasladar gente indocumentada
hacia los Estados Unidos, es lo que se conoce como
Coyotes. En otras palabras viajar a Estados unidos de
manera ilegal como “mojados” que le dicen.
La noticia los estremeció a todos, pero en realidad no
tenían otras opciones y la miseria cada vez era mayor.
El Coyote cobraba cinco mil dólares y había que pagarle
por adelantado. En realidad eran dos mil quinientos, pero
Eva también viajaría.
El problema era que no tenían el dinero, así que le
solicitaron un crédito al coyote, y éste accedió, recordando
que el mismo había viajado hasta México, escondido en
medio de cientos de sacos de café.
201
El acuerdo es que se lo pagarían en Estados Unidos, en
cuanto tuvieran trabajo.
Ramón y Eva estaban preocupados por los niños, sobre
todo Eva que no confiaba en la madre de Ramón, porque
muchas veces, no les quería dar comida.
Los padres de Eva vivían en humildes chozas en el
interior de la montaña, un lugar que solo se podía llegar a
pie, y con riesgos múltiples que iban desde serpientes hasta
bandoleros rurales.
Finalmente decidieron que se quedaran con los padres de
Ramón.
Decían que en cuanto comenzaran a trabajar les enviarían
dinero, pero no valoraban la forma en que lo harían con
unos padres ancianos, analfabetos en medio de la montaña.
Ramón y Eva tenían planeado trabajar un tiempo, recoger
cierto dinero y regresar por los hijos. También tenían
presente el pago al Coyote de los cinco mil dólares.
Finalmente llegó el día y Ramón y Eva partieron en busca
de un nuevo futuro, con iguales expectativas de los miles y
miles de migrantes de nuestra América. No sabían cuál era
su destino final, sólo que se dirigían hacia los Estados
Unidos.
Después de mil peripecias lograron ingresar
clandestinamente a los Estados Unidos. El ser
indocumentado en los Estados Unidos es bastante grave, así
que Ramón estaba consciente de ese riesgo.
A los dos meses a Eva la contrataron para trabajar de
cocinera en una empresa de construcción por el lapso de dos
202
meses. Al tercer mes vino otro contingente de trabajadores y
Eva fue trasladada a otro campamento un poco más aislado.
No había transcurrido una semana de trabajo cuando
entre otro cocinero y un capataz la violaron toda una noche,
y le daban de beber a la fuerza por si los querían acusar ellos
tendrían su favor su estado de ebriedad.
En la mañana el capataz se lo advirtió, poniéndole un
cuchillo en la mejilla, que se decía algo, la denunciaría a la
migra de inmediato. Eva lloraba en silencio y estaba
convencida que la denunciarían a la migra.
A cambio de su silencio el capataz siguió violándola por
casi una semana. Las cosas tocaron fin por disputas con el
otro cocinero que le dijo al capataz que no quería problemas
con la migra porque es también podría tener problemas,
pero dada la intransigencia del capataz el cocinero se lo
informó al gerente.
El Gerente de la Empresa, de nacionalidad
norteamericana, trató el asunto con toda discreción, le dio
seguridad a Eva que no haría la denuncia para que no la
perjudicara como indocumentada, le dio mil dólares y la sacó
también discretamente del campamento.
Eva regresó a la habitación que compartía con Ramón y
se lo contó todo, en el entendido que su esposa la apoyaría.
Todo lo contrario, Ramón se puso como una fiera
acusándola de haberse entregado en orgía con dos hombres
por el miserable pago de mil dólares.
La situación entre ambos se volvió intolerable. El se
negaba a tener relaciones sexuales con ella y en sus palabras
“cuidado me pasa una enfermedad y termino pagando los
platos rotos”.
203
Esos mil dólares Eva decía que se lo entregaran al coyote,
pero Ramón se negaba tajantemente, porque era inmoral
entregarle ese dinero sucio a alguien que había sido tan
buena gente con ellos.
Eva lloraba desesperada y en medio del sufrimiento
recordaba a sus pequeños niños, en manos de una señora
mezquina como la madre de Ramón.
Ramón se sentía resentido con Eva y no compartía con
ella nada del dinero que ganaba. Incluso en su misma casa,
un sábado mientras compartía tragos con sus amigos tuvo la
maldad de afirmar en no creía en eso de las violaciones a las
mujeres en los trabajos, y que más bien eran las mujeres que
por conseguir un trabajo mejor o ganar más que se prestaban
al juego y luego se hacían las santas.
Las afirmaciones de Ramón eran temerarias y tuvo que
intervenir el pastor para que Eva no abandonara la casa. Días
después sería la policía quien le salvaría cuando estaba a
punto de ser violado.
Ramón había sido detenido por estar cortejando a una
obrera agrícola. Eso fue visto por el supervisor y lo reportó
como asedio sexual, fue detenido de inmediato y puesto en
una celda con grupos delincuenciales tipo maras los que
después de golpearlo brutalmente y lo hubieran violado si no
hubiese intervenido la policía.
Dado que la agresión sufrida era superior a la importancia
de la denuncia por la que estaba detenido, le dieron la
libertad, no sin antes advertirlo de las consecuencias de
cualquier reincidencia.
Eva estaba enterada de todo y fue ella quien pagó la
fianza. Ramón no dijo nada, sólo se abrazó muy fuerte con
204
Eva y lloró desconsoladamente. Hasta que al final dijo,
perdón, perdón, mil veces perdón por no haberte
comprendido y haberte ofendido.
La relación entre la pareja, se había estabilizado y tuvieron
que mudarse para evitar la segura visita de la migra.
Alquilaron un espacio un poco más pequeño, más caro,
pero, según decían algo más seguro.
Ya había transcurrido un año de su partida y
prácticamente no tenían información de sus hijos, y mucho
menos que hubieran podido buscar el mecanismo de enviar
dinero.
Aún seguían con casi la totalidad de la deuda con el
coyote, ya que el único abono fueron los mil dólares que
hizo Eva.
Transcurrió un año más y la relación con el coyote se
volvió insoportable. No encontraban la forma como pagarle
y él no estaba dispuesto a esperarlos. Ellos temían que los
fuera a denunciar a la migra.
Las relaciones entre la pareja mejoraron sensiblemente y a
través de la iglesia evangélica que visitaron lograron obtener
la residencia y poder trabajar con mayor libertad.
Una noche el coyote perdió la calma, les hizo un gran
escándalo al extremo que tuvieron que intervenir unos
amigos de Ramón porque el coyote estaba a punto de
agredirlo físicamente.
Finalizó diciendo que fuera como fuera le iban a tener
que pagar hasta el último centavo, y que no se les olvidara
que ya iban a tener noticias cuando y donde pagarlos. Ellos
quedaron con la inquietud acerca de la amenaza.
205
Recogieron los cuatro mil dólares pero no lo pudieron
entregar porque el coyote hacía más de seis meses que había
desaparecido. Dado que tenían ese dinero ahorrado y el
coyote no volvió, había otra prioridad que era establecer
contacto con los hijos.
No había suficiente dinero para que viajaran los dos, así
que se decidió que fuera Ramón ya que los papeles de Eva
aun le faltaban un par de procedimientos para entregárselos.
Llegó el día de la partida, los dos se abrazaron con mucha
emoción y entre llantos Ramón inició viaje de retorno.
En varios días Ramón llegó a su comunidad en el corazón
de la montaña. Estaba desesperado por ver a sus hijos y sólo
se imaginaba del tamaño que estarían, y todas esas cosas que
forman parte de las ilusiones. Les llevaba regalos para cada
uno, ropas, zapatos y hasta caramelos
Al llegar a la casa le llamó la atención que la puerta de
enfrente estuviera cerrada. Solo estaba semi abierta la puerta
de la cocina. Ahí encontró un remedo de lo que había sido
su madre. Muy envejecida, muy pálida, delgadísima y con
una tristeza inconmensurable.
La ancianita al ver a Ramón estalló de alegría y llantos al
mismo tiempo. Tu papá falleció hace seis meses, Ramón, le
dijo.
Esa información paralizó a Ramón, por un momento,
luego reaccionó, su madre le agregó un poco más de
información sobre el deceso y de inmediato Ramón quiso
saber dónde estaban sus hijos que nos los veía.
Aquí no viven desde hace cinco meses, desde que vino el
Sr. coyote con una carta tuya, que me la leyó en donde me
206
pedías que los alistara que el señor coyote los trasladaría de
Estados Unidos, tal como había hecho con Ramón y Eva.
A Ramón se le pasaron mil cosas por la cabeza. Recordó
la deuda, recordó el incidente con el coyote y la advertencia
de que ese dinero se lo iban a pagar hasta el último centavo.
Llantos de la madre y llantos y desesperación de parte de
Ramón. Era una escena de dramática similar a la que viven
diariamente los migrantes en toda América.
Ramón bebió agua y trató de saber lo que había ocurrido.
Su mamá se lo relató con calma, diciendo que el señor
coyote pasó por su casa el día de la vela del papá de Ramón
y que muy gentilmente los ayudó con todos los gastos del
sepelio.
Días después regresó con una carta en la que pedía –
Ramón- que les alistara a los cuatro niños para viajar a los
Estados Unidos, que el sr coyote se encargaría de todo, y
que era una persona de total confianza, y que se había
portado muy bien con ellos.
Al finalizar el relato de su madre, Ramón tenía claro que
los niños habían sido secuestrados por el coyote, para saldar
la deuda.
Una información adicional de su mamá lo preocupó aún
más, dado que le dijo que un matrimonio de gente rubia y
muy elegante le acompañaba al coyote cuando se vino a
llevar a los niños, que por cierto viajaron en la camioneta de
ellos.
Poco hacía Ramón dando parte a la policía. Lo único que
atinó a hacer fue buscar a los familiares de sus amigos para
207
confirmar la forma de localizar al coyote y saber si tenían
algún mecanismo de comunicación con él.
Al menos logró la dirección en Estados Unidos de sus
amigos y de inmediato emprendió el retorno.
Fueron momentos de gran tensión cuando confió la
información a Eva. De inmediato comenzaron la búsqueda,
pero en Estados Unidos no es fácil encontrar gente,
particularmente ellos que no hablaban una gota de inglés, y
con costo lograban escribir castellano.
Fue Eva que en esos primeros días de búsqueda le
encontró de manera fortuita en su supermercado. Al
principio quiso esquivarla, pero ella le advirtió que lo
denunciaría a la seguridad interna. A los minutos se apareció
Ramón, advertido por Eva.
El coyote tenía una versión diferente a la de la madre de
Ramón. El decía que se comprometió al pago de los gastos
del sepelio del papa de Ramón y que a cambio la mamá de
Ramón le entregaba los niños para que los llevara a un
internado porque ella no los podía mantener.
El coyote consideró que podían estar mejor en manos de
gente que pudiera adoptarlos, darles un apellido, y educarlos,
ya que de hecho eran niños desprotegidos.
Eva creía más en la versión del coyote que en la mamá de
Ramón lo que provocó un cierto disgusto entre ambos.
El coyote continuó con aspectos más referidos a la deuda.
Recordarles-decía- que tienen una deuda sin saldar pero que
ahora ha aumentado. El gasto del traslado de sus hijos a
Estados Unidos es de cinco mil dólares, más los cuatro mil
208
que me debían con los respectivos intereses son más o
menos unos diez mil dólares.
No quería tocar el tema pero del gasto del sepelio, que su
madre me dijo que me arreglara con ustedes son unos dos
mil dólares, totalizando la deuda de ustedes doce mil dólares.
Una vez pagado los doce mil dólares los puedo contactar
con la familia que los adoptó que por cierto viven en el otro
extremo de los Estados Unidos.
El coyote concluyó diciéndoles que como tenía varios
casos pendientes de pago que había contratado una oficina
especializada en cobros sería con ellos que se tendrían que
entender en el futuro, porque él tenía su rutina por la vía de
México y había mucha gente que necesitaba sus servicios.
De inmediato les entregó una tarjeta con los teléfonos de
la oficina de cobros, y también su nombre, que Ramón ni
siquiera estaba seguro que fuera ese su verdadero apellido.
El coyote se retiró y dejó más dudas que al inicio. La más
grande es que los señores norteamericanos ya habían
adoptado a los niños y le habían puesto sus propios
apellidos, en cambio ellos ni siquiera los habían registrado
cuando nacieron, así que no tenían ningún documento de
ellos, y mucho menos un papel que probara que fueran sus
padres.
Ramón y Eva estaban entre la espada y la pared porque
no tenían la más mínima posibilidad de recoger doce mil
dólares para pagarle al famoso coyote.
Denunciar el hecho en la policía complicaría las cosas en
primer lugar porque no tenían el nombre de los señores que
209
habrían adoptado a sus hijos, y segundo que ellos no tenían
ningún papel que los acreditara como padres.
Ramón y Eva llevaron su problema ante el pastor y este
los remitió a una oficina de apoyo a migrantes ligada a la
iglesia.
