sábado, 6 de agosto de 2011

Las chatarras que el viento se llevó regresan con sorpresas

Las chatarras que el viento se llevó regresan con sorpresas


Juan Carlos Santa Cruz C.
Nindirí, 31 de julio 2011

La actividad de recolección y venta de chatarras es relativamente reciente en Centroamérica. A nivel público algunos gobiernos del área han adquirido notoriedad al vender los ferrocarriles y las vías férreas como provocando así posiciones encontradas.

El relato se centra precisamente en la dinámica de la recolección de chatarra, peligros y sorpresas que a veces conlleva, y se ubica en  un municipio rural cercano a las fronteras de tres países de Centroamérica.
La pobreza y extrema pobreza en los bordes fronterizos forman parte de la vulnerabilidad económica que desemboca en desocupación, trabajo infantil, contrabando, despersonalización e incluso hasta trasiego de armas, drogas e indocumentados.
Los habitantes de este borde fronterizo han encontrado en la recolección y venta de chatarra una forma de subsistencia.

En el borde fronterizo propiamente hay muy poca chatarra por lo que tienen que ir a buscarla en el área más rural, y hasta montaña adentro.
A veces compran la chatarra, en otras se las regalan o la recogen de lugares que han sido depositadas como desechos. También existen casos en donde la recolección limita con el delito como es el robo de cables de electricidad de alta tensión, o las piezas de hierros angulares de las torres de luz, y en casos extremos hasta portones de hierro de ingreso a las fincas.

Desde hace unos cinco años la comercialización de la chatarra ha sido monopolizada por un ciudadano de origen búlgaro especializado en esa rama. Aquí todos lo conocen como el Rey de la Chatarra. Es un personaje simpático, de ojos brillantes particularmente si habla de negocios. Su aspecto físico llama la atención con casi dos metros de estatura, con su cabello rubio largo, amarrado con una moña, con fuertes músculos propios del levantamiento de pesas que es su deporte favorito.

El Rey de la Chatarra es un comerciante nato y por sus iniciativas bastante respetado. No faltan los comentarios, como los que se dan en todos lados, acerca de que este señor tenía un pasado turbio, que anduvo como mercenario “en unas guerras de Europa”, como decían ellos, sin poder precisar en qué parte de Europa. No obstante lo comentarios en poco afectaron la gestión empresarial de este personaje, cuya decisión de trabajar y salir adelante fue contagiando a los pobladores que ven en él un empleador, es decir una buena fuente de trabajo.
El Rey de la Chatarra se las arregló para en menos de un año hablar de manera fluida el castellano, y adaptarse en el marco de lo posible a las costumbres locales.


Tiene cuatro centros de recepción y acopio de chatarra. Todos están ubicados en un mismo predio pero con entradas diferentes. “Chatarras del puente” está dedicado a la compra de acero. “Chatarra más chatarra” a la adquisición de hierro. “Chatarreando aluminio” a la comercialización de aluminio. “Chatarras del cobre y bronce” a la comercialización de cobre y bronce. El edificio, en donde están las oficinas y la parte logística se le conoce como “Chatarreando con el Rey”.

Ha puesto a disposición de los chatarreros el alquiler de megáfonos, bicicletas, motos, triciclos, carretones sin caballo, carretones con caballos, camionetas y camiones. Además les entrega su celular a cada uno bajo se responsabilidad por extravío o deterioro. Esto último para establecer el control de su desplazamiento. Por su parte, el Rey junto a una de sus esposas se encarga de introducir el máximo de información en la computadora, siempre separando los rubros. Lo mismo hacen de manera particular los cuatro empleados que tiene en los centros de acopio.

El Rey de la Chatarra tiene el monopolio de la recolección y venta. A través de sus propios contactos ha establecido una red de distribución de hierro, acero, cobre y aluminio en todo el país y más allá de las fronteras.

Existen otras opciones, que funcionan como alternativas de los que prefieren establecer sus propios equipos y trasladar la mercadería por puntos ciegos de la frontera, aunque como es sabido esto conlleva riesgos de índole diversa.

También hay un aspecto anecdótico de este tipo de actividad. Vamos a acompañar con el relato a uno de estos equipos de chatarreros cuando se internan en la montaña. Nos desplazamos en un cuadriciclo que nos ha proporcionado el Rey.

