miércoles, 4 de julio de 2012


REGALANDO HIJOS Y COBIJANDO NIETOS EN LOS CONFINES DE UN PUERTO DE MONTAÑA
Juan Carlos Santa Cruz Clavijo
En mis prácticas de extensión rural, para cumplir con los requisitos de la Universidad Nacional Agraria, para graduarme como ingeniero agrónomo me correspondió convivir por el lapso de seis meses con campesinos y finqueros del norte de Nicaragua.
Los primeros cinco meses transcurrieron sin sobresaltos. Se puede decir que allí pasé por todos los filtros de las exigencias académicas y del entorno rural, pasando por alto los muchos escollos en donde la desconfianza siempre estaba presente hacia las personas ajenas a la región y al medio.
Siempre se recomienda en las prácticas académicas que seamos cautelosos al emitir juicios, y en el relacionamiento con las personas. Eso procuré hacer en mi estadía.
Fue en las fiestas de San Juan allá por fines de junio que conocí a Gabriela, una muchacha  que iniciaba sus estudios en la universidad de la que yo estaba egresando. Ella vivía con su familia en una de sus haciendas, la que después supe que era una de las más importantes de todo el norte del país.
Gabriela era una joven del norte de Nicaragua, del departamento de Matagalpa, de piel canela y ojos azules intensos. Era además de guapísima, jovial y de expresión chispeante, y esto último me cautivó.
Había cometido el primer error al relacionarme con alguien relativamente desconocida y sin conocer su tradición familiar, entre otras cosas. Siguiendo las prácticas urbanas procedí a citarla para el día siguiente. Ella me indicó que le parecía bien y que el encuentro sería en el parque central, que era un sitio utilizado por sus hermanos para reclutar trabajadores jóvenes para recoger café.
A las diez de la mañana uno de los hermanos de Gabriela había llenado un camión con muchachos y se los llevó inmediato para la finca.
Ahí quedaron a la espera de otra oportunidad unos ochos señores de entre cincuenta y sesenta años, que por su edad no fueron reclutados, pero que siempre aparecía alguien que los contratara para otros menesteres menores.
Apenas nos habíamos saludado con un abrazo y un beso en la mejilla, cuando oímos alguien que hablaba dando gritos, y profería palabras insultantes. Era uno de los Castellón Montenegro, hermano de Gabriela. El joven Castellón Montenegro amenazaba con cortarme la cabeza con un machete por haber cometido la osadía de abordar  y ahora besar a su hermana sin su consentimiento ni el de su familia.

