lunes, 14 de febrero de 2011

RELATOS RURALES ....: Diógenes Fabra y el perro que perdió los dientes en extraña pelea

DON DIÓGENES FABRA Y EL PERRO QUE PERDIÓ LOS DIENTES EN EXTRAÑA PELEA.
Juan Carlos Santa Cruz. 2005.

A continuación le cedo la palabra a cinco pobladores, que siempre han vivido en el área limítrofe entre Costa Rica y Nicaragua. Ellos relatan con la mayor precisión posible el caso de un personaje de origen Español- Alemán, de la década de los cincuenta y que nunca fue aclarado según comentan, de acuerdo a la versión oral existente. Su nombre era Diógenes Fabra y su segundo apellido nunca se pusieron de acuerdo como se escribía.
Comenta don Nepomuceno, el más anciano de los pobladores  que no olvida la tarde en que llegó porque llovía torrencialmente. El sr Fabra, estaba empapado, así como todo su equipaje, pero, primeramente, encendió y fumó gran parte de un puro, casi sin decir palabra, luego se quitó la ropa húmeda. Era como si hubiera meditando acerca de sus pasos futuros, sin importarle demasiado los presentes.
Fabra era mecánico, especialista en maquinaria pesada, y llegaba a incorporarse como tal en una empresa dedicada a la construcción de carreteras.
Los primeros días los pasó en nuestra casa, comenta don Nepomuceno, mientras le ayudábamos con la cooperación de varios vecinos a la construcción de su propia casita, toda de zinc. Le acompañaba un perro, llamado lobo. Fabra y su perro eran personajes algo extraños, o al menos así lo percibíamos nosotros. El perro era del tipo pastor alemán, aunque mezclado, fornido y taciturno.
Fabra hablaba muy poco, y a su perro con costo le oímos ladrar alguna vez. Era como que si querían pasar desapercibidos, sin ruidos, sin mucha comunicación con los que le rodeaban.
Transcurrieron los días, y también las lluvias. Los encierros de Fabra eran menores. A menudo se le podía observar, sentado, a la orilla del río, como si estuviera pescando, sin hacer movimiento alguno. El mismo Fabra había insistido en construir su casa a unos cincuenta metros de ese lugar.
Nunca quiso decir su edad, pero nosotros estimábamos que tenía entre 58 y 60 años cuando llegó al lugar.
Comentan algunos vecinos que estuvo casado y que enviudó trágicamente. Un día pasó por el lugar un hombre que se identificó como ex cuñado de Fabra, y nos comentó que estaba pagando una promesa, pero, en ningún momento aceptó ver a Fabra. Con mucha emoción nos relató que su hermana había muerto hacía un tiempo víctima de trastornos mentales. Que había quedado así, desesperada al perder todos los embarazos como consecuencia del mal trato de su marido. El último lo perdió cuando tenía cinco meses, a raíz de una brutal paliza que le propinó Fabra, luego de una borrachera continuada de cinco y cinco noches.
Días después, aparecería el cuerpo sin vida de la pobre mujer, ahogada, en el pozo de donde extraían el agua para beber. Abandonó la vida dejando aquel mensaje escrito, que más bien parecía sentencia:” Tal vez, el alcohol que te embriaga, te brinde la felicidad y la paz que yo no he podido darte. Me voy, pero recuerda, que seguiré tus pasos, porque quiero algún día pidiéndome perdón por el crimen cometido”.
Dicen los que le conocieron antes, que este mensaje trastornó totalmente a Don Diógenes, de tal manera que jamás se le volvió a ver bebiendo. Se convirtió en un hombre taciturno, rudo, parco, con la mirada llena de sangre, y un odio en sus ojos, que curiosamente, jamás expresaba en palabras.

Se trataba de un hombre recto, disciplinado. Nunca faltaba a su trabajo, y mucho menos que llegara tarde. Siempre decía que su mamá le había inculcado el sentido de la responsabilidad. Así no son acaso todos los alemanes?, comentaban los vecinos.
La gente de los poblados pequeños que acostumbra a conocer cada uno de los pormenores de la vida de los integrantes del mismo, sentían profunda curiosidad por las interioridades de la vida de Don Diógenes. Sabido es que cuando no logran averiguar lo que desean adoptan comportamientos muchas veces crueles,  transformando suposiciones en hechos verdaderos. Tal es el caso de Fabra, en donde aparecerán mezcladas la realidad y la inventiva popular.
