miércoles, 27 de julio de 2011

Amores de perros para una perra vida

Relatos rurales para dormir con un ojo abierto
VII.Amores de perros para una perra vida
Juan Carlos Santa Cruz C.
Nindirí, Masaya, 23 de julio 2011
Napoleón Lunablanca a sus 40 años aparenta 68. Su pésima alimentación, las deplorables condiciones de vida, su gastritis crónica, más otras enfermedades  han contribuido a dibujar el perfil físico del personaje central de este relato.
En contraste con la descripción anterior Napoleón o Napo como le conoce todo el mundo es un personaje de mirada vivaz, simpático, atento con todo quien se le acerca y para decirlo con palabras de sus más allegados, Don Napo es un hombre servicial, lo que se dice servicial de verdad.
Comentan que Napo en medio de su necesidad extrema más de una vez entregó todo su plato de comida a uno o dos niños hambrientos que llegaban a pedirle en su choza un trozo de tortilla de maíz, y  Napo,  siempre con la respuesta de rutina “es que ando bien desganado, y no tengo nada de apetito”.
Lo que aquí exponemos nos fue relatado por él como parte de sus vivencias, o como el mismo decía  entre broma y serio, como parte de la perra vida que le había tocado vivir. La entrevista se hace en presente, aunque Don Napo falleció posterior a la misma.
Napo es un fervoroso cristiano, evangélico, y no se cansa de decir que no está solo, a pesar de no tener familiares, porque siempre ha estado acompañado por “nuestro señor Jesucristo”.
Dice don Napo que Jesús no le ha abandonado nunca, y que en las circunstancias más duras le ha dado aliento, y fue él quien le quitó el cuchillo de la mano la vez que quiso suicidarse cortándose las venas de la mano para morir desangrado. Y le voy a decir algo Don Juan Carlos, decía don Napo, y esto no se lo he contado a nadie, pero usted se ve un hombre serio, que estoy seguro lo entenderá.
Fíjese que cuando me mordió una cascabel en la falda de ese volcán que usted ve ahí yo me iba arrastrando para llegar a la trocha que pasa por detrás de aquel pedregal, y de pronto sentí que alguien me abrazaba y que se agachaba y empujaba mis piernas para que caminara. Yo lo tengo presente como si fuera hoy,  y le aseguro que vi su sombra porque era una noche de luna llena.
Se lo  voy a contar en detalle para que usted juzgue. Tuve la desgracia de resbalar en aquellas rocas puntudas que están más allá de ese árbol laurel por andar detrás de un cusuco. Es que para serle franco hasta se me hacía agua la boca de imaginarme que me iba a hacer una sopa de cusuco. Me resbalé, pero de inmediato me puse de pie y pude divisar al cusuco ingresando en una cueva falsa, es decir, que no era su cueva. Eso me entusiasmó porque me imaginé que no era profunda como la de él. De inmediato metí el machete en la cueva y con el entusiasmo , el brazo hasta el codo. De pronto sentí aquel pinchazo, y  me imaginé que era una de las tantas espinas que abundan por aquí. La sangre se me congeló cuando sentí el inconfundible chischil de víbora de cascabel, y sin duda era de las grandes por el ruido que hacía. De inmediato pude verla que se desplazó velozmente hacia la maleza. Le confieso que eso me enfureció y me lancé detrás de ella para darle su merecido. Corrí entre todas esas piedras como por 20 minutos. De pronto sentí que todo me daba vuelta, era un mareo feo, y con un sudor frio, pero frío de verdad, que me recordó cuando tuve lepra de montaña.
Me miré la mano izquierda y estaba inflamada y con un feo color como violeta. Ahí tomé conciencia del tiempo que había perdido detrás de la cascabel.