Aprendiz de toro de lidia

Los señores mayores estaban tratando de calmarlo, pero aquello parecía labor imposible. Uno de los mismos que estaba sentado en una banca, al que todos conocían como don Alcides le dijo de manera muy pausada, pero señor Castellón Montenegro, si el caballero le dio el beso y ella aceptó es que está de acuerdo. ¿No le parece?
El joven Castellón Montenegro dio un gran brinco hacia adelante y blandiendo el machete de manera amenazante increpó a don Alcides. Mirá viejo descocido, hijo de la gran puta, vos quien sos para opinar sobre la conducta de un Castellón Montenegro. Es que acaso no sabés que en esta región los Castellón Montenegro son la única gente que existe, y el resto son peones o cerotes mal cagados como vos?.
Mirá lengua de chancho eléctrico, hoy saliste premiado porque en lugar de una cabeza voy a cortar dos. A vos te voy a cortar, además, tu cochina lengua, para que tu maldita familia la guarde como trofeo de charlatán de zanjones.
Se hizo un silencio, y Gabriela aprovechó para decirme que saliéramos rápido de ese lugar porque en ese pueblo lo que sus hermanos dicen se hace. Después de dudar un instante le solicité a Gabriela que se retirara que yo me quedaría en el mismo lugar, a menos de diez metros.
Todos los señores pedían clemencia para don Alcides, pero la decisión estaba tomada, así que su cabeza y su lengua no tardarían en caer bajo el filoso machete manejado diestramente por un Castellón Montenegro, que en aquel pueblo era sinónimo de matar en defensa propia.
Era una relación desigual, el joven Castellón Montenegro con un metro noventa, fornido, musculoso, de unos veinticinco años, y en posesión de un gran machete afilado. El adversario era un señor de casi sesenta años, extremadamente delgado, algo jorobado, con un machete pequeño, aunque afilado y con mucha punta.
Salgan de adelante, no estorben, viejos de mierda, que le voy a dar una lección bien merecida a este rotoso,  muerto de hambre, cara cagada. Don Alcides se puso de pie, y esperó impávido que su cabeza volara por los aires.
Antes que el joven Castellón Montenegro le diera el primer machetazo don Alcides logró tirarle una piedra con gran fuerza directa a los anteojos de aumento, que volaron hechos trizas. Sin sus anteojos el joven Castellón Montenegro casi no veía. Entonces, cual fiera enjaulada comenzó a lanzar machetazos muy peligrosos pero que no alcanzaban a don Alcides.
Finalmente logró arrinconar a don Alcides junto a su camioneta, y así poder asestarle el machetazo de gracia. Se lo lanzó directo al brazo derecho para cortárselo en dos, pero se encontró con una sorpresa. Don Alcides, que era un maestro en el manejo del machete, había puesto la punta del machete hacia el codo, a lo largo del antebrazo, y lo agarraba firme del mango. El violento machetazo del joven Castellón Montenegro se fue a estrellar con la hoja del machete que cubría el antebrazo de don Alcides. El machete del joven Castellón Montenegro voló por los aires. Don Alcides al verlo desorientado, con agilidad felina procedió a cortarle de cuajo una de las orejas y mientras el joven Castellón Montenegro procuraba parar la sangre con una mano y con la otra buscaba su pistola, don Alcides le cortó la otra oreja. Acto seguido le clavó con mucha presión el machete a la altura de la clavícula tal como si fuera un toro de lidia. Luego recogió las sangrantes orejas así como el machete del joven Castellón Montenegro y desapareció con paso sereno.
Días después le enviaría al joven Castellón Montenegro el mensaje siguiente:”lanzar machetazos es una cosa, y manejar el machete es otra, además, le regreso las orejas porque dice mi familia que no las aceptan porque están sucias por falta de jabón”.

Conociendo nuevos horizontes en puertos de montaña

En lo personal permanecí resguardado en la estación de policía durante una semana en que llegaron las autoridades de la Universidad a rescatarme.
Me asignaron a otra región, con puerto de montaña, y cerca del mar Caribe.
Tenía claro que después de la experiencia anterior debía que ser cauteloso, muy cauteloso.
Solicité a las autoridades de la Universidad se me autorizara incluir entre las actividades académicas la descripción del funcionamiento del llamado puerto de montaña, que no es más que un mercado rural en la montaña, y ellos aceptaron.
Un mercado de montaña como el de referencia, es un centro de comercialización en medio de la montaña, en los confines de la frontera agrícola. Prácticamente no hay carreteras, sino caminos en regular y mal estado.
Se trata de un entorno con escasa seguridad ciudadana, en donde la ley y el orden muchas veces pasan por lo que se conoce como “justicia por la propia mano”. No es el propósito del relato el profundizar en estos aspectos, pero, basta un ejemplo en el que fui testigo. Un campesino del lugar cambió a su hija de 16 años por tres sacos de frijoles y una yegua, y yo los encontré brindando muy contentos ambas parte por el negocio. Ese es el entorno de un mercado de montaña.
Para evitar incidentes y muertes en el mercado de montaña estaban prohibidas las armas, las que se depositaban en el portón de entrada del mismo. También había un galerón especialmente preparado para los que se pasaban de tragos y cometían insolencias. Ahí se les recluía hasta que estuvieran frescos.
El funcionamiento de este mercado estaba bajo la supervisión de su dueño, un señor de unos 60 años, llamado Alcides, que me recordaba a los tantos trabajadores de la finca de mi padre, de ahí que su rostro me parecía familiar, y eso me daba ánimo ya que no conocía a nadie en esa región. La parte operativa estaba bajo la responsabilidad de cuatro de sus hijos y treinta nietos.
Ricardo, su hijo mayor era el encargado de los préstamos de dinero, es decir, era el prestamista del puerto de montaña. Tarea que compartía con Don Alcides.
Alfonso era el responsable de las bodegas con techo y sin techo, incluyendo corrales, jaulas y un cuarto especial  repleto de hielo para carnes  y quesos.
Rodrigo era el propietario de las bestias de carga que se alquilaban, tales como mulas, caballos y bueyes. También alquilaba motos, camionetas y camiones.
Asdrúbal controlaba auxiliado por treinta de los nietos de don Alcides, los hospedajes, comedores, bares, cantinas, salas de juego y los tres prostíbulos del lugar.
Don Alcides (el abuelo como se le conocía) era el jefe de todo, y dedicaba gran parte del tiempo a la compra de productos en la montaña, como cerdos, vacas, aves, huevos, granos, y desde siempre ejercía la función de prestamista en la profundidad de la montaña.
Don Alcides vestía de manera muy sencilla y bastante descuidada, de manera que aquellos que no lo conocían le confundían, a veces, con un pordiosero rural.
Por suerte estábamos a unos 300 km. del lugar del incidente, pero no era extraño que hasta allí llegara la familia Castellón Montenegro a hacer justicia por su propia mano, y de paso se encargaran de mi cabeza, que era un asunto pendiente, de manera, que jamás dejé de andar armado, aunque con mucha discreción.
A este puerto de montaña se le conoce como “mercado Los Descalzos”, porque al principio, ni don Alcides ni sus hijos usaban zapatos, hasta que una culebra le mordió un dedo del pie derecho a don Alcides y hubo que cortárselo. Esa es la razón por la que Don Alcides cojeaba al caminar.

