martes, 16 de agosto de 2011

Las luces de la cohetería ilumimaron un aterrador polvorín de recuerdos


Relatos rurales para dormir con un ojo abierto
Capítulo XI. Las luces de la cohetería iluminaron un  aterrador polvorín  de recuerdos
Juan Carlos Santa Cruz C.
Nindirí, agosto 2011
Relatar asuntos relacionados con la guerra, siempre es triste y algo estresante, particularmente si esta guerra se da entre compatriotas, como es caso al que nos referimos.
El principal actor de este relato es un hombre del pueblo, nacido en el occidente de Nicaragua, pero que luego migraría a la capital. Su nombre José María. Desde muy pequeño se ganó la vida vendiendo caramelos, periódicos, agua helada, entre otras múltiples ocupaciones. Creció prácticamente sólo, porque su mamá falleció cuando tenía nueve años, y no conoció a su papá.
Con gran esfuerzo asistió a la escuela primaria. Fue ahí que se enteró que no tenía ningún apellido, dado que no lo habían inscrito en el registro civil de las personas. Acompañado de dos testigos, ambos maestros de la escuelita pública donde estudiaba le registraron con un apellido singular dado que no recordaba el apellido de su progenitora. El color de la casa en donde hicieron el registro era blanco, asi que a partir de ese momento pasó a ser José María Casablanca.
De todos modos  sus amigos lo identificaban desde pequeño como “riel” porque le encantaba caminar sobre los rieles del ferrocarril. El siempre prefirió el seudónimo de “Carriles” y ese fue el que usó el resto de su vida, incluso a manera de apellido.
Cuando tenía 15 años viajó a la capital y consiguió un trabajo permanente, que le permitió hacer la secundaria durante la noche. A los 19 años se había bachillerado.
En la secundaria conoció a muchos jóvenes inquietos, preocupados por la represión de la dictadura somocista. A los 17 años establece sus primeros vínculos con células del movimiento estudiantil que estaban dispuestos a enfrentar la dictadura. A los 19 años, poco después de bachillerarse se integra a tiempo completo en una célula guerrillera del barrio en donde vivía.
Le correspondió el trabajo de hormiga de organizar a la gente para protegerse de los bombardeos de la guardia nacional que en esos días atacaba sin piedad a los pobladores de los barrios orientales de Managua. En esa actividad estaba cuando pasó un avión conocido como push and pull el que dejó caer sobre una modesta vivienda una bomba. José María se lanzó sobre dos niños pequeños para protegerlos, pero un charnel se le incrustó en la cabeza.
Perdió bastante sangre, y también el conocimiento. Cuando despertó estaba en un hospital de campaña del movimiento insurgente, atendido por jóvenes médicos, pero con carencias de material y medicamentos. Fue así que le quitaron el resto de charnel que aún le quedaba. Le hicieron doce puntadas. En una semana la herida cicatrizó y aparentemente todo estaba bien.
Los médicos le hicieron varias advertencias, porque se trataba de una herida en un lugar sensible. No debía hacer esfuerzos, como levantar peso, ni correr, y en general no agitarse, ni exponerse a las inclemencias del sol.
El temperamento de José María no calzaba con estas recomendaciones. Necesitaba movilizarse, no podía quedar inactivo en una situación revolucionaria. Guardó por un mes las recomendaciones de los médicos. Pronto se le vería igual que antes y hasta parecía que lo hacía con más energía. Esa energía desgastada en momentos claves de su recuperación le traería consecuencias  serias para su salud.
La dinámica de la lucha contra la dictadura somocista le llevaría a José María a asumir diversas acciones de riesgo de las que siempre salió airoso, aunque la migraña cada vez se hacía más intensa.
La caída de la dictadura lo encontró en las inmediaciones del municipio de Condega dirigiendo una columna guerrillera que bajaba de las montañas del norte.
La revolución había triunfado y José María quería integrarse de lleno a la reconstrucción del país. No tenía ninguna especialización, excepto en el área militar. Fue así que se incorporó a las tareas de inteligencia y también de contrainteligencia, ligado al naciente Ministerio del Interior.
En realidad, tuvo poco tiempo laborando, y dado su estado de salud,  fue remitido a un centro  especializado  fuera de Nicaragua en donde le trataron contra la migraña por el lapso de seis meses . Todo indicaba que el charnel le había afectado partes sensibles del  cerebro.
En ese lapso, José María tuvo tiempo para reflexionar tratando de encontrar un norte claro para su vida. Sentía que no se adaptaba a la dinámica de la instancia de operaciones especiales en la que estaba asignado, dado que la guardia somocista aún andaba dispersa por el país, y si se resistían los aniquilaban. Eso no le agradaba para nada a José María que más bien creía en una amnistía general.