Entre las anécdotas más destacadas que ilustran el entorno de la comercialización de chatarra se encuentra el caso de un señor de 76 años de apariencia normal  que había llegado hasta el pueblo para hablar de negocios con el Rey de la Chatarra. Explicó en qué consistía su chatarra y solicitó que fueran por ella.
Florentino era el nombre de este señor de aspecto elegante, bien vestido, con ademanes finos. Su forma de vestir y de expresarse indicaban un perfil más de habitante de la ciudad que del campo, Se traba de un Ingeniero bastante conocido en el medio profesional, según supe.
El Rey envió un camión a la finca de Don Florentino . Al llegar a los trabajadores les llamó la atención que había  una selección previa del material y  las piezas estaban ordenadas según tamaño, en tanto que las tuercas, arandelas y tornillos habían sido empacadas en bolsas plásticas. Eran fundamentalmente piezas de maquinarias y vehículos.

Se negoció los precios y la calidad de los mismos, se pesó todo el material y luego se acordó el pago total. Una vez aceptada por ambas partes se facturó, y se le pagó al contado a Don Florentino.

Se hicieron cuatro viajes con las piezas de chatarra. Regresamos por quinta vez sólo para retirar las llantas del tractor y del camión que ocupaban bastante espacio. Al ingresar al patio encontramos que estaba la policía junto a lo que quedaba por retirar. Ahí se encontraba una señora de unos 65 años, la que elevaba sus brazos al cielo, se tomaba la cabeza con ambas manos y golpeaba y golpeaba en el suelo con su pie derecho.

Cuando descendimos del camión nos vamos enterando del conflicto que se estaba presentando. Resulta que Don Florentino estaba internado en el hospital siquiátrico, por serios problemas de disturbios, y pérdida de memoria. Dado que había unos cuantos días feriados por la Semana Santa, en el hospital procedieron a dar de alta de manera provisoria a aquellos enfermos que no fueran peligrosos para la sociedad, ni que sufrieran depresiones intensas que pudieran afectar su vida. Fue así que Don Florentino regresó a la finca. Su esposa, que estaba un poco cansada de soportarlo, decidió irse a la casa de sus ancianos padres en la profundidad de la montaña, como a seis horas en lomo de mula.

Don Florentino había organizado sus ideas de una manera práctica. Decía que si él era el que usaba el carro, un volvo casi nuevo, el tractor con 10 meses de uso, y el camión con tres años de uso, que lo mejor era que los vendiera, porque no se les estaba utilizando. Don Florentino no quería saber nada de los desarmes, porque esos según decía “son pistoleros”. De manera, que se buscó un mecánico que los desarmó pieza por pieza y los vendió como chatarra.

Si no fuera trágica y dramática esta decisión podría verse como cómica. En realidad la venta estaba en regla con la debida factura y el precio puesto por el vendedor pagado al contado. No había forma de revertir la venta, no tanto por los aspectos formales sino que piezas de gran valor habían sido partidas en dos o en tres pedazos, tal es el caso de los motores que como ocupaban mucho espacio los aplastaron con máquinas especiales, porque se pagaba igual, enteros o quebrados. Entonces, si los motores estaban destruidos ya no tenía sentido intentar una devolución.

Don florentino fue llevado de inmediato al hospital porque si bien su conducta no era agresiva se había vuelto temeraria. Mientras tanto todos corríamos pasándole agua y té de manzanilla a la señora, que estaba casi en estado de shock.

Aquí mismo, mientras despachaban a Don Florentino me comentaban, que se dan casos de conductas delincuenciales en esto de la recolección de chatarra. Hace un par de años, me comentaban, que tres peones de tres fincas diferentes, de manera irresponsable autorizaron a los chatarreros cortar los hierros angulares de las torres de alta tensión de electricidad. Dicen que los chatarreros les alentaban para la decisión diciéndoles que no le estaban haciendo mal a nadie porque no era el pie de la torre lo que cortaban, sino sus hierros angulares, además se podían ganar unos pesos extras, porque al fin y al cabo los salarios que recibían no les daban para nada. Los peones sin más ni más autorizaban la depredación.

Más recientemente, tuve la oportunidad de ser testigo como unos chatarreros clientes del Rey robaron el portón de hierro de un corral y se fugaron más de 50 caballos puros que luego atravesaron la frontera, con tan mala suerte que la mayoría fueron destazados por bandoleros rurales, para la venta clandestina de carne de caballo.