El puerto de montaña en acción

El mercado funcionaba cada quince días durante dos días, que casi siempre llegaba al tercer día. La mercancía ingresaba desde la montaña y la capital departamental.
La mercancía de la montaña consistía en animales como cerdos, vacas, caballos, gallinas, y los conocidos como animales de monte o sus pieles. También granos, frutas y quesos. De la capital departamental llegaban artículos de origen industrial como aceite, sal, jabón, azúcar, café, arroz, entre otros, incluyendo licor.
La mercancía de la capital departamental se despachaba desde los propios camiones.
El primer día, desde la madrugada comenzaban a llegar desde la montaña largas filas de mulas y caballos, que traían de todo. La mayoría de los campesinos venían caminando. Cerraban la fila cuatro o cinco montados portando armas largas, dado que el territorio se presta para el bandolerismo rural. Hay que tomar en cuenta que regresaban con otro tipo de mercadería escasa en la montaña.
El primer contacto de la gente de la montaña era con Alfonso que garantizaba bodegas con techo y sin techos, corrales y cuartos con hielo para quesos y carnes.
El segundo contacto era con Rodrigo que garantizaba el alojamiento y alimentación para las bestias, y les vendía más bestias si las necesitaban. También Rodrigo tenía bajo su responsabilidad el alquiler de camionetas y camiones hacia la capital departamental.
El tercer contacto lo hacían con Asdrúbal que garantizaba alojamiento, alimentación y esparcimiento para las personas. Específicamente se trataba de recepción de los viajeros en hospedajes de diferente calidad, comedores, bares y cantinas.
Había todo un sistema de estímulos para el cliente. Para los que se alojaban en cualquiera de los hospedajes, la primer comida en cualquiera de los cinco comedores era gratis. Con un consumo superior a los cinco dólares en cualquiera de los dos bares tenía derecho a dos tragos gratis en cualquiera de las cinco cantinas. Finalmente, si gastaba en fichas de juego, más de cincuenta dólares tenía derecho a un servicio sexual con cualquier mujer de los dos prostíbulos existentes.
Había bastante trueque entre los campesinos, pero lo más usual era la venta al contado. Los compradores venían de los departamentos cercanos y eran trasladados a mitad de precio por camiones de “Los Descalzos” debidamente acondicionados para pasajeros y carga.
Entre compradores y vendedores se reunían en estos dos días unas mil personas.
Las esposas de Rodrigo y Alfonso eran las encargadas de alimentar los cerdos y otros animales que no habían sido vendidos y que eran comprados a precios irrisorios por Rodrigo, el que también oficiaba de prestamista.
Finalicé mi pasantía en un año completo. Debo confesar que quedé maravillado con la unidad familiar de hijos y nietos de Don Alcides. Unido a ello admiré la habilidad para organizar este tipo de negocios, con formalidad y eficiencia.
A veces me preguntaba cómo habría hecho Don Alcides para financiar los inicios de este mercado de montaña. El siempre respondía que todo se había hecho con sacrificio y disciplina.