Al regresar a su centro de operaciones comenzó a hacer ciertos planteamientos que si bien eran bien intencionados molestaban bastante a los mandos.
Las tensiones prosiguieron y estallaron  por el lenguaje agresivo de José María hacia los mandos superiores, particularmente cuando bebía no tenía control de si mismo. Le habían prohibido el licor, pero era más fuerte que él.
Por decisión propia se retiró de los aparatos de inteligencia del Gobierno y se fue a una finca en la montaña cuyo dueño era un viejo conocido de la época de la guerrilla, además que tenía cierta atracción por su única hija.
Ahí permaneció por cierto tiempo, incluso se integró a las jornadas de alfabetización, correspondiéndole la tarea de alfabetizar en el valle en donde estaba enclavada la finca de su amigo.  Ahí pudo conocer la opinión de muchos campesinos que resentían la represión en el campo por parte de las autoridades.
José María trataba nuevamente de buscar un norte para su vida, pero, cada vez veía más lejanas la relación con los dirigentes del proceso revolucionario.
Una tarde lo visitaron en la finca de su amigo un grupo de gente armada, que resultaron ser viejos amigos de la guerrilla. Todos ellos eran desertores del ejército y de otras responsabilidades de la revolución y habían decidido levantarse en armas. Para ello estaban dando los primeros pasos para la organización de un movimiento contrarrevolucionario que ayudara a encaminar a la revolución por el sendero que ellos consideraban  debía transitar. Todos rechazaban a la cooperación soviética y cubana.
José María les solicitó un plazo de una semana y al finalizar la misma ya era parte de la naciente estructura militar con operaciones en el área rural. Se le asignó la tarea de reclutamiento de combatientes a nivel del campesinado. Esta tarea le gustaba a José María, porque le evitaba enfrentarse con  antiguos compañeros del ejército que andaban en persecución de la misma.
Fueron días agotadores en donde José María seguía sufriendo de cansancio y de fuerte migraña. A veces bromeaba diciendo que  creía que lo que tenía era una migraña que se había enamorado de él y era bien celosa, porque no le perdía pisada.
El tiempo fue transcurriendo y comenzaron a darse ciertas fricciones en la agrupación en que andaba. En primer término porque había nuevos mandos, más jóvenes y sumamente sanguinarios. Las matanzas a gente desarmada y las violaciones a  mujeres estaban a la orden del día.
José María padecía de la enfermedad de alcoholismo, de manera que bebía casi a diario y en especial los fines de semana.
En reiteradas oportunidades bebiendo con los nuevos mandos, a quienes conocía poco, José María haciendo gala de un estilo franco y abierto mencionó reiteradamente la diferencia entre la conducta, disciplina y estado moral del la contrarevolución y las fuerzas regulares del Gobierno. Lo repitió por quinta vez en una sola noche destacando los méritos de las fuerzas regulares.
Al siguiente día fue llamado por el mando superior, hacia donde se trasladó por dos horas en mula. Allí se le solicitó que explicara en detalle lo que había expresado reiteradamente en la noche anterior, mientras bebía con los mandos de su agrupación.
Se le oyó con atención, y en parte se compartió sus inquietudes. Le orientaron que esperara la decisión del mando,  y así lo hizo José María. En dos horas estaba la decisión, en donde se ordenaba retractarse en público ante los nuevos mandos y disculparse de manera individual con cada uno de ellos, por haber afectado su estado moral y por ende de toda la agrupación.
José María lo tomó como una ofensa, y solicitó 24 horas para ejecutar la orden. Era una situación difícil y trascendental, máxime que estaba enterado que la votación había sido reñida de cuatro votos contra tres.
Para el alto mando también era una situación riesgosa porque José María no tenía una mancha en su accionar e incluso la estructura de la nueva organización era obra casi exclusiva de José María, con el agregado que no quería pertenecer al mando superior, por su debilidad con el licor.
Finalmente, trascurridas las 24 horas ,José María había tomado la decisión de separarse de la agrupación contrarevolucionaria. De nada valieron las súplicas de tres de los siete jefes del alto mando y de muchísimos cuadros intermedios que incluso llegaron a rodearlo para impedir que los abandonara. En privado las cosas estaban muy tensas porque atribuían la deserción de José María a majaderías urbanas de los nuevos mandos, que no coincidían con el estilo de ser del campesinado de la tropa irregular. Era evidente que se notaba un nuevo estilo en la tropa, fruto de la asesoría extranjera en donde lo sanguinario formaba parte de la rutina.