Eso es cierto asevera doña María Camila, nacida , criada y envejecida en la comunidad. Fíjese doncito que muchos de los vecinos afirmaban que lo vieron convertido en gallina, que corría con las alas abiertas hacia el monte, y al llegar a éste volvía a la normalidad, permaneciendo horas y horas contemplando el agua del río en un lugar donde ésta era mansa, y donde casi siempre aparecían objetos flotando, tales como troncos de árboles, envases vacíos, animales muertos, etc,  que eran arrojados por las corrientes arremolinadas que dominaban la mayor parte del río. Para serle franca doncito periodista, yo lo ví muchísimas veces en ese lugar, y también lo vi corriendo con los brazos abiertos hacia el río. A lo mejor esa era una forma de gimnasia o algo por el estilo.
Nunca se supo si los comentarios de los vecinos llegaron a los oídos del Sr. Fabra, aunque probablemente no, por su notorio aislamiento. Lo cierto es que odiaba desmesuradamente a las gallinas.
Dice  Don Ulises que la casa de Fabra, estaba como se dijo antes a unos  cincuenta metros del monte; de este último solían venir gallinas que habían pertenecido a campesinos que ya no vivían en el lugar o que trabajaban por largas temporadas en otros lados. Se alimentaban en el monte y allí mismo empollaban sus huevos. Un buen día aparecían escoltadas por sus pollitos. Eran algo así como una especie de gallinas salvajes.
Una tarde de verano, prosigue Don Ulises, cuando ya estaba ocultándose el sol, regresábamos de una agotadora jornada de trabajo en varias fincas vecinas, unos cortando caña y otros trabajando en arroceras, pudimos presenciar un espectáculo de características desacostumbradas en el lugar. Al parecer, Don Diógenes había planificado el exterminio de las mencionadas gallinas, de manera increíble  por su grado de crueldad.
Había colocado en anzuelos pequeños, un grano de maíz, así como otros granos esparcidos en su alrededor. Las gallinas tragaban el maíz y con el grano también tragaban el anzuelo, que a su vez estaba unido a un hilo de nylon, del que usan los pescadores, de un color verde muy claro. El grado de desesperación de las pobres gallinas al sentirse con un anzuelo en la garganta es de difícil descripción, y más difícil resulta cuando se está ante diez gallinas en la misma situación, con los picos abiertos y sus alas extendidas.
Al acercarnos al lugar nos encontramos ante la figura grave de Don Diógenes que parecía estar frente al mismo demonio. Llegó desde el río, venía agitado, tenía el cabello blanco totalmente revuelto y en su ojos había más sangre de lo acostumbrado. Todas las gallinas murieron en el acto como consecuencia de los tremendos puntapiés que les propinó Fabra. Acto seguido diez cabezas de gallinas  volaron por los aires como consecuencia de certeros golpes de machete de Fabra.  Fueron minutos que parecieron siglos. La saña de Diógenes parecía no tener límites, cuando procedió a amontonar todas las gallinas sin cabezas, las empapó con keroseno y aceite quemado y procedió a quemarlas. No se me puede olvidar que se desprendía un olor sumamente fuerte de carne quemada, plumas , aceite y queroseno.
Primero contemplamos atónitos el espectáculo sin decir palabra, luego mi hermano Felipe, quiso intervenir, continúa Don Ulises, pero, nos detuvo Don Chico Mora, que en paz descanse.  Cuando nos recuperamos de esa fea impresión seguimos nuestro camino, caminando rápido y sin pronunciar palabra. Al llegar a la casa de Felipe mi hermano, que era la más cercana, Don Chico Mora, que siempre había sido una persona mesurada, nos dijo que no comentáramos nada, por unos cuantos días, haber si don Diógenes daba una explicación de lo sucedido.
Dos cosas nos llamaron la atención, y nos comenzaron a preocupar. La primera se relaciona con el perro que acompañaba a su amo en todos los momentos, pero en esta oportunidad se presentó aterrorizado, con todos los pelos lomo erizados, el rabo entre las patas y casi agazapado. El segundo hecho novedoso radica en que Fabra jamás hizo comentario alguno acerca de las gallinas muertas y sus causas.