De sorpresa en sorpresa

Regresé a la capital y seguí viéndome con Gabriela de manera discreta. Me comentaba que su hermano había quedado muy afectado y con depresión profunda. Que no volvió a cruzar los límites de su finca, y eludía ser visto por extraños.
Un día que estaba en la barbería cortándome el cabello recibo una llamada urgente de Gabriela que me decía que fuera de inmediato a su casa. Parecía muy agitada.
En unos quince minutos estuve en su casa. Antes de descender del carro, guardé discretamente mi pistola debajo de la camisa, porque no sabía lo que me esperaba. Mi sorpresa fue mayúscula, ahí estaban dos de los hermanos Castellón Montenegro, a los que no conocía. Lucían nerviosos y con gran ansiedad.
Gabriela nos presentó y les solicitó que ofrecieran su relato.
Dijeron que llegaron a la hacienda de los Castellón Montenegro, dos oficiales de policía, con un mensaje judicial dirigido a Marlon Antonio Castellón Montenegro, es decir, al hermano mayor de Gabriela, a quien le habían cortado las dos orejas.
“Señor Marlon Antonio Castellón Montenegro favor presentarse a este despacho por asunto herencia de un millón de dólares que le ha dejado al fallecer el señor Alcides Aguinaga Ballesteros, dueño del puerto de montaña “Los Descalzos”, ubicado en este municipio. Se le recuerda, que la citatoria tiene carácter obligatorio bajo apercibimiento de ley”.
El juez agregaba de manera manuscrita que Don Alcides le dejaba esa herencia en compensación por haberle cortado las orejas.
Allí estaban los dos hermanos y su misión era llevarme a ese puerto de montaña, ya que Gabriela sabía que yo había estado ahí. Una vez allí debía reconocer al señor Alcides para ver si era la persona que le había cortado las orejas a su hermano, y si no se trataba de una trampa . En el momento recordé que yo había tomado fotos con el celular en el incidente y luego guardé las fotos en la computadora, que por suerte la andaba en el carro así que ahí mismo identificamos a Don Alcides en el incidente y el que yo conocí como dueño del puerto de montaña y no cabía la menor duda que era la misma persona.
Desde ese momento noté a Gabriela algo contrariada, porque insinuaba que si tenía capacidad para identificarlo en la foto, como fue no lo identifiqué durante el año que permanecí en su casa. Incluso, medio en broma, y medio en serio me preguntó si él era el que me había invitado a hacer mi práctica en su puerto de montaña. Preferí no responderle, pero la noté tensa.
La cabeza me daba vueltas y recordaba que Don Alcides me decía que tuviera calma que un día cualquiera me contaría en detalle como hizo su riqueza y luego irrumpía en risas, lo que me desconcertaba.
Ahí nomás a unos cincuenta metros estaba el helicóptero de los Castellón Montenegro, así que fui rapidito hasta mi casa, aseguré las puertas, le di alimentación y agua a Cleo, mi perra pastor alemán, que me había regalado Gabriela. Por cierto que también me había llegado una citatoria para presentarme ante el mismo juez y causa.
Regresé para cumplir la misión y en dos horas estuvimos en el puerto de montaña. Allí esperaba un mandador que nos indicó el nombre del hotel al que debíamos dirigirnos en la capital departamental.
Estaban esperándonos el Comisionado de Policía y cuatro oficiales, el juez único, dos abogados y los cuatro hijos de don Alcides.
Nos presentamos y el juez dio lectura primero a un acta resolutiva firmada por él y de ineludible cumplimiento.
El acta era escueta, y se complementaba con el otro escrito: A continuación lo medular:
Acta: “Testamento. Yo Alcides Aguinaga Ballesteros, mayor de edad y de este domicilio, en plenas condiciones para testar digo: 1. Dejo un millón de dólares para mis hijos Ricardo, Asdrúbal, Alfonso y  Rodrigo, todos de apellido Aguinaga Sandoval. 2. Ochocientos mil dólares al señor Marlon Antonio Castellón Montenegro en compensación por lesiones causadas en un incidente que tuvo con mi persona en el que perdió sus dos orejas. 3. A Rigoberto Larthegui Figueroa, mi nieto, quinientos mil dólares y todas las acciones en sociedades de caballos de raza que están a mi nombre en Honduras , Guatemala y Nicaragua, y que están debidamente legalizadas en Nicaragua”.
 Luego el Secretario procedió a leer una extensa carta de puño y letra de don Alcides escrita seis meses antes de morir. Ahí se explicaba con lujo de detalles el origen del capital de don Alcides. Dado que me entregaron una copia cito textual algunos de los párrafos más sustantivos.