José María regresó a la vida civil, pero se quedó en la montaña en la finca en donde lo habían contactado sus antiguos amigos de la contrarevolución.
Fue allí también que lo visitaron también otros antiguos compañeros de la guerrilla, casi todos campesinos. Querían que volviera a la lucha junto a ellos para enfrentar a la contrarevolución. José María estaba claro que no regresaría a las fuerzas regulares, como personal permanente, pero sus amigos le traían una propuesta. Estaban organizando milicias populares y necesitaban de gente con experiencia militar y que conociera la región.
A la semana estaba enrolado en las fuerzas de reserva, atendiendo milicias, es decir era un civil con experiencia que gozaba del aprecio de muchos de los mandos.
Durante tres años cumplió diversas tareas dentro de las milicias y estuvo movilizado en cuatro  batallones de reserva, llegando a recorrer gran parte del norte, y la costa Caribe.
Estando en el triángulo minero, un guía divisó a unos cinco uniformados que transitaban por un desfiladero de la montaña. De inmediato se le ordenó a José María que operara por sorpresa y apresara a aquellos sujetos. Que evitara en lo posible enfrentamientos por ser un lugar con presencia enemiga.
En realidad había un error de información, los cinco camuflados eran una avanzadilla de casi un batallón que estaba agazapado en la maleza. José María fue rodeado y sus compañeros masacrados. Fue obligado a presenciar todo tipo de torturas a sus compañeros. Luego a punta de bayoneta le obligaron a cavar una zanja en donde posteriormente debió empujar uno a uno a sus compañeros amarrados y aún vivos. Luego los contrarevolucionarios asumieron el relleno de la zanja en medio de los gritos desesperados de los nueve compañeros de José María. Todo ello festejado por carcajadas de los contrarevolucionarios. Luego amarraron a José María y cuando iban a fusilarlo surgió una voz del mando superior que ordenó que no lo hicieran. Era nada menos que uno de los del alto mando que avisado de la situación  había llegado para evitar que lo fueran a matar.
Cuando los miembros de la unidad militar en la que andaba movilizado dieron con José María, éste trató de explicar lo sucedido.  Su relato no fue creído por nadie, particularmente porque no tenía ni un rasguño, excepto las chimaduras propias del alambre con que lo habían amarrado. Había coincidencia que estaban ante un traidor, pero no había pruebas contundentes.
El mando superior no tenía pruebas fehacientes, pero, la decisión era que abandonara de inmediato el campamento y que se reservaban el derecho de investigarlo cuando lo consideraran conveniente. Fue el prestigio de José María que evitó otro desenlace fatal.
Abandonó la unidad militar, en medio del repudio generalizado de sus camaradas de armas. Se sentía desmoralizado por todo lo ocurrido y por la humillación a que había sido sometido por sus compañeros.
Nuevamente regresó a la casa de su amigo en la montaña. Quería hacer un alto en el camino y organizar su vida familiar. El año siguiente fue de trabajo duro en la finca. Ese mismo año uniría su  vida con Patricia la hija de su amigo. Tres meses después un infarto terminó con la vida de su suegro.
Le correspondió a José María asumir todas las responsabilidades al frente de la finca.
Ambos se fueron a vivir a la ciudad y José María atendía la finca a la que viajaba una vez a la semana.
El tiempo fue transcurriendo y José María y Patricia habían consolidado su relación de pareja. No tenían hijos así que vivían un apasionado romance matrimonial.
José María evitaba mencionar los desesperados dolores de cabeza que lo afectaban, pero Patricia los conocía perfectamente. No soportaba tocarse en el lugar en donde estaba la cicatriz del charnel.
Cuando estaba muy afectado argumentaba que se encontraba algo deprimido y se encerraba, aunque solía salir del encierro con ciertos niveles de agresividad preocupantes. Patricia consciente de esta situación había obtenido con médicos amigos unos sedantes muy fuertes que lo hacían dormir mucho y le ayudaban a descansar. Una semana después José María había recuperado su vida normal.
Patricia estaba muy preocupada porque en momentos de ira, José María repetía una y otra vez que quería irse al monte para hacer picadillos a sus enemigos que habían asesinado  a sus compañeros milicianos. Su preocupación aumentaba porque la finca quedaba ubicada a escasos dos kilómetros del lugar en donde habían sido emboscados.
Patricia evitaba comentar acerca de la salud mental de José María, de manera que lo manejaban como un secreto familiar.
Los cohetes de las fiestas de fin de año destrozaban los nervios de José María y cuando se trataba de cargas cerradas escapaba de enloquecer, porque el dolor de cabeza se le multiplicaba.