El año pasado hubo un gran incidente y hasta estuvo detenido el Rey porque unos sujetos que le vendían chatarra, que después resultaron ser delincuentes buscados a nivel nacional, cortaron un puente de hierro que comunicaba a una comunidad con el resto del municipio. El asunto es que jamás apareció el puente ni los sujetos que parece que atravesaron la frontera. El Rey para evitar un conflicto mayor terminó armándoles otro puente a punta de chatarra.

Los ejemplos anteriores son anécdotas del entorno de la búsqueda y venta de chatarra. Lo que se expone seguidamente forma parte del quehacer de la misma, en la que se entrelazan intereses comerciales , la codicia y el perfil delincuencial de algunos de sus participantes .
El comercio de chatarra si bien ha sido monopolizado por el rey, también existen como se decía en otro momento opciones individuales como es la que se relata a continuación. lQuisiera relatarles un dramático caso de tres amigos asociados Eran gente trabajadora y honrada, eran amigos y habían asistido a la misma escuela.

 Se trata de tres amigos que decidieron unir esfuerzos para montar una mini empresa para recoger chatarra. Tenían los recursos como camionetas, megáfonos, carretón con caballo y poseían un par de galerones para el depósito de la mercadería, por lo que procedieron a dar sus primeros pasos.

Recorrieron toda la parte de más difícil acceso del territorio, por ser una zona algo pantanosa. Precisamente en todo el sector en años anteriores existieron grandes arroceras, que pertenecían a un señor de origen alemán, ya fallecido.

Es en los restos de los edificios de una de estas arroceras que se produce parte de este relato que reviste especial interés por el tipo de chatarra existente. Prácticamente se trata de un lugar deshabitado, lleno de malezas.
A pesar del estado de abandono la gente no acostumbraba a llegar a ese lugar. Aunque han pasado varios años la gente no olvidaba la forma en que este señor llamado Klaus aterrorizada a la gente que  por lo general a pedir comida. Poseía una  jauría de furiosos perros alemanes.  Comentan que  una niña al ser agredida por los perros sufrió un ataque de epilepsia y los perros la despedazaron. El señor Klaus no estuvo preso porque llegó a un acuerdo económico con la familia de la niña muerta, además  adujo que la agresión fue dentro de su propiedad.
Comentan los pobladores que era un señor muy disciplinado, exigente y así trataba a los peones y el que no aceptaba las reglas del juego, ahí nomás lo despachaba. Todo el tiempo se hacía acompañar por un perro pastor alemán que no se le despegaba, y que no permitía que nadie se le aproximara por detrás al mencionado señor.

Durante años cosechó arroz en cuatro gigantescas arroceras.

Ya anciano, sin hijos y sin mujer conocida, murió ahí mismo en una de las arroceras, rodeado de perros y armado hasta los dientes. Era un hombre solitario y con una vida personal impenetrable. Una vez dicen que un mandador le preguntó si había tenido mujer e hijos y el señor lo quedó viendo fijo, se fue quedando rojo, rojo, y no dijo nada. Nunca más le preguntaron algo de su vida personal.

Cuando falleció ya hacía como tres años que no cosechaba arroz y toda la maquinaria se había ido destruyendo. Dicen que algunas las compraron como chatarras, antes de fallecer.

El  señor Klaus había ordenado todo ese material en una verdadera montaña de ciertas piezas viejas, engranajes, pedazos de arados, cadenas, rastras, discos de tractores y muchos rollos de alambre de púa.

Los tres amigos llegaron al lugar, ubicado al borde del camino principal, y dado que estaba en total abandono y la casa derruida, procedieron a cargar todo en su camión en un solo viaje, absolutamente abarrotado.

El otro galerón habían logrado llenarlo con alambre de cobre que pudieron obtener en una empresa de electrificación rural. Después de días de ofertas y contraofertas, y con algunos roces con la gente del Rey de la Chatarra, finalmente la empresa se las adjudicó a ellos. Luego procedieron a quemarlo y se quedaron solo con el alambre.

Prácticamente tenían un viaje completo para pasarlo por un punto ciego de la frontera. En este sentido ya tenían adelantadas las conversaciones con un gestor que habían conocido en esos días. Este gestor les solicitó la discreción correspondiente por lo delicado del movimiento de país a país y porque las autoridades estaban algo rígidas ya que entre la chatarra a veces iban piezas de vehículos robados.