Comencé a perder las fuerzas, y como pude llegué a la trocha, al camino pues. A la madrugada unos vecinos de por aquí que pasaban con una carreta llena de leña y me recogieron. Al salir a la carretera solicitaron auxilio y un señor de una camioneta dicen que me hizo la caridad de llevarme al hospital. Para serle franco no recuerdo nada porque desde la noche había perdido el conocimiento. Para no cansarlo con el cuento, salvé la vida y perdí el brazo izquierdo, porque estaba en gangrenado por el efecto poderoso del veneno de la serpiente.
Ya medio recuperado busqué a la gente de la carreta para agradecerles y que también quería conocer a la persona que me tomó por los hombres y empujó mis piernas para que pudiera caminar hasta el camino.
Nosotros no fuimos don Napo, y no nos damos cuenta quien puede haber sido. Se hizo un silencio y yo les insistí, que tal vez podría haber sido un vecino. Usted sabe don Napo que por aquí  vivimos sólo nosotros y no hay nadie a diez  kilómetros a la redonda, porque es prohibido por la Alcaldía municipal, por el asunto del basurero .
Me quedé dándole vueltas y vueltas al tema, hasta que me iluminé y supe que era nuestro señor Jesucristo quien estaba ahí en el momento que más lo necesitaba. Esto quería decírselo porque lo llevo aquí adentro, bien metido, y nadie me podrá convencer que no era él porque yo vi su sombra  varias veces.
Quiero decirle algo más, tres veces de la que le comenté he estado en peligro de muerte segura y siempre he salido victorioso. Todas esas victorias se las debo al amor infinito de nuestro padre eterno ya que él está presente siempre porque él nos dio la vida.
En ese momento aproveché para comentarle que yo estaba interesado en conocer parte de sus proezas por haber salido ileso en sus accidentes que me mencionaba antes, y que todo el mundo conoce en el pueblo.
Don Napo sonríe de una manera particular, y luego dice que no es la primera vez que vienen a entrevistarlo de periódicos, revistas y hasta la televisión. Después me he dado cuenta que algunos han dicho que soy bueno a las mentiras, y que mis relatos son puro cuento de caminos. Por eso últimamente estoy medio esquivo, porque usted sabe a veces la gente viene a vernos como si fuéramos animales raros, o tal vez como uno es pobre no tenemos historias reales para contar, y que las historias serias son las de los ricos, usted sabe nunca falta los que quieren quedar bien con sus patrones.
El asunto es que me han tomado fotos de frente, de perfil, sentado, caminando y aquello hasta que parecía desfile de modas. Siempre me prometieron que me iban a pagar por el reportaje, pero ninguno se ha vuelto a aparecer.
Usted me dijo que es catedrático de la universidad y que no tiene dinero, así que lo hablado es lo entendido, así que puede preguntar con confianza lo que usted quiera.
Antes quiero decirle que yo creo que existe otra vida y que en mi otra vida yo era un perro, pero no un perro de raza, sino perro indio como los que ve ahí en la sombra de ese árbol de mango. Esto se cuento a usted pero a mi pastor de la iglesia no le gusta oir esto y dice que es contra la ley de Dios, pero que le voy a hacer si así lo siento. Le aclaro esto porque los tres momentos que mi vida ha estado en peligro y que ya le voy a contar siempre me han salvado mis perros y yo creo que eso no es casualidad. En fin, usted que es un hombre letrado podrá juzgar mejor.
Una vez me escapé que me comiera un tigre.
Otra vez que me ahogara en el río que ve ahí y que arrasó con mi casita de latas que tenía.
La tercera vez que es la última fue cuando estuve enterrado por más de dos días en el fondo de un pozo de ese basurero y que todos aquí conocen como la chureca del pueblo para diferenciarlo de la chureca famosa de allá de Managua.
Este caso del tigre es el que menos creen los tales visitantes, por más que le toman foto a la piel del tigre y me hacen preguntas para saber donde conseguí su piel, la que por cierto me sirve de colchón, porque en mi pobreza no he podido comprar un colchón de verdad.