Una noche hubo una balacera entre policías y delincuentes. José María quedó sumamente alterado al extremo que intentó romper la cerradura de una caja fuerte en donde Patricia le había guardado las armas, precisamente porque no confiaba en su ponderación.
La vida en pareja como mencionaba antes, transcurría con bastante pasión. Casi siempre se quitaban parte de la ropa, ella se quedaba en calzones y él en calzoncillos. Les encantaba los juegos previos al acto sexual, y mucho disfrutaban haciéndose cosquillas mutuamente.
Ese día luego de la balacera, aún alterado como estaba José María quería tener sexo, y aunque al principio Patricia respondió con evasivas, finalmente accedió. Así que ambos se fueron a la cama temprano.
A ella le llamó la atención que José se quedó en calzoncillos, pero la miraba de una manera algo extraña. Tenía el ceño fruncido. Sus ojos parecían expresar algo así como si hubieran identificado algo nuevo en su cuerpo semi desnudo.
Ella no atinaba a desnudarse totalmente. Sentía como si algo helado corriera por su piel. Finalmente José María habló señalándola con el dedo índice. “Vos a mi no me engañás. Vos sos informante del enemigo. Es más, creo que siempre perteneciste al enemigo, desde que estabas en la finca, y te uniste a mi para pasarles información”. Prosiguió José María con tres palabras que la aterrorizaron. “Mirá Patricia, esto no se queda así, porque quien las hace las paga, y eso es todo lo que tenía que decir, atenete a las consecuencias”.
Ella quedó atónita. No sabía si gritar pidiendo auxilio o responderle en el mismo tono. Finalmente optó por  procurar calmar a José María que por primera vez estaba siendo afectado por el avance de su enfermedad como consecuencia de la afectación en el cerebro. Logró hacerlo beber agua, que según ella mismo se lo dijo a José María le ayudaba a tranquilizarse. Efectivamente lo tranquilizó porque logró agregarle un sedante al vaso de agua.
Patricia estaba convencida que a partir de la fecha formaba parte de los “enemigos” de José María y que por tanto debía ser muy cautelosa en el trato.
Ya más tranquilos pudieron hablar, e incluso José María se disculpó  y entendió que la enfermedad estaba avanzando. Finalmente acordaron que José María cuando se sintiera nervioso o alterado se iría para la finca para evitar confrontaciones. También  lo haría para las fiestas de fin de año cuando arreciaban las cargas cerradas y resto de cohetería. Así ocurrió durante un año.
Patricia, no obstante, notaba que al menos 20 días al mes José María tenía que irse para la finca por su estado de ira, lo que indicaba que su afección avanzaba. Fue por eso que decidió abordar a José María para que le dijera que era lo que le estaba ocurriendo.
José María fue directamente al grano y le confesó lo siguiente a Patricia:
Que cada vez soñaba más que los charneles le recorrían todo el cerebro y que estaba muy cerca de tener un derrame cerebral.
Tenía constantes pesadillas en donde oía los gritos de los compañeros que fueron enterrados vivos por él mismo, obligado por los contrarrevolucionarios.
Los gritos de casi 800 milicianos que al unísono le decían traidor, traidor, acusándolo de haber entregado a los  compañeros milicianos a los contrarrevolucionarios.
Los gritos desesperados de una joven campesina violada masivamente por orientación de los nuevos mandos sanguinarios de la contrarrevolución. Su impotencia por no poder auxiliarla al estar tan ebrio que no podía ponerse de pie. Los gritos desesperados que más calaron en él fue cuando la lanzaron hacia arriba y luego le incrustaron en el ano una bayoneta encajada en un fusil. Esos gritos son los que escuchaba en sueños.
Con esta confesión Patricia estaba segura que la vida de José María corría peligro y su nivel de peligrosidad demencial era preocupante. Eso fue lo que la motivó a contactarse con dos  siquiatras conocidos para que lo atendieran, en el hospital siquiátrico o en una clínica privada.  Mientras hacía los arreglos pertinentes procuró estimular a José María para que estuviera el máximo de tiempo en la finca para que no fuera a obstaculizar sus propósitos.

En la finca permanecía con un mandador que era testigo de la conducta extraña de José María. Le comentaba a su mandador, que el enemigo no dormía, que quizás estaban  emboscados a la entrada de la finca y no los vimos, agregando que tal vez estaban esperando la noche para atacar.
Luego agregaba algo que preocupaba al mandador, porque José María le decía que había que estar atentos ante movimientos sospechosos en la noche, que había que pedirles la contraseña y si no respondían correctamente había que proceder abriendo fuego. El mandador estaba muy preocupado y en esos días quería ir a la ciudad y localizar a Patricia porque no le agradaba el rumbo de los acontecimientos.