Los tres amigos le garantizaron discreción y cinco días después comenzarían el incómodo traslado. El gestor les proporcionó 25 mulas debidamente equipadas las que se las alquilaba y al igual que el resto de la gestión debía ser pagada por adelantado. Era bastante caro lo que cobraba el gestor, pero en realidad estaba haciendo la gestión y proporcionando las mulas, así que los tres socios aceptaron la oferta.

Todo había que trasladarlo en una noche y así se hizo. El gestor iba delante de la comitiva y los tres socios en la parte final.

No se podía encender focos, ni hablar, ni fumar, ni oír música. Ya habían caminado unas cuatro horas, de pronto las mulas se fueron deteniendo hasta no dar un paso. Los tres socios se quedaron algo sorprendidos, y no tardó ni cinco minutos la aparición del gestor caminando casi a rastras. Amigos, amigos, hay un retén militar adelante. Tenemos que tener mucho cuidado.

Los militares no nos divisaron y parece que están bebiendo porque se pudo oír risas y vivas y hasta aplaudían. Ellos no actúan nunca así, pero cuando andan ebrios se ponen peligrosos.

Amarré bien las mulas de adelante dijo el gestor, así que no hay problemas. Lo que tenemos que hacer es alejarnos unos doscientos metros, hacia atrás, por las dudas que los militares observen algo. Los tres socios aceptaron la sugerencia, y no notaron que habían caído en una trampa. En realidad el gestor era un delincuente, y los que estaban adelante no eran militares sino otros tres delincuentes que ya se habían llevado las mulas en la oscuridad. También en un abrir y cerrar de ojos desapareció el gestor.

Eran en realidad unos tumbadores de chatarreros y contrabandistas, tal como existe la jerga en el narcotráfico.

Toda la chatarra había caído en manos de estos tumbadores de chatarreros, que ya llevaban gran distancia y habían tomado un rumbo distinto al que traían.

Los tres socios quedaron absolutamente desesperados, y nada podían hacer y mucho menos llamar a la policía porque su actividad era ilícita.

Los tres tumbadores de chatarreros llegaron esa misma noche a un campamento provisorio que tenían en medio de la selva.

Al día siguiente, ya más descansados siguieron viaje hasta llegar a dos grandes galerones que tenían en las afueras de la ciudad del otro lado de la frontera.

Los tumbadores comentaban que era un buen botín porque más de la mitad era de cobre y éste se pagaba muy bien y ya tenían el comprador.

El resto de la chatarra normal, con excepción de unas cajas fuertes, pedazos de cajas fuertes que por cierto en el viaje molestaron bastante y no las botaron para no dejar rastros.

El sujeto que hacía de gestor era también soldador, así que se abocó por orientación de los tres socios tumbadores a cortar con la soldadura estas partes de cajas fuertes.

Así se hizo y pasado el mediodía ocurrió algo increíble, increíble. Uno de los pedazos de las cajas fuertes tenía tres falsos fondos, es decir, un fondo con tres compartimentos por debajo. El segundo y el tercer fondo estaban absolutamente llenos de lingotes de oro debidamente arreglados y empacados con un papel especial, que los conservaba intactos. Según comentaban cada lingote tenía un peso aproximado de tres kilogramos.

Era indescriptible aquella situación. Los cuatro sujetos estaban paralizados y no atinaban siquiera a tocar los lingotes. Naturalmente, estaban ante varios millones de dólares.

Antes de continuar con el comportamiento de los sujetos, me permito explicar un poco el origen de los lingotes, información que obtuve en varias fuentes, todas ellas coincidentes.

El  señor Klaus del que les hablé antes había huido de  Alemania antes de ser derrotado Hitler. Su padre era un conspicuo nazi encargado entre otras cosas de administrar ciertos recursos que iban ocupando en la guerra. Aparentemente estos lingotes provenían de un banco, los que no declaró. Posteriormente los escondió y al tiempo envió a su hijo al extranjero con el pretexto de curarse una grave enfermedad. Con la derrota de Hitler  a  través de enlaces  debidamente compensados, le hizo llegar la preciosa carga a su hijo que ya radicaba en América Central.