Yo siempre he tenido entre 15 y 20 perros. Usted sabe, no tengo problemas con la alimentación porque aquí en esta chureca sobra la carne y otras sobras de comidas. Además que después de lo del tigre ni loco me quedo un solo día aquí en este monte sin un solo perro.
Así como le dije antes que Cristo es mi protector, es mi escudo, pues ellos son mis guardianes, mis escoltas, y van conmigo para todos lados, y aunque le parezca mentira todos obedecen por sus nombres.
Ya hace como 20 años que vivo de lo que recojo aquí en la chureca, que plásticos, botellas, madera, metales. Esas cosas uno las organiza bien y las vende. Antes uno tenía que llevarlas al pueblo, pero ahora vienen en carretones con caballos y se lo llevan todo y ahí nomás pagan. Uno los conoce y ya sabe los que regatean, los que desacreditan, y no faltan los que vienen con el cuento, que te pago mañana sin falta….
Bueno comencemos con el tal  tigre. Usted sabe que como aquí estamos cerca de la carretera panamericana a cada rato pasan grandes camiones con todo tipo de mercaderías. A veces son filas y filas de trailer y trailer.
También los buses con su pitadera. Un día cualquiera aparecen no se sabe de donde una gran caravana de camiones que trasladan circos . Ahí llevan todo, sus carpas, sus camas, sus sillas  y en la parte final en las dos o tres últimos trailers  en sus jaulas van las fieras, tales como leones, tigres, panteras, monos y hasta elefantes.
A veces viajan  de día y en otras de noche o en la madrugada porque es más fresco y hay menos gente y tránsito.
El asunto es que una noche oímos un gran ruido y era algo así como que se quebraba y se arrastraba. Los perros se pusieron a ladrar como con furia, y como que avanzaban y  retrocedían. Encendimos  unos candiles, con otros amigos que se habían quedado en mi choza, porque justo ese día los camiones de la basura llegaron a boca de noche y los amigos se quedaron a dormir, porque es bien feo y oscuro para regresar al pueblo.
Esos amigos, son además mis hermanos en Cristo, por eso con gusto les permito quedarse porque usted sabe que nosotros los evangélicos no bebemos licor, porque eso es pecado ante la presencia de Dios, además donde hay licor hay pleitos y muchas veces heridos y muertos.
Encendimos los candiles y nos fuimos hacia la carretera, y viera usted el cuadro que nos encontramos. Un gran tráiler que traía cuatro jaulas de tigres y panteras estaba con las cuatro ruedas para arriba. En realidad al principio no nos percatamos que eran jaulas de fieras y creíamos que era ganado, que por aquí pasa mucho. También lo que más nos urgía era salvar las vidas del chofer y dos ayudantes que estaban prensados y daban desgarradores gritos. Como éramos cuatro, abrimos un boquete en una de las puertas con un pico que traíamos, de esos que usamos para mover la basura.
Disculpe Profesor, pero antes de seguir tengo una gran curiosidad. Don Profesor, y que hace usted aquí hablando conmigo que no valgo nada, y para remate ni siquiera anda cámara fotográfica.
Voy responderle y disculpe que esto era lo primero que debí hacer. Don Napo para nosotros los universitarios todas las personas son iguales, para nosotros lo que existen son seres humanos, todos con sus sentimientos y valores. Es cierto que unos tienen más dinero que otros, pero los académicos no andamos buscando eso, sino que nos dedicamos a forjar, a preparar a la gente para que puedan desempeñarse mejor en la vida. Así que para comenzar le ruego que no vuelva a repetir no usted no vale nada, que ese me hace sentir mal y además que no es cierto.