Cuando esta organización trató de verificar la
autenticidad de los nombres que el coyote les entregó en su
tarjeta descubrieron que ese nombre no aparecía en los
registros de residentes ni nacionalizados norteamericanos.
No se contaba con el nombre y apellido de los niños ni
de sus supuestos nuevos padres adoptivos.
Eva de decepcionada abandonó el trámite de las
residencia y lo que menos estaba pensando era en seguir
viviendo.
Cuando todo parecía perdido, se encendió una luz de
esperanza por el lado de la iglesia. La organización
humanitaria había obtenido un video en la oficina de cobros,
del perfil del coyote.
De inmediato circularon esa información, ya
transformada en fotografía por varias iglesias y en las iglesias
de sus hermanos en Cristo en la frontera de México.
Ramón recordó que tenía un amigo que trabajaba en la
policía de fronteras en México. Le llamó por teléfono y le
envió la información con ayuda de la gente de la iglesia vía
correo electrónico.
Su amigo le contestó, de inmediato. Mi querido Ramón
ese sujeto es súper conocido, aquí en la frontera se identifica
como “el gato cojo”, porque tiene los ojos claros y cojea del
pie derecho.
210
Una semana después su amigo le llamaba para decirle que
ya lo tenía capturado y que urgía que viniera alguien a
reconocerlo y formularle cargos porque de lo contrario
tendría que liberarlo.
El propio Ramón y un abogado de la organización de
apoyo a migrantes se trasladó a México.
Ramón sólo confirmó la identificación, no habló con él
para no entorpecer el trámite. El amigo de Ramón le sugirió
que no regresara a Estados Unidos, porque los coyotes
tienen muchos contactos y están asociados a redes de
mafiosos, y lo podrían asesinar si se trataba de un caso
importante.
Mejor le dijo te vas a Nicaragua que yo tendré informado
y si el caso amerita se lo informamos a interpol.
Ramón no confiaba en la efectividad de la policía, porque
casi no tenían información y el coyote tenía mucha
experiencia en este ramo.
En camino a Nicaragua recordó a su compadre Rodrigo,
con quien lo ataba una antigua amistad. Rodrigo a la fecha
era un bandolero que operaba en el corazón de las montañas
de Zinica, y eran bastante temido por sus acciones.
Ya no regresó a su comunidad y se fue directo a buscar a
Rodrigo. Ramón conocía los senderos de la montaña como
la palma de su mano. En dos días llegó al campamento de
Rodrigo, es decir a las inmediaciones donde fue capturado
por tres jóvenes armados con fusiles AK y con el rostro
cubierto con pasa montañas. Le amarraron las manos y lo
llevaron ante el jefe.
211
A este espía lo encontramos caminando de forma
sospechosa en las inmediaciones del campamento, está
desarmado y no opuso resistencia informó el jefe del grupo.
Para sorpresa de los nerviosos jóvenes bandoleros a
Rodrigo le vino un ataque de risa que hasta llegaron a
sospechar que estaba totalmente borracho porque así se
ponía cuando bebía mucho. Por las dudas ellos le seguían
apuntando con sus armas de guerra y con bala en boca.
Compadre Ramón, mi querido compadre Ramón ¿y no
era que estaba en Estados Unidos? Rodrigo mismo lo
desamarró y se fundieron en un abrazo de amistad
entrañable desde que eran niños.
Era tanto el tiempo que no se veían que casi se desvían de
la razón de la visita a su campamento. Ramón le explicó en
detalle el problema y Rodrigo le escuchó atentamente.
Luego habló Rodrigo, mire compadre ese es un servicio
muy delicado el que está pidiendo, y sobre todo muy, muy
caro, porque es de riesgo porque se trata de traer a los
secuestrados vivos y sanos. Los asistentes de Rodrigo
confirmaron que era muy caro ese servicio.
Compadre Rodrigo, yo no tengo dinero. Quien ha dicho
compadre Ramón que tiene que tener dinero. El dinero lo
tenemos nosotros. Los vigilantes como que se les veía
confundidos.
Es que usted cree compadre que se me fue la memoria
porque ando de bandolero. Usted cree que yo me olvidé de
aquel favor que usted me hizo cuando llevó en hombros por
entre la montaña a mi fallecido padre cuando estaba grave, y
que gracias a este servicio mi padre se salvó de la famosa
peritonitis.
212
¿Cuánto me cobró usted compadre Ramón por ese favor?
Dígaselos a estos muchachitos que sólo creen que todo se
resuelve a tiros. Yo no le cobré nada compadre Rodrigo,
porque a los amigos lo que se hacen son favores.
Eso es lo que va a salir este servicio, compadre Ramón, es
decir nada.
Al día siguiente estaban amarrados con cadenas en lo
espeso de la montaña el padre, la madre y dos hermanos del
coyote, a las órdenes de Rodrigo.
Ahí mismo quedó claro que el nombre del coyote no era
José Luis como decía sino Asdrúbal Rocafuerte.
Ahora compadre hágame un favor lleve esta nota a ese tal
Asdrúbal. El me conoce muy bien y sabe que en la próxima
en lugar de esta nota le envío las orejas de sus padres y en la
tercera sus cabezas.
La nota tenía un poco más de cuatro líneas que decían
más o menos así: “Te quiero aquí en la montaña dentro de
cuatro días para que le des agua a tus padres. Después
tenemos que hablar de negocios. Firmado Rodrigo de la
Montaña”.
El emisario era Ramón que en un día y medio se puso en
México, porque ahora tenía recursos que le había regalado
Rodrigo.
Buscó a su amigo en la policía y luego entregó la nota a
Asdrúbal. Este cuando la leyó quedó pálido y furioso. Luego
llamó al vigilante de la celda.
Ramón llevaba instrucciones precisas, y el dinero para la
fianza, así que ese mismo día salía Asdrúbal, esta vez
213
acompañado por tres amigos de Rodrigo que lo entregarían
en Nicaragua, allá en el mercado Guanuca en Matagalpa.
Así ocurrió a los tres días siguientes estaba Asdrúbal en el
campamento de Rodrigo.
La violencia de los bandoleros rurales es cosa seria, y
quien caiga en sus manos corre mucho riesgo. El
recibimiento fue cruel.
Uno de los lugartenientes de Rodrigo, por órdenes de
éste procedió de un solo machetazo cortó dos dedos de la
mano derecha.
Asdrúbal sangró bastante pero los bandoleros tienen gran
experiencia en curas de este tipo así que le vendaron y
quemaron la herida con creolina o algo parecido y la sangre
se detuvo.
La orden de Rodrigo era clara, en el sentido de
suministrarle agua ni comida hasta que hablara. Dado que se
negaba a decir donde estaban los secuestrados, se lo dijo
personalmente, que era mejor que hablara para no sufrir.
El coyote en un acto de desafío, le dijo si quiero hablo,
pero antes te advierto que mi gente te va a caer un día de
éstos, y ya sabes que tengo contacto con la policía, porque
tienes secuestrados a mi familia y a mí y no saben siquiera de
lo que nos acusan.
Proceda Martín dijo Rodrigo y dio media vuelta. De
inmediato con el mismo machete el bandolero le cortó otro
dedo de la misma mano. Nuevamente le pararon la
hemorragia, y le dieron agua.
214
Asdrúbal sabía que Rodrigo no jugaba, así que decidió
hablar. Habla aquí bien claro y dilo a la policía y acto seguido
le acercó a su teléfono satelital.
En realidad no se lo estaba informando a la policía sino a
Ramón que ya había regresado a México con los amigos de
Rodrigo.
Ramón buscó a su amigo y una brigada especial hizo el
operativo. No hubo resistencia, todos los niños que eran
unos sesenta estaban ahí muy tranquilos en una inmensa
mansión.
La policía tenía dudas si había un secuestro de niños o era
toda una mampara. Lamentablemente los medios hicieron el
gran escándalo y los responsables de ese centro huyeron
hacia los Estados Unidos.
La presión de las organizaciones de migrantes y de
derechos humanos logró que los hijos de Ramón y Eva
ingresaran sin problemas a los Estados Unidos.
Asdrúbal fue dejado libre con su familia. Se fue directo a
poner la denuncia en la policía, pero ahí mismo por solicitud
de interpol lo detuvieron.
Seis meses después quedó clara la trama. Se trataba de
una red internacional de tráfico de órganos, en donde
Asdrúbal era el jefe de operaciones especiales, léase
secuestros.
Los niños no habían podido ser sacrificados porque se
habían cometido algunos errores y la policía había hecho
algunas detenciones que podrían afectar toda la operación.
Esa es la razón de tenerlos tanto tiempo recluidos sin
finalizar la misión.
215
Con el tiempo Ramón se hizo pastor, por considerar que
ese era un favor recibido que había que pagar con creces.
Cuando le tocaban el tema Ramón siempre decía “nosotros
en la montaña somos así, favor que nos hacen favor que
regresamos”.
Allá en Jinotega, ahora Rodrigo es un productor dedicado
a la plantación de café, dado que se acogió a una amnistía,
entregó las armas y vive en paz con su familia. Del coyote se
supo que fue juzgado en México y que posteriormente unos
sicarios dieron cuenta de él.
216
LAS LUCES DE LA COHETERÍA ILUMINARON
UN ATERRADOR POLVORÍN DE RECUERDOS
Relatar asuntos relacionados con la guerra, siempre es
triste y algo estresante, particularmente si esta guerra se da
entre compatriotas, como es caso al que nos referimos.
El principal actor de este relato es un hombre del pueblo,
nacido en el occidente de Nicaragua, pero que luego migraría
a la capital.
Su nombre José María. Desde muy pequeño se ganó la
vida vendiendo caramelos, periódicos, agua helada, entre
otras múltiples ocupaciones. Creció prácticamente sólo,
porque su mamá falleció cuando tenía nueve años, y no
conoció a su papá.
Con gran esfuerzo asistió a la escuela primaria. Fue ahí
que se enteró que no tenía ningún apellido, dado que no lo
habían inscrito en el registro civil de las personas.
Acompañado de dos testigos, ambos maestros de la
escuelita pública donde estudiaba le registraron con un
apellido singular dado que no recordaba el apellido de su
progenitora.
El color de la casa en donde hicieron el registro era
blanco, así que a partir de ese momento pasó a ser José
María Casablanca.
De todos modos sus amigos lo identificaban desde
pequeño como “riel” porque le encantaba caminar sobre los
rieles del ferrocarril. El siempre prefirió el seudónimo de
217
“Carriles” y ese fue el que usó el resto de su vida, incluso a
manera de apellido.
Cuando tenía quince años viajó a la capital y consiguió un
trabajo permanente, que le permitió hacer la secundaria
durante la noche. A los diecinueve años se había
bachillerado.
En la secundaria conoció a muchos jóvenes inquietos,
preocupados por la represión de la dictadura somocista. A
los diecisiete años establece sus primeros vínculos con
células del movimiento estudiantil que estaban dispuestos a
enfrentar la dictadura.
A los diecinueve años, poco después de bachillerarse se
integra a tiempo completo en una célula guerrillera del barrio
en donde vivía.
Le correspondió el trabajo de hormiga de organizar a la
gente para protegerse de los bombardeos de la guardia
nacional que en esos días atacaba sin piedad a los pobladores
de los barrios orientales de Managua.
En esa actividad estaba cuando pasó un avión conocido
como push and pull el que dejó caer sobre una modesta
vivienda una bomba. José María se lanzó sobre dos niños
pequeños para protegerlos, pero un charnel se le incrustó en
la cabeza.
Perdió bastante sangre, y también el conocimiento.
Cuando despertó estaba en un hospital de campaña del
movimiento insurgente, atendido por jóvenes médicos, pero
con carencias de material y medicamentos.
218
Fue así que le quitaron el resto de charnel que aún le
quedaba. Le hicieron doce puntadas. En una semana la
herida cicatrizó y aparentemente todo estaba bien.
Los médicos le hicieron varias advertencias, porque se
trataba de una herida en un lugar sensible. No debía hacer
esfuerzos, como levantar peso, ni correr, y en general no
agitarse, ni exponerse a las inclemencias del sol.
El temperamento de José María no calzaba con estas
recomendaciones. Necesitaba movilizarse, no podía quedar
inactivo en una situación revolucionaria.
Guardó por un mes las recomendaciones de los médicos.
Pronto se le vería igual que antes y hasta parecía que lo hacía
con más energía. Esa energía desgastada en momentos claves
de su recuperación le traería consecuencias serias para su
salud.
La dinámica de la lucha contra la dictadura somocista le
llevaría a José María a asumir diversas acciones de riesgo de
las que siempre salió airoso, aunque la migraña cada vez se
hacía más intensa.
La caída de la dictadura lo encontró en las inmediaciones
del municipio de Condega dirigiendo una columna
guerrillera que bajaba de las montañas del norte.