El señor Klaus fue muy discreto en su vida y se cuidó de usar haciendo gala de mucha cautela los lingotes ya que aún estaba relativamente cerca la desaparición de Hitler, y a él mismo las autoridades locales le habían interrogado varias veces sobre las razones por las que había emigrado a América Central, y qué hacía antes de llegar a aquí, etc.

Todo indica que cuando falleció de infarto, las cajas fuertes estaban guardadas y que se deterioraron con el tiempo, seguramente fueron abiertas, saqueadas y posteriormente terminaron en la basura.

Se preguntarán acerca del destino de los nuevos millonarios. Como dice la canción “La vida nos da sorpresas, sorpresas nos da la vida”. Dicen que repetían una y otra vez “Así da gusto tumbar chatarreros, vida para que sea eterna, etc.” Luego prorrumpían en grandes risas que se escuchaban  desde varios metros.
En realidad los lingotes de oro les trajeron mala suerte a los tumbadores. Uno murió de infarto porque escondió los lingotes en el patio de la casa.

Vivía cerca, muy cerca de un rio, pero el agua, aún desbordado el rio, jamás había llegado hasta su casa. Quiso la coincidencia que una gran roca se desprendiera en momentos que llovía intensamente lo que provocó el desborde del rio. El agua se pasó llevando parte del patio de su casa incluyendo las piedras debajo de las cuales el sujeto había escondido los lingotes envueltos en papel de aluminio. También los lingotes se fueron en la feroz correntada que también se llevó dos casas vecinas.

El segundo tumbador escondió los lingotes en un cilindro de gas de cien libras que ya no servía. Tuvo una emergencia grave por un ataque de peritonitis y fue internado de urgencia en el hospital donde permaneció cinco días. Su esposa que era enemiga de los trastos viejos aprovechó su ausencia para botar el cilindro y otras cosas inútiles a la basura, cosa que se facilitó porque había una jornada de limpieza en el vecindario. El tumbador estuvo una semana detenido porque aún con su operación de apendicitis tuvo las fuerzas para darle de golpes a su mujer, aunque ésta no pudo enterarse del motivo.

El tercer tumbador tenía pésimas relaciones con su esposa. Ella era la dueña de la vivienda y cada un tiempo le expulsaba. Por razones de seguridad, entonces, le hizo un doble piso al depósito de la llanta de repuesto del carro y ahí guardó los lingotes. Llevó como siempre a guardar el carro en un garaje de alquiler, pero con tal mala suerte que después de un tiroteo durante la noche, cuatro encapuchados que huían de la policía tomaron el carro a punta de pistola, y se lo llevaron con rumbo desconocido. Nunca pudieron agarrar a los ladrones y del carro tampoco se supo, aunque se presume que lo lanzaron en una laguna de origen volcánico bastante profunda ubicada en las afueras de la ciudad.

El que hizo de gestor era un bebedor consuetudinario, y cuando estaba ebrio hablaba más de la cuenta. Primero tuvo problemas con los otros dos tumbadores al extremo que salieron a relucir pistolas ya que en reiteradas oportunidades el gestor comentaba en mesa de tragos que la misma cantidad de tres mil dólares que les había cobrado a los tumbadores se la había cobrado a otra persona.

Los ladrones se tomaron en serio la información que en reiteradas veces había manifestado el gestor tumbador en el sentido que poseía un bolso con lingotes de oro y que lo guardaba en su casa. A punta de pistola entraron en su casa y luego de interrogarlo acerca de donde escondía el bolso, procedieron a darle un mortal balazo en la cabeza con pistola con cañón con silenciador. Días después caerían también ellos en un tiroteo con la policía que los tenía totalmente identificados porque el gestor tenía cámaras de seguridad en toda su casa.

Mientras tanto, allá del otro lado de la frontera el Rey de la Chatarra seguía siendo el rey, y no dejaba de gritarlo a los cuatro vientos, aunque algunas señoras que les gustaba hacer comentarios, decían que era más bien “el rey de los viejos chanchos”, porque ya tenía tres mujeres y la más joven con 17 años, mientras él tenía 64. Agregaban a manera de sorna que el Rey se llenaba la boca diciendo que esta jovencita estaba perdidamente enamorada de él, y ellas agregaban entre risas que se emocionaban por tanta ternura juvenil.

Cuando finalizaba de escribir este relato llegó alguien en carrera y tocó apresuradamente mi puerta. Era un empleado de Rey que vivía a la par de donde estoy alojado.