Ahora voy a tratar de responder a su pregunta. Yo soy catedrático en una universidad del Estado y en otra privada. En ambas soy Profesor de una Asignatura de Técnicas Cualitativas. No  se asuste con estas palabritas que ya se las aclaro. En la universidad nosotros partimos de lo que se conoce con el “aprender haciendo”. Se lo digo de otra manera, si usted nunca ha comido una manzana y me pregunta que le diga cuál es el gusto exacto de la manzana, si es dulce, ácida o cómo es. Muy sencillo le respondo yo, sírvase aquí tiene una manzana, muérdala y sabrá cuál es su gusto, si es dulce o como la siente. A los estudiantes les decimos que si quieren saber lo que piensa la gente, que vayan hacia ella, que hablen con ellos, que conozcan en sus propias palabras sus vivencias, lo que sienten, cómo lo sienten, qué les gusta, por qué les gusta, y así me entiende, don Napo.
Me queda clarito, profesor, vea así me gusta oir hablar a la gente de manera sencilla como lo hace usted. Imagínese aquí han venido algunos, que se creen los grandes sabios, que se creen grandes genios con una pedantería que ofende. Mire usted y disculpe que  se lo diga, todo un catedrático que se ha pasado la vida estudiando, que es como un científico, y vea tranquilamente  sentado en una piedra hablando de tu a tu, como dicen, con un hombre que le ha tocado vivir una vida de perros, o como dicen una perra vida.
Yo no se si usted es religioso, pero lo veo con la sencillez que predicaba nuestro señor Jesucristo, por eso me gusta que hablemos y ya se va a carcajear con las vainas que me han pasado y que siempre he salido airoso  con la ayuda del Todopoderoso.
Bueno Profesor continúo, le decía que metimos la punta del pico en la puerta y entre los cuatro logramos sacar a los heridos. Estaban bañados en sangre y cuando terminamos de sacarlos por suerte llegaron los demás camiones del resto de la caravana del circo. Eran seis camiones así que se las arreglaron para llevar a los heridos y recoger las jaulas que se habían caído.
Aquello era un bullicio, con grandes focos, gritos de  heridos, gritos de los encargados de recoger las jaulas. Iban hacia la frontera, es decir que ya abandonaban Nicaragua, y no querían perder tiempo. Algunos gritaban que había una puerta abierta de las jaulas de los tigres sin amaestrar, pero luego los contaron y como tenían prisa cerraron todo y siguieron viaje.
Pasaron como dos semanas y yo seguí en mi rutina aunque para serle sincero los gritos desgarradores de los prensados se me quedaron grabados. Yo seguí mi rutina de siempre. Eran como los diez de la noche, y hacía como tres horas que estaba acostado, y sentí cierto ruido. Como ahí tengo mi gallinerito de latas con cinco gallinitas que me dan siempre buenos huevos, porque las tengo bien alimentadas. Como le decía, de pronto sentí aquel gran escándalo de las gallinas. No es la primera vez que he agarrado zorros de esos cola pelada queriendo comerse las gallinas,  así que  supuse que era uno de ellos.
Tomé el machete que siempre tengo a la mano y como había luna llena me fui directo al gallinero. Lo que pude ver antes de llegar era un gran perro que andaba queriendo agarrar a una gallina, pero ésta voló hacia una rama y el perrazo siguió detrás de otra que hizo lo mismo.
Cuando me acerco y miro las rayas en toda la piel del tal perro y voy viendo la gran cola y su cabezota, le confieso con toda sinceridad que me oriné en la ropa y sentí que todos los pelos de la cabeza los  tenía como de alambre. Y me acordé de las famosas jaulas que estaban abiertas.
En ese momento uno imagina cosas y llegué a pensar si no sería el veneno de la cascabel que se me había subido al cerebro y que yo estaba alucinando, y que tal vez era un gato y yo lo veía como un tigre.
En eso estaba cuando dio aquel rugido y abrió su gran boca. Qué susto, profesor, que susto tan grande, profesor.
Mire maestro, ese animal le aseguro que se dio cuenta que yo le tenía miedo porque nuevamente rugió y con más fuerza y luego se agazapó. Yo sabía lo que me esperaba y no me cansaba de repetir “la sangre de Cristo tiene poder” “la sangre de Cristo tiene poder”.