La revolución había triunfado y José María quería
integrarse de lleno a la reconstrucción del país. No tenía
ninguna especialización, excepto en el área militar. Fue así
que se incorporó a las tareas de inteligencia y también de
contrainteligencia, ligado al naciente Ministerio del Interior.
En realidad, tuvo poco tiempo laborando, y dado su
estado de salud, fue remitido a un centro especializado fuera
219
de Nicaragua en donde le trataron contra la migraña por el
lapso de seis meses. Todo indicaba que el charnel le había
afectado partes sensibles del cerebro.
En ese lapso, José María tuvo tiempo para reflexionar
tratando de encontrar un norte claro para su vida. Sentía que
no se adaptaba a la dinámica de la instancia de operaciones
especiales en la que estaba asignado, dado que la guardia
somocista aún andaba dispersa por el país, y si se resistían
los aniquilaban.
Eso no le agradaba para nada a José María que más bien
creía en una amnistía general.
Al regresar a su centro de operaciones comenzó a hacer
ciertos planteamientos que si bien eran bien intencionados
molestaban bastante a los mandos.
Las tensiones prosiguieron y estallaron por el lenguaje
agresivo de José María hacia los mandos superiores,
particularmente cuando bebía no tenía control de sí mismo.
Le habían prohibido el licor, pero era más fuerte que él.
Por decisión propia se retiró de los aparatos de
inteligencia del Gobierno y se fue a una finca en la montaña
cuyo dueño era un viejo conocido de la época de la guerrilla,
además que tenía cierta atracción por su única hija.
Ahí permaneció por cierto tiempo, incluso se integró a las
jornadas de alfabetización, correspondiéndole la tarea de
alfabetizar en el valle en donde estaba enclavada la finca de
su amigo.
Ahí pudo conocer la opinión de muchos campesinos que
resentían la represión en el campo por parte de las
autoridades.
220
José María trataba nuevamente de buscar un norte para su
vida, pero, cada vez veía más lejanas la relación con los
dirigentes del proceso revolucionario.
Una tarde lo visitaron en la finca de su amigo un grupo
de gente armada, que resultaron ser viejos amigos de la
guerrilla. Todos ellos eran desertores del ejército y de otras
responsabilidades de la revolución y habían decidido
levantarse en armas.
Para ello estaban dando los primeros pasos para la
organización de un movimiento contrarrevolucionario que
ayudara a encaminar a la revolución por el sendero que ellos
consideraban debía transitar. Todos rechazaban a la
cooperación soviética y cubana.
José María les solicitó un plazo de una semana y al
finalizar la misma ya era parte de la naciente estructura
militar con operaciones en el área rural.
Se le asignó la tarea de reclutamiento de combatientes a
nivel del campesinado. Esta tarea le gustaba a José María,
porque le evitaba enfrentarse con antiguos compañeros del
ejército que andaban en persecución de la misma.
Fueron días agotadores en donde José María seguía
sufriendo de cansancio y de fuerte migraña. A veces
bromeaba diciendo que creía que lo que tenía era una
migraña que se había enamorado de él y era bien celosa,
porque no le perdía pisada.
El tiempo fue transcurriendo y comenzaron a darse
ciertas fricciones en la agrupación en que andaba. En primer
término porque había nuevos mandos, más jóvenes y
sumamente sanguinarios. Las matanzas a gente desarmada y
las violaciones a mujeres estaban a la orden del día.
221
José María padecía de la enfermedad de alcoholismo, de
manera que bebía casi a diario y en especial los fines de
semana.
En reiteradas oportunidades bebiendo con los nuevos
mandos, a quienes conocía poco, José María haciendo gala
de un estilo franco y abierto mencionó reiteradamente la
diferencia entre la conducta, disciplina y estado moral del la
contrarrevolución y las fuerzas regulares del Gobierno.
Lo repitió por quinta vez en una sola noche destacando
los méritos de las fuerzas regulares.
Al siguiente día fue llamado por el mando superior, hacia
donde se trasladó por dos horas en mula.
Allí se le solicitó que explicara en detalle lo que había
expresado reiteradamente en la noche anterior, mientras
bebía con los mandos de su agrupación.
Se le oyó con atención, y en parte se compartió sus
inquietudes. Le orientaron que esperara la decisión del
mando, y así lo hizo José María.
En dos horas estaba la decisión, en donde se ordenaba
retractarse en público ante los nuevos mandos y disculparse
de manera individual con cada uno de ellos, por haber
afectado su estado moral y por ende de toda la agrupación.
José María lo tomó como una ofensa, y solicitó
veinticuatro horas para ejecutar la orden. Era una situación
difícil y trascendental, máxime que estaba enterado que la
votación había sido reñida de cuatro votos contra tres.
Para el alto mando también era una situación riesgosa
porque José María no tenía una mancha en su accionar e
incluso la estructura de la nueva organización era obra casi
222
exclusiva de José María, con el agregado que no quería
pertenecer al mando superior, por su debilidad con el licor.
Finalmente, trascurridas las veinticuatro horas, José María
había tomado la decisión de separarse de la agrupación
contrarrevolucionaria.
De nada valieron las súplicas de tres de los siete jefes del
alto mando y de muchísimos cuadros intermedios que
incluso llegaron a rodearlo para impedir que los abandonara.
En privado las cosas estaban muy tensas porque atribuían
la deserción de José María a majaderías urbanas de los
nuevos mandos, que no coincidían con el estilo de ser del
campesinado de la tropa irregular.
Era evidente que se notaba un nuevo estilo en la tropa,
fruto de la asesoría extranjera en donde lo sanguinario
formaba parte de la rutina.
José María regresó a la vida civil, pero se quedó en la
montaña en la finca en donde lo habían contactado sus
antiguos amigos de la contrarrevolución.
Fue allí también que lo visitaron también otros antiguos
compañeros de la guerrilla, casi todos campesinos. Querían
que volviera a la lucha junto a ellos para enfrentar a la
contrarrevolución. José María estaba claro que no regresaría
a las fuerzas regulares, como personal permanente, pero sus
amigos le traían una propuesta.
Estaban organizando milicias populares y necesitaban de
gente con experiencia militar y que conociera la región.
A la semana estaba enrolado en las fuerzas de reserva,
atendiendo milicias, es decir era un civil con experiencia que
gozaba del aprecio de muchos de los mandos.
223
Durante tres años cumplió diversas tareas dentro de las
milicias y estuvo movilizado en cuatro batallones de reserva,
llegando a recorrer gran parte del norte, y la costa Caribe.
Estando en el triángulo minero, un guía divisó a unos
cinco uniformados que transitaban por un desfiladero de la
montaña.
De inmediato se le ordenó a José María que operara por
sorpresa y apresara a aquellos sujetos. Que evitara en lo
posible enfrentamientos por ser un lugar con presencia
enemiga.
En realidad había un error de información, los cinco
camuflados eran una avanzadilla de casi un batallón que
estaba agazapado en la maleza. José María fue rodeado y sus
compañeros masacrados.
Fue obligado a presenciar todo tipo de torturas a sus
compañeros. Luego a punta de bayoneta le obligaron a cavar
una zanja en donde posteriormente debió empujar uno a
uno a sus compañeros amarrados y aún vivos.
Luego los contrarrevolucionarios asumieron el relleno de
la zanja en medio de los gritos desesperados de los nueve
compañeros de José María.
Todo ello festejado por carcajadas de los
contrarrevolucionarios. Luego amarraron a José María y
cuando iban a fusilarlo surgió una voz del mando superior
que ordenó que no lo hicieran.
Era nada menos que uno de los del alto mando que
avisado de la situación había llegado para evitar que lo fueran
a matar.
224
Cuando los miembros de la unidad militar en la que
andaba movilizado dieron con José María, éste trató de
explicar lo sucedido.
Su relato no fue creído por nadie, particularmente porque
no tenía ni un rasguño, excepto las heridas propias del
alambre con que lo habían amarrado. Había coincidencia que
estaban ante un traidor, pero no había pruebas
contundentes.
El mando superior no tenía pruebas fehacientes, pero, la
decisión era que abandonara de inmediato el campamento y
que se reservaban el derecho de investigarlo cuando lo
consideraran conveniente. Fue el prestigio de José María que
evitó otro desenlace fatal.
Abandonó la unidad militar, en medio del repudio
generalizado de sus camaradas de armas. Se sentía
desmoralizado por todo lo ocurrido y por la humillación a
que había sido sometido por sus compañeros.
Nuevamente regresó a la casa de su amigo en la montaña.
Quería hacer un alto en el camino y organizar su vida
familiar.
El año siguiente fue de trabajo duro en la finca. Ese
mismo año uniría su vida con Patricia la hija de su amigo.
Tres meses después un infarto terminó con la vida de su
suegro.
Le correspondió a José María asumir todas las
responsabilidades al frente de la finca.
Ambos se fueron a vivir a la ciudad y José María atendía
la finca a la que viajaba una vez a la semana.
225
El tiempo fue transcurriendo y José María y Patricia
habían consolidado su relación de pareja. No tenían hijos así
que vivían un apasionado romance matrimonial.
José María evitaba mencionar los desesperados dolores de
cabeza que lo afectaban, pero Patricia los conocía
perfectamente. No soportaba tocarse en el lugar en donde
estaba la cicatriz del charnel.
Cuando estaba muy afectado argumentaba que se
encontraba algo deprimido y se encerraba, aunque solía salir
del encierro con ciertos niveles de agresividad preocupantes.
Patricia consciente de esta situación había obtenido con
médicos amigos unos sedantes muy fuertes que lo hacían
dormir mucho y le ayudaban a descansar. Una semana
después José María había recuperado su vida normal.
Patricia estaba muy preocupada porque en momentos de
ira, José María repetía una y otra vez que quería irse al monte
para hacer picadillos a sus enemigos que habían asesinado a
sus compañeros milicianos.
Su preocupación aumentaba porque la finca quedaba
ubicada a escasos dos kilómetros del lugar en donde habían
sido emboscados.
Patricia evitaba comentar acerca de la salud mental de
José María, de manera que lo manejaban como un secreto
familiar.
Los cohetes de las fiestas de fin de año destrozaban los
nervios de José María y cuando se trataba de cargas cerradas
escapaba de enloquecer, porque el dolor de cabeza se le
multiplicaba.
226
Una noche hubo una balacera entre policías y
delincuentes. José María quedó sumamente alterado al
extremo que intentó romper la cerradura de una caja fuerte
en donde Patricia le había guardado las armas, precisamente
porque no confiaba en su ponderación.
La vida en pareja como mencionaba antes, transcurría
con bastante pasión. Casi siempre se quitaban parte de la
ropa, ella se quedaba en calzones y él en calzoncillos. Les
encantaba los juegos previos al acto sexual, y mucho
disfrutaban haciéndose cosquillas mutuamente.
Ese día luego de la balacera, aún alterado como estaba
José María quería tener sexo, y aunque al principio Patricia
respondió con evasivas, finalmente accedió. Así que ambos
se fueron a la cama temprano.
A ella le llamó la atención que José se quedó en
calzoncillos, pero la miraba de una manera algo extraña.
Tenía el ceño fruncido. Sus ojos parecían expresar algo así
como si hubieran identificado algo nuevo en su cuerpo semi
desnudo.
Ella no atinaba a desnudarse totalmente. Sentía como si
algo helado corriera por su piel. Finalmente José María habló
señalándola con el dedo índice. “Patricia a mi no me
engañas. Eres informante del enemigo".
Es más, creo que siempre perteneciste al enemigo, desde
que estabas en la finca, y te uniste a mí para pasarles
información”. Prosiguió José María con tres palabras que la
aterrorizaron. “Mira Patricia, esto no se queda así, porque
quien las hace las paga, y eso es todo lo que tenía que decir,
ya conocerás en carne propia las consecuencias”.
227
Ella quedó atónita. No sabía si gritar pidiendo auxilio o
responderle en el mismo tono.
Finalmente optó por procurar calmar a José María que
por primera vez estaba siendo afectado por el avance de su
enfermedad como consecuencia de la afectación en el
cerebro.
Logró hacerlo beber agua, que según ella mismo se lo dijo
a José María le ayudaba a tranquilizarse. Efectivamente lo
tranquilizó porque logró agregarle un sedante al vaso de
agua.
Patricia estaba convencida que a partir de la fecha
formaba parte de los “enemigos” de José María y que por
tanto debía ser muy cautelosa en el trato.
Ya más tranquilos pudieron hablar, e incluso José María
se disculpó y entendió que la enfermedad estaba avanzando.
Finalmente acordaron que José María cuando se sintiera
nervioso o alterado se iría para la finca para evitar
confrontaciones.
También lo haría para las fiestas de fin de año cuando
arreciaban las cargas cerradas y resto de cohetería. Así
ocurrió durante un año.