Tenía los ojos muy abiertos y lucía asustado y no era para menos porque la policía acababa de llevarse al Rey de la Chatarra con un despliegue aparatoso.

Serafín, que es mi vecino, luego que le proporcioné un vaso de agua comenzó a hablar sin que yo le preguntara. Me comentó cosas para mi eran totalmente desconocidas. El famoso gestor de los tumbadores, que ofreció el servicio a los tres socios era en realidad un empleado del Rey, quien por otra parte no les perdonaba lo de la compra del alambre de cobre a la empresa de electrificación rural.

Dice Serafín que el Rey le entregó delante de él nada menos que tres mil dólares para que localizara y convenciera a los tres amigos chatarreros, y que luego buscara gente para tumbarlos.

Por su parte los tumbadores, del otro lado de la frontera, según había comentado el Rey bastante molesto, le habían pagado igual cantidad a este gestor para que hiciera lo mismo. Con el agregado que ellos le habían proporcionado las mulas.

Según me informan, una vez que los cuatro se habían convertido en millonarios de oro puro, cada quien tomó su camino. Como manifesté antes el gestor cuando se embriagaba hablaba más de la cuenta y contaba riéndose que entre el Rey y los tumbadores le habían pagado seis mil dólares para hacer el mismo trabajo. Eso los tenía furiosos a los dos sobrevivientes tumbadores al extremo que lo andaban buscando para matarlo.

El gestor que conocía bien a los demás sujetos vio que la cosa iba en serio, así que una noche lluviosa, tomó su bolso con lingotes, atravesó la frontera y buscó al Rey. Les explicó sus temores y la certeza que iba en serio. Lo que le solicitó al Rey era que le buscara donde ocultarse y de paso dónde ocultar el bolso.

El Rey sabía que el sujeto no tenía otro lugar a donde ir así que fue tajante, si compartían la mitad del contenido del bolso le buscaba de inmediato un buen refugio y le guardaba el bolso bajo siete llaves. El gestor aunque a regañadientes, tuvo que aceptar, porque tenía que regresar atravesando la frontera y temía que los tumbadores le estuvieran siguiendo.

En esos días el Rey se había negado a comprarle una casa a los humildes padres de su joven mujer, respondiéndole de malas maneras. Eso la tenía muy molesta a la joven, y juraba y re juraba que eso no se iba quedar así.

Del otro lado de la frontera los ladrones que mataron al gestor y se llevaron el bolso que en realidad no tenía los lingotes, porque éstos estaban bajo siete llaves como decía el Rey. Lo que se llevaron fueron láminas de hierro cuidadosamente envueltas y con el color del oro, todo ello fruto de las ideas del Rey.

El Rey andaba algo así como taciturno, preocupado y de mal humor. La muchacha hizo el último intento por lo de la casa para sus ancianos padres, y el Rey le dijo que no le volviera molestar por ese asunto y que si querían casa que fueran a trabajar, que él no era el padre de los pobres. Eso molestó a la muchacha al extremo que le amenazó con irse, entonces el Rey la tomó del pelo y la lanzó contra unas chatarras provocándole una fea herida a la altura de la oreja derecha.

El escándalo siguió y tuvo que intervenir la policía. La joven se sentía muy humillada, así que en la policía relató lo de la agresión y lo complementó con otra información que puso a la policía en alerta. Ella había oído toda la conversación que el Rey tuvo con el gestor, cuando buscaba como esconder el bolso con los lingotes.

La policía a través de una orden de allanamiento buscó y rebuscó entre las miles de toneladas de chatarras pero no logró encontrar nada. El Rey fue liberado y hasta le pidieron disculpas por aquello que “Estas muchachas jóvenes confunden las riñas familiares con asunto de negocios”.

Las cosas se calmaron y el Rey expulsó de su casa a su joven mujer. Una semana después el Rey de la Chatarra desaparecía sin dejar rastros. A los tres meses, apareció la noticia en internet:” la policía internacional (INTERPOL) informaba que finalmente había sido capturado peligroso mercenario búlgaro acusado por múltiples crímenes internacionales, particularmente en Serbia en donde había dirigido ejecuciones masivas”. Ahí mismo se publicaba la foto, que días después sería impresa y puesta en todas las paredes de la policía del pueblo. Del bolso con los lingotes de oro no se hacía referencia

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