El tiempo fue transcurriendo y con él Diógenes ganó algunas amistades, entre ellas doña Juana de las Mercedes.
Había en el lugar una mujer de oficio lavandera, de nombre Juana de las Mercedes, cuyo apellido no preciso. Esta señora tenía la fea costumbre de asustar a los niños, y  lo hacía de una forma, que hasta hacía efecto en los adultos. Cada vez que se encontraba con Robertito, el hijo menor de Don Cipriano, que aún vive detrás de aquellos chilamates que están al final de ese cerro; como le decía cada vez que se encontraba con Robertito no se cansaba de reiterar: “cuando me muera te llevaré para que me acompañes en el cementerio, y si no vienes a buenas te llevaré a rastras cuando te encuentres dormido”. Más adelante le comento que pasó con Robertito, aunque le adelanto que el probrecito tenía unas pesadillas que  daban pesar.
Como decía, hicieron amistad Don Diógenes y Doña Juana Mercedes, pero siempre se trató de una relación inmersa en una nebulosa, tal como se presentaba el pasado de ambos. De doña Juana, poco se sabía, pues era de todos conocido que había abandonado el trabajo en un circo que acertó a pasar por el lugar, porque según su relato, la maltrataban, le daban muy poco comer y dos domadores de animales abusaron de ella en una jaula, en medio de cuatro tigres, mientras viajaban en una caravana de camiones. Cuando quiso protestar ante el dueño del circo, éste casi se atraganta con un melón de tanto reírse por lo chistosa, según él, de la queja.
La recuerdo muy bien a doña Juana apunta don Aquiles. Yo fui uno de los que la encontró ahorcada en aquel galerón de zinc que tiene usted de frente. Así es, una noche de mucho viento, encontramos a Doña Juana Mercedes ahorcada.  Precisamente, fue Robertito, el niño de Don Cipriano, y que ella tanto atemorizaba, quien tuvo la desgracia de encontrarla. No estaba buscándola, sino que iba  a retirar el alimento que por la mañana le daban al ganado lechero, que estaba almacenado en el galerón de zinc que tiene de frente, a unos 100 metros de la casa de Diógenes. Pobrecito, niño, encendió un fósforo porque no había luz en el galerón y se encontró con el recio cuerpo de doña Juana Mercedes pendiendo del techo del galerón por medio de un cable doble que se había amarrado al cuello. Aquello fue fulminante para el pobre niño que sólo atinaba a decir que doña Juana tenía los ojos muy abiertos y no se los sacaba de encima (según su inocencia).
Su delirio y desesperación fue en aumento. Para que no diga que estamos inventando, mírelo, es él, ahí viene, riendo solito, ya el pobre no tiene ni cabellos, ni dientes y desde ese entonces se chupa los dedos sin cesar.
Fabra hizo muy pocos comentarios acerca de su muerte, sólo que solicitó autorización para sepultarla en su jardín y  ahí está al pie de aquella cruz negra de casi dos metros que el mismo Diógenes hizo con  los restos de una rastra.
Parecería que el extraño comportamiento de Fabra se lo había trasladado a su perro. Siempre llamó la atención el comportamiento del perro Lobo ya que por las mañanitas solía vérsele olfateando de forma entusiasta hacia el monte, como si estuviera muy cercano lo que buscaba. Lo extraño es que su entusiasmo decrecía en forma abrupta, sin haber encontrado nada. Entonces, como derrotado y apesadumbrado se le veía trotando hacia su casa, mirando hacia abajo, como reconociendo su derrota. Por lo visto se le esfumaba con rapidez lo que supuestamente buscaba. Como no podía ser de otra manera, esto no hacía más que generar comentarios alusivos a la enigmática personalidad de Fabra y asociarlo al extraño comportamiento de su perro.
Como la casita de Don Diógenes Fabra quedaba al final de un callejón que nadie transitaba y que estaba separado totalmente del caserío, había veces que no se le veía por varios días.
Una noche los perros ladraron más de lo normal, y hasta que parecía que perseguían algún animal que se alejaba velozmente. Hacía como cinco días que se oían ladridos y aullidos intensos de los perros .     