Cuando vi que se me iba a lanzar me tiré al suelo con la boca para abajo, y casi enseguida sentí aquellas patas en mi espalda, pero para mayor confusión tenía la sensación que estaba ladrando como perro, y luego oí los gritos y aullidos de un perro y los rugidos de la fiera. Aún no sentía las garras del felino, y proseguía como una especie de combate con gritos y aullidos.
En medio de la desesperación pude ver al perro más grande y más querido que nunca se despegaba de mí que yacía tendido y era quien se había montado en mi espalda y había hecho frente al tigre hasta sucumbir en sus garras.
Yo le digo Dios es grande y no nos desampara. En ese momento crucial llegaron  todos mis perros que andaban comiendo en el otro extremo de la chureca. Comenzó un combate sangriento, de 17 perros fuertes, casi todos de regular tamaño y bien alimentados y expertos en pelea, porque aquí en esta chureca a veces llegan hasta 150 perros en busca de comida. Así que mis perros siempre han sido peleadores profesionales. En este caso, el tigre me mató trece y se salvaron mal heridos cuatro. Ellos son los que acabaron con el tigre junto conmigo que terminé partiéndole la cabeza, además que de uno de los machetazos le corté la lengua y ahí nomás cayó porque los perros lo tenían medio destazado.
Ya le digo profesor, pasé varios días llorando por mis amigos, por mis grandes amigos que eran mis perritos. Con el pico cavé una gran fosa y los enterré a todos. Luego encima de ellos planté ese árbol de mango, para que tuvieran sombra, y cuando yo me muera quiero que también me entierren ahí junto a ellos. Aún conservo en un botellón vidrio los dientes del tigre y de pinocho que fue el perrito que lo enfrentó primero.
Uno se encariña con los animales y cada vez que hago este relato siento palpitaciones, porque ellos me salvaron la vida.
Ya se venía la noche por lo que le propuse continuar en la mañanita, cuando los dos estuviéramos descansados, y así lo aceptó don Napoleón.
Al día siguiente proseguimos con el relato  de cómo Don Napo  salvó su vida en medio de una gran correntada que arrancó su casa.
Profesor, yo antes  vivía en el otro lado de esta chureca, propiamente en la orilla del rio que usted ve y que siempre ha sido traicionero.
Comenzó a llover torrencialmente como a las dos de la tarde. Este río crece rápido y más o menos le conocemos su crecida. El asunto es que después me di cuenta que con la fuerza que traía el agua se pasó llevando tres gigantescos chilamates que al caer al río con sus ramas y sus raíces hicieron que el rio se desbordara. Precisamente mi casa estaba como a unos 100 metros de esos chilamates así que la correntada fue directo a mi casita. Era aquello como un infierno de piedras, ramas, maderas del basurero y todo lo que se le ponía adelante se lo llevaba. Yo no tuve tiempo de nada y también me arrastró.
En esos días habían venido a dejar una camionada de madera dura que aunque estaba comida en parte de comején, más de la mitad estaba en buen estado. Yo la seleccioné y la amarré con alambre, pero me estaba costando venderla . Con uno de estos postes amarrados me topé en medio de correntada y como estaba bastante clara la noche me puede agarrar de esos troncos y así pasé toda la noche, en una especie de bahía en donde el agua se arremolinaba. Era una situación peligrosa porque si me lanzaba al agua perecía de inmediato por las grandes rocas y el agua arremolinada.
La pensé como por dos horas y como cada vez se ponía más arremolinada el agua comencé a silvar para llamar la atención a mis perros que nos los veía en ningún lado. En un abrir y cerrar de ojos aparecieron más de diez y comenzaron a ladrar. Eran buenos nadadores pero no se atrevían a lanzarse a la correntada.
Finalmente uno de ellos se atrevió a lanzarse y los demás lo siguieron. La correntada se los llevó a todos, pero ellos con gran sentido de orientación siguieron la lucha. De pronto vino una gran correntada con ramas y se llevó los postes al centro del río, y yo seguía agarrándome como podía.