Un manuscrito para recortar y encuadrar

“Allá por mediados de 1975 me encontraba de cacería con un amigo de la niñez que vivía refugiado en la montaña huyendo de las autoridades por un hecho de sangre de que se le acusaba.
Ese día no habíamos cazado nada, y comenzaba una gran tormenta, cosa bastante desagradable en aquella montaña con vista al mar.
De pronto aquel temblor y aquel montón de piedras de todos los tamaños que venían desde la cúspide a una velocidad tremenda. Demetrio, mi amigo quiso resguardarse en una barranca con tal mala suerte que ahí mismo se desprendió una gran roca que le aplastó la cabeza.
Ahí estuve llorando con tristeza y desesperación. De pronto miro hacia donde se desprendió la roca y veo una especie de caldero con tapa de hierro, es decir era una inmensa olla de hierro fundido. Me acerqué y cuál fue mi sorpresa al levantar aquella pesada tapa del caldero u olla que estaba repleto de lingotes de oro puro.
Dos veces me lavé la cara, para convencerme que no estaba soñando. Yo mismo me pedí calma. Tomé el cuerpo de mi amigo, lo doblé a como pude y le di sepultura en el hueco que había dejado la roca que lo mató. Luego rellené el hueco con arena, tierra y piedras.
Según pude saber en toda la costa Caribe hubo incursiones de piratas, que cometían delitos de diverso tipo. No puedo asegurar que fueran piratas, solo comento que hacía bastante tiempo que la habían enterrado. Olvidaba decir que cuando quise profundizar el hueco para sepultar a mi amigo encontré un cráneo humano y otros huesos lo que me hizo suponer que eran restos de alguien que fue asesinado para no revelar el secreto.
Realicé cinco viajes a mi ranchito para cargar los lingotes de oro.
Hice un pozo cuadrado de un metro y medio de profundidad. Lo revestí de piedras. Luego con mucha paciencia forré el pozo con madera de caoba totalmente seca. En el piso puse una losa de piedra de aproximadamente un metro cuadrado. En el centro ubiqué el famoso caldero u olla con los lingotes de oro. Encima le puse otra losa de piedra y luego todo lo rellené con tierra, bien apisonada. Al poco tiempo  estaba cubierto con maleza, porque aquí la tierra es muy fértil.
Tardé un año reflexionando acerca de la manera de convertir aquel oro en moneda comercial del país, aunque sabía que lo más práctico era transformarla en dólares.
Una mañana casi al amanecer los perros ladraron con mucha insistencia, y luego llegó una voz pidiendo auxilio. Era un hombre relativamente joven con el pie derecho quebrado y con un balazo en el antebrazo derecho.
Me pidió auxilio y me prometió que me pagaría lo que le pidiera. Efectivamente tenía buenos recursos porque cargaba consigo un saco de lona casi lleno de fajos de billetes de cien dólares.
Haciendo uso de toda mi experiencia acumulada en mi vida de montaña extraje la bala y con hierbas de todo tipo logramos que el hueso se soldara. Uno de los primeros días le entró una fuerte calentura y perdió el conocimiento. Le di licor y volvió en sí. Entonces me dijo, amigo, no sé si salgo de ésta, así que por favor escúcheme. Si me muero avise a mi familia al teléfono que quiero anote. Sepa que no soy contrabandista, ni narco, soy minero esmeraldero, es decir me ocupo de la producción y venta de esmeraldas en las selvas de Colombia. Puede decirse que soy un esmeraldero bastante fuerte.
Al principio quedé preocupado, pero luego el hombre se recuperó. Al mes ya podía caminar. Había sido militar de caballería y era especialista en el manejo de sable. Fue mi maestro en el uso del machete, al extremo que me enseñó a usarlo de manera magistral con ambas manos.
Sus consejos siempre los he tenido en cuenta, como el no usar un machete grande porque se me puede escapar de la mano. Uno pequeño, decía, con mucho filo y buena punta, y siempre mantener las piernas bien abiertas y el cuerpo de perfil.