Ya no habían insistido con los ladridos pero de los aullidos no nos librábamos. Se trata de alguna perra en celos decían unos, o de perros en busca de perras comentaban sonriendo otros. El asunto es que los aullidos siempre comenzaban en las inmediaciones de la casa de Don Diógenes Fabra.
Una mañana muy temprano recibimos la visita de Don Máximo, capataz de la empresa constructora de carreteras, al que le doy la palabra para mayor precisión. Así es, el supervisor general me dijo, andá a averiguar que le pasó a Don Diógenes Fabra, que  ya hace cinco días que no llega a trabajar, y eso es raro, porque nunca ha faltado. Recuerdo que me acompañaron don Nepomuceno y Don Aquiles que aquí están presentes, y nos fuimos directo a la casita de Don Diógenes Fabra.
Tocamos tres veces la puerta y nos pareció oir pasos, o al menos un cierto movimiento dentro de ella, pero, luego solo logramos escuchar pequeños ruidos como de ratones que corren sorprendidos entre los estantes . Nadie respondió. Recuerdo que le dije a Don Aquiles que consiguiera una barreta y procedimos a forzar la puerta. Fabra no estaba. El único presente era Lobo, el perro de Fabra. La pequeña casa estaba desordenada , y muchas de las cosas que normalmente están en las estanterías, podía vérseles esparcidas por el suelo. El perro estaba tendido en el piso, muy dolorido, tenía sangre en la boca y le faltaban los colmillos de arriba y otros tres dientes los tenía quebrados. Tenía como una especie de lana de cabra o algo por el estilo entre los dientes, y otro tanto de esa especie de lana estaba esparcida en el suelo, llena de sangre.
El relato se vuelve más dinámico porque intervienen interrumpiéndose uno a otro Don Nepomuceno, Don Aquiles y Don Máximo, todos testigos de los acontecimientos siguientes, aunque con versiones no siempre coincidentes.
Transcurrieron más de cinco años para que medio se aclararan las especulaciones sobre vida o muerte de Don Diógenes Fabra. Mucho se había comentado, por un lado tres versiones medio coincidentes que decían haberlo visto medio disfrazado con una especie de piel de venado, con una gran palo como de tres metros que usaba como una especie de bastón. Estaba  muy cambiado, con una larga barba y larga cabellera. Unos los vieron en ciudad Quezada, Costa Rica, otros en  las afueras de Ciudad Colón en Panamá, y no faltaron los que lo vieron en el Rama, por Nicaragua.
Otro grupo de versiones,  ciertamente más fantasiosas apuntaban a su presencia cerca del poblado. Una gente decía que lo habían visto algunas noches de luna, vagando, convertido definitivamente en gallina, y cuidándose siempre de no abandonar los límites del monte. Un señor de apellido Quintana que vivió por muchos años aquí y ahora se fue para Tegucigalpa, decía que al sumergirse en el río en busca de una pala que unos chavalos arrojaron, en el mismo lugar donde Don Diógenes Fabra permanecía por horas, creía haberlo  visto, en el fondo del río, amarrado de pies y manos, vestido con ropa de mecánico y con un extraño saco de piel de venado, o como de piel de cabra. Sin embargo, nadie pudo aportar pruebas convincentes sobre el particular.
Créame apunta Don Aquiles, parece que el tan Don Diógenes debía tener un extraño poder que atemorizaba a los perros. Así es, una noche los perros aullaron hasta el amanecer y no se supo la causal.
Esa mañana la noticia fue recibida como una bomba. Don Diógenes Fabra estaba vivo. Una mañana muy temprano, cuando recién estábamos por iniciar labores en la empresa constructora, sucedió la aparición. Los trabajadores vieron acercarse a un hombre recio, descalzo, larga cabellera y barba blanca hasta el pecho. Llevaba un vestido totalmente novedoso de piel de venado untado con aceite quemado.
Parecía tener unos 65 a 70 años. Llevaba una cruz de madera como de tres metros, la que blandía a veces y a veces la besaba. Colgaban de esa cruz cientos de crucifijos de diferentes colores y tamaños. La piel de venado, untada con aceite quemado, y el olor fétido propio de no bañarse ponían a prueba al mejor estómago.
Aquellos minutos se hicieron interminables. Se acercó y bendijo a los presentes con ademanes que parecían no coordinar con las palabras.