Le cuento fueron horas de lucha por sobrevivir. Cuando ya no aguantaba, pude ver que tres de los quince perros aparecieron del otro lado del río. Habían nadado por horas y habían atravesado la correntada, pero habían ido a salir unos  cuatro kilómetros más adelante y ahora regresaban en mi búsqueda por el otro lado del río. Los demás perros no resistieron la correntada y se ahogaron.
Cuando hago este relato me lleno de emoción por la nobleza de estos animales. Agotados como estaban se volvieron a lanzar al agua, y yo los veía venir, y eran como unos puntitos negros que se acercaban , y yo orando y orando para que el Altísimo les diera fuerzas para que pudieran llegar donde mí. Yo estaba bastante acalambrado pero ante el valor de aquellos animalitos saqué fuerzas de flaqueza y me fui nadando hacia ellos.
Uno llegó primero, les traía una distancia de unos cien metros. Inmediatamente le oriento su cabeza hacia la orilla, pero no habíamos nadado ni 10 metros cuando un tronco con una gran punta le dio en la cabeza a mi perrito y ahí nomás lo mató, y de inmediato el agua se lo llevó.
Enseguida llegaron los otros dos y de igual manera orienté su cabeza hacia la otra orilla. Con la mano derecha me agarré de la cola de uno y con la izquierda del otro. Para ese entonces contaba con los dos brazos.
Llegamos a la orilla y ahí permanecimos casi medio día y los animalitos me lamían las chimaduras que me habían  hecho las ramas.
Así fue profesor que salvé la vida en medio de un río enfurecido.
Imagino profesor que lo debo tener cansado y aburrido así que le voy a relatar de manera resumida el último percance que he tenido en vida y que nuevamente me han salvado mis perros.
Usted sabe que yo he sido siempre el vigilante aquí en este basurero. Sólo yo tengo autorización para vivir aquí y eso se respeta porque es una disposición de la Alcaldía.
El viernes es el último día de la semana que vienen a depositar basura. Regresan el lunes como a las cuatro de la tarde. El procedimiento siempre es el mismo, con las palas mecánicas hacen unas grandes zanjas de bastante profundidad. Ahí depositan la basura. Al día siguiente cierran la zanja, una vez que la gente ha hecho su recolecta.
A veces la dejan a medio tapar pero es bien peligroso por aquello de los derrumbes. Justamente eso fue lo que ocurrió.  Un viernes que había fiesta patronal en el municipio la gente no vino a hacer recolección. Ahí estuvieron los de la Alcaldía y finalmente medio llenaron la zanja pero quedaron espacios con derrumbes. Vino un aguacero fuerte y paró como a los 45 minutos.
Aproveché para recoger material reciclable. Escarbando encontré en el fondo de la zanja unos postes de madera dura en buen estado. Tuve que hacer una excavación como de dos metros para llegar a los postes y poder sacarlos.
Poco a poco, en base a excavación y golpes con el pico, logré sacar uno, después otro y luego otro. Cuando sacaba el cuarto se desmoronó la pared y quedé sepultado. No morí porque la gran andanada de tierra me lanzó al pozo que yo había hecho y como los tres postes yo los había puesto atravesados en la boca del pozo que yo había excavado eso me salvó . Quedé atrapado como en una especie de jaula.
Esta vez si la vi perdida. Era viernes y ya caía la noche. Estaba inmovilizado, aunque tenía en mi poder el pico. Quiso la suerte que encima de los postes cayeron unas cuantas ramas de árboles, y por ese espacio podía respirar y entraba un poquito de luz.
Me encomendé al todopoderoso y dije una y otra vez “que se haga tu voluntad “.
Así pasé la noche. Al amanecer del día siguiente hice los primeros intentos con el pico, pero mas bien hubo más derrumbes. En eso estaba cuando empecé a oir como una especie de lloriqueos y gemidos . Eran mis perritos. De inmediato les silbé y ellos respondieron ladrando cada vez más desesperadamente. Vea usted profesor lo que nunca imaginé lo hicieron mis perritos. Ahí están los 17 perros como quien dice esperando órdenes para actuar.