Patricia, no obstante, notaba que al menos veinte días al
mes José María tenía que irse para la finca por su estado de
ira, lo que indicaba que su afección avanzaba. Fue por eso
que decidió abordar a José María para que le dijera que era lo
que le estaba ocurriendo.
José María fue directamente al grano y le confesó lo
siguiente a Patricia:
228
-Que cada vez soñaba más que los charneles le recorrían
todo el cerebro y que estaba muy cerca de tener un derrame
cerebral.
-Tenía constantes pesadillas en donde oía los gritos de los
compañeros que fueron enterrados vivos por él mismo,
obligado por los contrarrevolucionarios.
-Los gritos de casi ochocientos milicianos que al unísono
le decían traidor, traidor, acusándolo de haber entregado a
los compañeros milicianos a los contrarrevolucionarios.
-Los gritos desesperados de una joven campesina violada
masivamente por orientación de los nuevos mandos
sanguinarios de la contrarrevolución. Su impotencia por no
poder auxiliarla al estar tan ebrio que no podía ponerse de
pie. Los gritos desesperados que más calaron en él fue
cuando la lanzaron hacia arriba y luego le incrustaron en el
ano una bayoneta encajada en un fusil. Esos gritos son los
que escuchaba en sueños.
Con esta confesión Patricia estaba segura que la vida de
José María corría peligro y su nivel de peligrosidad demencial
era preocupante.
Eso fue lo que la motivó a contactarse con dos siquiatras
conocidos para que lo atendieran, en el hospital siquiátrico o
en una clínica privada. Mientras hacía los arreglos
pertinentes procuró estimular a José María para que
estuviera el máximo de tiempo en la finca para que no fuera
a obstaculizar sus propósitos.
En la finca permanecía con un mandador que era testigo
de la conducta extraña de José María. Le comentaba a su
mandador, que el enemigo no dormía, que quizás estaban
emboscados a la entrada de la finca y ellos no los habían
229
visto, agregando que tal vez estaban esperando la noche para
atacar.
Luego agregaba algo que preocupaba al mandador,
porque José María le decía que había que estar atentos ante
movimientos sospechosos en la noche, que había que
pedirles la contraseña y si no respondían correctamente
había que proceder abriendo fuego.
El mandador estaba muy preocupado y en esos días
quería ir a la ciudad y localizar a Patricia porque no le
agradaba el rumbo de los acontecimientos.
Una noche, como a las siete, una familia vecina a su finca
quedó sin diesel en su camión así que decidieron acercarse a
la casa de José María que siempre tenía reservas de tal
combustible. Eran unas doce personas entre familiares y
empleados.
Buenas noches Don José María dijo una voz de un señor
mayor, al llegar al portón de ingreso al patio de la casa. José
María tomó su fusil AK 47, y preguntó a todo pulmón,
parapetándose detrás de una columna: ¿Quién viviveee?
Somos sus vecinos de aquí al lado Don José María. ¿He
dicho “quién vive”?
Creyendo que se trataba de una broma uno de los
integrantes del grupo respondió: “Todos vivimos, gracias a
Dios”.
José María no se hizo esperar, y les respondió que para
que no vivieran más, ni el diablo los iba a salvar con los
caramelos que les enviaba.
Acto seguido puso el fusil en ráfaga y cinco miembros de
la indefensa familia cayeron acribillados por las balas.
230
También hubo siete heridos, dos de los cuales estaban
graves.
Dado que el mandador estaba protestando fue el primero
en ser amarrado. Luego amarró a los heridos.
Con un gran foco se dirigió al pie de la montaña, y entre
cuatro grandes rocas hizo una zanja que le llevó gran parte
de la noche.
Al finalizar la tumba procedió a enterrar los cadáveres, a
quienes les dio un tiro de gracia. Luego se retiró a su casa.
Aún se oían los gritos de los heridos solicitando ayuda.
Para calmarse un poco José María de una sola vez bebió una
media botella de ron.
Encendió más luces y procedió a redactar un informe,
que le llamó parte de guerra #1.
Parte de Guerra número uno:
“Meseta de los sinsabores, quince de enero 1986
Señores del Alto Mando
A eso de las diecinueve horas del catorce de enero de
1986, esta unidad de combate, de la cual soy el
Responsable, sorprendió en las inmediaciones de nuestro
campamento a un grupo de forajidos vistiendo uniformes
camuflados que sin lugar a dudas intentaban atacarnos
por sorpresa, cobijados por la oscuridad de la noche.
Se les dio la voz de alto correspondiente y respondieron
con vulgaridades, por lo que se procedió a activar la
defensa circular del campamento quienes abrieron fuego
contra el enemigo. Intentaron replegarse, pero varios de
ellos perecieron en la refriega.
231
Hay algunos heridos que quedan debidamente amarrados
con alambre, así como un alto oficial (el mandador) que
intentó confraternizar con el enemigo. Todos ellos
quedan a disposición del alto mando.
Esta Jefatura, acompañada de su estado mayor y resto de
combatientes hemos procedido a internarnos en la
profundidad de la montaña antes que lleguen las tropas
de refuerzo del enemigo.
Finalmente he procedido a la comprobación fehaciente
que cuatro de los forajidos sepultados por esta Jefatura
(los inocentes vecinos), eran responsables directos de la
masacre de nuestros compañeros milicianos precisamente
aquí en la comunidad de la meseta de sinsabores norte.
Con esta acción hemos cumplido con el sagrado deber de
vengar a nuestros hermanos asesinados, al tiempo que
hemos demostrado la alta moral y disposición combativa
de nuestras tropas al resultar ilesas en el combate”.
Firmado José María Carriles, Jefe.
Al amanecer José María procedió a pintar con inmensas
letras rojas una inscripción en las rocas que rodeaba la tumba
de los vecinos, y que José María los confundiera con sus
enemigos.
La escritura recogía una histórica frase que José María en
estas circunstancias asumía como consigna de lucha: “en la
montaña enterraremos el corazón del enemigo”.
José María asumió lo que decía en el parte de guerra y se
internó en lo más espeso de la montaña, precisamente un
área selvática llena de alimañas.
232
José María se internó en la montaña convencido de
reorganizar una fuerza capaz de enfrentar a lo que él
consideraba sus enemigos.
Según comentan en la montaña, llegó a captar a unos
cinco campesinos que le acompañaron en la matanza de
vacas para poder alimentarse. Precisamente por abigeo lo
comenzó a perseguir la policía.
Establecieron su campamento en la montaña y ahí
esperaron a los mencionados enemigos los que nunca
aparecieron, porque no existían, ni había acciones
contrarrevolucionarias en esa zona.
La estrategia de José María era crear una gran base social
de apoyo para luego proyectarse en la conquista de nuevos
territorios.
Le pareció lógico comenzar arengando a los niños y
maestros de las escuelitas rurales enclavadas en la montaña.
Ya había realizado arengas, en dos escuelas. En ambas
había dejado flameando un trozo de tela de camuflaje la que
identificaba como su bandera de combate. Al llegar a la
tercer escuelita lo capturó una patrulla policial.
No hizo resistencia, ya que estaba sólo porque sus
compañeros hacía un mes que lo habían abandonado por no
encontrarle sentido al movimiento.
Lo trasladaron a la sede policial de la ciudad de
Matagalpa. Ahí estaba esperando patricia, alertada por la
misma policía.
Quiso hablarle, pero, era demasiado tarde, ya que José
María no la reconocía, aunque curiosamente, las únicas
palabras que le dijo, fueron casi similares a las del inicio de
233
su crisis “sin duda usted es una informante del enemigo, así
que aténgase a las consecuencias, cuando me liberen, porque
soy un prisionero guerra”.
Tres horas después tendría una crisis fuerte que le hizo
convulsionar. Los dos médicos siquiatras que acompañaban
a Patricia recomendaron su inmediata hospitalización en el
Siquiátrico, y así se hizo.
Después de cierto tiempo de hospitalizado, a mediados
de 1990, luego que finalizara la guerra, llegaron a visitarle dos
antiguos compañeros de lucha en la montaña, a los que no
reconoció.
Su predilección consistía en parapetarse detrás de árboles
o columnas y desde allí hacer constantes señas a compañeros
imaginarios advirtiéndole de la presencia del enemigo.
Finalmente, José María acabó sus días de manera trágica,
electrocutado, al querer cortar con el filo de una botella
quebrada un cable de alta tensión que pasaba por encima de
uno los muros del hospital.
Quería cortar el mencionado cable porque sostenía que
ese era uno de los mecanismos que utilizaba el enemigo para
trasmitir información en clave acerca de su organización al
interior del hospital.
José María nunca hablaba del hospital, sino que le
denominaba “destacamento central de operaciones
especiales”, y él se identificaba como Comandante en Jefe
José María Carriles.
La lesión del charnel en la cabeza de José María había
profundizado su crisis al extremo de generar estas poderosas
234
alucinaciones que acabaron con su vida en el hospital y con
la de inocentes vecinos allá en la montaña.
Patricia horrorizada jamás volvió a poner un pie en la
finca y la vendió en un precio irrisorio, porque sólo de oír el
nombre de la comunidad “meseta de los sinsabores” la hacía
temblar de pie a cabeza.
235
EN BOCA CERRADA, A VECES, ENTRAN
MOSCAS
Las extensas y despobladas fronteras en América Central
ofrecen un panorama a veces espectacular por la belleza de
la profundidad de la montaña. En ciertos lugares el perfil es
otro y sólo se puede divisar pobreza, naturaleza maltratada,
despale indiscriminado. El presente relato se ubica en una
comunidad con mucha pobreza, pero con un paisaje
selvático majestuoso y fascinante en la frontera de varios
países de América Central, siguiendo casi el mismo itinerario
por el que transitan ciertos narcotraficantes.
Hacía varios días que una avioneta de regular tamaño
sobrevolaba la comunidad. Para los pobladores esto no era
novedad, pues todos sabían que el trasiego de droga del otro
lado de la frontera era fuerte y que involucraba a pobladores
de este lado de la frontera. A ello se agregaba que hacía
pocos días había ocurrido un enfrentamiento entre
pobladores y el ejército en una comunidad del Atlántico Sur,
con varios militares muertos, y que detrás de había gente,
según decían, de nacionalidad colombiana ligada al
narcotráfico que se había fugado en una avioneta y otros
comentarios por el estilo.
Un sábado, cuando aún no amanecía el día se oyó un
tremendo estruendo, y el ruido venía del borde de la
montaña. Los pobladores estaban un poco confundidos
porque no habían oído ningún motor y menos de avión, por
lo que al principio pensaron que se trataba de una gran roca
236
que se había desprendido como consecuencia de las fuertes
lluvias que en esos días azotaba la zona.
Cuando aclaró el día se supo que era una avioneta que se
había estrellado. Nadie la había divisado porque viajaba con
el motor y luces apagadas. No obstante en la comunidad
había un enlace que conocía la operación, pero, como es
obvio, guardó discreto silencio.
Había chocado en pleno suelo y abrió una gran zanja. Los
tripulantes habían desaparecido del lugar de los hechos.
Todo estaba intacto excepto la nave partida en cuatro partes,
y milagrosamente no se había incendiado.
Cuando ocurren este tipo de accidentes, ya es casi una
costumbre que las comunidades toman posesión de los
medios y es casi imposible recuperar algo, y así ocurrió en
esta oportunidad.
Ahí mismo comenzó el reparto, aunque la palabra
correcta es el saqueo.
La carga era de cocaína, la que estaba ordenada en tacos
de aproximadamente mil gramos (un kilogramo), los que a
su vez eran agrupados en sacos de unos cincuenta
kilogramos. De manera, que en cada saco había unos
cincuenta tacos de cocaína.
En el saqueo hubo que asumir ciertas decisiones, como
las de cortar longitudinalmente cada saco para que los
pobladores se llevaran tacos de cocaína y no el saco entero.
En sí el espectáculo era impresionante al ver a los
pobladores disputándose la droga como si se tratara de
alimentos distribuidos a una población necesitada.
237
Varias horas tardó el saqueo y no siempre con buenas
relaciones entre los saqueadores. Algunos organizaron
depósitos provisorios a mitad del camino para regresar al
avión por más cocaína, pero, mientras tanto, otros
pobladores saqueaban los improvisados depósitos,
generando enfrentamientos verbales y hasta salían a relucir
grandes machetes y armas de fuego. Como consecuencia, la
jornada finalizó con dos muertos y cinco heridos. Parecería
que este era el pre anuncio de la tragedia que se avecinaba.
Una vez saqueada la cocaína, las sorpresas continuaron,
porque debajo de los sacos había varias cajas grandes de
cartón repletas de dólares.
Los ánimos estaban demasiado caldeados para seguir con
la misma dinámica y se decidió que la distribución del dinero
estuviera bajo la responsabilidad de un Consejo de Ancianos,
como aquí se les llama. Para ello tuvieron que salir a relucir
armas largas para detener a los eufóricos pobladores.