Una noche, como a las siete, una familia vecina a su finca  quedó sin diesel en su camión así que decidieron acercarse a la casa de José María que siempre tenía reservas de tal combustible. Eran unas 12 personas entre familiares y empleados.
Buenas noches Don José María dijo una voz de un señor mayor, al llegar al portón de ingreso al patio de la casa. José María tomó su fusil AK 47, y preguntó a todo pulmón, parapetándose detrás de una columna: Quién viviveee?. Somos sus vecinos de aquí al lado Don José María. He dicho quién vive?. Creyendo que se trataba de una broma uno de los integrantes del grupo respondió:”todos vivimos, gracias a Dios “.
José María no se hizo esperar, y les respondió que para que no vivieran más , ni el diablo los iba a salvar con los caramelos que les enviaba. Acto seguido puso el fusil en ráfaga y cinco miembros de la indefensa familia cayeron acribillados por las balas. También hubo siete heridos, dos de los cuales estaban graves.
Dado que el mandador estaba protestando fue el primero en ser amarrado. Luego amarró a los heridos.
Con un gran foco se dirigió al pie de la montaña, y entre cuatro grandes rocas hizo una zanja que le llevó gran parte de la noche. Al finalizar la tumba procedió a enterrar los cadáveres, a quienes les dio un tiro de gracia. Luego se retiró a su casa.
Aún se oían  los gritos de los heridos solicitando ayuda . Para calmarse un poco José María de una sóla vez bebió una media botella de ron.
Encendió más luces y procedió a redactar un informe, que le llamó parte de guerra #1.


Parte de Guerra número uno:
“Meseta de los sinsabores, 15 de enero 1986
Señores del Alto Mando
A eso de las 19 horas del 14 de enero de 1986, esta unidad de combate, de la cual soy el Responsable, sorprendió en las inmediaciones de nuestro campamento a un grupo de forajidos vistiendo uniformes camuflados que sin lugar a dudas intentaban atacarnos por sorpresa, cobijados por la oscuridad de la noche.
Se les dio la voz de alto correspondiente y respondieron con vulgaridades, por lo que se procedió a activar la defensa circular del campamento quienes abrieron fuego contra el enemigo. Intentaron replegarse, pero varios de ellos perecieron en la refriega.
Hay algunos heridos que quedan debidamente amarrados con alambre, así como un alto oficial (el mandador) que intentó confraternizar con el enemigo. Todos ellos quedan a disposición del alto mando.
Esta Jefatura, acompañada de su estado mayor y resto de combatientes hemos procedido a internarnos en la profundidad de la montaña antes que lleguen las tropas de refuerzo del enemigo.
Finalmente he procedido a la comprobación fehaciente que cuatro de los forajidos sepultados por  esta Jefatura (los inocentes vecinos), eran responsables directos de la masacre de nuestros compañeros milicianos precisamente aquí en la comunidad de la meseta de sinsabores norte.
Con esta acción hemos cumplido con el sagrado deber de vengar a nuestros hermanos asesinados, al tiempo que hemos demostrado la alta moral y disposición combativa de nuestras tropas al resultar ilesas en el combate “.Firmado José María Carriles, Jefe .
Al amanecer José María procedió a pintar con inmensas letras rojas una inscripción en las rocas que rodeaba la tumba de los vecinos, y que José María los confundiera con sus enemigos.
La escritura recogía una histórica frase que José María en estas circunstancias asumía como consigna de lucha:  ” en la montaña enterraremos el corazón del enemigo”.
José María asumió lo que decía en el parte de guerra y se internó en lo más espeso de la montaña, precisamente un área selvática llena de alimañas.
El mandador suponía que José  María había ido para la ciudad a la casa de su esposa. Fueron los zopilotes quienes lo alertaron de muy otra realidad. Donde ellos sobrevolaban, el mandador encontró el cuerpo sin vida de José María. Estaba boca arriba, en su mano derecha conservaba su pistola calibre nueve milímetros. Como a unos cinco metros había otro cadáver, era el de una gigantesca serpiente de cascabel que acabó con la vida de José María y éste con ella.
La lesión del charnel en la cabeza de José María había profundizado su crisis al extremo de generar estas poderosas alucinaciones que acabaron con su vida y con la de inocentes vecinos.
Patricia horrorizada jamás volvió a poner un pie en la finca y la vendió en un precio irrisorio, porque sólo de oir el nombre de la comunidad “meseta de los sinsabores” la hacía temblar de pie a cabeza.











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