Fue así que comencé a llamarlos por sus nombres como cuando les distribuía los trozos de carne. Fue increíble, primero fueron como cuatro y después todos escarbaban y ladraban. Se oía como quebraban las ramas con sus dientes. En dos horas ya respiraba aire fresco y el hueco era cada vez más amplio.
Todo el sábado ladrando, escarbando y a veces peleándose entre si por la misma tensión y porque siempre lo hacen.
Los calmé en la noche del sábado y esperé el amanecer del domingo. A esa hora los llamé y de inmediato comenzaron a escarbar y romper el hueco por el lado de las ramas de un árbol de mamón que estaba en la basura y que impedía el paso.
Cortaron una rama de un grosor como de dos pulgadas, hubo otro derrumbe y eso me precipitó a usar el pico para facilitarles el trabajo a los perritos.
Al mediodía el primer perrito llegó hasta mi y no encontraba como acariciarme y lamerme. El pobrecito tenía la boca llena de sangre al igual que los demás, porque cortaron ramas y todo lo que encontraban para llegar hasta mí. En menos de una hora pude salir del lugar aquel que casi creí que era mi tumba.
Eso es todo profesor. Yo se lo advertí, creo que en mi vida anterior fui perro, y si de nuevo tengo otra vida, pues, también me gustaría que fuera de perro.
Al finalizar la entrevista don Napo me solicitó si no tendría un médico conocido que lo pudiera atender porque llevaba varios días vomitando sangre, y ya no soportaba la gastritis.
Busqué un médico internista amigo, y de inmediato lo remitió al Hospital Manolo Morales. Era demasiado tarde. El cáncer había avanzado en casi todo el cuerpo. Dos semanas después falleció Don Napo.
En la entrevista me había dicho que había solicitado en la Alcaldía que lo enterraran debajo del palo de mango junto a sus perritos que murieron peleando con el tigre. La burocracia a veces se comporta de manera bien cerrada y no aceptaron la petición de don Napo porque para eso estaban los cementerios. No aceptaron la petición hasta que tuve que hacer presencia en las afueras de la Alcaldía con 152 estudiantes que eran mis alumnos, los que no dudaron  en llevar su buena carga de morteros, que en un pueblo como el de don Napo hasta que asustaban. En la tarde estábamos sepultando a Don Napo debajo del árbol de mango. Al final eran unos cuantos, los 152 estudiantes y otro tanto de hermanos en Cristo de Don Napo. Ahí un pastor leyó el salmo 23 y todos nos retiramos con una especie de alegría porque habíamos logrado doblar el brazo a la burocracia y ya don Napo descansaba junto a sus perritos.
Dos meses después regresé con algunos estudiantes que habían hecho una colecta y le habían comprado una lápida.   Nuestra sorpresa fue que encontramos otra tumba más grande a la par de la de Don Napo. Era increíble, pero esa tumba era la de sus 15 perritos que no pudieron separarse de su tumba ni probar bocado, ni beber agua hasta morir. Murieron uno a uno con un par de días de diferencia.
Curioso y dramático caso dos tumbas de fosas comunes con perritos que murieron por amor. Ahora no estoy tan claro del viejo dicho de “amor de perros”.
Ante esta realidad no me quedó más que exclamar “un amor (sincero) de perros para una vida de perros como fue la de Don Napoleón”.
Ya cuando nos retirábamos se formó la gran algarabía entre los estudiantes que me acompañaban al ver según ellos un extraño animal prehistórico que salía de una cueva cerca de la raíz del árbol de mango. Era un cusuco. Eso me hizo pensar si no sería el mismo cusuco que corría don Napo cuando se encontró la cascabel. Lo cierto es que emprendió veloz carrera directo a las piedras que me había señalado Don Napo.










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