El amiguismo, y la confusión no se hicieron esperar, fue
así que hubo saqueadores que a través de distintos recursos
obtuvieron cantidades diez veces mayor que el resto de los
pobladores.
Al caer la noche, cada quien, en un espectáculo insólito,
tenía su taco de cocaína y su fajo de dólares. Esa noche hubo
fiesta popular con mucho licor.
De la noche a la mañana la comunidad había cambiado de
perfil. Ya nadie estaba pensando en la cosecha de
subsistencia de frijoles y maíz. En cada hogar había dólares y
en algunos, la suma de dinero verde era considerable.
Lejos de la comunidad rural, los dueños de la droga ya
estaban enterados de lo sucedido y organizaban sus planes
238
de rescate. No querían enfrentamientos con los pobladores,
por tanto, en principio daban por perdido el dinero, y
recuperarían la cocaína pagando al contado un precio
negociado con los pobladores.
Primero esperarían que gastaran los dólares y luego
iniciarían la negociación de la compra de la cocaína. Para ello
contaban con sus propios contactos en la comunidad.
Al siguiente día todos los pobladores tenían dólares, pero
las expectativas superaban las existencias, porque había
mucho dinero disponible y poco para comprar.
En la comunidad rural se comenzó a observar un
desajuste en su modo de vida. Eso quedaría más claro dos
semanas después de la caída del avión. La más importante,
fue la presencia de la policía al tercer día. Registraron la
avioneta auxiliados por la técnica canina. No lograron
avanzar con sus perros hacia la comunidad porque una
verdadera jauría de otros perros los rodeó y casi pusieron en
peligro a los miembros de la técnica canina. Detrás de la
jauría estaban sus dueños que no les interesaba que la policía
ingresara en la comunidad.
La policía al encontrar un ambiente poco propicio,
decidió retirarse de la comunidad, con información bastante
completa de lo acontecido, pero tenían orientaciones de
evitar enfrentamientos. Dado que los pastores habían estado
denunciado el hecho en sus prédicas la policía logró
entrevistarlos, cosa que traería sus consecuencias más
adelante.
La urgencia de gastar el dinero por parte de los
pobladores hizo que el dueño de un depósito de granos de la
comunidad trabajara día y noche para acondicionar su
239
galerón en una especie de night club rural. Lo cierto es que se
constituyó en el primer salón cervecero de la localidad.
También esta decisión tendría sus consecuencias con el
devenir del tiempo.
Era un espectáculo singular, porque nada de lo que se
vendía en el salón cervecero valía menos de diez dólares, por
la sencilla razón que esa era la denominación menor de los
billetes saqueados.
Gastar cien, doscientos o trescientos dólares en unas
cuantas cervezas era algo insignificante para quienes apenas
conocían los dólares y poca idea tenían de su valor.
Los hábitos iban cambiando en cosas tan elementales
como el lavado de la ropa. Algunos jefes de familia preferían
pagar a sus vecinas para que les lavaran la ropa. Se daba el
caso que por lavar una camisa pagaban veinte dólares. Ni la
más remota idea tenían que con ese dinero podrían comprar
dos camisas nuevas de ese tipo o quizás mejores. Pero
bueno, esa era la realidad y se esperaban más cambios.
De un día para otro muchos hombres abandonaron a sus
mujeres, y las cambiaron por otras más jóvenes que no
dudaban en buscar en comunidades vecinas. Hombres de
sesenta y cinco años con una nueva esposa casi adolescente,
y así los ejemplos sobraban.
Dinero fácil, es dinero sucio, y dinero sucio es dinero del
diablo no se cansaban de repetir los dos pastores de las
iglesias evangélicas del lugar. Ellos se habían negado incluso
a llegar hasta el avión caído y no aceptaban diezmos en
dólares.
La velocidad de los acontecimientos no permitía ubicarse
a cada quien en el tiempo real. De manera que se podía ver a
240
gente gastando cuatrocientos y quinientos dólares en
cervezas con amigos, pero que no poseían ningún diente, y
este era el caso de gran parte de la población.
Incidentes y muertos de todo tipo. Las discusiones que
precedían a estas muertes eran increíbles, por ejemplo,
muchas reincidían sobre el tema del dinero. Uno afirmaba
que el otro era “un pobretón” y que él poseía más dinero
que toda la familia del otro. Las cosas finalizaban con la
muerte de uno y a veces de los dos contrincantes.
El desenfreno de gastos llegó a los cuatro meses y en
situaciones menores a los seis meses. Pocos fueron los
precavidos. Algunos mejoraron sus casas que en su mayoría
eran de tablas rústicas. Otros desalojaron a la madre de sus
hijos y la sustituyeron por jóvenes mujeres las que no
dudaron en abandonarlos al verlos sin dinero.
Mientras tanto, en silencio, los dueños de la droga
estaban tejiendo una red de informantes para recuperar la
cocaína.
Primero indagaron acerca de quiénes poseían sacos
enteros de cincuenta kilogramos, luego los que tenían medio
saco y por último los que tenían algunos tacos de cocaína.
Hicieron circular la información de que pagarían el precio
que la comunidad decidiera por cada taco, y comenzarían
por los que tuvieran menos de veinte tacos. Luego seguirían
con los demás, a los que pensaban ofrecerles un precio
especial de acuerdo a la cantidad que tuvieran.
Contrataron a dos personas de la comunidad los que
hicieron el listado, indicando las cantidades de cada uno.
241
En el listado aparecieron cinco personas que poseían un
saco y diez personas que poseían medio saco. Aquí
solamente se contabilizaba unos quinientos kilogramos.
Con mucha discreción los dueños de la droga, a través de
sus emisarios, fueron pagando casa por casa cada taco de
cocaína, a un precio bastante irrisorio. Acordaron tres
lugares para depositar la droga, cosa que se hizo de manera
puntual, porque ya habían recibido la paga.
Otras dos personas se encargaron de visitar a los que
poseían medio y un saco de la droga. Estas no eran de la
comunidad, por momentos parecían guatemaltecos, lo cierto
es que tenían gran poder de decisión, al extremo de ofrecer
un precio igual al del mercado.
Con todos cerraron negociaciones y en tres días se
comprometieron a traer el dinero. En realidad, eran sicarios,
que habían sido enviados a observar el entorno, para no
comprometer al enlace local.
Dos noches después de la negociación en una operación
de comando sincronizada de dos sicarios por casa iniciaron
el operativo, con el cuento que traían el dinero. En total se
cree que eran entre quince y veinte sicarios, con dos
camionetas de doble cabina.
A las ocho de la noche iniciaron el operativo. Primero
amarraron a cada miembro del núcleo familiar, y luego le
sellaron la boca con cintas especiales.
Sin ningún miramiento le dieron un tiro en la frente al
poseedor de la cocaína usando para ello armas con
silenciador. Luego procedieron a cargar la cocaína en cada
una de las casas señaladas expresamente por los informantes.
242
En una sola noche cinco muertes en mano de sicarios.
A partir de ese día la comunidad adquiere otro perfil, el
de comunidad violenta de ojo por ojo, las venganzas pasaron
a formar parte de la vida cotidiana, y donde la policía trató
de tener un control de la situación.
Las siguientes muertes fueron las de los trabajadores que
habían hecho el listado. Otros no dudaron cruzar la frontera
para formar sus propios comandos de venganza.
Los pastores evangélicos tuvieron que abandonar la
comunidad víctimas de amenazas de muerte por haber
brindado originariamente información a la policía.
En todo este drama hay un personaje que no lo habíamos
mencionado para no perder el hilo de los acontecimientos.
Este personaje es conocido como Mutis, por ser mudo.
Mutis llegó a la comunidad huyendo de las autoridades,
dado que había sido interceptado en la frontera mientras
trasladaba ganado de contrabando. Logró escapar con un pie
herido por arma de fuego. Primero se ocultó entre unas
grandes plantaciones de maíz, pero luego, cuando la pierna
se le inflamaba decidió solicitar apoyo en la iglesia evangélica
del pueblo, pues según decía su familia había sido evangélica.
Los pastores lo auxiliaron y cuando ya estuvo mejor le
consiguieron un trabajo como cocinero en un campamento
de una empresa que estaba construyendo dos puentes en la
zona. Mutis había quedado sin poder hablar después de un
accidente automovilístico según decía. Llevaba un cuaderno
consigo y así se comunicaba con la gente, amén de los
ademanes que no todos entendían.
243
Cuando finalizó ese trabajo había recogido algún dinero,
así que viajó y compró una paca de ropa usada y comenzó a
venderla en la comunidad. También cortaba el cabello a
domicilio. A los dos años construyó un galerón, con la ayuda
de unos amigos que llegaron desde la capital. El siguiente
paso fue contactarse con los productores del lugar para
ofrecerles el alquiler del bodegón para sus granos.
Efectivamente pronto había acabado el espacio con maíz,
frijoles y otros granos, incluso frutas.
Mutis era un personaje serio, solitario. Tenía su esposa en
una localidad a unos setenta kilómetros del borde fronterizo.
Hasta allá viajaba cada quince días. Ella nunca vino a la
comunidad donde trabajaba su esposo. Las mujeres del lugar
murmuraban por lo bajo, y hasta comentaron en algún
momento que no debía tener mujer porque nadie la conocía,
y más bien decían riendo y tapándose la boca “que Dios me
perdone, pero cuidado este Mutis tiene su hombrecito allá
lejos y aquí se hace el fuerte, porque a las mujeres ni buenos
días nos dice”. Ese era Mutis, un solitario, y yo le agregaría
“de no descuidar”.
Recordemos que es este Mutis que trabajando día y noche
transformó su galerón de depósito de granos en el primer
salón cervecero de la localidad, con aspiraciones de night club
rural.
Nadie le puso atención en ese momento, pero la
remodelación de un galerón de más de treinta metros de
largo por casi veinte de ancho requería bastante dinero.
Nadie se preguntó con qué rapidez lo obtuvo, y de donde
eran los veinte trabajadores que contrató para trabajar día y
noche. La gente tenía la mente en otro lado, y lo que le
importaba era gastar el dinero del saqueo.
244
Tampoco nadie le puso atención cuando en dos días
construyó varias habitaciones para alojar a cuatro bailarinas
que trajo según decían de un país vecino. Eran dos negras
monumentales y dos rubias que recibían piropos de todo
tipo. Recuerdo que un día estaban bebiendo cuatro señores
ya cincuentones y le preguntan a una de las rubias cuanto les
cobraba por un beso, y ella les respondió que si era en la
mejilla cien dólares y en los labios quinientos. Tres se
decidieron por los labios, y ahí nomás la rubia se ganó mil
quinientos dólares. Es de imaginar que su contrato era alto
porque permanecían hasta que se fuera el último cliente, y
por cierto que sólo caricias se les podía hacer y nunca por
menos de cien dólares.
Ahí andaba Mutis para arriba y para abajo, con su
cuaderno, y a veces con unas grandes cartulinas en las que
escribía con marcador para que la gente viera. Se veía que
sufría por no poder hablar. También usaba constantemente
los mensajes por celular. Tenía cuatro celulares, decía que
uno era para su familia, otro para la comunidad, otro para el
negocio, y otro para cuando viajaba.
Era un hombre calmo, que se vestía con ropa buena, y
que aparentemente se había encariñado con la comunidad.
Poca gente lo sabía pero Mutis siempre andaba armado con
una pistola nueve milímetros, la que guardaba discretamente
por debajo de la camisa.
La incógnita es qué había detrás de este discreto Mutis, o
mejor quiénes estaban detrás de este misterioso Mutis.
En la comunidad había una persona que le conocía un
secreto. Resulta que Mutis fue contratado por un señor que
vivía entre Guatemala y México. Ese señor tenía una mujer
245
en la comunidad, misma que presentó a Mutis. La amistad se
profundizó y finalmente terminaron siendo amantes. Mutis
estaba enamorado de ella, pero, sus relaciones eran casi
clandestinas.
Quisiera despejar una de las incógnitas. El responsable
del cargamento del avión caído se llamaba Mutis. Mutis, no
era mudo, sino que esa era la condición para un contrato de
tanta envergadura.
Eran narcos los que le ayudaron con el galerón. A ellos
no les importaba el negocio de las cervezas, sino que les
interesaba en primer lugar recuperar parte del dinero
saqueado, y en segundo término Mutis tenía
responsabilidades de inteligencia que reportaba
constantemente vía mensaje por celular y en sus famosos
viajes en los que decía visitar a su esposa.
Olvidaba comentar que en su casa tenía una computadora
la que usaba con batería porque en el lugar no había luz
eléctrica. En esa computadora recibía correos electrónicos.
Un día tenía la computadora encendida y le llamaron por
teléfono y para mejor comunicación se salió al patio.