Yo había encontrado la solución para más o menos la tercera parte de los lingotes de oro. Los desenterré y las empaqué. Le expliqué con mucha calma lo que había ocurrido y luego le ofrecí esa parte de los lingotes  por el saco de dólares. Le presenté un trozo de lingote, y él de sólo tocarlo dijo que era oro puro. No hay que olvidar que era un minero de piedras preciosas. El sujeto no dudó y cerró trato, porque decía que yo le había salvado la vida y eso no tenía precio.
A los dos meses le estaba dando de alta al famoso colombiano. En dos mulas lo trasladé con sus lingotes  hasta la costa Caribe en donde le esperaban en una lancha.
A los tres meses regresaría con dos millones de dólares y se llevaría el resto de los lingotes. Esta vez llegó en helicóptero, y le acompañaban dos sujetos armados hasta los dientes.
Ese hombre me tenía tal estima que durante casi una hora no hubo promesa que no me hiciera para que me fuera con él a las selvas de Colombia y ahí me nombraría gerente de una de las principales minas de esmeralda.  Ante mi negativa se despidió con un prolongado y fuerte abrazo al tiempo que me entregaba el famoso número de teléfono de su familia para que le llamara en cualquier emergencia”.
“En relación a los dólares, algo más de dos millones lo encontrarán en el lugar que les indico en el mapa de abajo, en donde fue mi antiguo ranchito en la montaña. Como comprenderán nunca arriesgué más de la cuenta para que nadie desconfiara, es por eso que siempre vestí sencillamente y ni siquiera nunca tuve un vehículo.
De esta suma, un millón es para mis cuatro hijos Ricardo, Rodrigo, Alfonso y Asdrúbal todos ellos Aguinaga Sandoval. Otros ochocientos mil dólares para el señor Marlon Antonio Castellón Montenegro a quien le corté sus dos orejas en un confuso incidente cuando hacía gestiones de prestamista en las proximidades de su finca. De esto es testigo de cargo el Ingeniero Agrónomo Rigoberto Larthegui Figueroa.
He sabido del estado de ánimo del señor Castellón Montenegro al sentirse sin orejas, así que con este millón de dólares quisiera compensar el acto cometido aunque no me siento culpable en absoluto porque actué en legítima defensa de mi nieto.
Gran parte del restante millón de dólares lo invertí en el puerto de montaña y en varias fincas distribuidas en toda la región, dedicadas exclusivamente a la cría de caballos de raza que comparto en sociedad con empresarios hondureños y guatemaltecos. Todas estas sociedades están debidamente legalizadas y mis acciones pasarán enteramente a mi nieto Rigoberto. Mi nieto es Rigoberto Larthegui Figueroa, hijo de Camila Figueroa y de un Hondureño de origen vasco, socio mío en la crianza de caballos de raza.
También a Rigoberto le dejo quinientos mil dólares en compensación por el daño causado a su abuela Raquel Figueroa y a su mamá Camila Figueroa al abandonarlas a su suerte en territorio hondureño. Camila lleva el apellido de su mamá a la que embaracé y luego en una historia que no quiero mencionar la encomendé a unos finqueros hondureños”.
Acto seguido el Juez selló el acta firmada y el mandato de cumplir lo estipulado ahí.
Los hermanos Castellón Montenegro estaban atónitos y radiantes al mismo tiempo.
Me quedé en el hotel acompañando a los hijos de don Alcides, es decir, a mis noveles tíos, para explicar en detalle todo lo ocurrido en el incidente de don Alcides con Marlon Castellón Montenegro.
De ahí me fui a la finca de mi padre, para aclarar la relación de mi madre con mi abuelo. Para eso le solicité a Gabriela que atendiera a mi perra Cleo.
Mi madre envuelta en llantos  me confesó que habían hecho un acuerdo con mi abuelo, que por el pecado cometido por él de haber regalado a su madre y a ella, no tenía derecho a reconocerme públicamente como nieto. Don Alcides (mi abuelo) respetó el acuerdo y esa es la razón por la que nunca me enteré que era mi abuelo, además que jamás llegó a mi casa.