Como es de suponer todos tenían temor. Los trabajadores no dudaron de entregar un cigarro por trabajador que solicitaba Don Diógenes Fabra al finalizar su especie de bendición demencial.
A pesar de su estado maltrecho, lo pude identificar perfectamente agrega don Máximo, Capataz para ese entonces.  Lo identificó por sus tres dientes arreglados en oro, y  por una gran cicatriz que tenía en el brazo derecho, y porque le faltaba el dedo índice de la mano izquierda.
Don Diógenes Fabra, le dijo Máximo, y el viejo mecánico lo miró con los ojos llenos de odio, para luego echarse a llorar en los brazos del primero que encontró. En esta parte del relato hay  fuertes contradicciones entre los que relatan, pues mientras Don Máximo dice que Don Diógenes Fabra lo reconoció y  balbuceó algunas palabras y se arrodilló frente a él, los demás dicen que se arrodilló ante todos y  que todo lo que balbuceaba era en un idioma extraño.
Recuperado del impacto, Don Diógenes Fabra, retornó a sus andanzas dejando abandonados los cigarros que segundos antes le habían entregado los obreros. Tomó la cruz de madera, la besó reiteradamente, bendijo a los trabajadores, y sin saludar se alejó rápidamente hacia el monte cercano, haciendo oídos sordos a las súplicas de don Máximo para que regresara al trabajo. Como si fuera poca la sorpresa, al llegar al bosque Don Diógenes Fabra extendió violentamente los brazos, emprendió veloz carrera como si fuera a volar y se introdujo en la espesura sin volver a ver.
Luego se reinició la polémica de quiénes tenían razón si los que le vieron vagando en las noches, si los que lo vieron en  ciudad Quezada, El Rama, o Ciudad Colón, con la famosa vara de tres metros o el Sr.Quintana que lo vio en el fondo del río amarrado y vestido justamente con el tipo de ropa que apareció aquel día.
Las cosas habían transcurrido con relativa calma, hasta que una noche con algo de luna, pero no muy clara, se vio llegar al galerón, en donde fue encontrada Juana Mercedes ahorcada, a una persona aparentemente vestida de negro. Todos los que estamos aquí oímos- agrega doña María Camila los gritos reiterados de aquel hombre que decía: “Juana Mercedes, Juana Mercedes...., he regresado para llevarte conmigo”. Se supone que era Don Diógenes Fabra que venía en busca del espíritu de doña Juana Mercedes, y al mismo tiempo de destruir el galerón que habría contribuído con su muerte. En el galerón se alojaban cerdos que se protegían en la noche de otros animales.
El galerón ardió, y con él se calcinaron algunos cerdos, y a otros se les pudo ver cual antorchas vivientes lanzando gruñidos desesperados, y haciendo zigzag  hacia el río. Las grandes llamaradas alumbraron perfectamente cuando el incendiario se lanzó a las llamas en medio del galerón.
Al día siguiente, al alba, los pobladores se apresuraron para localizar los restos del aparente anciano  que gritó desesperadamente cuando las llamas lo envolvían.
Cuando los pobladores llegaron ya estaban las gallinas las que escarbaban y picoteaban en forma muy alborozada en torno al cadáver. Lo curioso del caso es que el cadáver pertenecía a un perro y por los dientes quebrados, era el de lobo, el perro de Don Diógenes Fabra. Nadie pudo saber cómo y cuándo llegó al lugar de los hechos.
A pesar de los esfuerzos no se encontró rastro alguno del anciano, excepto por los movimientos de tierra en la fosa cavada en que estaba enterrada doña Juana Mercedes . Sólo había quitado algo de tierra la que no pusieron en su lugar, y también movieron la cruz.
Algunos de los vecinos  por  años comentaron que una de las gallinas que estaban escarbando y picoteando cuando el incendio tenía un tamaño muy superior al de cualquier gallo, pero extrañamente su cuerpo era de gallina y sus alas extremadamente largas. También comentan que a esta gallina se le vio en muchas oportunidades hurgar en los restos del galerón, pero tan pronto se veía sorprendida huía extendiendo sus alas en dirección al remanso del río en extraña coincidencia con el lugar que permanecía por horas Don Diógenes Fabra

0 comentarios:

Publicar un comentario

Suscribirse a Enviar comentarios [Atom]

<< Inicio