Precisamente en ese momento llegó uno de los pastores, y
Mutis le hizo señas que pasara. El pastor entró y como tenía
confianza se sentó y cuál fue la sorpresa cuando vio en la
computadora, escrito con letras grandes un mensaje que le
llenó de miedo.
Tenía un celular con buena cámara así que no dudó en
tomar una foto de la pantalla del computador con el
contenido del mensaje.
Decía: “tu pellejo está en juego si no cumples bien con las
siguientes tareas. Recuerda que el avión se averió porque le
246
diste una información incorrecta a los muchachos, que casi
pierden la vida”.
1 Estar atentos ante quienes ostentan tener muchos
dólares. Tomar sus nombres.
2 Informar sobre quiénes gastan más dinero.
3 En ambos casos indicar nombre, apellido y
localización de la vivienda.
4 Llevar un detalle completo sobre la recuperación de
dinero a través del salón cervecero.
5 Hacer un listado preciso de gente que tiene medio
saco y más de cocaína. Esta información es sumamente
importante para que los muchachos que enviaremos se
orienten, para después hacer el trabajo del que ya hablamos.
El pastor, tomó la foto y se quedó en la puerta
disimulando y esperando a Mutis. Este apagó la
computadora de inmediato y algo nervioso platicó con el
también nervioso pastor.
En realidad el correo no era de ese día sino que tenía
como tres meses. Las tareas encomendadas ya estaban
cumplidas, y luego vendría el operativo.
En ese operativo los sicarios mataron con un balazo en la
cabeza a la esposa del señor que dirigía todo desde
Guatemala. Ella también era la amante de Mutis. Ahí
comenzó la crisis porque Mutis acusó al señor de Guatemala
de haber mandado a matar a su esposa por celos, y el señor
acusaba a Mutis de haber entregado su nombre a los sicarios
para sacársela de encima porque ella sabía que él no era
mudo.
247
Cuando Mutis se enteró que dos sicarios lo buscaban para
matarlo desapareció del lugar y se fue a la casa de uno de los
pastores. Ahí solicitó que lo escondieran, y comenzó a hablar
por teléfono, más bien a gritar, insultar, amenazar. Mutis, no
era mudo, se hacía el mudo para poder conspirar mejor. Los
pastores estaban atónitos.
Días después los pastores abandonaban la comunidad
bajo amenazas de muerte, todas anónimas y escritas en letra
de molde. Los mensajes aseguraban que los pastores eran
cómplices de Mutis, y que sabían que no era mudo, y que
además ellos habían delatado a la población con la policía.
Tres años después, cuando las autoridades de la Defensa
Civil llegaron al poblado con motivo de un poderoso
huracán, encontraron muy pocas casas habitadas.
Gran parte de la población había migrado decepcionada
por haber tenido mucho dinero y de un momento a otro
quedar sin nada. Otra razón fuerte para la migración eran los
crímenes diarios que se venían produciendo. Mutis organizó
un comando para liquidar a todos aquellos que colaboraron
con los sicarios en su búsqueda, y aquellos que denunciaron
y asesinaron a los padres de su mujer amada.
Una vez hecho el exterminio, Mutis desapareció, sólo
quedó su leyenda, al extremo que hay muchas versiones de
gente que le ha visto con grandes anteojos oscuros
simulando ser ciego, pero la información nunca pudo ser
verificada. Otros dicen que lo vieron predicando en una
avenida en el distrito Federal en México, junto a uno de los
pastores que expulsaron de la comunidad, pero después se
supo que no era más que un invento de católicos que
siempre han tenido rivalidad con los evangélicos.
248
La tragedia se adueñó definitivamente de la comunidad
rural. La lección aprendida es que cuando la confianza se
pierde ya no se vuelve a encontrar. Es por eso que un día
llegó a la comunidad un señor mudo de verdad y unos
muchachos lo lanzaron a manera de prueba, durante diez
minutos, encima de un panal de abejas africanizadas para
saber si pedía auxilio. Tres días después el señor moriría
porque era alérgico a este tipo de picaduras. Los muchachos
escaparon hacia la montaña y dicen que jamás volvieron a
verlos.
249
EL EXTRAÑO REGRESO DE DON ANTONIO
TEODORO
Este relato se relaciona con de la vida típica de un mundo
rural ganadero, ubicado en las fronteras de Uruguay,
Argentina y Brasil.
El personaje central del relato es don Dorval De Freitas
Pereira Silveira, un hacendado de origen brasileño que poseía
alrededor de veinticinco mil hectáreas de tierra, más o menos
la misma cantidad de vacas y alrededor de cuarenta mil
ovejas. También poseía varias canteras de piedras de cal y
cuatro grandes arroceras. Como es de imaginar, su palabra
era casi siempre una especie de ordeno para los habitantes de
los alrededores de sus estancias.
Don Dorval poseía tres estancias grandes, una en Brasil
dedicada plenamente a la ganadería, otra en Argentina con
ganadería y minas (canteras) de cal, y otra en Uruguay con
ganadería y arroceras.
En cada una de ellas tenía su casa con todas las
comodidades. Las casonas eran similares, hechas todas de
piedra, de tipo colonial, con sus habitaciones dispuestas en
forma de cuadro. Diez dormitorios, cinco baños, despensa,
una gran sala con retratos familiares de treinta centímetros,
tres salas con relojes de pared que sonaban sus campanas
cada hora y daban doce campanadas al medio día. También
había cuatro pasillos de diez metros cada uno. El patio
totalmente cubierto por parrales (vid), con uvas rojas y
blancas y que proporcionaban frondosa sombra.
250
Don Dorval era gordito, de baja estatura. Vestía siempre
de la misma forma, camisa cuadrada de manga larga, pañuelo
al cuello, pantalón de montar marrón, sombrero gris de
paño, bota alta color marrón con espuelas medianas,
cinturón ancho con un espacio para guardar el dinero, otro
para llevar su revólver, 38, calibre largo, Smith Wesson,
especial. Asimismo llevaba seis tiros de repuesto, y un puñal
de unos treinta centímetros de hoja, con empuñadura de
plata y oro. También cargaba un larga vista para dominar los
confines de sus fincas.
Asumía personalmente parte de las actividades ganaderas
y siempre se le veía parando rodeo (recogiendo el hato) y
contando con infinita paciencia vaca por vaca, y oveja por
oveja.
La vida de don Dorval estaba allí entre sus animales, y sus
preceptos básicos consistían en acumular, acumular y
acumular dinero, sin ningún gesto con los vecinos, primero
el dinero, y luego nada. Siempre afirmaba que había nacido
pobre y había enriquecido trabajando duro, aunque no
faltaban quienes ponían en duda estas afirmaciones.
El tener tanto dinero, conlleva poder y generalmente en
este medio va unido a actos autoritarios. Fue así que un día
trató mal a un peón y éste desenfundó su revólver calibre 22
y le hizo tres disparos, uno de ellos le dio a la altura de la
tetilla, justo en el lugar que llevaba tres monedas de un dólar,
de manera que don Dorval salió apenas con un rasguño. Y el
peón ganó los montes, se asoció a los contrabandistas de
caña (licor) y se internó en Brasil, para nunca más volver.
Don Dorval era un personaje bastante chistoso, y a veces,
lo que consideraba bromas eran groserías casi ofensivas. Tal
251
es el caso de Simón, un joven de unos veinte años, una
especie de criado, como decía don Dorval. Se le notaba que
tenía cierto retardo y eso era motivo de risa de don Dorval.
Simón era temeroso de lo que él llamaba almas en pena,
luces malas, aparecidos, etc., y eso era motivo de mofa de
todos los peones los que aplaudían a don Dorval cuando le
hacía lo que él llamaba chistes y bromas.
Una noche, Simón venía de visitar a su novia, que
quedaba en uno de los confines de los potreros de don
Dorval. Al pasar por el río oyó un ruido algo extraño, como
una especie de lamento, y su caballo resopló varias veces.
Automáticamente se llevó la mano a su revólver colt 38, y
desmontó. Con sorpresa observó una luz al pie de un árbol
de roble donde había una gran cruz como recuerdo al
asesinato de don Patricio Rocha de la Rúa, a manos de su
propio hijo.
Era una luz de esas que no le gustaban a Simón. Respiró
profundamente, se persignó, dejó el caballo amarrado y
buscó otro camino en el río para no pasar por el lugar. Ya
más tranquilo regresó por su caballo y al encontrarlo los
pelos se le pusieron de punta, porque éste se había movido
del lugar y estaba amarrado por el pescuezo del tronco del
árbol de roble que mencioné antes, con una gran cadena con
candado similar al de las porteras de los potreros. En el lugar
ya no estaba la luz, pero en cambio el olor a azufre era
insoportable. Esto no es más que obra del diablo, es obra del
diablo, repetía Simón. Pobre muchacho, caminó casi veinte
kilómetros para llegar a la estancia, la ropa la llevaba
destrozada y tenía cuatro versiones del mismo
acontecimiento.
252
El capataz, don Toto, que supuestamente era la persona
de más autoridad fue el paño de lágrimas de Simón. En
realidad detrás de todo estaba el propio don Dorval.
Muchacho le dijo don Toto, no andes comentando esto con
nadie, porque es cosa delicada. Hay que resolver esto
rápidamente porque no hay dudas que se trata de un alma en
pena. Mi muchacho, vaya a la venta de don Anselmo y
compre más o menos las siguientes cosas, que aguanten para
alimentar una persona por tres semanas. A continuación
anotó en un papel: arroz, frijoles, azúcar, tabaco, sal, fideos,
harina de trigo, licor y tres docenas de velas.
Te voy a prestar mi caballo y a pagar tu mensualidad,
terció don Dorval, porque a don Anselmo no le gusta fiar.
Para ir más cómodo le pides que te empaque todo en una
caja y te la amarre bien.
Luego ambos le aconsejaron que se acercara con respeto
al lugar, y como a unos cien metros antes de llegar se quitara
el sombrero. Debía depositar la caja al pie de la cruz, y
encender una docena de velas. Luego el candado con que el
alma en pena amarró su caballo debería romperlo con uno o
dos balazos. Una y otra vez le recomendaron que no mirara
hacia atrás. Luego le aseguraban que la pobre alma se
tranquilizaría, porque aunque pareciera mentira, las almas
también necesitan comer, recalcaban disimulando la risa.
Simón cumplió al pie de la letra lo acordado. De regreso
entró por el lado de atrás de la estancia para que los demás
peones no lo vieran. Esa misma noche hubo reparto entre
los peones, y don Toto sólo se quedó con el tabaco y el agua
ardiente. Don Dorval, más tarde repetiría el relato de Simón
una y otra vez, mostrando el lado oscuro de su perfil,
supuestamente chistoso.
253
A don Toto también le ocurrieron hechos que lo
marcaron para siempre. Tenía una mujer joven, bonita, con
una mirada pícara, y con unas caderas que cuando caminaba
daba ganas de invitarla a bailar.
Un día la mujercita se fue definitivamente para la capital y
don Toto quedó desconsolado, en tanto que los peones
comentaban por lo bajo que ella le ponía los cuernos con
don Dorval.
Cualquiera sea la situación, la tierra, las vacas de don Toto
y su esposa pasaron en su totalidad a manos de Don Dorval.
Después se supo que el padre de la última hija de la ex
esposa de don Toto era don Dorval.
Don Dorval había estado unido en pareja con una
brasileña llamada Frida, que no le gustaba el medio rural y
que a los cinco años de estar con don Dorval decidió,
romper la relación y regresar definitivamente a la ciudad para
finalizar su licenciatura en Antropología, que había
abandonado casi graduándose.
Don Dorval desde que cumplió cincuenta y siete años se
vio afectado por un estado depresivo preocupante. Al llegar
a los cincuenta y ocho años, prácticamente no quería
abandonar la cama.
A veces, para animarse bebía y se embriagaba y siempre
insistía que había trabajado toda su vida y ninguna
satisfacción tenía. Quizás hubiera sido mejor vivir como su
hermano Antonio Teodoro que gozaba la vida regalando
comida a sus amigos montado en un fascinante carruaje.
Finalmente decía que cada quien elige su destino.
254
Don Dorval, en realidad, estaba fingiendo, y su presunto
estado depresivo era una tenebrosa mampara para los actos
que seguirían en su vida.
Cuando iniciaba la primavera, allá por fines de setiembre,
don Dorval le comentó a su capataz, en la cena, que había
decidido romper con su estado depresivo y la forma de
hacerlo era seguir con la rutina de siempre.
A la mañana siguiente, muy temprano ensilló su caballo y
se dirigió a uno de los potreros más grandes, que por un lado
daba a la montaña y por el otro a grandes acantilados, con
un entorno de praderas y un terreno levemente ondulado
que permitían divisar un horizonte de ensueños.
Antes de retirarse, había dicho que no regresaría para el
almuerzo porque quería aprovechar al máximo el día,
después del largo alejamiento de las faenas cotidianas.