Ella me entregó una carta de mi abuelo en donde explicaba la razón por la que estaba sentado en la banca del parque. El mandador de los Castellón Montenegro le había informado a mi madre de lo que estaba dispuesto a hacer su patrón, cosa que ya había expresado en las fiestas de San Juan. Mi madre localizó a mi abuelo y lo alertó. Esa es la razón por la que estaba en el lugar indicado en el momento indicado.
También en el final de la carta, a manera de aclaración, me abuelo comenta que no regaló a mi abuela embarazada, sino que la llevó a una finca de unos amigos en Honduras y se las encomendó. Regresó a los treinta años, cuando mi abuela agonizaba de una enfermedad terminal. Su última voluntad fue que mi abuelo se llevara a mi mamá que a la postre era su hija. Fue mi abuelo quien le compró a mi mamá las varias fincas dedicadas a la crianza de caballos de raza que tiene actualmente.
El diálogo con mi madre me dejó agotado, con más interrogantes que respuestas, de manera que decidí dormir un poco.
En lo mejor del sueño me llamó telefónicamente Gabriela. Con voz entrecortada me comunicó que su hermano Marlon Antonio se había suicidado. Desde que recibió la información de la herencia de los ochocientos mil dólares había entrado en una depresión profunda de la que se recuperó solamente para dispararse con su pistola calibre 45 en el oído derecho.
De los ochocientos mil dólares ya no tengo deseos de hablar, pero lo que puedo asegurar es que el pleito ha pasado por diez juzgados, ya que en una parte del testamento decía que si el señor Marlon Antonio Castellón Montenegro no los aceptaba como compensación o los rechazaba, automáticamente ese dinero pasaba a sus hijos Rodrigo, Asdrúbal, Alfonso y Ricardo.
En realidad, ni siquiera desempacó los ochocientos mil dólares, así que los hermanos Aguinaga emprendieron batalla legal de la cual prefiero no informarme.
Gabriela tuvo una reacción retardada y llegó a la conclusión que yo también era culpable de la muerte de su hermano Marlon Antonio. Rompió definitivamente su relación conmigo y se fue para España y según me han comentado vive allí con su madre, que es española.
Un año después  me enteré que Gabriela había obtenido información fidedigna, de parte de mi tutor de tesis, que efectivamente mi abuelo había solicitado que se me asignara para la realización de mi práctica en su mercado de montaña, pagando por adelantado todos los gastos de mi estadía, cosa que por otra parte yo creía que se le había pasado por alto a la administración de la universidad que nunca notificó de la deuda a mis padres.
De Gabriela lo que puedo decir es que tuvimos una relación intensa en el año y medio que nos conocimos. Por suerte ya logré sacar su foto de mi mesa de noche, porque sus ojos azules y su mirada intensa me dejaban deprimido. Los sicólogos ya me recomendaron la lectura de varios libros, pero la pregunta me sigue asaltando y es, ¿cómo lograré quitármela de mi corazón, de mi piel y de mi respiración? .

Juan Carlos Santa Cruz Clavijo
Nindirí, junio 25 de 2012








Breve perfil de los personajes del relato
Regalando hijos y cobijando nietos en los confines de un puerto de montaña
ü  Alcides Aguinaga Ballesteros. Dueño de un  puerto de montaña. Millonario con aspectos de pordiosero rural. Personaje central del relato.
ü  Rigoberto Larthegui Figueroa. Nieto de Alcides Aguinaga y uno de los personajes centrales.
ü  Camila Figueroa. Hija abandonada por Don Alcides Aguinaga. Madre de Rigoberto Larthegui.
ü  Raquel Figueroa. Madre de Camila Figueroa y antigua esposa de Don Alcides.
ü  Rodrigo, Ricardo, Asdrúbal y Alfonso Aguinaga Sandoval, hijos de Don Alcides Aguinaga.
ü  Gabriela Castellón Montenegro. Novia de Rigoberto Larthegui         .
ü  Marlon Antonio Castellón Montenegro. Hermano de Gabriela.
ü  Demetrio. Amigo de cacería de Don Alcides.
ü  Hombre Colombiano. Sospechoso personaje, dueño de minas de esmeraldas en Colombia.
ü  Cleo. Perra pastor alemán propiedad de Rigoberto.        


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