Don Dorval no llegó para el anochecer lo que provocó
cierta preocupación entre el personal y especialmente en don
Toto, su capataz.
A eso de las nueve de la noche se pudo escuchar el
relincho del caballo de don Dorval, en uno de los portones
de ingreso a la estancia. A partir de ese momento
comenzaron la búsqueda de don Dorval, con grandes focos.
Lo hicieron durante toda la noche, pero con resultados
negativos. Al siguiente día, cansados y con sueño
prosiguieron rastreando palmo a palmo el terreno, que por
cierto eran grandes extensiones de tierra. El tercer día
tampoco dio resultados. Esa tarde el capataz radicó la
denuncia en la policía, bajo la sospecha de que podría estarse
ante un tipo particular de secuestro.
255
Por tratarse de un personaje importante, y sobre todo por
ser muy acaudalado, la policía actuó de inmediato con la
técnica canina. El cuarto día como a las once de la mañana
los perros de la policía encontraron evidencias significativas.
Se trataba del borde de un acantilado, prácticamente
inaccesible. Nadie lo había escalado, por ser un acantilado de
filosas piedras, por temor a las serpientes, y porque al final
había una poderosa correntada que tenía sus orígenes de dos
montañas cercanas.
Los perros encontraron el sombrero, de don Dorval, su
chaqueta ensangrentada y su revólver. Debajo del revólver
había una nota explicativa de la decisión.
En una parte de la misiva decía que en su último viaje a la
capital del país después de tres exámenes consecutivos en
distintos laboratorios, los médicos habían arribado a la
conclusión que su cáncer en el esófago había llegado al final.
Que su vida pendía de un hilo ya que se estaba expandiendo
por todo el cuerpo.
Solicitaba que no perdieran el tiempo tratando de
buscarlo porque sería imposible encontrar su cuerpo que al
caer en las turbulentas aguas se haría pedazos de inmediato
contra los miles de rocas que había en la trayectoria de la
correntada. Lo segundo que rogaba encarecidamente que
respetaran su decisión final. Ahí mismo aclaraba que todos
sus bienes se los había traspasado hacía ya seis meses a su
hermano Antonio Teodoro que desde hacía muchos años
vivía en Brasil, por el lado de Porto Alegre en Rio Grande
del Sur. Al final de la nota, le suplicaba al señor comisario de
Policía que se comunicara con don Antonio Teodoro
haciéndole saber la dolorosa noticia. Ahí mismo anotaba el
número de su teléfono celular.
256
Se hicieron dos intentos por bajar en el peligroso
acantilado. En el segundo intento, una serpiente cascabel
mordió a uno de los perros de la técnica canina, el que murió
casi de inmediato. Aquello predispuso al comisario y le
orientaron desde el nivel superior que suspendiera la
búsqueda, y que se respetase la decisión de don Dorval.
Ese mismo día a la noche el comisario de policía se
comunicaría telefónicamente con don Antonio Teodoro.
Comentaba el comisario que don Antonio Teodoro, quedó
tan afectado, que no pudo seguir hablando por estar
ahogado en llantos. Al siguiente día se reanudó la
comunicación y el comisario pudo leerle a don Antonio
Teodoro el contenido de la misiva de su hermano Dorval.
En menos de un año todas las propiedades que habían
pertenecido de don Dorval, habían sido vendidas a través de
la gestión de un apoderado legal de don Antonio Teodoro.
El tiempo transcurrió y entre los recuerdos que se tenía
de don Dorval sobresalía el que no le había heredado nada a
su hija con la ex esposa de su capataz don Toto. Cando él
falleció ella tenía unos ocho años.
Seis años después, Hortensia, que era el nombre de su
hija, con el influjo de internet y del impulso por su ingreso
en enseñanza secundaria, comenzó a elaborar el árbol
genealógico de su familia paterna. Esa tarea tuvo que
detenerla porque le faltaba información básica de don
Dorval.
Cuatro años después, cuando ya tenía dieciocho años, de
pura casualidad encontró entre los papeles de un viejo
escritorio la tarjeta de presentación del abogado, que había
oficiado como apoderado de don Antonio Teodoro.
257
Tomó la decisión de localizar al abogado y con él la
intención de llegar a don Antonio Teodoro. Viajó a Brasil y
finalmente localizó a través de registros profesionales al
Abogado.
A los dos días, el abogado la recibió y ella le explicó el
motivo de su viaje, relacionado con la construcción del árbol
genealógico familiar. El abogado le prometió localizar a don
Antonio Teodoro en unos tres días. Efectivamente a los tres
días le llamaría para decirle que don Antonio Teodoro ya no
vivía en Brasil, sino en una provincia argentina, en el límite
con Uruguay.
El abogado se había comunicado telefónicamente con
don Antonio Teodoro y éste le había brindado la dirección
exacta en donde se le podía localizar. Esta información le fue
proporcionada a Hortensia, la que por otra parte no tenía
conocimiento de sus rasgos físicos, y mucho menos de su
extinto padre don Dorval, aunque había oído decir que
tenían cierto parecido.
El encuentro de Hortensia con su tío Antonio Teodoro
fue inolvidable. Fue sumamente atento y complaciente y le
brindó valiosa información familiar para el árbol
genealógico.
Don Antonio Teodoro era un ser muy especial. Tenía una
especie de diligencia (de aquellas del lejano oeste), la que era
tirada por cuatro caballos, y él al volante con un gran
sombrero de paja, que parecía paracaídas. Cuando le
comentaban el por qué tan grande su sombrero Don
Antonio Teodoro, si en su diligencia no le entraba sol. El
respondía con humor diciendo que los caballos de ahora no
eran como los de antes y si se les ocurría desbocarse, pues él
258
se lanzaba al vacío y caía de pie con este sombrero, es por
eso que lo llevaba amarrado por debajo de las mandíbulas.
Luego de este comentario lanzaba una estrepitosa carcajada
de esas que daba gusto oír. Ese era don Antonio Teodoro,
según los relatos escritos y grabados de Hortensia.
Hortensia acompañó a su tío Antonio Teodoro en uno de
sus fascinantes viajes en diligencia durante más de un mes,
visitando amigos, con los que había estrechado relaciones
desde que por varios años les llevaba un paquete completo
de medicina a cada familia. Luego esa amistad se estrecharía
y otros serían los regalos, tal como se los describimos
seguidamente.
Don Antonio Teodoro llenaba hasta arriba su diligencia
de tal manera que no cabía un alfiler. Primero los granos
básicos, jabón, aceite de latas o botellas, enlatados de todos
los tipos, arriba ponía sal, harina, café, etc., es decir los
productos más sensibles al peso. Podría decirse que en la
diligencia cargaba más o menos unos mil kilogramos.
En la parte de arriba de la diligencia llevaba una campana
cuyo sonido alegraba a todo el mundo. Ahí viene don
Antonio Teodoro decían los niños, y detrás de ellos todo el
resto de la gente se alegraba. A veces tocaba la campana, los
niños y los adultos salían y el apenas saludaba y continuaba
arre, arre, hasta que se perdía en alguna curva.
La gente y en general todos sus amigos se alegraban de
verlo, pero, más se hubieran alegrado si les hubiera dejado
algo y estado al menos hablando con ellos. Como a los
cuarenta y cinco minutos se oía de nuevo la campana, y es
que don Antonio Teodoro era como una especie de cómico
aficionado. Había tomado un camino por detrás del poblado
259
y desembocó en el mismo lugar donde había aparecido la
primera vez.
Cuando le preguntaban, y por qué nos dejó burlados y se
fue y ahora aparece por el mismo lugar que entró la primer
vez.
Don Antonio Teodoro buscaba automáticamente el
auditorio de los niños. Es que vean, ese hombre desde hace
tiempo que me comentan que aparece cuando yo aparezco.
No sé si es bueno o malo, pero no deja de darme miedito.
Ustedes saben, mis muchachitos, que esto de los dobles no
solo se da en el cine, sino en la vida real. Para que quedemos
claros vengo entrando por primera vez y el otro hombre que
ustedes dicen que vieron para mí es todo un misterio. Los
adultos, siempre entendían la seña y se iban retirando para
no reírse delante de los niños, cuyos corazoncitos, sobre
todo los más pequeños latían intensamente.
En cada casa, que llegaba, y que eran sus amigos, dejaba
al menos el equivalente a una canasta básica, del tipo de las
que hablan las Oficinas de Estadísticas del Gobierno.
Cuando la familia era muy grande dejaba el equivalente a dos
canastas básicas. Sus argumentos para el obsequio eran un
reflejo de su personalidad. No crean muchachos que yo
traigo esto porque soy muy bondadoso, es que con lo que
como (y en realidad era tremendo a comer) termino la
provisión en dos días. Y los niños reían al verlo tan pequeñín
y regordete y con aquel sombrero gigantesco.
Ya lo tenía todo empacado, de manera que las cosas se
facilitaban. Generalmente quedaba un día en cada casa.
Cierta vez pasó un mes para recorrer cinco kilómetros
porque había fiestas.
260
En la parte de adelante, en el asiento de su izquierda
llevaba don Antonio Teodoro un recipiente de plástico
similar a los que se almacena agua con una capacidad para
unos ciento veinte litros. Ese recipiente lo llevaba lleno de
caramelos, los lanzaba a diestra y siniestra a todos los niños
que salían a despedirlo. A veces aquello parecía una romería
de niños corriendo detrás de la diligencia. De pronto se
detenía, se ponía de pie en el pescante de la diligencia y con
voz serena y aguda se dirigía a los niños. Bueno mis
muchachitos, ya es tiempo que regresen porque estos
caballos, que no son como los de antes, también corren
caminando para atrás y como van de espalda les pueden
pasar por encima. Finalizaba la arenga con otro puñado de
caramelos y luego se perdía en el confín del camino
polvoriento.
Cuando acababa la provisión era que había llegado a
destino. Regresaba pronto y se detenía muy poco, lo
suficiente para que los amigos le fueran regalando pollos,
gallinas, gallos, huevos, corderos, terneros, chanchitos,
queso, pan casero, frutas varias, ayotes, papas, zanahorias, en
fin todo lo que tuvieran a mano y pudieran poner a la fuerza
en la diligencia. Era una discusión de esas que más bien
parecía diálogo de sordos. Don Antonio Teodoro diciendo
que no le regalaran nada que iba de prisa y ellos que si, y el
que no y ellos a coro que si, y si no acepta no lo queremos
más en nuestras casas terciaban las señoras. Y entre gritos y
risas, arre, arre se iba de regreso don Antonio Teodoro De
Freitas Pereira Silveira, hermano de padre y madre del
extinto don Dorval.
Hortensia regresó a Uruguay fascinada con el personaje
de don Antonio Teodoro. Se dedicó casi a tiempo completo
261
a organizar el árbol genealógico con los múltiples aportes de
su tío. Luego vendría el momento de ir dándole el toque
final con fechas de nacimientos, lugar, actas, y todo lo que
constituye una documentación de sustentación, pues así lo
quería ella.
Tanto don Dorval como don Antonio Teodoro habían
nacido en Brasil, así que hacia allá volvió a viajar Hortensia,
esta vez tenía prisa porque quería finalizar todo muy pronto.
Buscando la fecha de nacimiento de don Antonio
Teodoro, se encontró con una partida de defunción del
mismo con fecha anterior a la muerte de su papá don
Dorval.
Muy preocupada buscaría en los periódicos de la época, y
allí encontraría la invitación a su sepelio, y también una
fotografía del don Antonio Teodoro, que había sido un
filántropo muy conocido.
Con esa información buscó el cementerio y la respectiva
tumba, allí estaba en la puerta del panteón la misma foto del
periódico, y la fecha de su fallecimiento.
La pregunta que asaltaba a Hortensia era que si esa
información era correcta, entonces a quién había traspasado
sus propiedades su padre don Dorval. Es más si don
Antonio Teodoro había muerto hacía tantos años, quién era
ese personaje llamado Antonio Teodoro que ella había
conocido y que se había identificado como hermano de su
papá.
Viajó de urgencia a Uruguay y ahí habló seriamente con
su madre. Decidió buscar nuevamente al abogado que había
sido el encargado de la venta de las propiedades de su padre.
Al llegar a Brasil se enteró que éste se había ido de
262
vacaciones fuera del país y regresaría en un mes. Hortensia
consideró que era demasiado tiempo para esperarlo.
Desde Brasil llamó telefónicamente a su mamá y ambas
coincidieron que debería localizar en Argentina, nuevamente
a don Antonio Teodoro con el pretexto de hacer algunos
ajustes al árbol genealógico familiar.
Don Antonio Teodoro como siempre muy amable la
invitó a una de sus residencias de descanso. Allí estuvieron
tres días con otros amigos que llegarían al segundo día. En
realidad todos eran gente muy agradable y respetuosas, como
lo diría una y otra vez Hortensia.
Fue precisamente en el segundo día de estadía, en un
descuido de don Antonio Teodoro, que Hortensia pudo
acceder a su identificación y licencia de conducir. A ambas
les tomó fotografía. Finalizada la velada Hortensia regresó a
Uruguay, directo a interpol, para que se indagara la verdadera
identificación de don Antonio Teodoro.
Las prácticas administrativas de interpol le parecieron un
siglo a Hortensia por lo que optó por el uso de otras
instancias. Localizó al comisario que había atendido el
fallecimiento de su padre y le llevó la foto de don Antonio
Teodoro en la residencia de descanso.
El comisario ya se había jubilado, pero se mantenía en
forma haciendo ciclismo. Así fue que lo interceptó en su
propia bicicleta, la desesperada Hortensia. El antiguo
comisario, secándose el sudor de la frente con un pañuelo,
quedó viendo fijamente la foto, la alejó un poco, luego la vio
de perfil, y al final, expresó algo que impactaría en la vida de
Hortensia. Virgen María santíiisima, diría el ex comisario,
esta foto es de don Dorval, no me cabe la menor duda. Ahí
263
mismo marcó el teléfono del propio jefe de policía de la
Provincia y le explicó el caso de la muerte de don Dorval y
esta nueva aparición.
Una semana después en Argentina era detenido don
Antonio Teodoro, es decir, don Dorval que se hacía llamar
Antonio Teodoro.
El ex comisario fue invitado a través de la policía de
interpol a acompañarlos en el reconocimiento a don Dorval.
Este después le diría de manera sarcástica al antiguo
comisario: “Así es la vida, señor ex comisario, nunca falta un
tropezón cuando un rico se divierte”.
Entre los elementos más importantes que destacan en el
interrogatorio están las siguientes evidencias espeluznantes:
-Don Antonio Teodoro murió en la fecha indicada según
acta recogida por Hortensia.
-Don Dorval no había fallecido, sino que simuló un
suicidio.
-Que la sangre en ambos puños de la chaqueta de don
Dorval no obedecía a que se había cortado los pulsos, como
lo dijo en su nota, sino que era sangre de una oveja que
sacrificó y luego lanzó al abismo y cuyo cadáver
posteriormente habían encontrado unos lugareños.
-Que don Dorval no padecía de ningún cáncer terminal
como había dicho en su misiva, sino que lo que tenía era una
amenaza pendiente. En su viaje a la capital se había
encontrado con un siniestro personaje que estuvo veinte
años en la cárcel por haber matado a dos policías en un
asalto bancario en el que lo acompañaba el joven Dorval de
entonces.
264
-Cuando lo capturaron asumió toda la culpa, y a cambio
le entregó todo el dinero a don Dorval para que se lo
distribuyeran multiplicado una vez que obtuviera la libertad.
Dice don Dorval que su ex socio fue bien claro cuando
asistió a su cita en la capital en el sentido que le entregara su
dinero o lo denunciaba a la policía.
Esa fue la razón del fingido suicidio, para seguir gozando
de sus riquezas mal habidas en otro lado.
Se fue a otro país con la misma riqueza mal habida, la que
por otra parte le había permitido comprar más de veinticinco
mil hectáreas de tierras en tres países diferentes y miles de
cabezas de ganado vacuno y ovino. Adoptó la identificación
de su hermano muerto en Brasil y se trasladó a Argentina,
adoptando también el perfil humano y picaresco de su
hermano Antonio Teodoro.
Casi a sus setenta años, y con una enfermedad terminal
avanzada, irónicamente en el esófago fue internado en una
cárcel con régimen especial. Seis meses después el cáncer
avanzó rápidamente llevándolo a la muerte. Esta vez de
verdad, así como de verdad el cáncer de esófago.
Todas las propiedades de don Antonio Teodoro, que era
en realidad don Dorval pasaron a manos de una heredera,
que en la fingida muerte no le había tocado nada, nos
referimos a su única hija Hortensia De Freitas Galvao
Peixoto.
265
Breve perfil de los principales personajes, según
capítulo
Las razones por las que Ernesto dejó de vivir en paz
Delegado policial. Es un Comisario de policía que
habla de manera autoritaria y que hace amenazas
constantes a Ernesto.
Don Danilo Valenzuela Valenzuela. Un
empresario corrupto.
Don Fermín Escobar. Vecino y amigo de
Ernesto.
Don Luciano. Empresario corrupto.
Ernesto (Ernesto José Ibarra Gaitán): principal
personaje del relato, víctima de una trama bien
montada para declararle loco y quedarse con sus
propiedades.
Esteban. Sobrino de Ernesto y abogado que
defiende los intereses de su tío.
Luisa Poveda de Ibarra: esposa corrupta que en
complicidad con empresarios y políticos
corruptos declaran enfermo mental a su marido.
Menjívar. Un coronel de origen salvadoreño
abuelo de Ernesto.
Por aclaración culpable si, arrepentido no
Alpes Echeverría. Capataz de una de las fincas.
Antonio Silvino. Hermano de Darcy y Riu Mauro.
Darcy. Hermano de Antonio Silvino y Rui Mauro.
Director del Hospital. De la localidad en donde
vivía Darcy.
266
Don Dirceu. Anciano desconfiado y que no creía
de la regeneración de Rui Mauro.
Don Paulo Oliveira. Capataz de una de las fincas.
Don Secundino. Padre de Darcy, Antonio Silvino
y Rui Mauro.
Dr. Castiglioni Real de Azúa. Falso médico que
mató a Darcy inyectándole silicona de avión.
Helio Clodomir Da Silva. Socio de Rui Mauro en
el asesinato de Antonio Silvino.
jefa de Enfermería. Hospital de la localidad en
donde vivía Darcy.
María Antonieta. Católica fundamentalista.
María Camila. Católica fundamentalista
María del Carmen. Católica fundamentalista
Presidente de la Asociación Gay. Localidad en
que vivía Darcy que también era gay.
Requiterena. Delincuente, falso médico, que se
conocía como Dr. Castiglioni Real de Azúa.
Rui Mauro Pereira Das Neves Mota. Ex
presidiario y asesino de sus hermanos Darcy y
Antonio Silvino.
Teodora Queiroz Da Silva. Esposa de Helio
Clodomir Da Silva, principal testigo del asesinato
de Antonio Silvino.
Diógenes Fabra y el perro que perdió los dientes en
extraña pelea
Diógenes Fabra. Misterioso personaje que según
comentaban simulaba convertirse en gallina
Don Aquiles. Vecino de Fabra.
Don Chico Mora. Vecino de Fabra.
267
Don Cipriano. Vecino de Fabra.
Don Máximo. Vecino de Fabra.
Don Nepomuceno. Vecino de Fabra.
Don Ulises. Vecino de Fabra.
Doña María Camila. Vecina de Fabra.
Juana de las Mercedes. Compañera de Fabra.
Perro lobo. Misterioso perro de Fabra.
Quintana. Vecino de Fabra.
Robertito. Niño que enloqueció al encontrar
ahorcada a Juana de las Mercedes.
El futuro de Dulce María lo adivinó una gitana
Adolfo Antonio Arana Aldana: esposo de Doña
Flor de María y padre Adán, Adrián, Alberto,
Aldo, Arturo y Augusto
Adán: hijo de Adolfo Antonio Arana Aldana y
Flor de María.
Adrián: hijo de Adolfo Antonio Arana Aldana y
Flor de María.
Alberto: hijo de Adolfo Antonio Arana Aldana y
Flor de María.
Aldo: hijo de Adolfo Antonio Arana Aldana y
Flor de María.
Arturo: hijo de Adolfo Antonio Arana Aldana y
Flor de María.
Augusto: hijo de Adolfo Antonio Arana Aldana y
Flor de María.
Che. Comandante Ernesto Guevara.
Diego Rivera. Pintor mexicano.
Don alcaraván. Seudónimo del autor del relato.
Don Gonzalo Ferreira Da Silva. Empresario.
268
Dulce María: esposa de Adolfo Antonio Arana
Aldana y madre de Adán, Adrián, Alberto, Aldo,
Arturo y Augusto.
Comandante Marcos. Polémico personaje de
Chiapas, México.
Evita Perón. Esposa del ex Presidente Argentino
Domingo Perón.
Frida Khalo. Connotada artista Mexicana.
Gitanas. Personajes importantes del relato, pues
ellas adivinaron el futuro de Doña Dulce María.
Madre de Tomasa. Bruja de oficio.
Oriana. Dueña de una imprenta.
Revolución Sandinista. Revolución sandinista de
Nicaragua.
Salvador Arana Aldana: hermano de Adolfo
Antonio Arana Aldana.
Sandino. Héroe nacional de Nicaragua.
Sendero Luminoso. Polémico grupo político de
lucha armada en Perú.
Tina Modoti. Connotada artista.
Tomasa. Enamorada de Dulce María. Se ahorcó
por ella.
Vicente Antonio Araujo. Empresario Ganadero.
V. La soledad de los gallos de doña Adela
Doña Adela Berrogorry Vizcaíno. Dueña de mil
quinientos gallos de pelea.
Elías. Jefe de la mafia local, radicado en Europa.
Fermín Céspedes. Esposo de Doña Adela.
Personaje especializado en despojar de sus bienes
a los campesinos. Murió asesinado y su cabeza la
dejaron en una jaula de lapa verde.
269
Hermanos Peña. Finqueros, asesinos de Fermín
Céspedes.
Sebastián Berrogorry. Hijo de Doña Adela.
Tatiana Gvishiani. Modelo vinculada a la mafia
que bailaba en un night club de Sebastián
Berrogorry.
El calor de los ladrillos de Diego del Peñón
Carnita asada. Famoso bandolero rural de
montaña.
Comisario. Personaje siniestro cómplice de varias
muertes en la localidad.
Diego del Peñón. Personaje central del relato.
Dejó de ser pastor evangélico como consecuencia
de la insidia, envidia de su suegro y por celos de
su esposa.
Don Alfonso. Padre de Diego del Peñón.
Rolando Matías Moreira. Suegro de Diego del
Peñón.
Ruth. Hija de Rolando Matías Moreira y esposa
de Diego del Peñón.
Amores de perros para una perra vida
Don Juan Carlos. Persona que entrevista a don
Napo.
Don Napo. Personaje central del relato que vivió
rodeado de veinte perros en un basurero.
Napoleón Barrioza Lunablanca. Nombre y
apellido de don Napo.
Profesor. Persona que entrevista a don Napo y
que visita la tumba con sus alumnos de la
Universidad.
270
Los muros de piedra no son buenos para estrellar la
cabeza
Deborah. Ex esposa norteamericana de Douglas
Guzmán Smith.
Douglas Guzmán Smith. Personaje central del
relato.
Jaime Santillana Egúren. Amigo de Douglas
Guzmán Smith.
Las chatarras que el viento se llevó regresan con
sorpresas
Don Florentino. Empresario que sufrió
trastornos mentales y vendió sus vehículos
nuevos como chatarra.
Thomas W. Bendall Brown. Personaje central del
relato, conocido como el Rey de la Chatarra.
Tomás. Nombre en castellano del Rey de la
Chatarra.
Klaus. Ciudadano alemán propietario de varias
arroceras. Al fallecer dejó abandonada una caja
fuerte que con el tiempo fue comprada como
chatarra y que su interior estaba lleno de lingotes
de oro.
En la montaña somos así, favor que nos hacen, favor
que regresamos
Asdrúbal Rocafuerte. Traficante de personas
hacia Estados Unidos. En el relato aparece como
coyote.
Eva. Esposa de Ramón y madre de los niños
secuestrados.
271
Ramón. Esposo de Eva y padre de los niños
secuestrados.
Rodrigo. Bandolero rural conocido como Rodrigo
de la montaña.
Las luces de la cohetería iluminaron un aterrador
polvorín de recuerdos
Patricia. Esposa de José María Carriles.
José María Carriles. Nombre por el que se
conocía a José María Casablanca.
En boca cerrada a veces, entran moscas
Mutis. Personaje central del relato. Simuló ser
mudo durante varios años para realizar tareas
ligadas al narcotráfico en una comunidad rural.
Pastores evangélicos. Únicos que resistieron a la
tentación de tomar dinero en dólares de un avión
que cayó en la comunidad con droga y dinero. A
la postre sería Mutis el responsable de este
cargamento.
El extraño regreso de don Antonio Teodoro
Don Anselmo. Comerciante.
Don Antonio Teodoro. Pintoresco personaje.
Hermano de don Dorval.
Don Dorval. Personaje central del relato. Simuló
un suicidio y desapareció.
Don Toto. Capataz de don Dorval.
Ex Comisario. Testigo clave en la extraña
desaparición de don Dorval.
Frida. Ex esposa de don Dorval y que lo
abandonó porque son le agradaba el medio rural.
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Hortensia. Hija de don Dorval. Autora de un
dramático árbol genealógico.
Simón. Empleado de don Dorval.